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Música

Jotitas asesinas: la libertad de Michael Alig

Un grotesco asesinato trajo a su fin una de las últimas expresiones genuinas de rebelión juvenil en el mundo. Uno de los que lo cometerieron ya vio la libertad, y esta es su historia.

Con todo y su sístole de autodestrucción a la que le devenían inevitables secuelas de alto riesgo, me atrevo a sentenciar: el Club Kids fue uno de los últimos movimientos en el que fueron los jóvenes menores de 18 años quienes con su rebeldía, inmadurez, valemadrismo y hambre de comerse al mundo, establecieron las reglas seminales para hacer de la fiesta una cultura, tan sólo después del hardcore adolescente que vivió su esplendor a mitad de los 80 en Washignton DC liderados por el descontento de Minor Threat.

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Sin mencionar que también fue la última manifestación de una comunidad gay cuya prioridad eran las formas de asumir una identidad sexual, antes que volcarse ingenuamente por postales de lo políticamente correcto.

12 años antes

Fue hasta noviembre de 1996 que el cuerpo médico forense pudo dar el veredicto, científicamente comprobado: el torso masculino, desmembrado, sin piernas ni brazos, que habían encontrado semanas antes flotando en las aguas del Río Hudson pertenecía a Andre Melendez, dealer especializado en comercializar la ketamina. Mejor conocida en el mundo de las estrobos, los químcos recreativos y las orgías gay como Special K, combinación en la que predomina el clorofenyl y el metilamino, es una droga que, de acuerdo con James st James, en su libro Disco Bloodbath: A Fabulous but True Tale of Murder in Clubland es capaz de “doblar tus pensamientos en una estructura no lineal, como si tus ideas formaran un bucle, una Cinta de Moebius, un pretzel, y te sientes capaz de ver todo, dentro y fuera de tus ojos. Además con el Special K tus músculos alucinan, se siente como si levitaran, hacia arriba, hasta lo más alto que puedas imaginar. De pronto sientes que estás en el techo y el techo en sí mismo empieza a elevarse de tal forma que nunca lo alcanzas”.

El Special K fue la droga implorada dentro del Limelight, el antro donde sucedieron las fiestas más feroces de los Club Kids.

Los rastros apuntaron a Robert “Freeze” Riggs , un chico-club-Kids quien la angustia frente a los policías de Nueva York lo hizo orinarse en los pantalones y vomitar los sucesos casi de inmediato: fue el mismo Freeze quién azotó a martillazos la cabeza de Melendez, hasta matarlo. No lo hizo solo. En el crimen participó Michael Alig, el adolescente anti-líder espiritual de los Club Kids. La víctima era conocida como Andre “Angel” Meléndez, por las alas de ángel que solía echarse a las espaldas durante las fiestas que organizaba el mítico Alig:

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“Ángel Melendez se pavoneaba por los clubes y las fiestas del Club Kids como si fuera primo del propio Dios, con un par de ridículas alas, unas viejas alas blancas que siempre estaban golpeando mi peluca o derramando mi bebida” dijo Alig a James St. James quien, según sus investigaciones, entre Alig y Meléndez ya existía una tensión encabronada, histérica e histriónica de varios días atrás, pleitos de envidias por ver quién se robaba la fascinación boquiabierta de los parroquianos en las noches del Club Kids, camisetitas y estolas prestadas que nunca se devolvieron, dosis de Special K fiadas. Lo de la noche del 31 de marzo de 1996 sólo fue la línea esnifada de Special K que derramó el vaso, pues todos estaban hasta el culo de ketamina. Con la poca lucidez de los involucrados esa noche se puede deducir que todo empezó por un pleito de ropa entre Alig y Meléndez; luego vino el dinero.

“Angel” Meléndez se le fue encima a Michael, quien empezó a gritar, suplicando auxilio. El informe policial señala que en ese momento, Freeze era roomate de Alig, aunque en el libro de James St James se percibe que sólo estaba ahí por casualidad. Da igual, al final Freeze escuchó los alaridos suplicantes de Alig y al entrar a la habitación lo único que pudo focalizar, aparte de ver a su compa-club-Kids asfixiándose en manos de Angel, fue un martillo y lo cogió para salvar a Alig, demoliendo el cráneo de Meléndez a punta de martillazos.

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Una vez a salvo, Michael Alig se encargó de mutilar el cadáver. Se dice que guardó el cuerpo en una caja por poco más de una semana, hasta que se decidió por tirar el torso de Meléndez al Rio Hudson.

Finalmente Alig no tuvo escapatoria. Confesó su participación en el crimen de Meléndez. En diciembre de 1997, tanto Alig como Freeze fueron condenados a 20 años de prisión por homicidio en primer grado.

El pasado 5 de mayo Michael Alig fue puesto en libertad. Muchos celebraron su regreso a pesar del homicidio gore en su biografía, entre ellos exClubKids hoy cuarentones y cincuentones bien posicionados en la cultura clubbing norteamericana y británica. Otros suplican porque no se haga de ese asesino una especie de héroe afeminado y alucinógeno. Lo cierto es que la noticia resucitó el glamoroso embrujo e innegable legado del Club Kids que vivió sus años de gloria y éxtasis (literalmente) a finales de los 80 y principios de los 90, sobretodo comparándolo con el actual mapa de la cultura gay hoy bendecida por derechos como el matrimonio, impensable en los años de esplendor de los Club Kids guiados por Alig.

Cómo ser adolescente, gay y travesti, sin terminar en la cárcel por homicidio

Oriundo de Indiana, Michael Alig llegó a Nueva York a mitad de los 80. Su trabajo como mesero le sirvió para salir del clóset y conectarse con una pandilla de homosexuales, travestis y drags como su extravagante e incondicional compadre James st James, en un círculo al que pertenecían nombres como Amanda Lepore, Richie Rich, Dj Keoki y el mismo RuPaul. En muy poco tiempo Alig ya se encontraba organizando fiestas masivas dónde los excesos eran parte obligada de la indumentaria.

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No obstante, Alig pareció enfocarse en algo revelador y contestatario, al mismo tiempo que chocante para las buenas conciencias norteamericanas : brindarle en específico a los adolescentes un espacio dónde pudieran disfrutar de las mieles de eso que nos han enseñado es el mundo de la farándula nutrida por celebridades que sólo visten lentejuelas y muy importante, que fueras el debilucho de la high school, afeminado, homosexual, drogadicto en ciernes no fuera un impedimento para pertenecer a su circuito dónde la religión era la fiesta y el reconocimiento nocturno la satisfacción espiritual.

Club Kids fue un movimiento surgido del subterráneo neoyorquino en el que chicos y chicas (mayoritariamente gays) en plena explosión de adolescencia se travestían con una violencia hechicera y desafiante con tal de alcanzar y rebasar los umbrales del glamour. Buena parte de las fiestas, al menos las más fantásticas, sucedieron al interior del Limelight, un antro a mitad de la mala muerte y la leyenda urbana con arquitectura de iglesia gótica propiedad de Peter Gatien, ubicada al oeste de la Gran Manzana sobre la Avenida de las Américas. Además del nivel apoteótico que alcanzaban sus reventones, Michael Alig se construyó un personaje de fama cáustica del que todos querían estrecharle mano. Sus enardecidos fanáticos ansiaban el momento de presenciar cómo Alig orinaba tanto amigos suyos o desconocidos en plena pista de baile justo cuando el dj pinchaba sus minutos más climáticos. Ser salpicados por la orina de Alig tenía connotaciones de privilegio. Un performance que le valió su ascenso del subterráneo a la televisión de horario estelar. Son célebres las participaciones de los Club Kids en talk shows como los de Geraldo y Phil Donahue.

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Como no puede ser de otra manera en las reuniones de adolescentes, las fiestas de Club Kids organizadas por Michael Alig se veían zambullidas en competencias de popularidad que generaban ambiciones potencializadas por el hervidero de hormonas que se manifestaban con las primeras manchas de vello en las axilas y la pelvis y las drogas eran los dulces consentidos. Había mota, coca, heroína; sin embargo lo que te hacía ponerte al nivel de pertenencia era esnifar Special K.

Club Kids puso los cimientos en los cuales se construirían buena parte de los tendencias relacionadas con la música y el arte derivados de la lógica del reventón, cruzando las fronteras de lo gay: la extravagancia que después abundaría en la era dorada del rave noventero, los beats del house-club o dance hall que evolucionaría y popularizaría masivamente con el nombre de progressive house, la androginia permisiva y de insufrible autocompasión con la que se abanderó ese triste episodio llamado emo. Incluso la secta de Little Monsters con todo y su “ideología” montada por Lady Gaga no es más que un insolente reciclaje de la estética y el pensamiento al límite de los Club Kids, aunque ingeniosamente domesticado para que mamás y papás no se espanten y en cambio si les compren álbumes de Lady Gaga a sus hijos.

Aquellos adolescentes que salieron del clóset amparados por el desmadre del Club Kids tuvieron la posibilidad de forjarse personalidades basadas en el desafío, la auténtica búsqueda de ser populares a costa de la originalidad y la fantasía hilarante, la sensibilidad hacia el arte y una obsesión porque la música electrónica que acompañaba su estilo de vida nunca cayera en el conformismo, la autocomplacencia decepcionada. Hoy día, cuando pago el cover de antros frecuentados por adolescentes gays (una fracción de mi trabajo consiste en reseñar antros que de preferencia tenga una bandera de arcoíris ondeando en la entrada), me doy cuenta que todos esos mozalbetes rayando los 18 o los 21 años están obsesionados con imitar los patrones más comercializados y estandarizados que identifican como parte de un segmento incluyente a los lésbico, gay, transgénero, travesti, transexual o intersexual, un segmento cada vez más comercial incluso a ojos de los lugares comunes bugas; se conforman con el pop mediocre y prefabricado de Christan Chávez cuya vigencia se debe al morbo que despierta su salida del clóset y no por su propuesta musical; Dana Paola es un referente a niveles de arte por el hecho de protagonizas el musical Wicked: hablan de chicos guapos con potencial de novios con fantasías de que en poco tiempo se conviertan en un esposo, sueñan con firmar actas de matrimonio avalados por las leyes de la Ciudad de México que permiten la unión legal de dos personas del mismo sexo. Hablan de solteronas. No hacen más que deglutir las ideologías de los adultos corporativos que llegan a sus cerebros en forma de mercancía etiquetadas con el emblema de la tolerancia.

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Ah sí: a los que perciben como diferentes los marginan mediante la crueldad.

Cuándo James st. James supo del dictamen de libertad de su siempre amigo Michael Alig, decidió escribirle una perspicaz y conmovedora carta de bienvenida al mundo fuera de las rejas. En algún momento James le advierte: “Ya no utilizamos la palabra “T” más. (Se dice “trans” ahora) y ni siquiera podemos bromear al respecto. La policía de lo “políticamente correcto” te atraparía… No vas a creer esto: en los Clubs ponen top 40 ahora. Rihanna, Britney, Katy Perry. Eso es todo. Es muy triste. La escena ha cambiado. Los clubes no son los palacios de placer subversivos de antaño. Ahora, es sólo un millar de niñas chillando tomándose “selfies” y bailando “Wake Me Up” de Aviccii. El 95% de su tiempo en un club determinado servirá para tomarse fotos en redes sociales. En serio. ES. TODO. LO. QUE. HACEN. Foto tras foto tras foto. Sonríe, toma. Sonríe, toma. Hasta lo que quieres es tomar es su cabeza y arrancársela”.

Sobre la vida de Michael Alig existen dos documentos fílmicos: Party Monster: The Shockumentary, documental dirigido por Fenton Bailey y Randy Barbato quienes la confesión de asesinato de Alig no afectó en lo absoluto sus lazos de amistad y Party Monster, una ficción algo trivial basada en los hechos reales del asesinato de Ángel Meléndez dónde el papel de Michael Alig es interpretado por un Macaulay Culkin andrógino y yonqui compartiendo créditos con Chloë Sevigny. Los dos títulos parten de la investigación planteada el libro Disco bloodbath.

Carta de bienvenida de James st James a Michael Alig al salir de la cárcel.

Party Monster: The Shockumentary.

@wencesbgay