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Cultură

Mi lucha contra Roberto Bolaño

Para combatir a los post-Updike.

Realmente odié a Roberto Bolaño la primera vez que lo leí. No dejaba de escuchar esa conmoción que había en torno al estreno cada una de sus novelas en el mercado gringo, una especie de masacre póstuma como si se tratara del Tupac literario que no dejaba de escupir libros tras perder su vida demasiado joven. Traté de no ser automáticamente escéptico, pero fue difícil, en especial cuando el hombre parecía haber salido de la nada a pesar de las leyendas era uno de los autores chilenos más renombrados de la historia. Finalmente cedí y compré mi copia de Los detectives salvajes. Mi acosté en mi cama y abrí el libro, esperando y esperando a que comenzara ese tan prometido espectáculo de fuegos artificiales. Llegué hasta la página 150 antes de encabronarme y devolver el libro.

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Pasó mucho tiempo antes de que volviera a leer a Bolaño, y dije mucha mierda sobre él durante ese tiempo. No podía entender dónde estaba la vitalidad y belleza en una novela cuyo primer tercio se centra en un grupo de escritores jóvenes y excesivamente románticos y la belleza de la poesía, cómo querían ser grandes poetas e intentaban tener sexo en medio de toda esa autoidolatración. Todos me decían que el libro cambiaba por completo y se volvía algo más después del prólogo, pero yo no estaba interesado. A pesar de no haber leído ninguno de sus libros, estaba convencido de que este fanatismo por Bolaño era una farsa que giraba en torno a un escritor extranjero mediocre, que murió joven y se había convertido en el nuevo fetiche de algunos estadunidenses que creyeron que había hecho algo nuevo, cuando en realidad era sólo otro escritor con una narrativa aburrida. Claro, el hombre podía transformar una oración, pero ultimadamente eso no llevaba a nada. En Estados Unidos nos venden mucha mierda con un buen discurso en la contraportada y algunos premios, y concluí que este era otro de esos ridículos espejismos.

Tiempo después, decidí leer 2666, la novela considerada como la obra maestra de Bolaño, con la sola intención de estar mejor equipado para mentar madres sobre todo su trabajo. Creí que esa novela sería para morirse de la risa, pues había escuchado lo “brutal” e “intensa” que era. En especial la cuarta sección, que sabía contenía cientos de páginas con descripciones de las muertas de Juárez. Esta sección tenía una gran reputación. Asumí que me aburriría hasta la muerte, pero cuando terminara, al menos le habría dado otra oportunidad.

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Empecé el tabique de casi mil páginas bajo la estúpida premisa de que escribiría una respuesta a cada una de las oraciones, para explicar por qué la novela me parecía aburrida y nada inspiradora, y, más importante, nada digna de toda esta conmoción. Muy pronto, sentí cómo ese fuego en mi interior se empezaba a apaciguar; dejé de esperar más mierdas, dejé de buscar agujeros y cosas para quejarme en sus oraciones, y terminé realmente interesado en la historia. Había este discurso sobre escritores y críticos literarios, pero de alguna forma descubrí ese sentido de misterio y oscuridad que sentí estaba ausente en Los detectives salvajes, algo más oscuro, escondido detrás de la superficie del texto. Quizá estaba de un humor más generoso, pero no podía dejar el libro, consciente de que esta era la razón por la cual el hombre era una leyenda; una ventana hacia otro mundo.

Después de terminar 2666 y aceptar que había algo en este autor, empecé a leer sus otros trabajos. Leí, Nocturno de ChileAmuletoLa literatura nazi en América, Entre paréntesis, El secreto del mal y Estrella distante. Disfruté la gran mayoría. Por último, decidí darle a Los detectives salvajes otra oportunidad. Todavía seguía inconforme con su exagerado sentido del romanticismo, pero ahora lo entendía diferente, coloreado por el contexto de los otros textos de Bolaño, su elocuencia y su constante sentido de dar forma al espacio, crear un cuerpo y un contorno en el aire. El gran amor de Bolaño por la literatura (la tradición y el cuerpo de ésta más que el lenguaje) y el arco de una persona y su trabajo ahora tenían mucha más importancia para mí que mucho de eso que pensamos como la de idea de un autor y su carrera.

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En Estados Unidos nuestro mundo literario valora menos el cuerpo de la creación y más la importancia del escritor y sus éxitos pasados. Bolaño parece estar más interesado en combinar lo fuera de este mundo con lo real, construir oraciones que abarquen la vida y la muerte al mismo tiempo, en lugar de simplemente intentar explicar o delinear lo cotidiano. Incluso en sus momentos más grandes, Bolaño parece venir de un entendimiento de que las personas son claraboyas; que una creación puede representar un espacio singular que de lo contrario permanecería escondido; que lo que sobrevive a las personas suele estar fuera de su alcance, más allá de su control, aunque también una cosa que puede ser dirigida y deseada, construida. Esto, para mí, es más refrescante que las aspiraciones de mucho de nuestros líderes literarios actuales.

Digo todo esto tras acabar de leer el más reciente libro póstumo de Bolaño: Los sinsabores del verdadero policía. Empezó a trabajar en esta novela en los ochenta y seguía trabajando en ella en el momento de su muerte en 2003. En cierto modo, el libro es un gran ejemplo de las cosas que más disfruto de su trabajo. Contiene una narrativa clara, pero de forma fragmentada, donde los días se cortan en escenas que permanecen fieles a la línea del tiempo general, pero que no requieren de variaciones ni resoluciones innecesarias. Las escenas en sí son agudas y mezclan el entendimiento de una lógica interna con hermosas descripciones externas, las cuales se centran en gran parte en torno al personaje de 2666: el profesor Amalfitano. Tras perder su trabajo en un colegio en Barcelona por tener un romance homosexual con un alumno, Amalfitano se muda con su hija a Santa Teresa. Este cambio produce una disociación emocional en él y su amante (también un escritor), así como en su hija, Rosa. Pero cuando muchos pasarían su tiempo enmendando ese corazón, Bolaño permite que la novela vibre en su caja, haciendo un extraño collage de escenas de guerra y memorias sin implicaciones directas. Da a la narrativa innumerables bolsillos y conceptos laberínticos que alimentan una reaparición más misteriosa de 2666: el oscuro Archimboldi, un autor que Amalfitano tradujo en su momento. Los sinsabores del verdadero policía, ofrece un mundo mental para Archimboldi.

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De hecho, la cuarta sección de la nueva novela deja de lado lo que se ha establecido y se preocupa por delinear el cuerpo del trabajo de Archimboldi. En fragmentos, Bolaño describe la estructura y contenido de varias novelas de Archimboldi, para invocar otros libros dentro del libro. Listas de rumores, hechos e ideas decoran la narrativa con más leyendas y mitos literarios. A Bolaño le gusta entremezclar a sus personajes y sus creaciones con aquellos del mundo real, entrelazando sus propias manifestaciones en las mismas oraciones junto a Borges, O’Hara y Perec, estableciendo así una extraña línea entre la realidad y la imaginación, donde se manifiestan algunos de lo momentos más poderosos de Bolaño. La novela cobra forma en tanto que no fuerza esa cohesión, sino que las escenas se ordenan de forma efectiva, para invocar un modo y después seguir adelante, construyendo el cuerpo mismo con cada paso. El mejor trabajo de Bolaño se rehúsa a ser contenido dentro de su propia construcción, y utiliza hechos y realismo junto a espejismos y sueños para enjaular un espacio que no es real ni incompletamente irreal. Este espacio, para mí, es donde la narrativa necesaria se puede extender más allá de sus confines, para crear, no discursos de realidades ni objetos singulares que se alimentan de su propia voluntad, sino un purgatorio en donde ambos se tocan por fin, y de alguna forma se combinan.

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Sin embargo, al final debo decir que sigo siendo escéptico y un admirador moderado de Bolaño, a lo mucho. Entre la ola de autores celebrados que dominan el mercado norteamericano, es uno de los grandes, pero uno que, en vista de lo mucho que habla de poesía y de ser un poeta, utiliza un lenguaje de manera menos espectacular de lo que usa la representación visual y el ensamblaje. Sus mejores momentos, para mí, son apenas suficientes considerando lo lejos que podrían llegar en términos de imagen y sonido. Aun así, esos momentos están muy por encima de la narrativa inflada post-Updike. En cierto modo, el hecho de que pueda identificar y encontrar provocación en algo que sólo parece tocar el borde de la espada, me parece sombrío. Presenta una mejor ventana por la cual arrojarse, y con ese fin en mente, digo adelante.

@blakebutler 

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