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Cultură

La pandemia global de la telenovela - Parte 1

La mayor exportación de México al mundo es un caudaloso río de televisión demente.

El fotógrafo Stefan Ruiz goza de un acceso íntimo y privilegiado al mundo de las teleno-velas. Estas fotos representan una pequeña fracción del trabajo que ha llevado a cabo en los últimos años. Ruiz: “Es muy difícil tener acceso a los platós de las telenovelas porque quieren controlar su imagen. Los rodajes son muy rápidos y, al contrario que en las series americanas, hay un comienzo y un final claros y no quieren extraños que puedan revelar detalles a los televidentes fieles. En un principio yo estaba haciendo un reportaje para la revista Colors, pero caí tan bien a los responsables de las telenovelas que me dieron permiso para ir a hacer fotos unas cuantas veces”. “Este dormitorio es parte del set del Instituto de la Telenovela, ubicado cerca de los platós profesionales donde se ruedan los programas. Consta también de otras habitaciones que pueden encontrarse en una casa o apartamento, pero el dormitorio es la más importante porque allí es donde tiene lugar el romance”. En verano de 1992, tras la caída de la Unión Soviética, la industria televisiva rusa se hallaba en un proceso de transición. Urgía encontrar un modo rápido y barato de llenar las horas de emisión que previamente ocupaba la programación oficial. Así, un productor de Ostankino, el canal público ruso, decidió adquirir los derechos de transmisión de Los Ricos También Lloran, una telenovela con Verónica Castro y Rogelio Guerra que se había emitido en México a finales de los años 70 y que obedecía al clásico, estereotipado patrón de los melodramas mexicanos de la época. La protagonista era una mujer de clase baja que se enamora del hijo de un millonario, un romance imposible dadas las diferencias de clase—y raciales—que separan a ambos. Sin embargo, al cabo de 249 episodios, los dos personajes superan estas y otras visicitudes y se unen finalmente en matrimonio. La telenovela se emitió en la televisión rusa con el título Bogaty Toszhe Plachut con un doblaje de ínfimo coste en el que las voces de los actores originales eran todavía audibles bajo las de sus dobladores rusos. Los productores de Ostankino, que creían que la telenovela podía hacerse popular, no anticipaban el grado de obsesión e histeria de masas que el programa llegaría a provocar. En poco tiempo los países ex soviéticos se habían convertido en adictos. A nadie parecía importarle los peinados pasados de moda de los actores. Los ojos verdes bañados en lágrimas de Verónica Castro se hicieron los más famosos de toda Rusia. Las ciudades se paralizaban a la hora de emisión, y toda la nación estuvo de luto el día siguiente al capítulo final. Se estimó que 200 millones de rusos vieron el episodio final de Bogaty Toszche Plachut, convirtiéndolo en el de mayor audiencia en la historia de la televisión a nivel mundial. “Dos estudiantes en el instituto. Es el mismo set en el que fotografié el dormitorio, pero está siendo ‘actualizado’. Tras unas cuantas visitas, los encargados de luminotecnia me ayudaron a lograr un buen ambiente. En los platós profesionales construyen y retiran apartamentos cada día. Ruedan sus escenas y, más tarde, otro equipo se encarga de levantar un nuevo set. Después reconstruirán el set original de nuevo si lo necesitan para rodar otra escena”. Al igual que la mayoría de mexicanos, mi relación con las telenovelas es compleja y contradictoria: las consideramos una basura pero las vemos en secreto con el rabillo del ojo, dejando que nos entretengan durante uno o dos episodios o siguiendo con devoción series enteras. En mi caso existe también una conexión familiar que no siempre estoy dispuesto a admitir. El hermano de mi madre, Enrique Lizalde, es actor de telenovelas, de hecho uno de los protagonistas de una de las primeras producciones de Televisa, El Derecho de Nacer, de 1966. Todos los mediodías mi madre decía, “Voy a ver a tu tío”, y acto seguido instalaba la tabla de planchar enfrente del televisor hasta las cinco de la tarde, la hora de máxima audiencia de la telenovela. El pretexto de “ver a Enrique” era en realidad una justificación perfecta para no perderse el programa ni un sólo día. Recuerdo haber visto también Chispita, de inicio a fin, y las primeras entregas de Corazón Salvaje y Mundo de Juguete. Enrique, que todavía actúa en telenovelas (ahora acostumbra a ser el padre del protagonista), aparecía con su clásica voz grave y actitud ultraseria, casi amenazante, un papel prácticamente idéntico en cada programa. Años más tarde, en verano de 2001, estaba yo viajando en tren por la costa de Dalmacia cuando entablé conversación con una chica bosnia de 15 años. “¿De dónde eres?”, me preguntó. Su rostro se iluminó cuando le dije que de México. “¡Mi actriz favorita es Jacqueline Andere!”, exclamó, y a continuación se puso a recitar una lista de actores mexicanos de telenovelas que yo hubiera encontrado más apropiada viniendo de labios de una vendedora de tortillas de Colonia Doctores. “¿Cómo sabes tanto de telenovelas mexicanas?”, le pregunté. Ella respondió: “Las veo cada mediodía con mis amigas. Nos encantan, estamos aprendiendo español. ¿Como es Coyoacán? En televisión parece bonito”. Cuando nos despedimos me dijo, “Tienes suerte de venir de un país con tantos grandes artistas”. No mucho después fui a Zagreb, instalándome en casa de unos amigos. No tardé en darme cuenta de que la tía de ellos estaba enganchada a Esmeralda; ahí estaba mi tío Enrique, en pantalla, doblado al croata.