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fútbol sudamericano

Chapecoense: eternos campeones

Pasarán siglos, y se contará a las niñas y niños del futuro una y otra vez la increíble historia de aquellos míticos mártires que iluminaron cada rincón de Chapecó con sus noches memorables.
Jugadores del Chapecoense festejando su pase a la final // PA Images

La CONMEBOL anunció que otorgará la Copa Sudamericana al Chapecoense en honor a los jugadores que fallecieron en un accidente aéreo cuando viajaban a Colombia el pasado 28 de noviembre para enfrentar al Atlético de Medellín en la final del torneo. Si bien no lograron jugar la final, se han convertido en campeones eternos del futbol sudamericano.

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Cuando los españoles apenas comenzaban a inmiscuir sus narices occidentales en territorio americano —y muy poco antes de la expansión Guaraní—, el terruño que hoy se denomina como el estado brasileño de Santa Catarina era habitado por el pueblo káingang, los hombres del bosque. Tras beber furibundas infusiones de mate y hacer una que otra aplicación de ortiga brava en sus humanidades, esa gente se desperdigaba sigilosa, mimetizada con el follaje, dejando sin tregua a pecaríes, venados y monos. Dos siglos después, el pueblo káingang resistía el embate luso-brasileño por el dominio de los campos de palmas, azuzados por el espíritu único e incombustible de su líder guerrero, el cacique Vitorino Condá, quien a pesar de sucumbir dejó una huella imborrable en la memoria de su gente por su bravura.

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Ya muy entrado el siglo XX, con el futbol instalado como el deporte rey y Brasil como su máxima potencia, con una importante inmigración alemana, austriaca e italiana, el Estado de Santa Catarina gozaba de un importante auge económico basado en la agroindustria, pero no podía despegar en lo que a futbol se refiere. Y dentro de sus urbes, la ciudad de Chapecó se eternizaba en una medianía aún peor que la de sus vecinos, repleta de picados invisibles en divisiones ignotas, escenarios olvidados con una estela de olor a guano de pollo y cerdo. Fue en ese entonces, por allá por 1973, cuando la imaginería del empresariado local quiso apagar la medianía y se decidió a fusionar dos clubes amateurs que dieron origen al Atlético Chapecoense, hito que de forma fulminante cambió la historia del futbol local. Bastaron sólo tres años para que se levantara el Estadio Regional Indio Condá, reducto en el que el espíritu rebelde del líder cacique parecía transir el de quienes vestían la camiseta verde y blanca del Club Atlético Chapecoense, simbiosis que se vio coronada con el histórico Campeonato Catarinense de 1977, que lo llevó a disputar la máxima categoría de Brasil.

Vía CONMEBOL

Tras este maravilloso florecimiento, el espíritu del cacique se adormeció y salvo algunos destellos fugaces, habría de despertar furibundo en 2009 cuando impulsó un impactante ascenso desde la Serie D a la máxima categoría en sólo seis años. Pero sería en 2016 donde el alma de Condá se materializaría en los cuerpos de un grupo de jugadores que encubrirían el nombre del Chapecoénse hacia una gloria insospechada. Atrás quedaron Independiente, Junior de Barranquilla y San Lorenzo, por delante Atlético Nacional de Medellín y el título de la Sudamericana, evento que hizo abordar al plantel el vuelo 2933 de LaMia el 28 de noviembre de 2016.

Unidos los espíritus de la Chapé con una fuerza inquebrantable, dominados por la sublime belleza de la gloria, iniciaron un vuelo hacia el corazón de América que tendría consecuencias imposibles de asimilar para quienes seguimos atados a las leyes de la existencia conocida. Insólitos acontecimientos se sucedieron para silenciar aquellos cantos victoriosos indestructibles, para desfigurar la sonrisa alegre de un pueblo que veía en cada una de sus proezas pruebas de que la voluntad es una virtud capaz de desintegrar los límites de lo posible. Oscuras fuerzas parecían haberse confabulado para ejecutar un castigo tan miserable que no podrá ser explicado ni aunque miles dedicarán sus vidas enteras a encontrar explicación y consuelo.

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Sin embargo, el verde fulgor que emanaba en cada tapada imposible de Danilo, en cada barrida de Neto, en cada cruce exitoso de Thiego, en cada corrida incansable de Dener, a cada balón ganado furiosamente por Cleber, en cada pase profundo logrado por la inspiración de Tiaguinho, en cada pelota besando las redes tras un remate imparable de Bruno, y en cada abrazo victorioso de Caio Júnior, lejos de haberse extinguido, parece haberse fundido con la atmósfera terrestre y haber penetrado la respiración de cada uno de los testigos de su ascensión a los rincones desconocidos del Olimpo.

Pasarán siglos, y con ellos generaciones de herederos de la poderosísima mística ahora eternizada en los pastos del Arena Condá, que protagonizarán nuevas alegrías y perpetuarán el profundo amor entre la verde y sus hinchas que en cada aliento honrarán la memoria de los inmortales y del gran Vitorino Condá. Pasarán siglos, y se contará a las niñas y niños del futuro una y otra vez la increíble historia de aquellos míticos mártires que iluminaron cada rincón de Chapecó con sus noches memorables. Pasarán siglos y otras historias remecerán el inconsciente colectivo y otros colores serán inspirados a alcanzar cumbres que no son posibles de imaginar. Pero siempre, sobre ese rastro de historia aún por escribirse, perdurará el jolgorio del triunfo alcanzado, esa victoria definitiva alcanzada en los eternos salones de la memoria colectiva.