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Música

Bahidorá: no lloro, nomás me acuerdo

De la odisea vino la depresión post fiesta.

Al llegar a las Estacas tuve que hacer de esas filas que parecen eternas en esos momentos de ansiedad pre fiesta. Las de seguridad me toquetearon y revolvieron mi bolsa. Me quitaron lo no permitido.

Entré en blanco. Sin vicios.

Después de pasar la aduana, crucé un puente de madera que me introdujo en aquel mundo paradisíaco del que tanto se hablaba. Ahí, en Bahidorá, el agua del río es turquesa, las algas marinas fosforescentes y el pasto de un neon verdoso. El lugar es algo así como una playa dentro de una selva, pero más padre.

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No tenía idea dónde estaba qué cosa. De milagro un hada se me atravesó y le pregunté si sabía dónde podía conseguir chupe y algo para fumar. Me señaló el camino hacia el escenario. Dijo que ahí había trago.

Me acerqué a un vendedor de cerveza y le pregunté por varias cosas. Me sirvió una chela. Me consiguió los vicios. Hasta ese momento lo normal: gente en las albercas, morras jugando con el aro, vatos tomando chelas, música ambiente con sonido moderado.

Todo tranquilo antes de la una con treinta. Luego ya no. Lo demás se divide en etapas. Algunas densas, otras no tanto. Todas muy buenas.

Etapa 1- El momento hippie: el porro rola.

El primero fue Caloncho con sus canciones de Fruta. El vocalista regaló plátanos, para alivianar el calambre. La gente que estaba nadando comenzó acercarse y las bocinas empezaron a retumbar en el pasto.

Se prendieron los porros. No sé cómo es que pasaron la aduana. Y por qué yo no corrí con la misma suerte. La música tropical y la sombra que brindaban los árboles y palmeras de miles de metros de altura mantenían frescura en el ambiente.

El porro roló.

Entró al escenario Mahmundi. Al mismo tiempo llegaron hadas, güeyes en sancos y un metalero. Hicieron un círculo que se convirtió en un semicírculo. Nunca supe si el vato con melena larga y botas negras era parte del espectáculo o se había perdido dentro del debraye. En fin. Bailaban. Iban y venían del escenario.

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Me marearon.

Otro vato que se refugiaba bajo un árbol traía muchos lápices de colores. Empezó a regalar líneas. Para cuando acabaron de tocar los brasileños, la mitad de las caras que se encontraban en el lugar estaban todos pintarrajeadas. El ambiente buena onda persistía y seguíamos respirando del aire puro de cannabisland.

Etapa 2 - De la vibración densa al mal viaje.

Nadie le advirtió a nadie que lo que seguía tenía que escucharse con mucho cuidado. Oso Leone entró al escenario con una vibra alivianada que terminó convirtiéndose en tsunamis inmensos de sonido. Aquella atmosfera tropical de la que disfrutaban los pachecos, se transformó en un mundo en el que sólo se puede estar a salvo con los ojos cerrados.

El truco estaba en no resistirse. Yo me dejé llevar. Muchos no pudieron con la densidad de la guitarra y comenzaron a derretirse. Una morra parada a mi lado escurría gotas de sudor. Otro vato un poco más lejos se tiró al suelo. Muchos más movían la cabeza. Todos tratando de treparse al ritmo de un folk aceitoso que penetraba por los poros.

Bahidorá vibraba.

Etapa 3. La resurrección de los cuerpos.

Nos dieron una pausa. El viaje provocado por beats intensos con silencios prolongados terminó. Mientras los españoles salían y se preparaba la próxima banda, nos pusieron a Bob Marley. La gente volvió a respirar. La morra derretida se solidificó. El vato en el piso dejó de revolcarse.

Entró Bomba Estéreo. Los que seguían con vida, brincaron en cuanto escucharon la voz de Liliana. La morra traía puesta una chamarra fosforescente que hacia fácil seguirle la pista mientras se meneaba en el escenario.

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La música caribeña terminó de revivir a los perturbados. Para la mitad del espectáculo, los zombies ya estaban de pie gritando cosas sobre el fuego mientras hacían movimientos torpes y ridículos con las caderas.

Luego fue el turno de Wild Belle. Nos empezamos apachurrar poco a poco .Para cuando los hermanos se presentaron, el calor de tantos cuerpos apelmazados ya había creado una capa de niebla sudorosa sobre nuestras cabezas. El saxofón acompañado de la voz Natallie dieron los matices iniciales de lo que sería un reggae caleidoscópico que sirvió para calmar la euforia provocada por la chapata electrónica.

Comencé a necesitar un desacelerador de corazones. Le pedí a un mapuche que me diera fuego. Prendí un cigarro.

Se hizo de noche. Salió Polica. Falta esa "c" especial que adorna su nombre, pero ustedes entienden. Las plantas dejaron de ser verdes. Se convirtieron en moradas. Una voz enorme dentro de una morra pequeñita invadió el escenario. Había muchísimas percusiones.

La gente que estaba a mí alrededor babeaba mientras trataba de cantar algo de lo que escuchaba. Traté de hacer lo mismo. No pude. Seca desde la punta de lengua hasta la garganta, decidí ir en busca del señor de las chelas.

Mientras caminaba, me di cuenta que había pelotas rojas en el aire. También vi a un helicóptero blanco regalando cosas. Alrededor de tanta saliva derramada estaban pasando cosas de las que no me había dado cuenta.

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Fue difícil caminar entre las toallas tiradas en el piso. Salí con vida.

Etapa 4. El baño. Un obstáculo.

Ya eran más de las diez de la noche y los árboles se prestaron de pantallas. Cantó Autre Ne Veut de lleno con las cuerdas vocales. Casi a capela. Aproveché el momento en que la gente se sentó en el pasto para descansar y me acerqué a ver el line up que estaba clavado en un árbol. El siguiente era Baths.

Corrí al baño con la idea de no hacer fila. Llegué y había cuatro morras esperando su turno de usar el escusado. Mientras una güera vomitaba, la otra tocaba desesperadamente la puerta. Entre el drama, la guácara y las quejas, la vejiga se me reventaba. No me oriné en los pantalones pero sí me perdí a Baths.

Etapa 5. El tornado auditivo.

Cuando por fin pude salir, ya estaba Blue Hawaii tocando acompañado de luces blancas saturadas. Parecían divinidades postradas detrás de los teclados.

De la misma forma en cómo se va formando un tornado, las masas humanas que se encontraban descansando, empezaron a levantarse poco a poco. Mientras me escurría entre la gente para alcanzar a ver algo, la avalancha de éxtasis provocada por las bocinas me jalaron hasta la orilla del escenario. Perdí.

Una vez que estás dentro de la corriente de ondas, es imposible salir. Mis extremidades se movían con ganas de desprenderse.

Llegó Tokimonsta y entonces todos perdieron.

Luego Bob Moses, Clasixx, Kaytranada. Perdí la cuenta.

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Después de un rato me empezó a entrar el paniqueo del raver. Ese fenómeno en el que la cabeza te empieza a girar y empiezas a imaginar que así como vez a los demás, ellos te ven a ti. Ansiedad contagiada que sólo se mata bailando.

Etapa 6 - Se terminó el agua.

Aquí ya la expresión de la cara no encajaba con el movimiento del cuerpo. Como pude, me arrastre lejos del escenario. Me senté escuchar el final a la distancia. a

Desde donde yo estaba se podían apreciar a los restos de las bestias danzantes que luchaban por no desmayarse. ¿Se habrá notado el parkinson y la enfermedad mental de la que éramos víctimas desde arriba del escenario?

Bob Moses probablemente lo notó. Por eso nos regaló un buen cierre.

La música terminó de golpe y una voz saltó de la nada para anunciar que el desmadre continuaría a las 7:30 en el área de la alberca.

Me acerque a la barra suplicando por una botella de agua.

-“Ya no hay agua señorita, puro ron. Si quiere se la sirvo pintadita”.

Etapa 7 - Realidad.

De la odisea vino la depresión post fiesta. Hoy. Así. Hecha cachitos. No lloró, no más me acuerdo.