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ESPAÑA

Hablamos con españoles que han tenido el mismo trabajo toda su vida

Ahora parece imposible, pero hubo una época en la que un trabajo era algo para toda la vida.

Hubo una época en la que la gente acostumbraba a trabajar toda la vida en el mismo lugar. Algunas veces por pretensión y, otras, porque no había alternativa; la mayoría, a causa de las dos cosas juntas. Los oficios aún eran algo a lo que dedicarse para ganarse bien la vida, las empresas incentivaban la fidelidad de sus trabajadores, la dictadura franquista mandaba en España, el extranjero quedaba muy lejos, los vuelos low-cost no eran ni una utopía, Marc Zuckerberg no había nacido, a nadie se le había pasado por la cabeza los vergonzantes contratos de un día y la economía estaba tan mal –sí, peor que ahora- que aquello de dedicarse a lo que a uno le apasionaba solo quedaba al alcance de las clases pudientes.

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Hay un momento de El día del Watusi de Francisco Casavella en el que Ballesta le explica al narrador, Atienza, la relación de Napoleón con la rutina: <<-Eso es lo que hace el día después de conquistar Lombardía, un día de descanso en el que apenas ha dormido la noche anterior, porque tiene mal de amores: redacta esas dos cartas y, ojeroso, asténico, revisa un poco la rutina. ¿Quieres que te siga contando lo que hizo Napoleón ese día de descanso? ¿Qué era para él supervisar la rutina?-. Y me lo siguió contando. Ese mismo día de un descanso torturado por las pasiones, Napoleón dicta una orden a Bethier para que ocupe Alejandría, un informe al Directorio sobre los refuerzos que necesita con urgencia, un ultimátum al Senado de Génova a propósito de ciertos asesinatos de soldados, una carta de presentación a Murat al mismo Senado, la orden de vender los cañones que se hallan aún en la Riviera, orden a Massera de proverse de municiones en el arsenal de Venecia, orden a Lannes de detener su avance, orden de enviar los prisioneros sospechosos a Tortona, orden de enviar una división a Tolón, conminando a Kellerman que el dinero y las tropas ya están en camino… -Y en la biografía que leí decía: 'entre otros documentos'. ¿Entiendes lo que quiero decir, Fernando? Para Napoleón, la rutina es la escalada al poder para decidir el futuro de Europa. ¡Y en el tiempo en que otros aún están afilando los lápices de la oportunidad y la conciencia!>>.

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La postura ideológica que un individuo tiene sobre la rutina es una balanza adecuada para conocer lo imprescindible de él. Sirve prácticamente tanto como preguntarle cuál fue la última vez que visitó un museo; te desvela la parte oculta de la luna sin demasiados problemas. Como dijo Arthur C. Clarke, <>. Alguien te genera desconfianza tanto si vive acomodado y feliz en la rutina como si no para de luchar para salir de su zona de confort tal como le han inculcado los gurús. Lo cierto es que nuestros protagonistas se inclinaron por la primera opción sin arrepentirse de ello.

Montse Bosch, 65 años, ha trabajado 49 años como estilista en Llongueras

"A los quince años decidí ser estilista. Acabé la educación obligatoria y comencé a trabajar. Muy pronto una estilista que ya estaba en Llongueras me recomendó y así entré en la empresa en la que he estado el resto de mi vida profesional". Ahora ya se ha jubilado, pero sigue quedando de vez en cuando para comer con los compañeros –y con Lluís, al que aún llaman 'el jefe'- que como ella trabajaron medio siglo en Llongueras, la empresa que modernizó el estilo de las mujeres barcelonesas en pleno franquismo.

Gracias a ello se convirtieron en referencias mundiales en su ámbito y acompañaron a Lluís por todo el mundo haciendo unos shows dalinianos que internacionalizaron la empresa. "Nunca he pensado en trabajar como estilista en otro lugar. Lo que sí valoré en algún momento fue montar una franquicia propia de Llongueras. De todas formas, al final no lo hice". Desde el principio del negocio, en los años cincuenta, hasta ahora Llongueras ha pagado según se trabaja. El sueldo base es escaso y sube exponencialmente cuanto más se atienda, así que si alguien es un vago no tiene mucho sentido que siga en el puesto de trabajo. "Este sistema creaba mucha competitividad entre los trabajadores, pero yo siempre he estado a gusto porque he sido muy currante", explica Bosch. Aunque admite que lo peor de su trabajo ha sido el poco tiempo que ha tenido para estar con su familia a causa de los horarios maratonianos.

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Haber trabajado siempre en la misma empresa suele comportar haber vivido siempre en la misma ciudad. Bosch lo ha manejado así: "no me gusta la rutina. Y aunque mi trabajo siempre ha sido bastante rutinario, fuera de él he hecho cosas muy diferentes. Creo que Barcelona es una de las mejores ciudades del mundo. Por eso, aunque he viajado mucho, nunca me he querido ir a vivir a otro lugar", concluye.

Carles Domènech, 81 años, ha trabajado 68 años como agricultor

No es raro que un payés nacido en una de las zonas más vinícolas de Catalunya, la pequeña población de La Granada del Penedès, decidiese tirar por lo que tenía más al alcance cuando en su adolescencia, y sin posibilidad económica de continuar los estudios primarios, se vio obligado a empezar a trabajar. Sobre todo porque España vivía un periodo de posguerra en el que se pasaba hambre. "Yo he tenido que trabajar mucho, de sol a sol, pero nunca he pasado hambre. Nosotros mismos –refiriéndose a su mujer, Ramona, y a él- nos autoabastecíamos gracias a nuestras cosechas y nuestros animales. El sábado nos íbamos al mercado de Vilafranca a vender gallinas y conejos y, a cambio, comprábamos arenque y bacalao. Además, cada invierno matábamos dos cerdos. Con eso íbamos tirando", explica Carles Domènech a sus ochenta y un años. "Nunca me planteé ni soñé con dedicarme a otra cosa porque no había otra opción", añade mientras sonríe.

Domènech ha tenido tres infartos y lleva un marcapasos. Mientras lo observas vivir no lo parece. "No me arrepiento de nada de lo que he hecho. He tenido una libertad que no han disfrutado los que han trabajado para alguien. Es verdad que ha habido días que he trabajado quince horas, pero al día siguiente, si me ha apetecido, me he podido dar fiesta sin dar explicaciones a nadie", explica mientras da un golpe en la mesa para reforzar su postura. "A los trece años empecé a ir a la viña. Había nacido en una masía de las afueras del pueblo y cuando me casé con Ramona me vine a vivir a esta casa, que era de mis suegros, y aquí he vivido cincuenta y siete años. En este pueblo no se vivía de otra cosa que no fuese la agricultura". Ahora todo es diferente. En La Granada ya solo hay cuatro personas que vivan exclusivamente de la agricultura. Y la maquinaria, a diferencia de antes que se trabajaba con las manos y un caballo, lo es todo.

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"En la actualidad ser payés es un trabajo como otro cualquiera, pero antes no era así. Era lo más bajo de todo, un martirio. De todas formas, aunque cobráramos poco, no había tantos recibos y gastos diarios. No podías gastar porque no había, pero con cuatro céntimos pasabas la semana. Nuestra distracción era bailar sardanas". La misma tarde que hablo con él ha cogido el coche y las tijeras de podar eléctricas para pasarse un rato en la viña hasta las cinco, cuando ha vuelto a casa para atenderme. Se queja de que ahora le obligan a sacarse todo tipo de carnets para ejercer un trabajo que ha hecho toda la vida.

Lluis Permanyer, 77 años, ha trabajado 51 años como periodista en 'La Vanguardia' 

En cambio, Lluis Permanyer nació en una ciudad: Barcelona. "Yo de pequeño soñaba con ser jugador de fútbol, después estudié Derecho sin ninguna pretensión de ejercer y finalmente empecé a colaborar como periodista en  El Correo Catalán. Más tarde, cuando tenía 26 años,  La Vanguardia se fijó en mí para hacer de corresponsal en París y desde entonces hasta ahora, que sigo colaborando con ellos semanalmente con un artículo, he estado allí", explica el cronista oficial de Barcelona a sus 77 años. Nació el año en que acabó la Guerra Civil española y acaba de publicar su último libro,  Barcelona nocturna.

"'La Vanguardia' me propuso ir a hacer de corresponsal a París en el año 66. Yo les dije que hasta entonces había hecho cultura y no había tocado la política internacional. El jefe de sección me contestó que eso no tenía importancia, que yo fuese a París, me leyera una biografía de De Gaulle y cada día parase atención a las páginas de Internacional de nuestro diario. De esta manera, después de quince días ya haría unas crónicas magníficas", sigue contando desde una boca que está abrigada por un bigote alargado que mira tímidamente hacia el cielo. "Yo le expliqué que ese no era mi estilo, que primero quería formarme. Y cuando estuve formado seis meses después no pude ir porque ya había ido otro. Pero no me arrepiento. Trabajé veinte años en la sección de Internacional porque nos encontrábamos en plena época franquista, sufriendo una censura tremenda, y consideré que esa era la sección más cómoda y gratificante para trabajar en el diario. Una vez acabado el franquismo, pedí pasar a la sección de Barcelona", añade.

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Y explica que nunca ha estado pendiente del dinero porque si lo hubiese estado se habría dedicado a otro trabajo mucho mejor remunerado. Pero entonces "habría sido un desgraciado". Para concluir, le pregunto por cómo ha lidiado con la rutina. "No me disgusta, siempre que sea la de mi trabajo. Yo mismo odiaba esta ciudad cuando estudiaba en la facultad de Derecho. Aparte de futbolista, entonces quería ser diplomático para irme de aquí. Y cuando hice periodismo quería ser corresponsal para irme de aquí".

Conxita Jordà, 61 años, ha trabajado 40 años como administrativa en Aismalibar, empresa posteriormente adquirida por Alcatel y Nexans

Conxita Jordà es mi madre. Se acaba de jubilar con 61 años después de haber perdido el trabajo hace cuatro a través de un ERE y también ha dedicado toda la vida laboral a lo mismo: administrativa en una empresa de caucho y plásticos, Aismalibar –la patrocinadora del histórico equipo de baloncesto de Montcada i Reixac, el cual llegó a luchar por ganar la liga española en las décadas de los cincuenta y sesenta-, que más tarde compró Alcatel y, posteriormente, Nexans.

"Mi padre ya estaba trabajando allí –mi abuelo trabajó 35 años en Aismalibar- y yo pasé dos pruebas para entrar. En aquella época una gran parte de la gente de Montcada i Reixac trabajaba en esta empresa. Cuando entré con 17 años me pusieron en el archivo técnico y después pasé a importación atendiendo llamadas de vendedores extranjeros. Mi aspiración era aprender idiomas y ya había ido a clases de inglés y francés en una academia. Por eso también hacía de intérprete de mi jefe, quien no sabía idiomas, cuando venían visitas extranjeras". Mi madre tan solo había hecho la enseñanza básica. "Fui tonta por no seguir estudiando. Tanto mis profesores como mis padres querían que yo lo siguiera haciendo, pero como en esa época lo normal era que las chicas no estudiaran, no di el paso. Si hoy en día fuese joven seguramente estudiaría biología". Un sueño truncado más de una generación, como casi todas, que nació en el momento equivocado.

A mi madre le gustó su trabajo hasta los 54 años. Hasta entonces no le preocupaba la rutina a pesar de trabajar en el mismo puesto porque cada día se dedicaba a llevar a cabo tareas diferentes: atender por teléfono a los clientes, hacer pedidos, traducir textos o ir a ferias.  Más adelante, el trato de sus jefes hacia ella cambió y el ambiente se enrareció. "Fue el único momento en el que me hubiese gustado cambiar de trabajo, pero con esa edad no me hubiesen cogido en ningún sitio. De hecho, así sucedió una vez me echaron: estuve cuatro años en el paro y nunca me llamaron". Pero la vida aún le tiene guardadas algunas cosas: "no me he planteado cambiar de ciudad hasta ahora, que estoy jubilada. Quizá ahora sí que me gustaría irme con mi marido a vivir a un pueblo pequeño y tranquilo, alejado de todo".