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Lo que aprendí tras un mes sin ver porno

Después de dejar el porno, me di cuenta de una gran mejora en mis orgasmos.

Recuerdo cuando me di cuenta de que era hora de dejar el porno. La mitad de mis amigos de Facebook estaban compartiendo una página con links a una serie de tests que te dicen qué tan sana es la cantidad de tiempo que ves porno. La imagen que sale es un sillón de cuero negro en medio de un cuarto frente a un escritorio café. ¿Se te hace familiar? Si no, qué bueno. A mí sí.

Esa imagen es la primera toma de muchos videos porno. En general, éstos tratan de una mujer que llega y se sienta en el sillón, de un asqueroso hombre con cola de caballo y grandes manos que pretende realizar un casting para una sesión de fotos, de la chica desvistiéndose y ambos cogiendo en el escritorio. El artículo te advertía que si inmediatamente asociabas al sillón negro con porno, entonces tenías un problema.

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Supe que tenía un problema.

Pero éste no era que viera porno a diario, sino que, aunque quisiera, no podía usar mi cerebro para crear mis propias fantasías. El internet siempre estaba ahí: las sirenas de PornHub me cantaban con su dulce voz las 24 horas del día, arrullándome con sus baladas de cuentas anales, sadomasoquismo y bukake. ¿Entonces por qué molestarme con tener que imaginar?

En Año Nuevo, cuando hablábamos de nuestros propósitos, mi amigo Matteo dijo: "¿Sabes? Voy a dejar de ver porno por un rato. Tengo que desintoxicarme". Luego me dijo que Milán —la ciudad donde vivimos— tiene una de las tasas per capita más altas de consumo de porno en Europa. Pensar que yo estaba contribuyendo a este número de masturbadores anónimos fue deprimente.

"Yo también voy a dejarlo", dije con toda la intención. Después vi un poco de porno. Sin embargo, cuando llegó febrero decidí empezar mi misión en serio.

Había estado viendo porno a diario, daba clic en RedTube, YouPorn o Tube8 la mayoría de las noches antes de irme a dormir, o a veces durante el día si estaba aburrido y tenía ganas de que mi muñeca se ejercitara un poco. Con ello en mente, asumí que sería difícil dejar de hacerlo, pero en los primeros días fue sorprendentemente fácil. Con lo único que puedo equipararlo es con dejar de fumar: no encender un cigarro te da honor, es un reto personal, una batalla que debes ganar para poderte seguir pensando como un ser humano decente.

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Este sentimiento —al menos en los primeros días— no era más placentero que la necesidad de masturbarme. Me masturbaba como lo había hecho siempre, y la novedad de usar mi mente de nuevo era emocionante. Fantaseaba con ex novias y amantes y con las cosas que siempre había querido hacer pero que me había dado pena sugerir. Esto no era nada nuevo, por supuesto, pero nunca lo había hecho de manera tan sistemática. Ahora, cada vez que me quería masturbar tenía que crear mi propio video: concentrarme, añadir detalles, encarnarlo, darle un orden cronológico.

Sintiéndome un poco superior, comencé a pensar que el mes libre de porno no iba a ser tan difícil después de todo.

Resulta que me confié.

El primer —y más preocupante— problema era mi imaginación. Mis fantasías rápidamente se volvieron repetitivas: las mismas escenas, los mismos lugares, las mismas personas, los mismos cuerpos, el mismo sexo. No podía estirar mi inventiva mucho más de lo que ya la había estirado. Cada vez que intenté expandir lo que tenía, caía en lo que ya sabía, como si fuera una pareja de casados que repite la misma rutina: fuera luces, misionero, calambre en piernas, vaso de agua, silencio.

A diez días del experimento dejé de masturbarme. No obstante, aún sentía la necesidad de venirme. Me ocasioné huevos azules a mí mismo porque no quería pasar por todo el proceso para desahogarlos. Pronto me di cuenta de que usar la imaginación cuesta algo de trabajo; un trabajo al que ya no estaba acostumbrado.

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Sé que suena a que soy un huevón: un hombre que no puede imaginarse a una mujer desnuda. Pero el principal problema que vi en ello era el sintetizar la sensación de deseo. Me he masturbado durante casi 15 años y ya para este entonces el porno se había convertido en un sustituto de la lujuria. Cientos de videos, la mayoría de ellos de puras imágenes de un pene entrando y saliendo mecánicamente de una vagina, me habían ayudado a recrear lo que ya no sentía. Reconocí, desanimado, que en poco más de una década rara vez había usado mi mente para venirme.

Por suerte, esta segunda fase terminó eventualmente. El siguiente paso era un esperado regreso del deseo natural: por primera vez se trataba de mi cuerpo y no de mi mente. Era algo que no había sentido antes, o al menos no me acordaba de haber sentido.

Antes de dejar el porno, el patrón era el siguiente:

1) Tenía ganas de jalármela.
2) Me metía a una página porno.
3) Encontraba un video.
4) Le torcía el cuello al cisne.

Nada de este proceso se sentía orgánico, lo que probablemente se deba a que no lo era. El porno era sólo un paso más en una rutina tediosa que me ayudaba a lograr algo que ya tenía en mente. Ahora es al revés: algún pensamiento o imagen que de la nada despierta deseo sexual; primero fantaseo, luego me masturbo. Mucho mejor.

También me di cuenta por primera vez que no estaba pensando en nada en particular: ni en la pareja francesa, ni el trío haciéndolo en Liverpool, ni en la orgía colegial; sino, más bien, en apreciar sensaciones físicas. Era más como sexo que cualquiera de las muchísimas otras veces que me la jalé.

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Compartí estos pensamientos con una amiga. Ella me dijo que cuando se masturbaba raramente lo hacía pensando en imágenes en específico; que se trataba más de crear una sensación particular. También me dijo algo de lo que nunca me había dado cuenta, a pesar de que hubiera pasado toda mi vida viendo porno.

"En el ochenta por ciento del porno no hay manos", dijo.

"¿Cómo que no hay manos?"

"No hay manos. Eso".

El enfoque en la penetración significa que todos los actos que asociamos con buen sexo —manos, toquetear, abrazar, apretar— se eliminan para obtener los mejores ángulos. Es sexo sin lo que lo hace increíble.

Después de esa pequeña lección, me di cuenta de una gran mejora en mis orgasmos. Antes de dejar de ver porno, cuando me venía había un momento en el que la sensación llegaba a su máximo antes de desaparecer de la nada y dejar poco rastro. Pero ya no es así: mis orgasmos duran mucho más. La sensación se queda en todo mi cuerpo.

Antes daba clic en un video, le adelantaba hasta encontrar una escena que me gustara, me venía en chinga y cerraba la computadora para esconder mi vergüenza; pero ahora me estaba tomando mi tiempo. Esa siniestra depresión postmasturbatoria se había ido.

Ha pasado poco más de un mes y he decidido seguir con mi política de no masturbarme con porno. No sé cuánto más durará, ya que puedes pasar todo un mes con algo sin que se vuelva un problema. Es después de la luna de miel que se empieza a volver más difícil, cuando la novedad del reto se termina y el patrón establecido comienza a apoderarse de tu mente.

Creo que podré seguir así por mucho tiempo, pero también soy realista y sé que es muy fácil volver a caer en ello. Supongo que es como fumarte un cigarro cuando ya lo dejaste: los primeros golpes saben horrible, pero en unos dos o tres más vuelves a engancharte.

georgeheaven