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paso del norte

El Dr. Frankenstein vive en Ciudad Juárez

Su nombre es Arturo Fierro y está clavado en fabricar piernas y brazos para las víctimas de la violenta guerra que vive esta ciudad desde 2009.

Desde el sótano de la casa se escucha cómo, de alguna manera, las creaciones del Doctor toman vida. Huele a plástico quemado, se escuchan las máquinas andar, martillos, el torno, y de pronto "¡funciona! ¡funciona!". Cualquier mañana puede entrar un hombre en silla de ruedas y salir brincando los escalones de su patio frontal.

A inicios de 2009, cuando en Ciudad Juárez los dos principales cárteles de las drogas —el Cártel de Sinaloa y el de Juárez— se declararon la guerra, hubo muchos balazos, lo que significa muchos miembros cercenados. Hombres y niños quedaron sin piernas, sin brazos o sin ninguna extremidad, y algunos de ellos visitaron el sótano del Doctor Arturo Fierro. Él los midió, les hizo un molde según sus necesidades y les regaló piernas y brazos de metal y poliuretano.

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Sin embargo también ha regalado sus inventos a los enfermos de diabetes, a quienes nacieron con males congénitos o a los que un borracho los embistió de madrugada y despertaron en el hospital sin alguna extremidad.

El Doctor Fierro vive en el centro de la ciudad, en una casona vieja y enorme con más baños que habitaciones, que como muchas casas en esta ciudad tiene pasillos, áticos y una escalera en espiral que baja hasta su extraño sótano. Cuando voy a visitarlo es de noche y me recibe a la puerta de su mansión con su cuerpo agigantado, el rostro duro y las manos ásperas. Junto a él están sus dos brazos derechos: su guapa sobrina Gisela y su esposa Ana. Ya desde la sala me reciben también pies, manos, brazos, piernas, narices y orejas. Unos de plástico —o poliuretano para ser preciso—, otros de metal, y otros más de madera.

Mientras bajamos al sótano, el Doctor me confiesa que Dios le ha dado un regalo: "Me ha dado el regalo de hacer partes humanas para quienes las han perdido o nunca las tuvieron. Por eso no lo hago para hacerme millonario, cuando puedo y veo que la persona tiene necesidad le regalo sus prótesis. Estaría desperdiciando un regalo de Dios si lucrara con él".

Me dice que si fuera su deseo se podría hacer millonario en un año, y al revisar los precios, le creo. Cada prótesis cuesta entre 25 mil y 80 mil pesos, dependiendo del material, el tipo y la estética del aparato. Y a pesar de que no vive en una alcantarilla, la casona luce vieja, sus autos distan de ser último modelo y su cartera —realmente abrió su cartera para mis ojos— no tiene un solo billete.

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"Yo gano dinero de los que pueden pagar, pero tomando en cuenta lo que invierto en cada prótesis me vengo quedando con 100 o 200 dólares por cada una. Básicamente nada. A veces les aconsejo que busquen ayuda de algún patrocinador, o donativos que les paguen la pieza, y eso funciona para los dos".

El Doctor Frankenstein nació en Parral, Chihuahua, y estudió órtesis y prótesis en la Ciudad de México. Tiene treinta años fabricando partes sintéticas del cuerpo humano. Ha llegado a "armar" cuerpos enteros, personas cuadripléjicas, como Don Prócoro, un anciano que maneja una tienda de abarrotes y perdió todas sus extremidades. Pero no se pueden sólo poner las piernas y brazos, según me explica el Doctor, hay que hacer también un corsé: "prácticamente refabricar el cuerpo humano".

El sótano del Doctor Frankenstein es una mezcla entre una fábrica textil, un taller de escultura y un hospital. Hay un horno donde derrite el material con el que hará el molde de un pie o una mano. Hay máquinas de coser para dar los acabados estéticos finales. Y hay decenas de pies, piernas, brazos, manos y ganchos entre las mesas de madera bajo las luces de alógeno.

Cuando le pregunto que cómo inició su interés por fabricar partes humanas, el Doctor se pone un brazo "de gancho" e intenta levantar una lata Pepsi. Me responde que se interesó cuando descubrió el poder de su resortera.

"Con mi resortera cazaba pájaros en Parral. Y cuando caían corría a recogerlos y a intentar reparar el ala que les había roto. Se las cocía o les ponía algo para que pudieran volar de nuevo", me cuenta mientras la Pepsi se le resbala de la prótesis.

@Luiskuryaki

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