Deportados y repatriados voluntarios: Testimonios de los que volvieron a México

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Testimonios

Deportados y repatriados voluntarios: Testimonios de los que volvieron a México

"La verdad es que de México no extrañaba nada, nomás la borracheras, las corridas de toros".

Artículo publicado por VICE México

Cómo es la vida de los mexicanos que, deportados por la policía o repatriados voluntariamente, regresaron a sus pueblos, a sus ciudades, después de años de vivir en alguna de las 50 entidades estadounidenses. ¿Por qué se fueron de sus lugares de origen?, ¿qué recuerdan de sus trabajos pagados en dólares?, ¿cuáles son los bemoles y frustraciones de su vida actual en México?

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Hablamos con algunos mexicanos que, luego de trabajar arduamente en algún punto recóndito de Estados Unidos, residen actualmente en alguna de las dos penínsulas mexicanas: Baja California y Yucatán.

Jesús "Dumbo" Chen, 50 años

La primera vez que crucé a Estados Unidos fue en 1998. Mis hermanos, que ya estaban allá, me ayudaron con el dinero y pagaron 1,800 dólares. Me fui en autobús hasta la frontera de Baja California y por ahí crucé caminando y después en camioneta me llevaron hasta Portland, Oregón.

Cuando ya tenía 15 años fuera de aquí [Umán, Yucatán] regresé de vacaciones y mi esposa me dijo: "Tus cinco hermanos ya se regresaron de allá, ya hicieron su dinero y construyeron su casita. Tú también ya regrésate, ¿qué haces allá solo?"

Me terminé quedando. Yo no quería, me gustaba demasiado la vida allá; siempre le digo a mi esposa que si un día me voy nuevamente a Estados Unidos ya no vuelvo. Ya me acoplé a México pero extraño mucho mi vida de antes. Aquí hace mucho calor, está exagerado el sol. Allá hay aire acondicionado en los restaurantes, aquí no. Cuando salgo a trabajar a la parcela casi me tengo que disfrazar para que no me haga daño el sol.

En Portland me dedicaba a tirar peperoni en un Toppers Pizza y antes fui empleado en un restaurante Subway. Aquí me dedico a sembrar pepino y sandía y hago pozol ―bebida de maíz―. Quise trabajar de guía de turistas en Uxmal y en Mérida, pero no me dejaron porque no tengo estudios, pero sí tengo como el 70 por ciento de inglés.

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Hace unos años, en el 2012 ,me atropellaron a mi hijo Leonel, el más chiquillo; un trailer le pasó por encima. Mandé hacerle una fotografía con su cara, me costó tres mil pesos. Umán es una comunidad de migrantes. Se juntan 15 o 20 personas y se van todos juntos a cruzarse. Los que empezaron esta tradición son los Curichis, así se apellidan, son unos hermanos casanovas. La verdad es que Trump me da miedo, por eso no lo intento. Yo puedo irme cuando quiera, mi récord está limpio.

José Luís, 33 años

Soy de Tenango del Valle, Estado de México. Tenía cuatro años de ilegal cuando me deportaron. Me agarró un policía por una infracción de tránsito. Vivía en Columbus, Ohio. Trabajaba en un campo de golf en las mañanas y en un Red Lobster en las noches. La noche que me detuvieron había trabajado hasta las dos de la mañana porque dimos una limpieza a profundidad en el restaurante. Cuando salí de trabajar estaba muy cansado y me quedé dormido haciendo semáforo hacia mi casa. Un policía me miró y me detuvo. Preguntó si llevaba drogas o armas o si era narcotraficante o si tenía papeles en regla [para trabajar, para manejar]. Le dije que nada. Checó mi record y estaba limpio, de todos modos me llevó arrestado con el juez quien dijo que había violado la ley del país por entrar sin papeles. Me encerró diez días. Luego me deportaron en un autobús por Laredo, Texas; había cruzado por Nogales, Sonora, cuatro años atrás.

Esta es la segunda vez que intentaré cruzar. Apenas llegamos a la frontera en el tren hoy en la noche; yo viajé 21 días desde el Estado de México, pero ellos duraron como cuatro meses [señala a cinco centroamericanos que están a unos metros de nosotros observando una patrulla fronteriza estacionada a 40 metros de nosotros detrás de la reja metálica que divide a México de Estados Unidos]. Duré viajando muchos días porque en Irapuato me bajaron del tren y no podía volver a subirme. Los de vigilancia del ferrocarril no nos dejaban. Andan armados y son groseros con los compas que no son mexicanos. A mí me echaron a migración pensando que era centroamericano.

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Cuando me deportaron me regresé a mi pueblo y me puse a trabajar de taxista con mi familia. Me fue bien, pero realmente invertí mal mi dinero. Ahora estoy de regreso, vengo a echar un ojo y ver cómo está la tirada para cruzar. Viajo solo pero en el camino se va encontrando uno a raza que, entre comillas, hace amistad.

De Colombus extraño todo. Esa vez que crucé pagaron por mí 4,000 dólares pero ahora cruzaré yo solo. No pienso desistir. El pedo es brincarme, tener paciencia, burlar a la migra y perderme entre las calles. Mi tirada es irme a San Diego, California, ahí vive un tío. Sé que a donde quiera que me vaya, con la migra, estará cabrón.

Adán González, 37 años

Lo que más extraño de Estados Unidos es el dinero y la vida que es más cómoda. Soy de San Luís de la Paz, Guanajuato. Ahí desde los 13 años anduve taloneando en la calle vendiendo chicles para conseguir dinero. Crucé a Dallas, Texas, a los 18 años y trabajé de empleado en un restaurante y en un car wash, pero en lo que trabajé más fue en la construcción.

Hace unos meses me deportaron después de diez años de vivir allá. Me puse borracho en un bar, me peleé en el estacionamiento y rompí las ventanas de un Western Union que estaba al lado. El problema fue que en lugar de demandarme por daño en propiedad ajena me pusieron que había quebrado los vidrios para meterme a robar el banco. Estuve encerrado nueve meses por lo que ellos [autoridades] llaman felonía. Me deportaron por Tijuana pero me vine a la frontera de Mexicali porque es más segura. En Tijuana, Piedras Negras y Nuevo Laredo, en cuanto la gente ve que no eres de ahí piensan que tienes dinero y te quieren extorsionar. Apenas llegas a la central de autobuses y ya te están esperando para chingarte.

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En Texas ganaba, en promedio, 400 o 500 dólares a la semana pegando ladrillos. Ahora me dedico a vender tamales y elotes. Las carretas no son mías, soy empleado. No sé si me quede aquí o intente cruzar a California o me regrese a mi pueblo. Vivo en un albergue en donde pago 30 pesos por noche, no es tanto dinero, sí me alcanza para juntarlo.

Santos, 40 años

En 1994 crucé, en el 96 me casé y en el 97 me dieron la residencia. Cuando recién llegué a California trabajaba en el área de Harbor en Los Ángeles; me dedicaba a hacer tarimas. Ya como en el año 2000 conocí a unas personas que me ofrecieron trabajo con el 10 por ciento de ganancia. Es complicado decir de qué era el trabajo pero, pues, era transportista, me dedicaba a llevar drogas en camionetas de una ciudad a otra. De California iba para Miami, Kentucky, Nebraska, Missouri, Mississippi y Georgia. Me detuvo el FBI cuando iba llegando de Illinois. Llegué a las cuatro de la mañana a mi casa, me bañé, me acosté;, y escuché un trancazo en la puerta. Era la policía, dijeron: "FBI, don't move, hands up". Me agarraron con 650 mil dólares, dos pistolas, esposas y documentos falsos.

Me encerraron dos años y me deportaron por Tijuana porque mi caso era federal. Lo que más extraño es mi taller: era pantalla (simulación) para que no se dieran cuenta de lo que yo hacía, aunque en un tiempo sí lo trabajé. Estoy juntando dinero para ir a pedir un perdón a Washington DC para que me regresen mi residencia.

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No tengo necesidad de trabajar. Allá arriba [California] tengo un poco de dinero de lo que me quedó. Gano poco vendiendo elotes, pero si no trabajo me aburro, ni modo de encerrarme en mi cuarto.

Mario, 25 años

Soy de un rancho en El Fuerte, Sinaloa. La patrulla fronteriza me detuvo en el desierto de Arizona junto con un compañero; teníamos cuatro días caminando. Era la primera vez que cruzaba. Íbamos para Temécula, California, porque él tiene familia allá. Nos detuvieron como a las 11 de la mañana y me trataron un poco mal. Nos echaron atrás de la camioneta, esposados, parecía que estaban transportando vacas, tragamos tierra, polvo.

En mi rancho me dedicaba a trabajar sembrando tomatillo, tomate, trigo, sorgo, pero la crisis y que se acaba el tiempo de cosecha, todo eso, me hizo cruzar. Fui deportado por Caléxico y llegué a Mexicali. Vivo en un albergue. Me dedico a limpiar vidrios de autos, a barrer banquetas y a veces me voy a la línea internacional a trabajar, a vender cosas. Estoy deportado desde hace dos meses. Trato de no salir a la calle de noche porque la policía me puede decir algo. Soy de rancho, de campo y no estoy acostumbrado a la ciudad. Creo que es mejor la vida en el otro lado [Estados Unidos]. No sé si volveré a intentar cruzar porque no es fácil caminar por el desierto y terminar detenido. A mi rancho ya no regresaré.

Enrique Martín Chan, 57 años

Yo estaba en San Francisco, California y me regresé a Muna, Yucatán, porque mis hijas me estaban hablando. Querían que estuviera para los 15 años de una de ellas, nomás por eso me regresé, yo no quería regresar. Llegué el 27 de julio del año pasado. Tenía doce años sin volver. Me fui por dinero. Aquí no tenía nada, no era nada, era solamente un empleado. Aparte estaba divorciado.

Crucé por el desierto de Arizona rumbo a Tucsón junto a un compañero. En el camino nos abandonó el pollero (traficante de indocumentados) porque el muchacho, mi compañero, estaba herido de un pie y no podía caminar rápido y como era el que me estaba financiando el viaje —de 50 mil pesos— no lo abandoné. Pero yo salí solo, me subí al cerro más alto y nos fuimos siguiendo un foco que alumbraba, tomé esa dirección y salimos del desierto. Al final nos entregamos a la patrulla fronteriza para que nos ayudara. Nos deportó y días después logramos cruzar, a mí me llevaron a San Francisco, California, en auto. Todo el tiempo que estuve allá trabajé con un solo patrón en una licorería. Era manager, nunca tuve una falla, ningún problema, ninguna falta. Mi patrón era un árabe que me trato de maravilla, cuando me iba a venir para acá él hablo al aeropuerto y me compró mi boleto. Yo sé inglés pero él quiso hablar.

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El cambio ha sido bastante porque estoy acostumbrado a ganar más. Aquí gano 100 o 200 pesos diarios, allá ganaba 15 dólares la hora. No me convenzo todavía, quiero regresar a San Francisco, extraño mi trabajo, me hacía muy feliz. La verdad es que de México no extrañaba nada, nomás la borracheras, las corridas de toros. Yo me quiero regresar este año. Usaré Tijuana como trampolín para brincarme. La panadería se la quedará mi papá.

Rafael Espadas, 44 años

Regresé en diciembre del año pasado después de 19 años fuera [de Dzan, Yucatán]. Estaba en Portland, Oregón, de aquí de la región casi todos nos vamos a ese lugar o a San Francisco o a Vancouver.

La primera vez que crucé fue por Phoenix, Arizona, y pagué 2,000 mil dólares. El viaje incluía transporte desde que salí de Yucatán hasta que me entregaron con un amigo en Portland. Esa vez fue en avión pero la segunda vez fue en auto porque las revisiones en los aeropuertos se pusieron difíciles. Los 19 años que trabajé fue en limpieza y en restaurantes de comida gringa y libanesa. Las jornadas eran muy pesadas. Durante ocho años tuve dos trabajos. En uno entraba a las seis de la mañana y salía a las tres de la tarde, al otro entraba a las cuatro de la tarde y salía a las 11 de la noche. A las 12 dormía y a las cuatro de la mañana otra vez ya estaba preparándome para el trabajo. Todo esto valió la pena, me fui sin nada y ahora ya tengo una casa. Cuidé mi dinero, no me metí en vicios como otros que nomás reciben un poco de dinero y se lo gastan en pachangas. No sé si vuelva a Portland; un hermano se quedó allá. Lo que más me gustaba era el clima, aquí hace mucho calor. Comencé ganando siete dólares la hora y poco a poco fui subiendo. Sé que, ahora, a los que quieren irse de indocumentados les cobran, desde Yucatán hasta el destino, entre 150 y 200 mil pesos. Ahora me dedico a trabajar unas tierras que compré.

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Rigoberto, 45 años

Soy de San Andrés Ixtlán, Jalisco. La primera vez que crucé a Estados Unidos fue por Tijuana, tenía 12 años. Recuerdo que cruzamos un alambre de púas que dividía la frontera de Tijuana y caminamos dos horas hasta que nos recogió un auto y nos llevó a Los Ángeles, California. Por más de 30 años viví allá, y sí, salí algunas veces de California para ir de vacaciones a mi tierra. No tenía papeles legales para volver pero antes era fácil juntarnos entre varios y pagar 300 dólares cada quien a un coyote (traficante de indocumentados) para que nos cruzara caminando.

La primera vez que me deportaron tenía 25 años viviendo allá. Me deportaron porque al estar arreglando unas multas de tránsito el juez supo de mi situación de ilegal y me dio la opción de que me repatriara voluntariamente para volver a entrar pero legalmente. La única manera en que podía quedarme, según el juez, era si alguno de mis hijos tuviera un sufrimiento extremo, una enfermedad, pero pues no. Me vine para México y me presenté en la oficinas de la patrulla fronteriza en la frontera para que supieran que me estaba saliendo del país. No aguanté mucho y me regresé nuevamente de ilegal. Como digo, antes no era tan difícil: cruzabas, no caminabas mucho y ya te estaba esperando un carro en la carretera para llevarte a tu casa.

Esta última vez que me deportaron ya habían pasado cinco años de mi primera deportación. Era de mañana, vivía en El Monte una zona de chinos y latinos junto a Los Ángeles, de pronto tocan a la puerta y se asoma mi esposa y me dice que no salga porque son agentes del ICE ―Immigration and Customs Enforcement―. En realidad no preguntaban por mí sino por otra persona con otro nombre, entonces mi esposa les dice que ahí no vive tal persona y le piden que todos los que viven en la casa salgan para conocerlos, y pues, confiado en que no era a mí a quien buscaban salí y en cuanto lo hice me dijeron que a mí me estaban buscando. O sea, fue una trampa para que saliera del cuarto, porque ellos no pueden meterse a la casa, pero ni modo de no salir nunca más y vivir encerrado. Me esposaron y me subieron a una patrulla. Apenas pude ponerme unos zapatos y un pantalón, pero sin camiseta; es más ni siquiera pude despedirme de mi familia. Así se acabó mi vida de treinta y tantos años viviendo allá, estoy seguro de que fue mi primera esposa la que me denunció que era un ilegal, porque días antes le había dicho que vendería la casa con la que ella hacía dinero rentándola, y si la vendía se le acababa el negocio. Los agentes me dijeron que fue una llamada telefónica lo que los alertó de que en tal domicilio vivía un ilegal. A veces también pienso que fue un vecino con el que me llevaba mal.

Es duro estar viviendo solo y sin familia. Cuando te deportan te mandan a la nada. Me deportaron por Nogales, Sonora. En Arizona estuvimos en cuarentena porque uno de los que iban a deportar nos contagió de gripe porcina. Cuando nos dejaron ir nos juntamos en grupo para entrar a México juntos, porque Nogales es una de las peores fronteras, apenas la pisas y no sé cómo le hacen pero los bajadores (extorsionadores) ya saben cómo te llamas y te quieren extorsionar. Es más, a mi esposa le hablaron para pedirle dinero por liberarme, pero a mí nunca me secuestraron, no sé cómo consiguieron el teléfono de mi casa.

Me dedicaba a trabajar en una compañía que transporta en tráiler y en avión, ropa y calzado, a Bolivia, Ecuador, Colombia y Panamá. Antes de ese trabajo estuve de trabajador de la construcción, en una compañía de cartón y como chofer. Ahora trabajo como guardia de seguridad en un rastro de ganado que está en la carretera que va para el puerto de San Felipe, Baja California. Vivo con unos familiares de mi esposa que casi no conocía. Ella y mis hijos me vienen a visitar a la frontera cada mes o mes y medio. Espero arreglar mi situación para poder volver a estar con mi familia.

Reynaldo López, 30 años

Soy de Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oaxaca. Crucé con mi papá, que es albañil, el desierto de Altar, Sonora, y entramos al de Arizona. Tenía 15 años cuando migré a Estados Unidos. En la arena caminamos por tres días hasta que llegamos a un cuarto de hotel en Phoenix, Arizona. Ahí nos recogieron unos raiteros y nos llevaron a Memphis, Tennessee. Ahí viví 13 años hasta que me deportaron hace un mes después de estar un año en la cárcel. Estuve encerrado porque una patrulla detuvo el auto en donde iba con unos compañeros rumbo al trabajo. El auto era del contratista de la empresa de construcción en donde trabajábamos remodelando escuelas y hospitales. El problema fue que le hicieron una revisión y resultó que había un arma del dueño del auto. A mí me encarcelaron un año dizque por intento de homicidio y me deportaron en avión a la Ciudad de México. Luego me fui a Mochis, Sinaloa, a buscar a una prima pero no me contestó el teléfono y me vine a la frontera.

Tengo tres semanas que llegué a Baja California. Nunca había estado aquí. Hace unos días quise cruzar por el desierto de Mexicali pero nos detuvo la patrulla fronteriza cuando ya casi agarrábamos aventón y nos deportó por Tijuana. Apenas ando viendo qué hacer. Mi vida eran esposa y familia y ahora ando solo en otro país que no conozco. Lo bueno es que mi esposa y mis cuatro hijo se movieron de Memphis y se fueron con mis suegros a Bakersfield, California, a seis horas en auto de la frontera. Rento una habitación en un albergue. Trabajo en la limpieza de un hotel y haciendo tortas para vender en la línea internacional. Extraño el clima de Tennessee.