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Fotos

Harry Benson

Harry Benson ha hecho algunos de los más icónicos y reconocibles retratos de todo el siglo XX. Benson se dedicó a fotografiar a un verdadero quién-es-quién de personalidades, de los Beatles a Muhammad Ali pasando por Martin Luther King Jr. y, como es...

Harry Benson ha hecho algunos de los más icónicos y reconocibles retratos de todo el siglo XX. Tras dar sus primeros pasos en la londinense Fleet Street, trabajando para esa bullanga diaria que es la industria de la prensa británica, Benson se dedicó a fotografiar a un verdadero quién-es-quién de personalidades, de los Beatles a Muhammad Ali pasando por Martin Luther King Jr. y, como es sabido, Robert F. Kennedy momentos antes de ser asesinado. Benson parece estar siempre allí donde algo está a punto de cocerse, lo cual se debe básicamente por sus encargos para la revista Life.

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Benson también ha tomado fotos en situaciones increíblemente peligrosas; por ejemplo, en Bosnia, en plena guerra, y en Irak, durante la primera guerra del Golfo. Estuvo trabajando in situ entre los paramilitares del IRA mucho antes de que existiera el concepto mismo de periodismo de trincheras.

Pero Harry, no lo olvidemos, es además un maestro retratando personajes famosos. Ha producido para People y Vanity Fair algunas de las imágenes más cálidas jamás hechas de celebridades que, por lo general, suelen parecer marqueses en las fotos. Siempre habrá algo espontáneo, divertido y fuera de lo común si es Harry Benson quien maneja la cámara. No es una exageración afirmar que se trata de uno de los fotógrafos más importantes de los últimos 50 años.

Recientemente nos citamos con él en su apartamento del Upper East Side. Benson habla con un ligera acento escocés y dice, “You know what I mean?” de esa manera tan característica de los escoceses. Su mujer y mejor amiga, Gigi, sirve amablemente té en tazas con el logo de Penguin Books mientras Harry nos explica historias sobre su vida y su carrera.

Vice: ¿Cómo decide qué encargos acepta o rechaza?
Harry Benson: Siempre he aceptado cualquier mierda que me llegue. Uno nunca sabe lo que se va encontrar a menos que salga por la puerta.

Tampoco parece tener manías en cuanto al tipo de fotografía que hace. En su trabajo encontramos lujosos retratos de famosos y crudo fotoperiodismo en similar medida.
Nunca he sido un fotógrafo especializado. Ahora bien, nunca me he dedicado a la publicidad.

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Debe ser lo único que no ha hecho. ¿A qué se debe?
Porque me aburre. Me gusta la idea de no tener expectativas cuando voy a un sitio, ¿sabes a lo que me refiero? ¿Crees que tiene sentido?

Definitivamente lo tiene. También me preguntaba cuán sería la proporción en su trabajo entre encargos y cosas que usted mismo ha querido hacer.
Bueno, esto es algo que siempre me ha resultado difícil, y ahora estoy hablando como un político, siempre he encontrado difícil fotografiar por diversión. Debo hacerlo movido por la rabia, es decir, que he de tener un propósito concreto. Yo no podría irme a pasear por New York sólo para tomar unas fotos. Pero si tengo un encargo puedo hacer tabla rasa y concentrarme en las imágenes. Uno no se mete en una pelea a menos que la esté buscando.

Eso significa que le gusta la sensación de estar en una misión, algo inherente a cualquier encargo.
A diferencia de Cartier-Bresson, por poner un ejemplo. Las cosas que fotografiaba sucedían porque tenían que suceder.

Sí, era como si saliera a la calle a esperar el momento exacto.
Eso no ocurre conmigo.

Es sorprendente que me hable de rabia. Sus retratos son siempre muy considerados hacia la persona fotografiada.
Cuando digo “rabia” me refiero a concentración. Cuando tenía que fotografiar famosos la sesión siempre salía mejor si me sentía un poco nervioso o incómodo. Me aproximaba a ellos tanto como podía y no podía importarme menos lo que después pensaran de mí. Dicho esto, muy pocas de mis fotos han servido para desacreditor a nadie. No me salgo de mi camino para herir al prójimo.

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Nancy y Ronald Reagan. La Casa Blanca, Washington, DC, 1985

Hillary y Bill Clinton. Little Rock, Arkansas, 1992

Oh, no, no intenta que la gente parezca grotesca. Más bien al contrario.
Hace poco tuve ocasión de ver un primer plano de Condoleezza Rice en el que se apreciaba hasta la última erupción cutánea. Una foto tramposa. Esa era una foto realmente tramposa.

Estoy de acuerdo.
Eso no es jugar limpio. Es como sacar una foto de Richard Nixon en la que detrás, sin que él se diese cuenta, hubiera un cartel que dijera “El mayor perdedor de todos los tiempos”.

Usted ha fotografiado fotógrafos de todas partes y a todos los ha tratado con igual respeto desde el punto de vista estético. ¿Debe dejar de lado sus preferencias políticas para hacer eso?
He fotografiado a todos y cada uno de los presidentes americanos desde Eisenhower, y jamás he dejado mis opiniones políticas al margen. Yo diría que es más sencillo trabajar con los republicanos que con los demócratas. Los republicanos no se andan con tantas triquiñuelas. Los demócratas tienen inclinación a mentirte. Con excepción de Clinton, cuando tenía que entrevistar a un presidente demócrata en la Casa Blanca siempre se encargaban de que allí hubiera también un fotógrafo oficial todo el tiempo. Clinton, por el contrario, prescindía de ellos en cuanto entraba en la habitación. Ahora bien, era mucho más fácil trabajar con Reagan y Nixon.

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¿Eran más directos?
Tenían buenos modales. La gente a su alrededor también los tenía. Eso es importante, ¿sabes?

¿Hubo algún presidente especialmente difícil de fotografiar?
Jimmy Carter. Pero nunca me impidió hacer lo que yo quería. He de aclarar que, aunque admita que era más fácil trabajar con los republicanos, mis opiniones políticas tienen más que ver con las de los demócratas.

Miembros del IRA. Irlanda del Norte, 1985

¿Qué puede decirme de cuando se fue a fotografiar a los paramilitares del IRA en Belfast en los años 80?
Que había que andarse con cuidado.

Eso me parece quedarse corto.
Eran gente peligrosa, pero yo no tenía miedo. Más me preocupaban los británicos.

¿Se refiere a lo que podría haberle pasado si los soldados británicos le hubieran detenido mientras estaba con los miembros del IRA?
Eso es. Cuando estaba de maniobras con el IRA me dijeron que si me cogían, me ejecutarían. No se preocupaban de encarcelarte, te pegaban un tiro sin más. Una noche, una patrulla británica pasó cerca de nosotros y tuvimos que escondernos en una charca de lodo.

Muchas de esas fotografías aparecieron en la revista Life. Me encanta la foto en que unos soldados del IRA posan apuntando un arma a la cabeza de un hombre con una máscara del príncipe Carlos.
Una vez terminé el encargo empecé a recibir llamadas de la CIA y de los británicos. Querían que hablara con ellos. Yo les dije, “¡Ustedes deben pensar que no estoy en mis cabales! ¿Realmente creen que voy a ir a hablarles del IRA?” De hacer eso seguro que los del IRA no iban a enviarme una tarjeta de felicitación navideña precisamente, ya sabes a qué me refiero. Y además fue interesante conocerles, porque sirvió para darme cuenta de que era imposible saber quién era miembro del IRA y quién no. Podía ser cualquiera.

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Miembro del IRA fabricando una bomba. Belfast, 1985

Es fascinante esa foto suya de un miembro del IRA fabricando una bomba. En una típica casa de Belfast sin más camuflaje que unas cortinas.
Justo en el corazón de Belfast. Una bomba de verdad. Podías olerla. De hecho, comenzabas a percibir su olor acre a 20 yardas de distancia. Yo no podía entenderlo. Las patrullas británicas siempre estaban rondando, y si yo podía olerla, ¿cómo no iba a poder un perro?

¿Trabó amistad con los del IRA mientras estuvo con ellos?
Claro. Se despojaban de sus máscaras y tomábamos té. Allí estábamos, en sus escondites, preparando unos huevos con bacon… Lo pasé bien.

Pero fueron tiempos brutales.
Brutales, sí. Terribles. Yo creo que el 9/11 tuvo mucho que ver a ponerles fin. Ser terrorista dejó de ser chic, especialmente en occidente. Y dejaron de recibir ayuda de Boston.

¿Hubo algún encargo en particular que le produjese una clara sensación de peligro?
Lo más duro sucedió cuando trabajaba para el London Daily Express. Había un lord… No, no era un lord, sino un duque. Se iba a casar con una mujer de la limpieza.

Harry Benson con Lord Beaverbrook. Sussex, Inglaterra, 1963 ¿Hubo algún encargo en particular que le produjese una clara sensación de peligro?
Lo más duro sucedió cuando trabajaba para el London Daily Express. Había un lord… No, no era un lord, sino un duque. Se iba a casar con una mujer de la limpieza.

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Cruzando la línea entre clases…
Correcto. Y todos en Fleet Street andaban detrás de conseguir una foto. No las arreglamos para seguirles la pista hasta un restaurante de Londres. Un lugar llamado Caprice. El reportero entró primero, echó una ojeada y luego me indicó dónde estaban sentados. Por supuesto, no estaban cerca de la puerta sino más atrás, en una esquina. Así que voy yo y entro en el local, saco la cámara que llevaba debajo del abrigo, hago la foto, ¡bang! Y me dispongo a irme. Los camareros empezaron a gritar, “¡detenedle! ¡cortadle el paso!” Fue muy desagradable.

¿Para usted eso fue más peligroso que estar en Bosnia o en Irak?
¡Sí! Digamos que fue más inquietante. En Bosnia estaba corriendo riesgos calculados. En esto otro concurrían una serie de circunstancias totalmente distintas. Y no fue nada bonito.

En los tiempos en que usted empezó a trabajar en Fleet Street la competencia era muy dura, muchos jóvenes fotógrafos peleándose—a menudo literalmente—por conseguir primero una foto. Casi como un deporte. O un juego.
Era un juego y al mismo tiempo no lo era. Si uno no conseguía lo que se necesitaba, sabía que a las 11 de la noche el viejo, mi jefe, estaría al teléfono y no muy contento. Y estoy hablando de Lord Beaverbrook, el hombre más cercano a Churchill durante la guerra. No tardabas mucho en enterarte si alguien se te había adelantado. No era agradable cuando eso pasaba.

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No da la impresión de que Lord Beaverbrook fuese un hombre de quien uno quisiera sentirse desaprobado.
No. Pero también era un hombre que no dudaba en defenderte si necesitabas ayuda. Por ejemplo, yendo a fotografiar a un duque o algo así [risas].

Es interesante que en el mundo de Fleet Street de la época estén, en parte, las raíces del periodismo sensacionalista de hoy. Parece como si entonces hubiera algo más sofisticado, algo con más clase en este tipo de fotografía.
Nadie iba detrás de una historia como la gente de Fleet Street. “¡Soltad a los perros!”, decía el editor jefe. Era divertido. Recuerdo cuando fui a Nigeria o Yalta, uno de esos sitios. Estábamos alojados en un hotel viejo y cutre, yo y un tipo que durante la guerra había sido miembro del Servicio Británico de Inteligencia. Educado en Oxford, corresponsal en el extranjero… Uno de los favoritos de Beaverbrook. Nos registramos y entonces descubrimos que, aunque había teléfono en cada habitación, el hotel sólo disponía de una línea. Todos los teléfonos estaban conectados a la misma línea, y el sitio estaba lleno de periodistas. Del Evening Times, del New York Times…

La competencia en pleno.
Todos estaban ahí, de modo que mi socio se dirigió al hombre que se encargaba de la línea telefónica y le preguntó, “¿Cuál es el mejor restaurante de por aquí?” El hombre le respondió que el Cock-a-Doo o algo así [risas]. Allí fuimos. Almorzamos y, cuando regresamos, le dijimos al tipo, “Eh, gracias, amigo. Realmente formidable”, y le dimos 50 libras al recepcionista. Más de lo que ganaba en seis meses. ¿Adivinas quiénes pudieron hacer todas sus llamadas? Daba igual lo que ocurriera, nosotros teníamos siempre conexión directa con Londres. En el bar oíamos a los otros reporteros decir cosas como, “¡Se me cortó la línea justo en medio de una frase!”. No les quedaba más remedio que desplazarse 30 o 40 millas hasta un sitio en el que poder enviar sus reportes.

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Por lo que he leído, en aquellos tiempos no tenía usted problemas en enfrentarse físicamente a la competencia.
Y luego me dejaban libre el terreno, así que no me suponía ningún trastorno. Pero no es que fuese por ahí buscando pelea.

Pero en el calor del momento, con todo el mundo pugnando por conseguir la misma imagen…
Oh, sí. Pero yo tuve la suerte de trabajar con mucha buena gente. Gente lista y bien educada.

Asesinato de Robert F. Kennedy. Hotel Ambassador, Los Angeles, 1968

Tengo entendido que Lord Beaverbrook le dio el que usted considera el mejor consejo de toda su carrera en lo que se refiere a fotografiar a alguien, ¿no?
Me dijo, “Adulación: no te quedes corto de ella”. Y tenía razón. Es lo que la gente quiere oír cuando les estás fotografiando. Quieren que les digas, “Oh, me encantó tu película”, aunque en realidad te pareciese una mierda. ¿Sabes a lo que me refiero? Pero no tiendo a hablar mucho cuando estoy haciendo fotos. Si tuviera que fotografiarte y la noche antes me quisieras invitar a cenar, no iría. Para que no tuvieses ocasión de calibrarme y saber de qué pie cojeo. Podrías preguntarme, “¿Dónde tiene intención de hacerme las fotos?”, y yo respondería, por ejemplo, que en la piscina: “Me encantaría fotografiarte en tu piscina, con tus perros”. Y tú me dirías que es una gran idea pero después tu esposa te recordaría no se qué programa urbano que retiró las piscinas para los niños desfavorecidos o, qué sé yo, algo así. Y, ¿adivinas quién no iría la mañana siguiente a la piscina para que le hagan unas fotos? ¡Acabaríamos haciendo la sesión en una biblioteca!

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Es decir, que si llega usted sin haberles anticipado nada, disponen de menos tiempo para discutirle las ideas.
Hay que mantener la espontaneidad. De igual modo, si después me llaman diciéndome, “Harry, ¿querrías venir a cenar conmigo esta noche?”, hago lo posible por terminar la conversación cuanto antes. No quiero a alguien como Jack Nicholson diciendo, “Oye, esa foto mía con el baño de burbujas… Por favor, no la utilices”. Es un problema, porque todos se creen que son mi nuevo mejor amigo. Lo que hago es decirle a todos los reporteros con los que trabajo que no estoy para nadie, y que si alguien les pregunta que respondan que he desaparecido y que las fotos ya están enviadas a Nueva York.

Si lograsen entablar una relación más próxima con usted, seguramente intentarían que aceptase sus condiciones, ¿no?
Eso es, y sus condiciones no me interesan. Yo quiero que se metan en el baño de espuma, ¿sabes?

¿Cómo prepara usted una sesión fotográfica? ¿Investiga antes al protagonista?
No mucho. Con saber de quién se trata me basta. Investigar demasiado puede hacer que un fotógrafo o un escritor tienda a ornamentar demasiado las cosas. Yo, como fotógrafo, creo que es bueno conservar la espontaneidad. Y hacer que se muevan. Si tienes a alguien parado durante mucho rato, les entra el rigor mortis. Puedes verlo en sus ojos.

Debe tener usted buena mano con la gente para poder hacer lo que hace…
Si no puedo llevarme bien con alguien durante una o dos horas, es que algo pasa conmigo. No voy a las sesiones con una actitud determinada y tampoco con un equipo de ayudantes. Por lo general voy solo. Además, los fotógrafos tienen el hábito de presentarse con aspecto de un encargado de mantenimiento. Recuerdo que en cierta ocasión, en la Casa Blanca, un fotógrafo me preguntó, “¿Cómo es que a ti te han invitado a ir al segundo piso, a las zonas privadas, y a nosotros no?” Yo respondí: “Simple. Porque vosotros vais vestidos de puta pena. Mírate. Yo no te dejaría entrar en mi casa”. Yo me pongo un traje y corbata, y así muestro respeto tanto a la persona a la que voy a fotografiar como al periódico o revista a la que represento. Puedo guardar mis lentes en los bolsillos y eso es todo lo que necesito. Por dentro sigo siendo el mismo cabrón, el mismo depredador al acecho, pero tengo libre acceso. Los otros fotógrafos, que van vestidos como si hubieran venido a arreglar el sistema eléctrico, no lo tienen.

¿Qué opina de las fotografías que se publican actualmente en las revistas?
Hoy en día hay demasiadas fotos que son como artefactos. Todo está demasiado preparado. No hay vida en las fotografías de Annie Leibovitz. Los protagonistas parecen muñecos de cera del museo de Madame Tussauds.

Yo espero, y lo digo en serio, que ese tipo de fotografía pase pronto de moda y se quede pasado de moda para siempre.
Otra cosa que ese método ha provocado es que prácticamente todos los fotógrafos jóvenes piensen, “He de preparar bien todas las luces y llevar conmigo tres ayudantes”. Chorradas. Aunque yo creo que todo eso está agonizando ya.

¿Es la fotografía digital una buena forma de contrarrestar todo ese material sobreproducido?
Creo que es algo mágico. Ha insuflado nueva vida a mi propio trabajo.

Pero también ha propiciado cosas chungas, como la aparición de esos paparazzi que van persiguiendo a todas partes a los famosos.
No sé. Si yo fuera un agente de Hollywood, le diría a mis clientes, “Ve al supermercado con tu vestido más sexy y sal con un salami enorme en la mano”. En vez de eso se visten como si fueran a recibir un Oscar y luego les critican por la ropa que llevan. No tiene sentido.

Así que deberían aprender a manipular a los paparazzi para que salieran buenas fotos suyas en las revistas. Es un modo nuevo de enfocar el problema.
¡Deberían pagar a los paparazzi para que les hicieran fotos! Yo encuentro que es una solución muy sencilla.