TRANS: Mi nombre es Ian Derek y soy un hombre transexual
Fotos por María Fernanda Molins.

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TRANS: Mi nombre es Ian Derek y soy un hombre transexual

Los adultos le decían: “No te sientes con las piernas abiertas, compórtate como mujer”. Pero él no se identificaba así. “Soy un chico trans pansexual".

Ian vivió una doble vida hasta hace poco y una lucha interior lo carcomía. "Cuando comencé a comprender quién soy, me costó mucho trabajo aceptarlo", comparte, "pero ya no quería fingir… y nunca imaginé el alcance que iban a tener mis acciones".

Pantalón holgado verde, playera negra y tenis grises: Ian Derek lleva este atuendo desenfadado y presume el fino vello en su barbilla y antebrazos. Es escaso por ahora, pero para este hombre de 32 años representa una enorme victoria, el símbolo de la vida que emprendió en junio de 2014, cuando inició la transición de su rol femenino social a uno masculino, en apariencia y actitud. "Soy un hombre transexual", pronuncia enérgico.

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Yergue el torso, acomoda la enorme onda que forma el corte de cabello y avanza por la avenida 5 de mayo del Centro Histórico de la Ciudad de México. "Así como me ves ahora, sé que es difícil imaginar que llegué a ponerme blusas escotadas cuando iba con amigos a lugares heterosexuales. No era yo, era un disfraz", recuerda el joven trans. Hay que observarlo y escucharlo ahora: el caminar es el mismo de siempre, pero el tratamiento hormonal que comenzó hace casi un año cambió el tono de voz el primer mes y, con el tiempo, ensanchó la espalda. Ahora, su cuerpo menudo irradia masculinidad.

Ese primer cambio evidente, el de la voz, lo notó una mañana al despertar con molestar de garganta. Se observó en el espejo y en voz alta se dijo: "Ian, un paso a la vez". Escuchó un tono más agudo y desplegó una sonrisa: los rasgos masculinos que por años anheló, estaban a nada de mostrarse, atrás quedarían los "Disculpe, señorita" en la calle. Ahora, con mayor seguridad podría responder: "¡No, yo soy un chico!"

Por decreto familiar y social, los primeros 18 años de su vida llevó pelo largo. El miedo lo obligaron a negarse a sí mismo como hombre: debía regresar a la normalidad y destruir su preferencia por las mujeres. El sexo con hombres era una posible cura, pensaba entonces. Si Ian, quien pasa desapercibido entre las decenas que caminan por estas calles céntricas, no compartiera aquellos episodios de su vida pasada, sería imposible suponer que mantenía ante su familia, amigos y parejas, una vida lésbica porque, en aquel momento, esa era la única palabra que podía definirlo. Ni siquiera existía el concepto trans en su charla diaria.

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Los chicos trans, dice, "socialmente somos aceptados, pero porque pasamos inadvertidos, a diferencia de las mujeres trans, que son, casi todas, muy evidentes. Nosotros seguimos siendo invisibles y muchos prefieren permanecer así. En mi caso, vivo con cierto miedo porque los hombres biológicos se sienten opacados si muestro, en cualquier ámbito de la vida, mayor masculinidad que ellos. Reaccionan de manera agresiva".

El temor no es gratuito. Ian lo advirtió desde pequeño, cuando prefería la compañía de otros niños que enfurecían si los vencía en los juegos infantiles. En aquel tiempo y hasta la adolescencia, se acostumbró a escuchar las palabras de sus compañeros varones de la escuela: "Eres rara", "Pareces… un amigo más". O las sentencias de los adultos: "No te sientes con las piernas abiertas, no es de niñas". Pero él no se identificaba así.

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En la primaria, al poniente de la capital mexicana, los niños jugaban futbol y el equipo de Ian se impuso al final del partido. A modo de festejo, los triunfadores se desprendieron de las playeras y él no dudó en hacer lo mismo. Segundos después, la directora del plantel lo reprendió frente a todos. Ian se preocupó. Sabía que sus papás reprobarían la acción porque ya le habían advertido que no aprobaban que practicara juegos que consideraban sólo aptos para niños: trepar árboles, futbol, cochecitos, y menos que se condujera como uno de ellos.

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"Compórtate como mujer, porque eso eres", le advirtió su papá cuando se enteró de la manera en que Ian celebró la victoria. "¿Qué hay de malo?", cuestionó el niño, pues no advertía una diferencia biológica entre él y sus compañeros.

Cuando tenía 12 años, una de sus dos hermanas menores le gritó "machorra". Ian desconocía la palabra y ella, con una expresión de odio que él jamás había visto en su rostro, le dijo que así se les decía a las mujeres con su comportamiento. "Pero yo no soy una niña", lloraba Ian. En la secundaria, sus amigas querían maquillarlo. "No me gusta", respondía. "Es para que le gustes a otros chicos". El joven necesitaba hablar con alguien y la única persona de confianza era su novio, el primero de su vida. Le confesó que sentía atracción por las mujeres. "Quizá es una etapa, prueba", aconsejó él. "¿Y si hay algo más?", preguntó, pero ya no dijo más. Si el rechazo en casa era una realidad, qué podía esperar de los demás.

Siempre mostró fuerza. Como estudiaba defensa personal, los demás concluían que por eso era una chica ruda.

El tiempo pasó. Ian buscó una preparatoria lejos de casa y se enamoró de una compañera. Los hombres también le gustaban pero, cuando la trataban de manera femenina, se alejaba. "Yo intentaba exagerar mi feminidad. Para mí, la prepa fue muy dura. Cuando se enteraron de que me gustaba la chica, recibí insultos. 'Te falta una verga', me decían los chavos, intimidantes. Me daba asco. Una vez, uno se propasó conmigo y le di un golpe en la cara. Entré en shock, pero no podía hablarlo en casa".

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Cada que ingresaba a un salón, todo mundo lo observaba. Durante tres meses nadie le dirigió la palabra. No podía más. Abandonó la escuela porque se sentía derrotado y pensaba que si iba a otra sería igual.

Las depresiones comenzaron a los 12 años y con el tiempo incrementaron. Pasó lo inevitable: su papá se enteró de su atracción por las mujeres y no lo recibió nada bien. Su mamá ya lo sabía, pero lo ocultaba porque sabía que su esposo era un hombre homofóbico y violento. Ian ya no tenía permitido seguir en esa casa de Santa Fe. Se fue a los 18 años. "No podía ser como me enseñaron. No podía ocultar que soy un hombre con vulva".

Para sus papás, era una mujer lesbiana. En algún momento, Ian se conformó con esa idea, pero nunca se sintió parte de ese grupo. El dolor aumentaba cada vez que se veía obligado a feminizarse: ropa, maquillaje, el cabello largo. No funcionaba. Amigos afirmaban: "Tú eres como… un varón". Ian enfurecía: lo habían obligado a negarse a sí mismo.

Se fue a vivir con unas amigas a Coacalco. "Sólo con chicas lesbianas me sentía cómodo, aunque me decían que parecía hombre". Ya lejos de casa, se deshizo del cabello largo, comenzó a vestirse con la ropa que quería, a desenvolverse como le viniera en gana. También ingresó a trabajar en restaurantes del poniente y, con el tiempo, ascendió. Después se mudó a la Roma y el único lugar donde se sentía a salvo era la Zona Rosa: "Cuando iba con alguna novia en la calle, de la mano, nos agredían verbalmente: 'qué asco, eso no se hace'". Dos años después de irse de casa, su mamá lo buscó y le pidió que fuera a verlos. Ian corrió a comprar ropa adecuada para la visita.

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La relación se reanudó. Hace unos tres años, en una fiesta de mujeres lesbianas, conoció a Pato. "Soy un hombre trans", se presentó el nuevo amigo. No se atrevió a preguntar de qué hablaba. Días después no aguantó la curiosidad e ingresó a su perfil de Facebook. Encontró una galería titulada "mastectomía". "Sí se puede", se dijo a sí mismo Ian. Estaba asombrado, asustado, feliz, nervioso. Ahora sabía que no se había equivocado. Esa era su identidad de género.

La transición de vida comenzó. Ya no más "ella", le dijo a sus amigos cercanos. Tiempo después, su mamá lo convenció de asistir a un curso llamado "el rescate del niño anterior". Ian se resistió, pero al final acudió. Esa fue la mejor decisión de su vida, dice hoy: ahí se enteró de que existe un proceso hormonal para transitar de mujer a hombre. Habló con su mamá: "Voy a comenzar un tratamiento de testosterona para masculinizar mis rasgos". "¿Por qué?" "Lo necesito, ya no puedo. Por eso mis depresiones, ya no voy a negarme. No soy feliz así". La mujer respondió: "Pensaba que lo tuyo era una etapa, que tarde o temprano te casarías con un hombre y tendrías hijos". "Primero voy a cambiar mi nombre, me gustaría que me acompañaras", siguió Ian, lastimado por las palabras de su mamá. Indiferente, ella agregó: "Haz lo que tengas que hacer, pero yo concebí a una niña".

A los pocos días acudió, en compañía de su hermana, a efectuar el cambio de nombre. Era noviembre de 2015. "Ya no quería nada que me vinculara con todo ese pasado, pero sin mi vivencia femenina no sería yo, no hubiera construido el hombre que soy: no misógino, no machista. Me construí después de haberme derrumbado de muchas formas, pero valió la pena cada día, cada esfuerzo".

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En este tiempo, Ian cortó su cabello y lo tiño de blanco. Vivió con una mujer lesbiana que insistía en que se maquillara. "Ya no me gustas, las mujeres llevan el cabello largo", le dijo un día. Después estuvo con otra chica. Ya más informado, le compartió su identidad de género de hombre trans y le avisó que iniciaría la transición. "¿Y si te vuelves macho o violento? Así son los hombres", afirmó ella. "Pero yo no soy ese tipo de hombre".

El estudio inicial costó 800 pesos e incluyó ultrasonido pélvico, química sanguínea y niveles de estrógeno y testosterona. La ampolleta, cuenta Ian, va de los 200 a 280 pesos y se aplica cada 21 o 28 días, dependiendo de los resultados del estudio trimestral, cuyo costo es de 450 pesos. También hay una dosis trimestral que cuesta mil 400. Ian paga 350 por cada consulta con el endocrinólogo. "En los últimos tres meses he gastado unos 2 mil 250 pesos. No es mucho".

La depresión se esfumó cuando se aceptó a sí mismo. El proceso fue duro: "Esto es lo que más trabajo me ha costado en la vida, pero agarré fuerzas para asumir mi rol masculino e identificarme con un nombre: Ian Derek Alexander".

***

La última vez que Ian escuchó la voz de su mamá fue la navidad pasada. Ella se dirigió a él en femenino y el joven se incomodó. Su papá le habla más que antes de transitar, pero le es difícil aceptar el cambio. "No quiero ir a verlos porque sé que para ellos no es fácil. Cuando quieran hablar conmigo lo pueden hacer, sin violencia pasiva, no quiero eso en mi vida".

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Y menos ahora que sabe quién es y qué le gusta: "Soy un chico trans pansexual. Me interesa lo emocional, las vivencias, el rol o identidad de la persona no es relevante para mí", expone. Desde que inició su transición, sostiene relaciones afectivas con hombres y mujeres. Antes de llegar al sexo, se asegura de que la otra persona sepa que es un hombre trans. "No todos son como yo, sin bronca. Hay quienes tienen historias muy fuertes. Se niegan a ver su cuerpo, a tener relaciones desnudos".

Ian quiere efectuarse en algún momento una histerectomía: remover útero y varios. Es por salud, explica. "Las hormonas detienen la regla, en mi caso fue a los tres meses, pero el órgano sigue latente". Tampoco se ha realizo la mastectomía pero el tratamiento redujo las mamas. "Quiero exterminarlas, pero quizá entre en conflicto porque las he tenido toda la vida. Al atrofiarse, puede producirse cáncer. Estoy negado, aunque el endocrinólogo me dijo que debo hacerlo. Hay hombres trans que no se retiran las glándulas, no les pasa nada pero van a consultas. Es este proceso tienes que pensar en todas estas cirugías. Si dejas un momento las hormonas, es para que vuelvan a trabajar los estrógenos y los órganos no se atrofien", cuenta.

Checa el hígado de manera regular y sólo dejaría la testosterona, indica, si su cuerpo resultara afectado. "Debo cuidarme, llevar una vida más sana. Por eso bebo poco".

El cambio físico trajo una mayor comprensión de su entorno. De las personas que Ian sabe que salieron del clóset a los 18 años, hoy varias se identifican como hombres trans, pero en su momento decían ser lesbianas. "Ahora puedo decirlo con risa, pero te haces mucho daño al reproducir lo que otros quieren. En aquellos años de depresión, si alguien me preguntaba '¿estás contenta con tu cuerpo?', me molestaba mucho. Estaba negado. Hoy puedo decir que me encanta mi cuerpo y mi vulva". Otra cosa que aprendió es que, cuando se nace mujer biológica, la familia te permite mostrar afecto: "Eso no sucede con los varones. Es difícil que uno le dé cariño a otro en la calle. Si quieres ser aceptado, debes reproducir machismos. Yo estoy negado a hacerlo, porque ese machismo fue el que no me permitió transitar desde un principio".

Sorprendido, Ian advierte ahora ese machismo en hombres trans: "A veces no se dan cuenta de cuánto reproducen. Necesitan verse tan masculino, que lo reafirman con toda la porquería que hay afuera. He escuchado que dicen: 'así no se comporta un hombre, no seas mariquita, no seas niña'. Incluso hay chicos que son misóginos con las mismas mujeres trans".

Ian planea regresar a las clases de defensa personal: "Claro que me da miedo, el machismo te expone. Conozco el caso de un chico trans violado por su novio de entonces. Hay mucho odio y violaciones correctivas. Por eso, para mí es importante construir una relación afectiva antes del sexo. También temo a relacionarme con alguien emocionalmente y que, cuando se entere de mi condición, se sienta timado. Ya me ha pasado. Pero nunca más me negaré. Tras el asesinato de Alessa Flores, el año pasado, nos reunimos hombres y mujeres trans y entendí que ella no se callaba porque callar es violencia".

Por ahora, Ian sale con una joven trans y se mantiene ocupado: trabaja en la tienda de una compañía telefónica, en un bar y una tintorería, a la cual ingresó con su documentación legal. Alquila un departamento en el Centro de la ciudad que comparte con una mujer y otro chico trans de 21 años, quien huyó de casa por la misma razón.

Aquella pequeña victoria futbolera de la primaria queda en el recuerdo. La que sigue es continuar con su tratamiento, con su vida de varón y nunca más, dice, actuar como los demás dicen. "Mi cerebro es masculino, mi biología es femenina. Pasó mucho tiempo, me costó mucho, pero aquí estoy. Ahora soy libre".

@riveravazg