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Música

Agüita de Jamaica pa´mi negra: guía breve del ska mexicano

No recuerdo haber visto un movimiento musical con tanto arraigo y arrastre en la clase popular de la periferia de la ciudad como el boom del ska a mediados de los noventa.

Panteón Rococó. Vive Latino, 2008.

No recuerdo haber visto un movimiento musical con tanto arraigo y arrastre en la clase popular de la periferia de la ciudad como el boom del ska a mediados de los noventa, un fenómeno que desde su aparición y hasta la fecha ha sido ninguneado y descalificado por buena parte de los roquers nacionales por pobre, infantil e inarticulado. Publicaciones como La Mosca siempre evidenciaron las incongruencias ideológicas y falta de articulación discursiva de algunos de sus máximos exponentes. Y cómo no, si buena parte de los grupos y público estaban apenas en la secundaria y en las prepas más populares del DF, provenientes de los estratos sociales más pobres.

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Al igual que los chavos emo, al inicio los “skatos” eran objeto de burla y corretizas por otros grupos que creían tener mayor identidad cultural, tildándolos de “cumbiancheros” y hasta “nacos”. Lo cierto es que lo que iniciaron un puñado de bandas como La Matatena, Sekta Core, La Tremenda Korte, La Zotehuela, Revuelta Propia o Panteón Rococó se expandió exponencialmente hasta gestar una escena con vida e identidad propia hasta llegar a tener un lugar que aún sigue palpitando en el subterráneo pese al éxito comercial y división de sus seguidores más aguerridos.

Sekta Core. Revolution Fest 2013. Foto por Michel Reyes Contreras.

El ska mexicano menciona con frecuencia entre sus influencias a Toño Quirazco y su “Jamaica Ska” de los sesenta, también mama demasiado de La Maldita Vecindad en su mejor época (El Circo, 1991), Tijuana No y hasta de cosas con nada de rocksteady y two tone como Los Tepetatles o El Personal.

De pronto, el panorama de matas largas, playeras negras y botas de mineros se tornó chillantemente colorido en las calles: monitos, patinetas, cadenas de bolitas, trajes de obrero y playeras de equipos deportivos inundaron los foros musicales de la periferia, en donde solían tocar las bandas de rock urbano, metal y banda. Muchos auguraban poca vida a los carteles kilométricos con nombres chistosos, trompetas despedorradas y consignas de izquierda.

Foto de la serie Legión. Por Carlos Álvarez Montero.

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Contrario al rock urbano, en donde imperaba el blues y el hard rock, el ska mexicano abrevaba de donde podía y cada grupo tenía una suerte de concepto y sello personal. Grupos como Stupid School tenían una sección de metales enorme que sonaba como periférico atascado a las tres de la tarde. Circo Aborigen quería meter los símbolos prehispánicos, el cha cha chá y la cumbia se colaban en Los Espectros de tu Jefa, y bandas como Panteón Rococó y Revuelta Propia tenían un discurso más politizado y participativo con las causas sociales. Había para todos.

A nivel popular se gestó una pequeña industria, algunos promotores se ponían buzos y hacían buena lana con las tocadas. Bajo sellos como Pepe Lobo Records y Discos Misha comenzaron a salir cintas que eran la delicia de los “niños de colores”. Bandas con alineaciones apabullantes de diez, once y hasta quince integrantes en escena ponían a bailar a mucho chamaco que también rayaba las paredes con plumones Pilot jumbo, crayolas multicolores y aerosoles. Las primeras apariciones en la tv abierta de grupos de ska mexicano se dieron en Canal 11 y el 22, principalmente en Sónicamente y Ruta 22 (conducido por el infame Ricky Lis).

Sin embargo, toda esa masa comenzó a saturar los fines de semana y los escenarios, la mona, la piedra y los porros se hicieron fans y muchos de las tocadas de kilo de ayuda social acababan en portazo y madrizas. Provincia también comenzaba a llegar a enriquecer los carteles con grupos como Inspector, Almalafa, Mexican Jumping Frijoles o Cabrito Vudú, pero esa diversidad y variedad de discursos comenzó a permear en el joven público que entendían a su modo el género y descalificaban a quien no pensaba como ellos: que si el ska punk con ideología anarquista, que si Panteón Rococó o Los Estrambóticos ya se habían vendido, o discusiones bizantinas en torno a que si el ska venía de Jamaica o Inglaterra, que yo era skate no “skato”, hasta llegar al tema skinhead moreno, el two tone y el rocksteady y las oleadas más “puras” del género. Un despitorre de públicos, opiniones, envidias y clichés que comenzaron a difuminarse conforme los exponentes más adultos se desintegraban o subían de escalón en la industria musical, a la par del crecimiento de su público y la respectiva negativa de su pasado.

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Inversamente proporcional a la falta de reconocimiento de sí mismo como una misma escena, grupos nuevos salían cada semana con un sonido un tanto menos fresco, una apropiación más confusa y letras aún más atropelladas en su discurso. Parranda Magna, Maskatesta, Los Korukos, Curado de Coco y un largo, larguísimo etcétera. Alineaciones cambian cada tanto y los “grandes” de antes siguen siendo los mismos, al igual que en el rock urbano y el surf, géneros con los que eventualmente comparten cartel.

El ska dejó de ser cada ocho o quince días en el Alicia, y el Centro Cívico de Ecatepec o El Rayo dejaron de llenar su aforo, aunque los toquines siguen ocurriendo con frecuencia, con un público que no crece del todo pero le brinda la válvula que requiere para asirse de algo, un ritmo que se aferra a repetir los clichés de su tradición extranjera y un baile que ocupa encogerse y mover los brazos haciendo líneas.

Foto de Carlos García.

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