Tulipanes: en busca de la identidad nacional bielorrusa

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Tulipanes: en busca de la identidad nacional bielorrusa

En Bielorrusia las cicatrices y los héroes de guerra se han convertido en el eje central de un gobierno que busca una identidad nacional unificada.

Esta historia hace parte de la edición de febrero de VICE.

Bielorrusia es un país que está dividido casi perfectamente entre Oriente y Occidente. En la parte oriental, por un lado, Rusia conserva una fuerte influencia: el 70 % de los habitantes habla ruso en vez de bielorruso. En Occidente, por el otro, está la frontera con Polonia, Lituania y Letonia, todos países miembros de la Unión Europea. Los lazos con estos vecinos tampoco son insignificantes. Incluso en la Edad Media los duques de Lituania hablaban una variante de bielorruso antiguo.

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La guerra actual al sur de Ucrania, sin embargo, ha edificado un nuevo Muro de Berlín entre Rusia y los demás países europeos. En 2015, el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, supervisó las negociaciones de paz entre Rusia, Ucrania y la Unión Europea, en Minsk. Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar en un futuro, pero es probable que Lukashenko haya perdido entusiasmo tanto en la política autoritaria soviética como en la ostentosidad rusa. Sobre todo después de ser testigo de lo que vivieron Crimea y Ucrania.

Comencé a viajar a Bielorrusia hace seis años para tomar fotos del Día de la Victoria, una fecha en la que se celebra la victoria de los soviéticos frente al fascismo de la Alemania nazi. Durante la celebración de ese día, uno puede ver tractores de artillería, tanques de guerra y trabajadores de fábricas desfilando por las calles de Minsk. Una bandera vieja de la Unión Soviética se alza a lo alto de la torre de radio de la capital. En Stalin Line, un parque de temática militar donde hay una estatua de Stalin, un grupo de hombres vestidos con uniformes soviéticos y nazis recrean las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Los tulipanes rojos, símbolo de la primavera y el rejuvenecimiento en la Unión Soviética, inundan las calles y se entregan como regalo a los veteranos de guerra para agradecerles por sus servicios. La experiencia puede llegar a ser muy confusa: un retroceso en el tiempo.

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Las cicatrices y las historias de guerra se han vuelto el foco central de un gobierno en busca de una identidad nacional unificada. Pronto descubrí que en Bielorrusia también se celebran otras fiestas nacionales de Rusia, como la Revolución de Octubre y el Día de los Defensores de la Patria. Regresé año tras año al país para fotografiarlas todas. Sin embargo, los días festivos son algo más que un simple telón de fondo de mi proyecto. Las fiestas me permitieron seguir la trayectoria de la cultura nacional mientras buscaba algo más personal: una comprensión más profunda de un mundo que debería formar parte del pasado pero se empeña en adaptarse al presente.