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El trágico enigma de Salvador Sánchez

El 12 de agosto de 1982, el campeón pluma del mundo murió en un accidente de auto. Treinta años después, el potencial de Salvador Sánchez sigue siendo uno de los grandes enigmas del boxeo.

Danny Lopez había su título pluma del WBC ocho veces para cuando, en febrero de 1980, subió al cuadrilátero contra un mexicano poco conocido, Salvador Sánchez. López era tan duro como el que más, con un record de 42-3, y una pegada atronadora. De hecho, López aparecía en el lugar 26 en la lista de los cien mejores golpeadores de la revista Ring. Aquella noche de 1980, sin embargo, su rival se robó el espectáculo e inició la leyenda de Salvador Sánchez.

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A pesar de su breve carrera en el cuadrilátero, Salvador Sánchez aún es considerado uno de los grandes, y apreciar su trabajo incluso a la temprana edad de 21 años dejará claro por qué. Sánchez fue un boxeador y un pegador muy completo. No era el tipo de púgil que podía hacer poco adentro y que se salía con la suya en el exterior, o viceversa, sino un boxeador cuyo juego en cercanías y desde la distancia se retroalimentaban y operaban en una sinergia. Contra López, el excelente juego de piernas y los disciplinados movimientos de cabeza le permitieron sacar la mejor parte de los intercambios y evitar los grandes golpes de "Little Red". Incluso cuando lo conectó, Sánchez pivoteaba, movía su cabeza, cambiaba de dirección o acortaba la distancia para agobiar a López. Se trataba de un hombre con mucho más oficio dentro del ring del que su edad supondría.

Sánchez exhibiría un jab recto, latigueante, poco entregado, y al alejarse conectó en muchas ocasiones con él. Pero su jab servía así mismo para iniciar la ofensiva. Un cambio de nivel después del jab pasaba a Sánchez por debajo del ataque de López y le permitía atacar el cuerpo o volver a una postura erguida y lanzar un counter a la cabeza de López.

Entre su bello jab y su boxeo superior, Sánchez se agachaba sobre la cintura de López y se daba vuelo iniciando con el trabajo al cuerpo cuando López se ponía demasiado agresivo en su persecución.

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Fue a través del jab y de ese largo volado de ángulo cambiante que Julio César Chávez y tantos otros grandes boxeadores mexicanos han explotado desde entonces, que Sánchez pudo cerrarle el ojo izquierdo a López. En el round 13 otro de estos derechazos de mirar hacia abajo y llegar por arriba aprovechó el punto ciego de López y lo mandó de espaldas para el nocaut técnico.

Pero si Salvador Sánchez era bueno, ¿entonces por qué no has escuchado nada de él, a menos de que te lleves con fanáticos duros del boxeo, o con historiadores? Resulta que tres años después de haber ganado el título, murió. El Porsche que manejaba el boxeador de veintitrés años se estampó contra un camión y miles de preguntas quedaron sin respuesta. Tenemos la fortuna de que, aunque muchas las 46 peleas en la carrera de Sánchez no están grabadas, defendió su título diez veces en los dos años y medio que pasaron desde que se lo arrancó a López y su trágica muerte. Lo que existe de la obra de Sánchez es una maravilla que hay que apreciar.

Antes de superar a Rubén Castillo, Sánchez despachó a López en una revancha, esta vez sorprendió al estadounidense con una bellísima seguidilla a corta distancia en el round 14.

Sánchez superó cuatro defensas más y en agosto de 1981 se enfrentó al gran Wilfredo Gómez. Uno de los mejores golpeadores de todos los tiempos, el puertorriqueño tenía una racha de nocauts que se extendía 32 peleas atrás. Nadie lo había llevado a terminar una pelea desde su debut profesional y nunca había perdido como profesional. Era el campeón de peso pluma junior contra el campeón peso pluma, pero Gómez, un poco más pequeño, era el favorito en las apuestas.

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La pelea comenzó con Sánchez tirando el jab y moviéndose y Gómez intentando acortar la distancia. Gómez logró llevar a Sánchez a las cuerdas y comenzó a abrirse paso con golpes pero, de pronto, estaba en la lona..

Sánchez olfateó la sangre en el agua y de inmediato se lanzó sobre él después de recibir la cuenta de protección. Gómez golpeaba como un hombre en el borde del precipicio y Sánchez le seguía tirando golpes, pero Gómez logró aguantar hasta el final del round. Una vez que quedó atrás la posibilidad de terminar la pelea temprano, Sánchez volvió a pelear con más método, y Gómez tuvo algo de éxito en la parte de adentro. Sánchez utilizó su jab pero con frecuencia recaía en las cuerdas y peleaba con la espalda contra ellas con cierto éxito, gracias a su juego de cintura, a su lucha por la posición de la cabeza y al utilizar el roll de hombro.

Conforme los ojos de Gómez comenzaban a cerrarse, Sánchez empezó a hacer blanco más seguido. Le pintó golpes por toda la cara con la esperanza de que aceleraría la hinchazón y cegaría a su oponente.

Para el octavo round, la cara de Gómez estaba inflamada; sus facciones estaban tan ocultas que parecía un melón. Le costaba mucho trabajo ver los golpes pero aún así seguía yendo al frente heroicamente. Después de que Sánchez conectó un buen golpe con la espalda contra las cuerdas, giró a Gómez hacia ellas. Sánchez soltó las manos, la derecha se coló y tiró a Gómez una vez más, y el referí paró la pelea.

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La estrella de Sánchez comenzaba a brillar. Había noqueado a un favorito de la afición y comenzaba a recibir la atención que merecía cuando murió en ese accidente de tránsito. Tres semanas después de haber noqueado al durísimo Azumah Nelson para sumar su décima defensa en julio de 1982, la historia de Salvador Sánchez había concluido.

Quizá no haya sido el boxeador más fino que hayan visto, pero todos los detalles de la historia de Salvador Sánchez tienen un asterisco al lado: tenía solamente veintitrés años cuando murió. Imagínense si Floyd Mayweather hubiera desaparecido unos meses después de haber peleado contra Diego Corrales, o si Roy Jones nunca llegado a aquella pelea contra Bernard Hopkins. O incluso si Muhammad Ali hubiera abandonado el deporte después de su segunda pelea con Sonny Liston y nunca hubiera regresado. No hay nada que nos diga que Salvador Sánchez habría seguido mejorando y que se convertiría en el mejor peso pluma de todos los tiempos; tuvo algunas peleas difíciles y algunos verdaderos pleitos y había estado peleando como profesional desde los dieciséis años. Pero tampoco hay nada que nos diga que no habría sido así.

Las preguntas sin respuesta en el boxeo son las que obligan a debatir y especular por décadas. Las peleas de ensueño que estuvieron a centímetros de realizarse o los peleadores que pensaron en dar un giro a su carrera en otra división pero nunca lo hicieron. El potencial de Salvador Sánchez es quizá el enigma más desesperante y trágico de todo el boxeo.