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Cultură

Hablamos con un profeta del fin del mundo español rehabilitado

El fin del mundo puede no ser solo un desastre a gran escala, sino que para los survivalistas es una obsesión personal repleta de búnkeres, navajas suizas y máscaras antigás.

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Hace un par de meses, camino del trabajo, escuchaba un podcast de la BBC sobre el movimiento prepper (survivalista, en su adaptación al castellano) en EE.UU. ¿Qué son? Sucintamente: una corriente de obsesos, de radicalidad variable en función del número de veces que les robaron el bocata en el recreo, cuya preocupación diaria es hacer acopio de alimentos, armas, herramientas y demás artilugios que les puedan servir de cara a una hipotética hecatombe. La hecatombe, sin duda, debe cambiar nuestro concepto de civilización y aventar el caos generalizado. Si no, ni es hecatombe ni es .

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Reconozco mi inclinación al fatalismo apocalíptico en el cine y la literatura. Pero de vuelta al mundo real, ese del paro, el empleo precario y Mariló Montero en TVE, nunca me había planteado la posibilidad de que mi vecino, mi jefe o mi panadero pudieran estar compitiendo en una suerte de rat race, acumulando cachivaches, fobias y paranoias varias a la espera del Armagedón. Así que, como decía, mientras escuchaba las surrealistas obsesiones de aquellos survivalistas con acento yanqui, retumbó en mí aquel certero axioma de “tontos hay en todos lados”, y me pregunté cuántos de ellos habría en suelo patrio.

La búsqueda me llevó hasta Jonatan Bosque. Este joven catalán había presidido la única asociación survivalista hasta la fecha en nuestro país, Grupo de Supervivencia de España 2012 (GSE 2012), y había escrito un libro titulado Cómo sobrevivir al juicio final. Tenía que contactar con él.

Jonatan Bosque

El reportaje prometía. No por su calado científico o su rigor periodístico, sino porque llamaba poderosamente mi atención conversar en primera persona con el majara de los majaras, con el líder español de los “esto se va al carajo, construyamos búnkeres”. Pero Jonatan resultó no ser un maníaco apocalíptico, al menos no a día de hoy. Mi decepción no podía ser mayor. Esperaba encontrarme con un excéntrico calzando un sombrero de papel de plata, pero el primer contacto vía Facebook confirmó todo lo contrario. “Yo no terminé bien con los survivalistas -me explicó Bosque-. Acabé apartándome del movimiento porque me llevaba a un lugar distinto al que yo había planeado para mi proyecto inicial de los búnkeres. Escribo mi experiencia en el libro precisamente para ofrecer una visión cruda y real de esa afición que algunos (la gran mayoría) terminan extremando hasta límites que ni sospechas. Quizá ese planteamiento sea más atractivo de cara a jefes redactores. Vende más”.

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Dada la buena predisposición de Jonatan y el aparente sentido común del que hacía gala, sentí una poderosa curiosidad por leer ese Cómo sobrevivir al juicio final. Pese al título, no hay en sus páginas consejos sobre cómo purificar el agua de un charco o una lista de bayas comestibles en caso de que se líe parda y haya que escaparse al campo. El libro es el relato de las miserias personales y familiares de un tipo que un día tuvo una obsesión: salir indemne al colapso del sistema.

La filia de Jonatan por el catastrofismo nació tras el contacto con el imaginario de Patrick Geryl, un holandés que, entre muchas otras paridas, sostenía que la tormenta solar que estaba por llegar a finales de 2012 sería de tal magnitud que sus pulsos electromagnéticos invertirían la polarización de la Tierra, haciendo que ésta dejara de girar sobre su propio eje de oeste a este para hacerlo en sentido opuesto. Esto provocaría, en resumen, el pifostio que Roland Emmerich (otro amante de las desgracias a gran escala) retrató en 2012.

Imágenes de un proyecto de refugio de Jonatan que nunca se llegó a construir

Pero llegó el momento en que Jonatan se dio cuenta de que lo suyo no era la obsesión por montar un silo de navajas suizas y máscaras antigás, sino ser un revolucionario de pelo largo, molestar al poder y hacerse oír. No hay en su historia escandalosas cifras invertidas en buscar amigos verdes del más allá a lo Jodie Foster. De los estatutos fundacionales del GSE 2012  se desprendían objetivos como “concienciar y sensibilizar a los ciudadanos de la problemática medioambiental”; “proteger la biodiversidad, acabar con uso de la energía nuclear, de las armas y fomentar la paz”; o “fomentar el pensamiento grupal y global”. Además, el 20 por ciento de lo recaudado anualmente en concepto de cuota de afiliación pretendía donarse a Greenpeace e Intermón Oxfam. Si esto no es más de perrofláutico que de apocalíptico excéntrico que baje el hombre del espacio y lo vea.

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Pero esta forma de ver las cosas, más serena, no cabía en las mentes de los foreros y socios con los que Bosque tenía que lidiar. “Cuando sales en un periódico diciendo que estás construyendo un búnker para el 2012, eso llega a oídos de gente normal pero también a oídos de quienes se les puede ir la castaña con el tema. En el foro (por entonces 23diciembre2012.foroes.org; hoy ya cerrado) había gente que me pedía que les diera de baja porque pensaba que les espiaba la policía”. “Yo tenía la esperanza de construir algo grupal donde hubiera armonía. Me decían ‘os vais a matar en el búnker’. Y yo decía: ‘no, somos gente maja’. Maja los cojones. No llegamos ni a entrar y mira cómo terminamos”, sentencia Bosque, incrédulo, entre risas. Las risas y la incredulidad de quien hoy se ve lejos de lo que un día fue un infierno personal.

Y es que el profeta apocalíptico de la gran pantalla es siempre desdeñado por sus semejantes y condenado al ostracismo de su locura para, al final, volver con un “os lo dije”, mientras todo se va al garete. Pero de vuelta al mundo real, ese de los pagos en b, Urdangarín y los fascistas futuristas de Tetuán, la vida del survivalista es harto miserable. “Vives amargado -explica Bosque- pero tienes la conciencia tranquila si te compras navajas o te tuneas un vehículo antizombis para hacer frente a eventos imaginarios. Es como la droga: si no hago acopio de alimentos no se me quita el mono”. Algunos de sus correligionarios, en un intento de autoafirmación, “se iban al Lidl, se compraban latas de albóndigas y se las comían en su casa para demostrarse a sí mismos que eran survivalistas”. Desde luego hay que ser un valiente para comer albóndigas en lata.

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Aunque para Jonatan estas obsesiones se alimentaban de problemas personales previos. “Cuando hablábamos entre nosotros por teléfono éramos conscientes de que esto nos servía de terapia: o estabas en paro, o tenías problemas familiares, y si esto se acababa mañana, casi mejor”. La “fiebre” de Jonatan duró hasta que conoció a Geryl en persona. “Cuando me leí los libros de Geryl e intenté explicárselo a mi familia, me frustré porque no podía hacerles creer a ellos lo que yo creía, y ahí hubo una ruptura. La gente normal tiene sus cosas del día a día y yo estaba mirando vuelos para irme a Sudáfrica”, lugar elegido por el profeta holandés para refugiarse del hipotético desastre. “Y luego pensé”, continúa Jonatan, “después de la que he liado, vamos a darle una viabilidad y una utilidad a esto”.

Es entonces cuando el 25 de febrero del 2010 se funda la asociación GSE 2012, con el objetivo de construir una serie de búnkeres en la geografía española. Jonatan empieza a acudir a diferentes medios de comunicación en busca de la publicidad gratuita que no podía costearse, exponiéndose así a abandonar el preciado anonimato del don nadie. La asociación solo duraría hasta finales de 2011 por desavenencias con los miembros más radicales y los quebraderos de cabeza que estos le causaban.

Hoy, casi dos años después de que los fatídicos presagios para el 2012 no se cumplieran, Jonatan dirige una empresa de marketing en Reino Unido y ha perdido el contacto con sus antiguos socios y compañeros, a excepción de cinco de ellos, a los que considera rehabilitados. Ya no hay en él rastro de ese formalismo que exhibía en las entrevistas, propio de quien actúa de portavoz. Hablar con Jonatan sobre el tema es pura risión.

Uno de esos amigos rehabilitados es Alberto Calleja. Su patológica curiosidad y su pasión por la astronomía le llevó a enrolarse en el proyecto de Jonatan. “Has dado con personas normales pero en el foro había frikismo para dar y tomar”, e ilustra sus palabras con el ejemplo de uno de los miembros del foro, quien en una conversación de chat aseguró que no dudaría en dejar a su padre atrás, postrado en la cama por problemas respiratorios, en caso de que el 2012 acabara en catástrofe. Este tipo era Ricardo, vicepresidente del GSE.

Contacto por teléfono con otro Ricardo, quien desde hace casi cinco años se dedica a vender material de supervivencia por internet. De hecho, tras la caída del sector de la construcción se dedica a ello exclusivamente. Su tono de voz resulta afable, pero también apagado y retraído. Desgracias como el pasado terremoto ocurrido en Japón, peligro nuclear incluido, tensiones diplomáticas entre países o la amenaza del ébola, incrementan el flujo de clientes, aunque para él “el principal miedo ahora es el desorden social motivado por el desempleo y la carencia de ayudas sociales. El sistema social actual no aguanta y puede acabar reventando. Puede haber una rebelión que afecte al transporte y por tanto a la adquisición de alimentos, agua, gasolina…”

Y aunque Ricardo no parece ser ningún oportunista, sino un hombre honesto que vende lo que él compraría, me viene a la cabeza Joaquin Phoenix, en Señales: “Esto de las señales en los cultivos es solo un puñado de frikis que nunca han tenido novia en su vida. Son unos treinta, crean pequeños códigos, analizan mitología griega e inventan sociedades secretas a las que otros chavales que nunca han tenido novia antes pueden unirse. Hacen gilipolleces como estas para sentirse especiales. Es un timo. Frikis lo hacían hace 25 años y nuevos frikis lo están haciendo ahora otra vez”.

También me acuerdo de Fernando Arrabal y su milenarismo, aunque la referencia sea menos loable.