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Cine: Secretas en el Parc de la Ciutadella

"¡Secreta, idiota, se cree que no se nota!" Analizamos las claves del éxito de esta pequeña obra maestra.

Estamos totalmente enganchados al cortometraje “Secreta, idiota, se cree que no se nota”. Analizamos las claves del éxito de esta pequeña obra maestra. Ahí va, por si alguien aún no la ha visto.

Vale, supongamos por un solo instante que los ciudadanos protagonistas de este corto son secretas infiltrados entre las hordas de indignados que asediaban el Parlament en Barcelona el pasado miércoles. En ese caso, el guión de la película estaría subvirtiendo una de las máximas quinquis en las que más ciegamente creíamos… hasta ahora. Aquella que dice que “la poli no es tonta”.

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Aún seguíamos dándole vueltas a qué oculto y sibilino fin que escapaba a nuestro entendimiento respondía un movimiento estratégico aparentemente tan torpe como el del consejero Felip Puig cuando ordenó aporrear y arrastrar por el suelo a turistas y señoras de 50 años por Plaza Cataluña ante las cámaras de la televisión pública catalana. Eso hizo subir como 80.000 puntos en popularidad al movimiento 15-M. Pero es que este video ha barrido con todo. Según la tesis de esta perla del cinéma vérité, algunos de estos personajes, presuntos secretas, habrían provocado altercados que sirvieron de pistoletazo de salida a la correspondiente carga policial. La gente se queda con su cara, los rodea y ellos se arremolinan en un portal a la espera de que los rescaten los antidisturbios. Un concepto disparatado que se adentra firmemente en el terreno de la distopia futurista, porque todos sabemos que esto realmente no puede pasar en este país y menos en estos tiempos, ¿verdad?

En fin, basta de elucubraciones. El punto fuerte de estos 4 minutos y medio de drama, tensión y alta comedia reside en realidad en las asombrosas caracterizaciones de los personajes. Así que vamos a ello.

Las chicas primero. La que se fuma un pitillo con rictus de “a mí toda esta chusma me puede comer la aleta del coño” puede hasta tener un pase como chunga chandalista, pero la de la gorra y la coleta… o bien ha tomado como referente para preparar su papel de aguerrida antisistema a Madonna y Lara Croft echando una carrera o bien ha visto demasiadas series de la FOX sobre el FBI. La tercera, arreglá pero informal, con su flequillo rebelde y la mochila del Decathlon ya se apaña.

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Gran plano. Y bonito fondo, como de concierto de Kraftwerk. Tras sondear los recovecos más hondos de la psique de su personaje de revolucionario de mediana edad y repetir durante varias noches el mantra “Botín, cómeme el pitilín” hasta quedarse dormido en el suelo, este campeón del camuflaje llegó a la brillante conclusión de que la clave para obtener un look convincente era un puto pañuelo palestino. ¡Ja! ¿Quién iba a reparar en su pinganillo, su corte de pelo militar, su mirada escrutadora y esa braga cubriendo medio rostro ante el impacto revolucionario-visual de su kufiyya importado desde el mismísimo cuartel central de Fatah?

Tras varias horas intentando, infructuosamente, pegarse unas rastas falsas, estos cuatro actores optaron por jugar la carta de la naturalidad, ser ellos mismos, qué coño. Eso sí, la mochila que no falte. Mención especial para el segundo por la izquierda y su desarmante, estremecedora y bondadosa mirada, directa a los ojos del espectador. Comiéndose la cámara. Al que le sigue por la derecha se le traspapelaron los datos de la misión y creía que iba a un concierto de Andy y Lucas. Al de la derecha del todo le aconsejo que la próxima vez se deje una barba a lo Sérpico. O por lo menos una perilla a lo Macaco. No sé, algo. Todo el mundo sabe que los indignaos no saben ni qué es un aftershave, joder.

Vale, todo buen policía se pirra por hacer aquello de “sincronicen los relojes” antes de entrar en acción, pero, caray, para la secuela de esta película recomendamos menos profusión de pelucos caros. Le restan crudeza y realismo lumpenproletario al asunto. La mochila y la gorra, bien, en su sitio. Y la economía gestual, de traca: ese fugaz frotamiento de cara en plan “mecagoenmiputavida, me quiero ir a casa” es la expresión de desesperación más plástica desde El Grito de Munch o los gimoteos de Cristiano Ronaldo en la semifinal de la Champions.

Los mejores científicos de la universidad de Berkeley experimentaron en este tipo un revolucionario nanomaterial que hace que la luz esquive objetos tridimensionales. Vamos, que el tío es invisible. Nosotros lo podemos ver ahora sólo gracias a la demoníaca tecnología de YouTube. Pero gracias a su superpoder se pudo permitir el lujo de estar ahí tan campante, con su pose de portero de discoteca, su ajustada camiseta de los bomberos de Nueva York, las gafas de sol fardonas, su riñonera para la pipa y ese cuerpo de superhéroe latino esculpido tras años de hipertróficas rutinas de musculación. Un aplauso para él.