FYI.

This story is over 5 years old.

Especial de narrativa 2015

Especial de narrativa: Invernada

Un cuento de Thessaly La Force.

Fotos de Los Ángeles en 1995 por Kevin Zucker.

En el museo las dos se pararon frente a la obra de arte. Era una alberca negra y rectangular llena de agua congelada. Largos tubos de hule se expandían en el suelo y llenaban la instalación con aire frío. Emitían un silbido, como el sonido de un colchón de aire siendo desinflado. Cynthia le pidió a Flora que viera si había alguna serpiente. Les tenía fobia. Ni siquiera podía decir la palabra. Les llamaba eses.

Publicidad

—Anoche soñé algo —dijo Cynthia—. Desperté gritando.

—¿Te dan miedo los penes, verdad? ¿Eso es lo que significa? —preguntó Flora.

—No lo sé. Cuando andábamos, George hacía un sonido, como sssss, y revisaba bajo la cama por mí. Esta vez me desperté yo sola. En el sueño, todo estaba en mi contra. Alguien me había dado un regalo, pero la caja estaba abierta. Y yo decía: "¿Dónde está? ¿Dónde está el regalo?", mi mamá me decía: "Aquí". La tenía enroscada; su cola salía de la manga de mi abrigo y mi mamá empezó a sacarla de allí.

—Qué miedo.

Pasaron por un tanque lleno de agua salada donde una roca estaba suspendida: una mitad dentro, la otra mitad afuera, como si estuviera flotando. Había tubos de neón que colgaban encima. Cynthia iría a Suiza en dos semanas para escribir un artículo sobre el artista. —Esto está padre —dijo—. Me gusta.

—No sé qué significa. —Yo tampoco. —Pero nos gusta. —Nos gusta.

El teléfono de Flora sonó. Era el actor. —Dice que lo veamos en Los Feliz,1 —dijo mientras leía el mensaje—. En su casa. Quiere que llevemos papas fritas congeladas. ¿Hay alguna tienda de camino?

—Sí, Gelson's. —Cynthia veía otra pintura—. Ésta también me gusta.

—¿Terminamos? Ya me aburrí.

—Terminamos. —Cynthia revisó su reflejo en el vidrio de la pintura—. Va a haber un chingo de tráfico. —Se acercó a los tubos de hule negro de la instalación—. Esto —dijo, señalando hacia abajo—, no me gusta.

Publicidad

***

Cynthia fue a Los Ángeles para pasar el invierno. Estaba trabajando en un guión del que nunca hablaba. Supuestamente estaba escribiéndolo. Aún tenía cosas que hacer para la revista. Precisamente acababa de regresar de una cabaña en las montañas, propiedad de un escritor famoso. Éste tenía un programa en HBO y ahora estaba trabajando en dos películas. No tenía tiempo para quedarse allí, por lo que se la prestaba a sus amigos y a amigos de sus amigos. A otros escritores. No tenía internet, dijo Cynthia. Y no hubo agua dos noches seguidas. Ella no se había dado cuenta de que necesitaba un vehículo todoterreno y tenía miedo de manejar en la terracería de noche hasta la tienda más cercana, a 32 kilómetros, para comprar garrafones de agua de manantial ultrapurificada. Tenía que ir a la biblioteca pública para llamar por teléfono. Que es lo que hacía todas las tardes.

—Estoy harta de lo que hago —decía una y otra vez, tanto a Flora como a sí misma y a quien quisiera escuchar—. Soy periodista. ¿Quién quiere ser periodista hoy en día? ¿Quién lee revistas hoy en día?

A Flora le gustaba leerlas. Las leía en el consultorio del dentista y las leía en el metro. Acababa de ir al dentista para hacerse una limpieza dental. Ya habían pasado dos años. —¿Están muy mal? —le preguntó al doctor—. Dígame la verdad. —El dentista hizo una mueca—. No es bonito. No como tú. —¿Acaso le estaba coqueteando? Flora no sabía. Nunca antes creyó que fuera así, pero ahora era muy buena para saberlo. Eso fue algo que obtuvo después del divorcio. En una de las peleas con su esposo, su ahora ex esposo (llamarle así era difícil y se preguntaba si esto era algo que debería contarle a su sicólogo), él dijo: "¿Qué no ves? Estoy harto de estar en segundo plano".

Publicidad

El sicólogo de Flora había trabajado con ella durante años. Cuando tenía días malos, Flora estaba convencida de que su sicólogo tenía la misión de lograr que se divorciara. Lo acusaba de eso cuando estaba enojada. Y luego ambos analizaban qué era lo que le molestaba realmente. Ella también cuestionaba la masculinidad del sicólogo cuando se enojaba con él, decía que era gay. Cosa que él ni aceptaba ni negaba. Era algo tonto, ella lo sabía. Él no era gay. Y fue ella quien pidió el divorcio.

Flora conoció a su esposo cuando era joven y se casaron muy pronto. Dos grandes familias, mucho dinero, poco buen gusto. En realidad, ella nunca había trabajado. En toda su vida, nunca había pagado renta. Hace apenas tres semanas estaba en Nueva York. —Hacía mucho frío. No lo entiendes —dijo. Flora ahora estaba en una casa alquilada en West Hollywood, quizá demasiado cara para lo que era, pero ella no tenía forma de saberlo.

Esto había sido un problema en su amistad con Cynthia. Cynthia estaba harta de ser pobre, de hacer lo que le gustaba a cambio de poco dinero. Pero en realidad Flora nunca supo qué era lo que quería. Pensaba que era el matrimonio. Tenía un blog de comida. Posteaba recetas. Instagrameaba lo que cocinaba. Tenía medio centenar seguidores. Siempre posteaba selfies, usaba hashtags: #comida, #hechaencasa, #alicewaters, #organico. Ahora ya nunca cocinaba. Cuando estaba sola compraba comida congelada del supermercado.

Publicidad

A mitad de su larga amistad, Cynthia y Flora no se hablaron durante casi dos años. —No te aguantaba —le explicó Cynthia por teléfono. Ella estaba en Shanghái haciendo un artículo sobre un arquitecto. Tenía el don de la imitación y podía remedar a Flora. Decía: "Yemas firmes, no duras". Su voz ululaba a través de la conexión de Skype. —Esas madres del blog de comida. Me cagaban. Sólo querías hablar de moras cultivadas artesanalmente. Y la cosa es que en verdad eres inteligente. —El divorcio las había reunido.

Y ahora Flora salía con un actor. En las colinas de Los Feliz. Él era famoso, muy famoso, de hecho. Pero cuando lo conoció, ella no había visto ninguna de sus películas. En serio. Quizá eso fue lo que le atrajo a él. Ella sabía que era atractiva por todas las razones que le gustarían a un hombre sin ganas de compromiso y con demasiadas opciones. A él le intrigaba su relación con el dinero. Que no se pintara el cabello de rubio. Ella no quería que le comprara nada. Ya había superado las joyas. La ropa. A él le gustaban sus pechos pequeños. Los lunares de su espalda. Que prefiriera usar una cuchara para las toronjas. Ella no le contó sobre el blog de comida. O del divorcio. Un amigo los había presentado en noviembre, cuando él estaba filmando una película en Nueva York. Él pensó que Flora estaba aquí en Los Ángeles por él.

***

Cynthia manejó. —Mierda. Me equivoqué de salida y ahora no puedo regresar —dijo. Aún no conocía bien la ciudad y manejaba con una mano en el volante y otra en el iPhone.

Publicidad

—¿Quieres que yo lo vea? —siempre preguntaba Flora y Cynthia siempre decía que no.

—No, está bien.

—Siento que es un juego de poder —dijo Flora—. Las papas fritas.

—No lo es; sólo quiere papas.

—Tengo una sensación.

—Digo, bueno. Si es un juego de poder, ¿entonces cuál es

el juego?

—Sólo como, obligarme a hacer algo.

—Eso se llama andar con alguien.

—Ni siquiera creo que andemos. Yo voy a su casa. Salimos.

Dormimos juntos.

—Pero ni siquiera quieres… ni siquiera quieres eso: su vida.

Si te invitara a una alfombra roja, ¿irías?

—No lo sé.

—No irías. Apenas estás viendo qué onda contigo.

—La otra noche me pidió que le dijera cosas sucias —dijo

Flora. Bajó la visera y veía su rostro en el espejo—. Estoy bien fea— dijo.

Cynthia se rió. —¿Qué le dijiste?

—Siempre digo lo mismo. Muy genérico. Ya sabes: "Oh, extrañaba tu verga tan dura. Estoy muy mojada".

—Los hombres son un juego para ti. Siempre han sido un juego para ti —dijo Cynthia—. Algún día conocerás a alguien y te enamorarás y quién sabe quién sea, pero ni siquiera tú sabrás.

—Chinga a tu madre.

—Es cierto y lo sabes.

—¿Y tú qué?

Cynthia había dejado de salir con personas después de su última ruptura. Dijo que era porque viajaba demasiado. El trabajo era primero. Tenía 36. Pero después de terminar cada encargo llamaba a Flora y lloraba. "Estoy sola. Estoy harta de estar sola. Y quiero un bebé", decía.

Cynthia ignoró la pregunta. Con un giro a la izquierda, el coche se deslizó hacia el Bulevar Sunset. Una de sus manos sostenía el iPhone, la otra se deslizaba por el volante: —Dios, cómo amo el Sunset. Siento que de verdad estoy en Los Ángeles.

Publicidad

***

El actor vivía en una casa moderna. El sol se alzaba a la izquierda y se ponía a la derecha. El lugar era grande, pero no tanto. Había tres recámaras arriba, la oficina en el piso de abajo, tres baños. Había alberca y jacuzzi. Él había plantado un árbol de aguacate y un día Flora encontró una fruta colgando de una de sus ramas, aún verde, con piel rugosa y dura. Él le pedía a Flora que se mudara allí todas las noches que se quedaba. —Sólo mientras estés aquí —decía. Pero ella no le veía sentido. No estaban enamorados y lo poco que tenía ya estaba en la casa de West Hollywood. Es por esto que estaba convencida de que las papas fritas eran un juego de poder.

Mientras se estacionaban, él la llamó. —¿Qué?— dijo.

—¿Dónde estás? —preguntó él.

—Estamos aquí. Nos acabamos de estacionar. —¿Nos?

—Cynthia y yo. ¿Te acuerdas? La conoces.

—Oh, claro. —Nunca se acordaba—. Te iba a pedir que trajeras cátsup. No tengo.

—Tendríamos que regresar.

—Sí… No importa. Si ya estás aquí…

—¿Quieres la cátsup?

—No, está bien.

Ella y Cynthia salieron del coche y caminaron hacia la casa.

Siguieron hablando.

—Todavía puedo ir. —Tocó el timbre. Lo escuchó del otro

lado del teléfono.

Él le abrió la puerta con un botón. La gran puerta se abrió

sin que la tocara.

—No —dijo— ven. —Caminaron el uno hacia el otro, ambos sosteniendo el teléfono. Flora escuchó el ruido de la interferencia. Él la besó—. Hola, Cynthia.

Publicidad

—Hola —respondió Cynthia.

Entraron a la cocina. La casa había sido decorada por alguien más. Puro modernismo danés. Poco a poco él la había llenado con sus cosas. Algunos libros, aunque en realidad no leía. Fotos. Había una foto con una chica. No tomaba fotos de Flora. A ella no le importaba. Ella prefería que cuando terminara esto no quedara ningún rastro de ella.

—Estoy poniendo la carne —dijo.

—¿Va a venir alguien más? —preguntó Flora, no en un tono controlador. Después de haber estado casada durante tanto tiempo, dentro de la casa fácilmente caía en el papel de esposa. Ella sospechaba que a él también le gustaba eso, así como le gustaba que le correspondiera en mantener la distancia emocional: eran como dos personas corriendo juntas, pero sin tocarse.

—Tal vez venga Rob un rato —dijo, refiriéndose a su manager. Rob era muy efusivo, un tipo afable a quien no le importaba usar la fama del actor para obtener lo que quería. Pero era bueno en su trabajo y, lo más importante: encajaba en la jerarquía. Había un grupo de hombres que se reían de las bromas del actor, que lo dejaban tomarse la última copa de vino al final de la noche.

Se sentaron cerca de la alberca mientras él asaba carne para hamburguesas. Hizo dos para sí mismo y una para cada uno. Le contó a Flora que comía normal cuando no estaba trabajando, lo que quisiera, y luego, cuando se preparaba para una película, lo dejaba por completo (puro salmón horneado, col, verduras y proteína magra) y se ejercitaba "como maniático". Así dijo. Pero ella no sabía qué era lo maniático de sus entrenamientos. Para entonces ella ya había visto todas sus películas. Las vieron juntos, aunque a ella se le hizo raro que a él no le molestara verse a sí mismo en la pantalla estando con ella. En una la hacía de soldado. Ella pensó que se veía hinchado, sus brazos, sus piernas, sus pectorales, como si hubieran sido inflados con aire, como un globo humano. Perdió peso para otro papel de narcotraficante y ella se dio cuenta de que flaco le gustaba más. —Probablemente no sea bueno para tus riñones —le dijo. Ella no lo sabía, no tenía idea, pero lo suponía—. Ya sé, pero no hay de otra —contestó. Quizo decirle que tal vez debería aceptar sólo algunos papeles. Pero era su carrera, no de ella.

Publicidad

Rob llegó un poco más tarde; había ido a una proyección con una muchacha. Eso es lo que la mamá de Flora habría dicho. Una muchacha. Ella era la asistente de otro publicista. Estaba encantada de conocer al actor. Pero se tranquilizó y se portó muy normal. Qué miedo, pensó Flora. La chica entendió que nadie, en especial el actor, estaba interesado en lo que pudiera decir. Era claro que no le gustaba Rob, pero se lo cogería durante una respetable cantidad de tiempo. Después, cuando Rob preguntó si alguien quería meterse al jacuzzi, la chica fue la primera voluntaria. —Pero no tengo traje de baño —añadió. Como estaba Flora, fingió ser modesta y reservada.

—Tengo uno que te puedo prestar —dijo Flora. No tenía problema alguno: ¿por qué no dejar que la niña se viera hermosa, que fuera con sus amigos y les contara que estuvo en la casa del actor en Los Feliz? Flora usó su top deportivo y panties mientras que la niña usó su traje de marca. Se le veía bien. Si estuviera un poco más loca, habría obligado a la niña a que se lo quedara. Rob y el actor discutieron su carrera; Flora se había dado por vencida: no reconocía todos los nombres y de todos modos eso era más bien una especie de cortesía. Ella y la niña se sentaron y escucharon, las burbujas golpeaban sus espaldas. Cynthia se sentó en la silla de jardín arriba de ellas, completamente vestida.

—¿A qué te dedicas? —le preguntó la joven a Flora cuando era hora de romper el silencio.

Publicidad

—No hago mucho.

—Está teniendo una etapa del tipo "Comer, rezar, amar…" —interrumpió Cynthia.

—Oh, me encanta —dijo la chica—. Bien, qué bueno por ti—. Ella estaba a décadas de tener una etapa similar, pero proyectaba empatía.

—Sí— dijo Flora.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó la joven a Cynthia.

—Soy periodista.

—También está escribiendo un guión —añadió Flora. —Wow, qué increíble… ¿de qué se trata? —preguntó la chica.

El actor y Rob habían dejado de hablar.

—Diles —dijo Flora.

Cynthia hizo una pausa. —Es una especie de comedia romántica. —Amo las comedias románticas —dijo la joven.

—Yo también —dijo Rob. Todos rieron.

—Continúa —interrumpió Flora—. Cuéntales de qué se trata. Los ojos de Cynthia rafaguearon hacia Flora. —Chinga a tu madre —dijo. El actor se paralizó. No le gustaban las confrontaciones.

Cynthia se levantó. —Perdón —dijo tranquilamente—. No los conozco a todos—. Vio a Flora. —Pero a ti sí—. Hizo su imitación de Flora. —No me importa —dijo y encogió los hombros como lo hace Flora, quien fue la única que entendió: siempre lo hacía cuando estaba perdida. Cynthia lo hizo como si no le importara que fuera una excusa. Los demás estaban confundidos. Cynthia se detuvo. Su cuerpo retomó su postura natural. —¿Por qué no dejas de quedarte allí sentada sin hacer nada, viéndonos a todos mientras nosotros sí intentamos saber qué queremos de la vida? Podrías descubrir que quizá eso te hace feliz. O algo. Lo que sea. Lo que sea—. Sacudió la cabeza. —Sí, así que tan sólo soy otra idiota en Los Ángeles con un guión.

Publicidad

—Ay, perdón —dijo Flora—. No fue mi intención.

—Ése es el punto —dijo Cynthia—. Nunca tienes la intención de hacer nada de lo que haces—. Se alejó como para irse. El ruido de un helicóptero volando encima de ellos resonaba, siempre volaban tan bajo, y Cynthia frotó sus palmas contra los muslos. Dio algunos pasos alrededor de la alberca. Un dinosaurio de plástico flotaba panza arriba. Ella había dejado los zapatos en el borde de la alberca y levantó el pie derecho para ponerse uno y luego hizo lo mismo con el izquierdo. A la distancia, una alarma de humo se disparó dentro de la casa.

—Ah, claro —dijo Cynthia—. Tus papas fritas—. Estaba viendo al actor; sus ojos brillaban de enojo, aunque su cara se mantenía sin expresión, como de piedra. —Bueno, seguramente ya se quemaron. Pero gracias, gracias por la hamburguesa—. Se fue.

Flora sabía que no debía seguirla. Esperó un minuto antes de salir del jacuzzi para sacar las papas del horno y aligerar el humo con una agarradera de tela. Las papas estaban chamuscadas; había serpenteantes líneas en la sartén, como si fueran eses, pensó y luego las tiró a la basura.

***

A la mañana siguiente el actor tenía varias juntas por toda la ciudad y se salió temprano. Ella tenía la casa para ella sola hasta que Magdalena, la mujer del aseo, se apareciera. Flora decidió esperar, pues Magda le caía bien. Era claro que a Magda sólo le interesaba conservar su trabajo, era un buen empleo y seguramente el actor le pagaba mucho; además no ponía mucha atención a lo que el actor hacía de su vida. Flora sentía que no era la mujer más loca que hubiera entrado a la casa. Por lo que fuera que estuviera pasando en este momento (como sea que le digas a esa extraña y fluctuante época en la que el dinero se le resbalaba de los dedos como arena, cuando el miércoles era igual al sábado), Magda ya lo había visto antes, con algunas variantes. Flora estaba en la cama, no dormida, pero tampoco despierta del todo. El horizonte de Los Ángeles brillaba en la terraza del cuarto; el cielo tenía algunas estelas. De verdad que ahí todo era muy bonito. Le gustaba mandarle mensajes a Cynthia que dijeran: "¿Te cuento un chiste?" Y Cynthia siempre contestaría: "Sí". Entonces le enviaría una captura de pantalla del pronóstico del tiempo en Nueva York. Cynthia siempre le contestaba: "Ja, ja".

Publicidad

Escuchó a Magda entrar. Empezó en la cocina y después se movió por toda la casa, levantando las toallas de la alberca, la ropa sucia, las copas abandonadas, limpiando todo hasta que se viera como nuevo, poniendo todo de vuelta en la canasta, caja o clóset al que perteneciera. Al actor le gustaban las pantuflas; le gustaba robarlas del Hotel Bowery, donde pedía que lo hospedaran siempre que iba a Nueva York. Había un clóset lleno de pantuflas blancas con una B bordada en la parte superior. Flora había estado pensando que su nombre verdadero empezaba con B, y alguna vez, cuando le preguntó por qué no bordaba sus camisas también, él sonrió realmente sorprendido y le dijo que era muy tierna.

—Hola, Magda —dijo al entrar a la cocina usando sólo una bata.

—Hola, Flora —dijo Magda.

—Anoche asamos hamburguesas. Quizás tengas que limpiar el asador, por si no te lo dijo él.

—No me dijo nada. Gracias.

Flora tomó una toronja del frutero y la cortó con un afilado cuchillo en perfectas mitades sobre la tabla de madera cerca de la cafetera.

—¿Qué planea hacer hoy? —preguntó Magda.

—La verdad no sé. Tal vez descanse al lado de la alberca.—Ah, sí, qué hermoso día para descansar al lado de la alberca—. Magda siempre estaba de acuerdo con lo que Flora decía. Si Flora decía que saltaría de un puente, a Magda le habría parecido muy buena idea. Flora tomó una cuchara del cajón y empezó a separar cada pedazo de la cáscara.

—O tal vez —dijo, poniendo a Magda a prueba—, tal vez vaya de compras.

—Ah, sí, ¿a poco no es súper divertido ir de compras? ¿Dónde está el Señor T?

Así era como Magda llamaba al actor. —Tiene un almuerzo y luego tiene que estar en Santa Mónica.

—Oh, qué bonito —dijo Magda—. Espero que no le toque mucho tráfico.

—Yo también.

Magda limpió los gabinetes. El mármol estaba nuevo, sin una sola mancha. Todo en la casa era nuevo. Tal vez le gusto porque yo no lo soy, pensó. Yo estoy vieja y rota.

—¿Tú qué harías, Magda? —preguntó Flora—. Si tuvieras el día libre—. Pero Magda estaba pescando una bolsa de basura fresca de debajo del lavabo y no la escuchó.

Flora salió. De todos modos, Magda no le habría dicho. Las piedras del patio estaban muy calientes para las plantas de sus pies desnudos. Descansaría afuera toda la tarde. Sí, eso haría. Pasaría el día en la casa de un hombre que no amaba, pero eso no importaba. Quizá al día siguiente haría lo mismo. En algún punto llamaría a Cynthia para disculparse. Eventualmente regresaría, con la piel un poco besada por el sol, a Nueva York. Regresaría a su departamento vacío, a la derretida ciudad y pensaría en qué hacer con su vida. Probablemente Cynthia se mude a Los Ángeles. Escribirá su guión y lo venderá por un millón de dólares, o quizá no. Como fuera, Cynthia tenía razón. Ella nunca dijo que el matrimonio de Flora fuera un fracaso. Siempre decía: "Ahorita estás en un lugar muy bueno. Muy bueno". Que era diferente a lo que los demás pensaban. Su luna de miel había sido perfecta. Fueron a Maldivas, donde el mar tenía el color más azul que había visto. Pero se aburrió tanto que lanzó un arete de diamante al mar, incluso cuando sabía que no podría reemplazarlo. Había sido tan indiferente ante todo. Y cualquier cosa que valiera la pena, valía la pena hacerla mal. Eso era lo que sabía.