La trágica historia de Julius Hirsch, futbolista de Auschwitz (Parte 2)
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Julius Hirsch

La trágica historia de Julius Hirsch, futbolista de Auschwitz (Parte 2)

Julius Hirsch ganó campeonatos mundiales antes de ser asesinado por su propio país. Hoy es un símbolo de tolerancia.

Hirsch ganó otro campeonato Nacional con Fürth, un equipo del norte de Bavaria, antes de que la Segunda Guerra Mundial marcara su carrera. Fue el primer jugador alemán en ganar un título con más de un equipo, detalle que lo convirtió en uno de los jugadores más celebrados de Alemania. Los campeonatos nacionales fueron los momentos más destacados de su carrera, pero las memorias que apreciaba más fueron las que creó en los Juegos Olímpicos de 1912 en Estocolmo, Suecia.

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Hirsch por poco se queda sin participar. La Federación Alemana de Futbol seleccionó a ocho jugadores de su lista de 22 de los cuales "Junior" era el más joven. Recibió una invitación por correo el 28 de mayo, poco más de un mes después de que Hirsch había comenzado una pasantía de un año en un regimiento de granaderos. Tenía razones para sentirse pesimista sobre si le permitirían participar o no. Los militares le negaron permisos a otros jugadores, pero Hirsch lo logró.

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Los jugadores salieron de Alemania el 26 de junio y como viajeros respetables, se vistieron para la ocasión: trajes de tres piezas y camisa. "En nuestros hermosos trajes nos sentimos como dioses", Hirsch dijo después, según la traducción de su biografía.

El equipo se quedó en el Hotel Crown Prince, en el centro de Estocolmo, a cinco cuadras del Río Norrström. Hirsch tenía 20 años de edad, el mundo parecía enorme, y por esa razón es fácil imaginarlo explorando la ciudad con el mismo entusiasmo de un estudiante de intercambio: caminando por las tardes junto al río, deteniéndose para ver los botes y el Palacio Real. Adentro, la reina Victoria de Badern, otra originaria de Karlsruhe, vivía rodeada de lujos. Lujos con los que un jugador de futbol apenas podía soñar, pero ella sabía que estaban ahí. Antes de que entraran al juego, Victoria les mandó un telegrama para desearles suerte.

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Alemania no jugó bien, perdió en la primera ronda contra Austria, el otro gran rival de los alemanes. En la ronda de consolación, el equipo derrotó a Rusia con 16-0, Fuchs anotó diez goles, marca que se mantuvo como récord hasta 2001. Pero en el juego siguiente el equipo perdió ante Hungría.

Hirsch dejó la decepción atrás e hizo su mejor esfuerzo por disfrutar lo que venía. Participó en eventos en el Estadio Olímpico, mismo que presentaba una opulencia deportiva que Hirsch no había visto antes. Tenía una fachada hermosa con un arco enorme en la puerta, como castillo.

"Especialmente disfrutaba las invitaciones que me hacían mis amigos holandeses", recordó años más tarde. "Ellos no habían olvidado mi partido en Zwolle".

Julius Hirsch (ultimo hacia la derecha en la fila de abajo) con sus compañeros de entrenamiento en 1909. Imagen via KFV

Terminó la guerra y pasaron los años. Hirsch regresó a jugar, primero con el Fürth y después de nuevo para el KFV. Se casó con una mujer cristiana llamada Ellen Hauser y comenzaron juntos una familia. Perdió su cabello y la forma de su cintura, entonces, cuando comenzó a perder el ritmo, se volvió entrenador.

La mañana en la que todo comenzó a aclararse fue en 1933, cuando no recibió aviso ni llamada de cortesía. Cuando abrió las páginas deSportbereicht Stuttgart, esto fue lo que leyó:

"El domingo, los clubes que llegaron a las finales del Campeonato Aleman del Sur (excluyendo a Mainz y Worms) se reunieron en Stuttgart para hablar sobre la situación, donde después de largas discusiones llegaron a la siguiente resolución:

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"Los clubes se pondrán a disposición del gobierno nacional para cooperar. En el interés de esta cooperación, están dispuestos a hacer cumplir las normas de cualquier manera, particularmente en cuando a la expulsión de los judíos de clubes deportivos".

Fue el 10 de abril, un lunes. Entre los equipos que firmaban el acuerdo se encontraban el Fürth, Kaiserslautern, Nurnberg, Eintracht Frankfurt, y el Bayern Munich.

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Es fácil imaginar el rostro de Hirsch al leer la noticia con angustia. Había sido miembro del KFV por 31 años.

Ahora podemos voltear al pasado y darnos cuenta. Hitler fue nombrado Canciller es enero. Sus seguidores en Karlsruhe celebraron la ocasión con una marcha por Keiserstrasse, la misma calle que usaban los fanáticos del futbol para destejar las jugadas de Hirsch. La Bundestag se disolvió un mes después, y para el 5 de marzo se había completado la invasión Nazi. El 2 de abril, Karlsruhe boicoteó los bienes de judíos. Seguidores nazi marcaron las tiendas de judíos con señales advirtiéndole a la población que se mantuvieran alejados de esos lugares.

En la escena del futbol alemán, las cosas se pusieron peores. El 27 de marzo, Kurt Landauer, el presidente judío del Bayern Munich se retiró. Viajó a Suiza antes de regresar después de la guerra para reconstruir el equipo que amaba.

Para Hirsch, la resolución que tomó la Federación de futbol fue sorprendente y le dejó un mal sabor de boca. Debido a la crisis económica global, las cosas se pusieron cada vez más difíciles para Hirsch. Dos meses antes, él y su hermano Max se declararon en bancarrota. Al declarar su situación financiera, Hirsch envió una inmediata respuesta a los líderes del KFV.

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"Queridos amigos", decía la carta. "Hoy en Sportbereicht Stuttgart, leí que los grandes clubes, incluyendo al KFV han tomado la decisión de destituir a sus miembros judíos. Sin embargo, quiero que no quede sin mencionar el hecho de que en esta nación germana, que es tan odiada hoy en día, siguen habiendo personas decentes y tal vez más judíos alemanes cuya lealtad nacional es evidente en su manera de pensar y demostrada por sus acciones y la vida que llevan.

"Y por esa razón, les presento lo siguiente":

En las quince líneas siguientes, Hirsch detalló la muerte de su hermano Leopoldo en 30 de abril de 1918 en la guerra, antes de destacar su propio servicio durante la Primera Guerra Mundial, así como la participación de sus dos hermanos, Max y Rudolph. Los cuatro chicos Hirsch fueron premiados con la Cruz. Rudolf también ganó un premio de primera clase.

Un grupo de soldados alemanes son premiados durante la Primera Guerra Mundial. Imagen via WikiMedia Commons

Por todos los logros de Hirsch —los goles importantes, los campeonatos nacionales, su participación en Juegos Olímpicos— su servicio en la Primera Guerra Mundial era lo que le hacía sentir más orgulloso, y le causó el dolor más grande al saber que su país se había puesto en su contra.

Al inicio de la Primera Guerra Mundial, los chicos Hirsch, como muchos judíos alemanes que se consideraban tan alemanes como cualquiera, respondieron a las convocatorias y se enlistaron con honor y deber. Eran patriotas: creían en su nación y estaban dispuestos a defender su honor. Esos valores les fueron heredados por su padre, que era veterano de la Guerra Franco-Prusiana, misma que llevó a la creación del Imperio Alemán.

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Adolf Hitler también sirvió en la Primera Guerra Mundial. Hoy en día los historiadores concuerdan con que la fuente de su antisemitismo fue su participación en la guerra y sus conclusiones sobre la derrota alemana. Cuando Alemania perdió la Guerra, el mito de la puñalada en la espalda —que culpaba a los judíos, comunistas y otros grupos por socavar los esfuerzos de los alemanes— fue una explicación que se le dio a la derrota.

El mito encajaba bien con los estereotipos judíos con respecto al dinero. Muchos pensaron que los banqueros judíos fueron responsables por las dificultades económicas que enfrentó Alemania durante la Guerra. Los doctores judíos del Imperio Alemán también fueron sospechosos, se creía que habían entregado excepciones médicas a judíos que estaban en edad de combatir. Claro, ninguna de esas cosas era cierta. Los problemas económicos del país se debían en gran parte a las condiciones del Tratado de Versalles, que castigó financieramente al país. Y durante la Guerra, la población de judíos sufrió una pérdida similar de población así como el resto del Imperio Alemán.

Una manifestación en contra del Tratado de Versalles. Imagen vía WikiMedia Commons

Hirsch salió de la estación de tren Gare du Nord en París el 5 de agosto de 1938, sudoroso y ansioso. Entre el colapso económico, la creciente legislación antisemita y una joven familia a la cual tenía que mantener, la vida se había vuelto más complicada para Hirsch. Durante los siguientes cinco años, viajó por Europa en busca de un trabajo, entrenando equipos y trabajando como vendedor en la industria textil. Su familia sobrevivió con lo poco que les enviaba y donaciones de sus amigos no judíos. En 1937 encontró trabajo en una compañía de papel en Karlsruhe, pero Hirsch perdió su trabajo un año después cuando la compañía despidió a todos sus empleados judíos.

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Su hermana Rosa, que vivía en París, probablemente lo vio en la plataforma de la estación de tren. tal vez se abrazaron antes de dar un paso atrás y platicar de lo que había pasado. Tal vez bromearon sobre su apariencia tan diferente, o hablaron de la situación que sufría Alemania en ese momento.

Para los judíos alemanes, París, la ciudad de las luces, estaba llena de oportunidades que ya tenían en su país natal. Especialmente para Hirsch, quien hablaba francés y trabajó como intérprete durante la Gran Guerra.

Rosa y su esposo vivían en el XVI Distrito de París, cruzando el Sena desde la Torre Eifeel, en una de las áreas más lujosas de la ciudad, muy cerca del río. Pero los Hirsch también tenían otra conexión en el vecindario: Gottfried Fuchs vivía cerca del Palacio de Chaillot.

Como Fuchs y Rosa, Hirsch esperaba construir una vida en París, para él y su familia. Había pasado sus días caminando por los bulevares de la ciudad, respondiendo anuncios, explicando su experiencia laboral a quien la escuchara. Probablemente se dio la vuelta por los clubes de futbol de la ciudad, ofreciendo sus servicios. Pero al cabo de un mes, no encontró nada. Seguía sin conseguir trabajo.

El 3 de noviembre, Hirsch regresó a Gare du Nord, se despidió, y se preparó para regresar a Alemania. Debió sentir mucha desesperación. Se encaminaba a un país en el que no tendría futuro alguno.

El tren de París llegó a Karlsruhe sin Hirsch a bordo. Rosa se enteró de que su hermano no había llegado a su destino cuando contactó a Ellen para preguntar por él. Entonces, la preocupación de la familia se volvió más grande.

Pasó una semana.

El 9 de noviembre, un adolescente judío asesinó a disparos a un diplomático nazi en París. El asesinato sirvió como pretexto para dar inicio a la Noche de los Cristales Rotos, que dejó ver el salvajismo del antisemitismo alemán. En dos días, años de antisemitismo explotaron en una serie de ataques contra la población judía de Alemania. En todo el país se blandían antorchas y hachas afuera de sinagogas, incluyendo a las dos que había en Karlsruhe. Patearon las puertas y atacaron a todos antes de quemarlas. Arrasaron con las calles de la ciudad, rompiendo las ventanas de las tiendas judías y dañando la mercancía. Entraron a residencias privadas y arrastraron a las familias judías a la calle, donde las golpearon y les escupieron encima. Las turbas de gente secuestraron a cientos de hombres judíos, entre ellos el tío de Hirsch, y los llevaron a campos de concentración.

Pasó un mes y la familia de Hirsch temió lo peor. Nadie había escuchado de él.

Este artículo es la segunda parte de una serie dedicada a la vida del futbolista alemán Julius Hirsch. Regresa el próximo lunes para conocer el final de esta historia y lee la primera entrega aquí.

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