Paso del norte: Fantasmas, zombies y bestias en Ciudad Juárez

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Paso del norte: Fantasmas, zombies y bestias en Ciudad Juárez

'La Balada de los Arcos Dorados' es una novela oscura de César Silva Márquez que ironiza una realidad mexicana: la falta de investigación de las autoridades en cuanto a homicidio.

César Silva se mudó a vivir a Xalapa, Veracruz, desde Ciudad Juárez, un verano de 2009. Dos años después decidí hacerle una visita y pasar una semana en su casa. En una de esas caminatas matutinas al centro de Xalapa, cuando como de costumbre se me soltó la lengua hablando de mi quehacer como periodista en una ciudad que apenas vería lo peor de la violencia del narco, me dijo: "Carnal, voy a escribir de eso, espero no te moleste". Me dijo que iba a escribir sobre Luis Kuryaki, mi seudónimo en redes sociales, pero que no era yo. O sí.

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Cinco años después todas esas conversaciones entre cervezas, mezcales y tequilas, unas en Ciudad Juárez, otras en El Paso y muy pocas en Xalapa, nació La Balada de los Arcos Dorados, una novela oscura, con fantasmas, zombies y bestias que ironizan una realidad mexicana: la falta de investigación de las autoridades en cuanto a homicidio.

Luis Kuriaki, su personaje principal, un joven periodista de un diario local de Ciudad Juárez y que busca salir de la adicción a la cocaína, está desde luego, basado en mi vida, pero con un toque retorcido. Luis Kuriaki es el pretexto de Silva para contar esas historias que como él mismo lo pone "las que son reales parecen más de ficción y viceversa". Al mismo tiempo va dibujando el contorno de Ciudad Juárez en medio de un salpullido de cuerpos que nadie sabe con exactitud quién los mató.

Esta semana lo llamé a Xalapa para que me resolviera algunas cosas de su novela, y del propio Luis Kuriaki.

VICE: ¿Por qué hay toda esta serie de monstruos en tu novela?
César Silva Márquez: Jaja, carnal lo hice para mantener el absurdo de la misma prensa. Una vez estuvimos platicando que no se sabe quiénes son los que mataron a tanta gente y sólo se van acumulando y tú me dijiste que ya no caben los nombres de tantos muertos en el periódico.

En la oficina de la redacción le mostró las fotografías al jefe. Este las tomó una por una. Deberíamos decir que en la ciudad anda un tigre suelto, dijo.

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Cómo.

Un tigre hambriento.

Luis pensó un segundo. Estaríamos plagiando por lo menos dos novelas, dijo.

Imagínate un tigre comiéndose a estos cabrones.

Una novela mexicana y la otra de un gringo.

¿Hubo alguna razón particular para elegir a Luis Kuriaki?
En primera quería una novela venganza. No sabía cómo empezarla, me imaginaba un cuerpo y alguien que le tomaba una fotografía, pero nada me gustaba, hasta que el original Luis Kuriaki fue a mi casa y entonces vi lo que quería ver cuando contaste la historia del avión aterrizando. Esa es la voz que yo quería para Luis, mi personaje.

Fue cuando vio el punto en el cielo.

Santos no se movió del centro del terreno despejado. Al principio, el punto en el cielo parecía estar suspendido como estrella. Pasaron los minutos y el zumbido de los motores se dejó escuchar. Tragó saliva y se retiró del campo, el objeto en el cielo seguía pareciendo un punto. Reparó en lo grande que podía ser. No va a poder aterrizar, pensó y miró a la tierra, la llanura al sur cortada por los matorrales. No le había advertido qué tan grande iba a ser aquello, la carga era bastante pero, como en otras ocasiones, podían haber sido tres o cuatro viajes de una avioneta Cessna. Si se estrella estamos todos jodidos, se dijo.

Y Ciudad Juárez también es un personaje importante en la novela.
Coincide que es en Juárez porque yo soy de Juárez, pero pudo haber sido en el DF, Xalapa o Guerrero, no importa.

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La familia Alcalá Ortiz llega a México a finales de abril, y a Ciudad Juárez en Mayo. El calor en la ciudad es terrible, las calles son apenas el esbozo de una ciudad que crecerá sin miramientos.

Además de monstruos hay hamburguesas, el mismo título que es una alusión al McDonalds, hay superhéroes, y varios otros elementos de la cultura pop.
Mi papá nunca me compró la cajita feliz, siempre era la big mac, nunca me compraba el paquete, siempre todo separado, el paquete para niño decía que era innecesario. Luego para escribir otra novela leí de Charles Manson y asesinos seriales. Realmente son obsesiones que he tenido como escritor. Otra de mis obsesiones es la música, pero en la Balada casi no hay música, a diferencia de mis otras novelas.

Rebeca habla con sus conocidos y , tras una breve entrevista, retoma el vuelo, viaja a Cartagena y a Londres. Viaja a El Cairo y a Japón. En 1994 se entera de que Kurt Cobain, fan de Charles Manson, ha muerto. Y en 1995 comienza a escuchar sobre Ciudad Juárez. Sobre los asesinatos de mujeres. Rebeca llama a su madre. Todo está bien aquí, le dice. Y en verdad, en El Paso todo es color hamburguesa y Coca-Cola.

¿Es difícil escribir de una ciudad así de jodida por la violencia?
Yo quería escribir una novela de detectives y quise darle la vuelta a lo de los muertos todo lo que puede. Si te fijas no me detengo a contar quiénes son. Precisamente porque no quiero mostrar esas cosas. Pero si hay un detective tiene que haber un cuerpo. La vida común de Luis es como la de cualquier otro personaje mío, y bueno, los cuerpos están ahí también porque tú me dijiste que no se le puede dar la vuelta a eso. Por más que quieras ser como un ingeniero, no es cierto. Es la vida del periodista que yo quise reflejar, porque así tenía que ser. Y el policía más que ser un detective es más un vigilante.

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En Ciudad Juárez comenzaron los asesinatos de gente que vendía coca, mota y pastillas, conocidos como puchadores. Uno de los primeros en morir fue el hermano de Pancho Azueta, amigo de infancia de Luis. Le quemaron los pies, le cortaron una mano y lo dejaron desangrándose.

¿Dónde está Luis Kuriaki ahorita?
El Luis Kuriaki sigue siendo periodista, sigue trabajando en El Diario. Si escribiera la segunda parte de la Balada, que sería como un spin off o la continuación o lo que sea, empezaría diciendo que Luis aun sueña de pronto con Rebeca, abre los ojos y esta ella debajo de un poste de luz y se da cuenta que fue un sueño y abre los ojos y ve a Rebeca en la ventana de enfrente. Algo así.

Así comienza la película.

En primer plano aparece una fotografía donde mi padre mira hacia la cámara, luego es la foto de mi madre en el jardín de nuestra primera casa, en Infonavit, un jardín como un pequeño parche verde y polvoso con un manzano torcido al centro, pronto le sigue mi hermana de dos años huyendo de la lluvia, tratando de alcanzar el zaguán. Al norte están los amplios cielos de Texas. Para mí, el sur es un sueño diluido en bostezos cuyo nombre sólo aparecía en la televisión los domingos por la mañana cuando veía el programa de Chabelo. Lentamente surge mi mejor amigo en pantalones cortos jugando a ser Supermán, con los brazos extendidos y los puños cerrados, cortando el aire. Así llega el título de la película en letras grandes y un fondo negro que por segundos oculta lo que sucede, como si el espectador entrara en un túnel porque, a final de cuentas, para ver una película hay que llegar al otro lado de lo que sea que tengas que llegar, de la vida misma si se quiere. Y cuando el título se desvanece, cuando llegamos al final del túnel, está el sonido crudo de los autos, el rugido de los motores, el claxon histérico de una camioneta en la distancia, una sirena abriéndose paso. Comienza la toma aérea de la ciudad en medio del desierto oscuro, donde sus luces son como miles de ojos de liebres cargados de luz. Alguien me ha puesto una pistola en la nuca, alguien me dice que voy a morir, que así tiene que ser, que me lo merezco, que si no sabía que enEl Diario, donde trabajo, tienen oídos, así lo dijo, pendejo, qué no sabes que enEl Diariotenemos oídos. En ese momento mi vida es una película, y los héroes no aparecen. Solo hay gente que camina por las calles destruidas del centro, evadiendo los rincones más oscuros, mujeres que hablan por teléfono sin percatarse de lo que pasa, gatos dormidos en terrazas y perros a punto de ladrar. Cuando siento el cañón de la pistola en la piel, pienso en todo lo que no he hecho en la vida, en cómo nunca he estado en Zihuatanejo, por ejemplo, o cómo nunca me he lanzado en paracaídas. Pienso en Rebeca. En las uñas de Rebeca, sus muñecas y torso, en Rossana y su voz y piernas. Por un momento, en un solo parpadeo largo, del cual creo que no volveré a abrir los ojos, pienso en mi abuelo. Deseo un pase. Cuidándome de la coca tanto tiempo, para morir aquí arrodillado. Sin duda, por más que hagas cambios en tu vida, de una manera u otra, todo lo que has hecho se paga. Como si una gitana te hubiera echado una maldición. Mi abuelo murió dos años antes de que yo naciera, en San Luis Potosí. Lo único que tengo de él es el recuerdo de una fotografía sobre el umbral de la puerta de la sala de mi abuela. Luego ella murió y vendieron la casa. Y mientras siento la muerte, por tercera vez en mi vida, pienso en el bigote mal recortado de mi abuelo. La cocaína es mi kriptonita, pero se tiene que ser un hombre de acero para no tener miedo a una bala que te partirá en dos la cabeza. Lo había visto ya tantas veces en estos últimos días.

En una de mis primeras entrevistas cuando comencé a trabajar enEl Diario, le pregunté a un joven de veinticinco años porque había asesinado a sus padres y hermana pequeña. Me dijo que ya no lo tomaban en cuenta y que ahora por las noches veía a la niña muerta en la esquina del catre. Después miró al suelo y me preguntó si yo veía a los muertos. Le dije que no. Él se encogió de hombros y me pidió un cigarro que de inmediato le negué. Tenía la nariz rota y un bigote de sangre seca porque los custodios lo golpearon durante la noche, como una forma de bienvenida.

Ahora estoy aquí y un tipo me dice que me creo mejor de lo que soy y vuelvo a sentir el cañón una, dos veces y la gente pasa y los autos rugen.

Me llamo Luis, y un tipo presiona su pistola contra mi nuca.

@LuisKuryaki