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2) Me metía a una página porno.
3) Encontraba un video.
4) Le torcía el cuello al cisne.Nada de este proceso se sentía orgánico, lo que probablemente se deba a que no lo era. El porno era sólo un paso más en una rutina tediosa que me ayudaba a lograr algo que ya tenía en mente. Ahora es al revés: algún pensamiento o imagen que de la nada despierta deseo sexual; primero fantaseo, luego me masturbo. Mucho mejor.También me di cuenta por primera vez que no estaba pensando en nada en particular: ni en la pareja francesa, ni el trío haciéndolo en Liverpool, ni en la orgía colegial; sino, más bien, en apreciar sensaciones físicas. Era más como sexo que cualquiera de las muchísimas otras veces que me la jalé.
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