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Distrito Feral

Secuestradores de mentes, parásitos que controlan la voluntad de sus hospederos

Los zombis sí existen, pero no son producto de la magia negra o el vudú, sino de una serie de criaturas invertebradas tan siniestras como fascinantes.

Cuando me enteré de la razón que había detrás del ataque de hipo que casi le costó la vida a mi tío Nacho, me invadió una mezcla de asco profundo y curiosidad extrema. El hipo es, sin duda, una de las reacciones corporales más desagradables, en especial si se trata de esos espasmos que queman el pecho y hacen saltar el cuerpo entero con cada una de las contracciones repetitivas. Produce incomodidad aguda y orilla al desespero a los pocos minutos de su presencia. Por suerte solemos poder controlarlo rápidamente. Un vaso de agua tomado al revés y carpetazo al asunto. No obstante, el ataque al que nos estamos refiriendo ahora se prolongó por más de dos semanas. Mi tío Nacho estuvo al borde de volverse loco. Y no en un sentido figurado. No podía dormir, no podía pensar, prácticamente no podía ni comer. Evidentemente acabó en el hospital. Sin embargo los doctores, a pesar de que se debatían en una serie de teorías sobre el posible origen del cuadro, no atinaban a frenar el ataque. Cada minuto que pasaba, la alarma incrementaba y la situación se tornaba en una emergencia más severa. Ni los sedantes disminuían las contracciones. Hasta que finalmente el equipo médico consiguió descifrar el enigma e identificar al culpable del hipo: una tenia. Así es, una lombriz plana y blanca que se alojaba desde quién sabe cuándo dentro de los tejidos de mi tío y que al parecer había acabado en su diafragma de manera casual debido a una neumonía.

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Tenia

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Pocas cosas en el mundo viviente resultan más inquietantes que los parásitos. Organismos cuya evolución los ha llevado a valerse de otros organismos para poder subsistir. Entes que violan la intimidad anatómica de otros entes. Polizontes corporales que se multiplican habidamente dentro la cavidad abdominal que no les pertenece. La fisiología irrumpida por seres invasores que allanan el metabolismo ajeno para sus propios menesteres; los órganos del prójimo usurpados en busca de sustento, cobijo y un medio para la propagación de la especie forastera.

Entre los que atormentan al Homo sapiens más conocidos están los famosos Oxiuros, Enterobius vermicularis, lombrices que depositan sus huevos urticantes sobre los glúteos de su hospedero; mismos que incitan al acto de rascado, aumentando la posibilidad de ser recogidos por la mano del susodicho y así pasados a otras víctimas potenciales a través de alimentos o utensilios de cocina de lesa higiene. Mecanismo de propagación: ano-mano-boca. O las filarias, Wuchereria bancrofti y Brugai malayi, que producen la brutal inflamación de los tejidos denominada como elefantiasis: acumulación de una gran cantidad de líquido linfático en las zonas bajas de cuerpo, que desfiguran de manera rotunda las extremidades y testículos de los pacientes afectados. También hay los que migran a los ojos y producen ceguera infecciosa, como Onchocera volvulus o Loa loa, que se trasmiten por la picadura de moscas y tábanos. Y no podríamos omitir de esta breve lista al Plasmodium, causante de la malaria y responsable de cientos de miles de muertes anualmente; al Trypanosoma gambiensis, que ocasiona la "enfermedad del sueño" de la temida Mosca tse-tse; y al Trypanosoma cruzi, de la enfermedad de Chagas trasmitida por la aberrante Chinche besucona.

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Tiempo después de la historia del ataque del hipo seudo-mortal de mi tío, cursé la materia de parasitología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. De la mano del Dr. Guillermo Salgado, que impartía la cátedra, no sólo aprendí extensamente al respecto de estos esquivos organismos, sino que llegué a admirar sus adaptaciones y la forma en la que ponen de cabeza muchas de nuestras afirmaciones sobre el reino animal y la biología en general. No llegaría tan lejos como para declarar que los parásitos dominan el planeta, pero de que tienen una injerencia marcada sobre el comportamiento y evolución de una buena fracción del inventario faunístico, no hay duda alguna.

Existen decenas de miles de especies parasíticas: tenias, protozoarios, hongos, virus, insectos y gusanos, cuya condición existencial es tomar como rehén a algún miembro de un grupo zoológico específico y utilizarlo como morada. De hecho, no son escasos los ecosistemas en los que la abundancia total de parásitos, tanto en número como en biomasa, supera a la del resto de individuos.

Sin embargo, de toda esta vasta diversidad, definitivamente los ejemplares que resultan más perturbadores son los que, para lograr sus fines y perpetuarse, manipulan la voluntad de su hospedero y alteran drásticamente su conducta habitual. Reescriben las indicaciones que marca el instinto del desafortunado, por medio de proteínas y neurotransmisores, aniquilando su libre albedrío. En la mayoría de casos de manera extrema, castrando químicamente a su víctima, cambiando sus atributos físicos de manera rotunda o atentando contra la vida del infestado, pues en su muerte está la clave para que el parásito continúe con su plan y alcance la siguiente etapa de su ciclo de vida. Y no nos estamos refiriendo al grotesco cisticerco, cuya calcificación dentro del cerebro puede devenir en alucinaciones y arranques convulsivos, sino a invasores mucho más angustiantes. Intrusos difíciles de detectar que cuentan con la capacidad de convertir a los individuos que les dan posada en sus títeres. Los zombis sí existen, pero no son producto de la magia negra o el vudú, sino de una serie de criaturas invertebradas tan siniestras como fascinantes.

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Pesadillas biológicas, delirios taxonómicos con el don de ejercer un control neuronal fino sobre sus anfitriones e impulsarlos a cometer actos que de otra manera serían inconcebibles para el animal en cuestión. Parásitos con ciclos de vida desquiciados, que en muchas ocasiones involucran una serie de hospederos de diferentes clases de fauna para las distintas fases de desarrollo del huésped maquiavélico; transformando así a las víctimas en meros transportes que el usurpador maniobra a placer para continuar con su desplazamiento vital. Historias de manipulación cerebral funestas y encantadoras, dignas de película de terror coreana, mucho más comunes en la floresta de lo que pondría aparentar. Abramos pues el desconcertante catálogo de los secuestradores de mentes y comprobemos, una vez más, que en el mundo natural: la realidad supera a la ficción.

Ophinocordyceps unilaterales, el hongo que esclaviza a las hormigas

Este hongo que invade a hormigas de distintas especies, entra en sus victimas a través de esporas microscópicas. Una vez dentro crece desarrollando filamentos que toman el control de su hospedero. Después, en contra del más básico instinto de supervivencia por parte de su anfitriona, obliga a la hormiga a engullir fragmentos de hojas venenosas. Cuando la hormiga se encuentra convaleciente, el hongo la encamina de regreso al hormiguero y se ancla sobre la vegetación cercana a éste o puede suceder que otras hormigas encuentren a su compañera en mal estado y la transporten de vuelta a la seguridad del nido. Da igual, el propósito del parásito es aproximarse lo más posible a nuevas víctimas potenciales. Por fuera pareciera que se trata tan sólo de una hormiga muerta, pero en realidad es una bomba de tiempo. Dentro del exoesqueleto del insecto, el hongo está gestando un estructura reproductiva alargada que al poco tiempo saldrá expulsada atravesando la cabeza de la afectada y liberará las esporas que infectarán a más hormigas.

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Leucochloridium paradoxum, el gusano que desquicia a los caracoles

Este parásito se reproduce dentro del aparato digestivo de distintas aves. Las larvas son expulsadas a bordo del excremento del pájaro infestado, aterrizando sobre el follaje. Cuando un caracol se traga la larva junto con su alimento, el parásito pasa a su siguiente fase y toma control del molusco. Secuestra su mente manipulándolo para que abandone la seguridad de su guarida y trepe hasta las copas de lo árboles, sitio en el que aumenta la probabilidad de que alguna ave lo atrape y el gusano pueda completar su ciclo de vida. Sin embargo, para no dejar la cuestión a la suerte, el parásito realiza uno de los actos con apariencia más extravagantes del reino animal, se interna dentro de los tentáculos oculares del caracol, los inflama y ocasiona que se vean como espirales coloridas. Esto atrae a las aves y el resto es historia conocida.

Spinochordodes tellinii, el gusano de los grillos suicidas

La diminuta larva del gusano gordiano entra en sus víctimas, grillos de especies variadas, por medio de su aparato digestivo. Dentro de ellos se desarrolla apaciblemente, robando el alimento que consume el infestado y alcanza la etapa adulta: un gusano delgado y largo como un cabello, que puede rebasar los diez centímetros de longitud. Sin embargo, este parásito sólo puede reproducirse dentro del agua, así que cuando el momento de buscar pareja llega, el gusano secreta unas proteínas que confunden la mente de su anfitrión y lo hacen comportarse erráticamente. Cuando el grillo se aproxima a cuerpos de agua, el parásito lo empuja a que salte dentro del líquido y se suicide. Una vez dentro del líquido, el gusano escapa del cadáver de su hospedero y se reproduce. Y los grillos parasitados no son la excepción en su entorno, algunos autores japoneses han reportado que existen sistemas cercanos a riachuelos donde los grillos ahogados constituyen más del 60% del alimento de los peces locales.

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Avispas que convierten en zombis a diferentes artrópodos

Pareciera que las avispas han perfeccionado el arte de crear muertos vivientes, pues los casos de avispas parasíticas que se valen de algún atropado zombi para multiplicarse no son raros. Dinacampus coccinellae, por ejemplo, utiliza a las catarinas. Introduce en ellas su afilado aguijón depositando un huevo y una serie de químicos que toman control del insecto moteado. Durante unos días la catarina actúa normalmente, sin saber que el alimento que consume en realidad está nutriendo a la larva de la avispa que se encuentra en su interior. Cuando la larva llega a su desarrollo óptimo, emerge de la catarina pero sin matarla y forma una crisálida bajo el contorno del insecto. Los químicos entonces transforman a la infectada en un zombi que cuidará de la crisálida hasta que la avispa alcance la etapa adulta.

Algo similar sucede en el caso de Hymenoepimecis arggyraphaga, otra avispa que en lugar de una catarina emplea a una araña. Mamá avispa pega su huevo sobre el vientre de la araña, cuando la larva eclosiona hace tres orificios en el abdomen de la víctima, succiona su sangre y la convierte en zombie. Cuando la larva llega a su tamaño máximo, la araña deshace su telaraña y después teje una nueva diferente, una estructura especial que ninguna araña en su sano juicio erigiría y cuya única función es que la crisálida de la avispa esté a salvo hasta llegar a la etapa adulta.

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Y también hay avispas que utilizan orugas; otras, escarabajos o moscas.

La lista de secuestradores de mentes podría extenderse ampliamente. Incluyendo ranas que son obligadas a rebotar panza arriba sobre la orilla de los lagos, comportándose básicamente como carnada viviente para que una serpiente —el siguiente hospedero que necesita el parásito— se las coma. O peces a los que sus secuestradores los empujan a saltar fuera del agua siendo así presa fácil para aves marinas. Es más, en algunos casos los parásitos no sólo afectan a un individuo aislado sino a un conjunto de ejemplares, modificando la conducta de toda la especie. Tal es el caso de la planaria que ataca a los camarones conocidos como Artemia, que no sólo cambia el color de su hospedero de transparente a rojo brillante, sino que los obliga a nadar en grupos nutridos cuando por lo general son organismos más bien solitarios. Sobra decir que estas nubes difusas de camarones color rojo brillante aumentan la probabilidad de que un flamenco se las coma y así el parásito sea capaz de completar su ciclo de vida.

¿Qué pasa con los humanos?

¿Acaso el Homo sapiens se encuentra exento de ser presa de esta estrategia evolutiva de manipulación mental, al parecer tan exitosa? ¿Existe algún parásito que secuestre nuestra mente y controle nuestras acciones? La respuesta es sobrecogedora y reside en un protozoario llamado Toxoplasma gondii. Un parásito oriundo a los gatos domésticos que altera drásticamente la conducta de las ratas que sirven como su primer hospedero y que también puede llegar a infectar a los humanos, posiblemente relacionado con la esquizofrenia y que actualmente se calcula que se aloja dentro del cerebro de una de cada tres personas a nivel mundial. Aquí el reportaje de VICE al respecto.

@cotahiriart