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El número para creer o no creer

Buscando a los últimos enfermos de ébola en Liberia

Por más difícil que sea alcanzarla, la meta de cero casos es el objetivo esencial al que deben apuntar los países afectados por la fiebre hemorrágica.

Este artículo hace parte de la edición de octubre de VICE.

En la mañana del 5 de marzo, una profesora de inglés de 58 años estaba frente a un centro para el tratamiento del ébola en Monrovia, capital de Liberia, rodeada de trabajadores de la salud. Beatrice Yardolo había adquirido la fiebre hemorrágica mortal el 19 de febrero. Ahora, sólo dos semanas después, estaba sonriente en la mitad de una ceremonia recibiendo el parte de salida.

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Con funcionarios de salud pública, medios de comunicación y políticos acompañándola, Yardolo daba sus primeras entrevistas, en las que expresó la felicidad de haber sido declarada libre de ébola. En ese momento, la profesora era una de los 9.249 liberianos que habían contraído el virus durante la más letal epidemia que haya sido registrada de esta enfermedad. Por entonces, el virus había cobrado más de 9.800 víctimas en Liberia, Guinea y Sierra Leona (desde entonces la cuenta ha ascendido a más de 11.200).

"Soy una de las personas más felices de la Tierra. No fue fácil pasar por esta situación y salir de ella con vida", dijo Yardolo una vez la dieron de alta.

Sin embargo, había una sensación de malestar, a pesar de que ella, por el momento, era la última paciente confirmada con el virus. Por primera vez en los últimos 10 meses no había una sola persona infectada en las unidades de tratamiento de emergencia del país.

El sentimiento era bien claro esa calurosa mañana de miércoles: la pelea contra el ébola no se había acabado en ese país de 4.2 millones de seres humanos. Los oficiales de salud seguían monitoreando a más de 100 individuos que habían estado en contacto con alguno de los pacientes enfermos en los últimos 21 días (el periodo de incubación que tiene el virus). Tendrían que pasar exactamente 42 días sin un nuevo caso de fiebre hemorrágica para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara oficialmente a Liberia como un país libre de ébola.

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Por más difícil que sea alcanzarla, la meta de cero casos es el objetivo esencial al que deben apuntar los países afectados. Rick Brennan, director de la división de la OMS que se encarga de responder a la enfermedad, me explicó, de una forma muy básica, que incluso si "tuvieran cero casos, igual habría la posibilidad de que el virus estallara de nuevo y se esparciera otra vez". Igual de importante es el hecho de que la lucha contra el ébola ha tenido efectos devastadores sobre los sistemas de salud, las economías y los recursos humanos: todo eso demorará un buen tiempo en reconstruirse. "El ébola se chupa un montón de energía y recursos del sistema de salud", me cuenta Brennan. "Cuando acabemos con el brote, de todas formas será difícil restablecer por completo los servicios de salud integrales", insiste.

Los oficiales de salud todavía estaban preocupados porque nuevas infecciones se reportaban en Sierra Leona y Guinea, justo al otro lado de las porosas fronteras de Liberia. Dificultades a la hora de verificar los contactos, la confianza del público y la falta de conciencia acerca de la enfermedad siguen interponiéndose entre los esfuerzos de la comunidad local e internacional y la gran meta que podría marcar el fin de la crisis del ébola en África Occidental: cero casos en los tres países afectados durante 42 días consecutivos.

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En la tarde llamé a Tolbert Nyenswah, asistente del Ministro de Salud, desde un carro parqueado en Montserrado, el condado más habitado de Liberia, ubicado en el noroccidente del país. "No tenemos casos confirmados por las unidades de tratamiento de ébola, pero eso no significa que la lucha contra el ébola haya acabado", me dijo, enfatizando de varias maneras que el país debía seguir vigilante.

"Por supuesto, todo debe mantenerse tan estricto como venimos haciéndolo. No hay lugar para el error: todo ciudadano debe tomar medidas para que Liberia permanezca en cero. También debemos ayudar a nuestros vecinos", me comentó.

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Esta fue una llamada que hice muchas veces durante los últimos diez meses a un hombre que rápidamente se volvió la cara del Gobierno y de los esfuerzos institucionales por combatir el ébola. Cuando hablé con él por primera vez, en junio de 2014, el virus había descendido en Monrovia. Tradicionalmente, la fiebre hemorrágica había golpeado duramente en villas rurales aisladas de los países de África Central y África Oriental, tales como la República Democrática del Congo (RDC), Gabón y Uganda. La primera epidemia, sin embargo, pegó en las ciudades mayores. Los tres golpes grandes fueron reportados en las capitales: Conarky (Guinea), Freetown (Sierra Leona) y Monrovia.

Durante una conversación por teléfono en junio del año pasado, Nyenswah estaba en un carro atravesando varias partes de la ciudad para coordinar la respuesta al virus. Era un tiempo en el que los oficiales de salud pública estaban trabajando a todo vapor en la pelea contra el ébola. Nyenswah me dijo que había visitado un centro de sanación tradicional ese día, al que llegaron varios muertos y casos sospechosos. El asistente del ministro de Salud fue bien claro sobre la situación: Liberia necesitaba ayuda.

Un mural en Monrovia.

"La situación no es estable, es volátil", me dijo entonces, enfatizando en la necesidad del país de tener doctores internacionales y entrenamiento del equipo local. En ese momento, África Occidental experimentó por primera vez el peor brote desde que el virus fue descubierto en 1976 en la RDC, entonces conocida como Zaire. Un total de 400 muertes fueron confirmadas desde diciembre de 2013, cuando la primera infección fue detectada en la prefectura de Guéckédou de Guinea. Se cree que un niño de dos años de la villa de Meliandou se volvió el "paciente cero", luego de adquirir el virus por parte de un murciélago (un portador del ébola).

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Ese junio marcó la muerte del primer trabajador de la salud por culpa del virus. Cirujanos, doctores y enfermeras engrosarían las filas de cadáveres. La caridad médica internacional de Médicos sin Fronteras y la OMS decían que el brote se había vuelto algo serio, que los números de infectados en Guinea y Sierra Leona estaban aumentando de igual forma.

Fue hasta agosto (1.711 casos y 932 muertes después) que la OMS declaró una emergencia pública de alerta mundial y que se esparcieron las imágenes de terreno llamando la atención del planeta entero. Mientras el mundo amanecía con la crisis, Liberia estaba en la mitad de un drama caótico sin precedentes: y eso que el país se estaba recuperando de una guerra civil que duró 14 años seguidos.

"A veces los cadáveres se apilaban. Septiembre… fue terrible", me contó Victoria Kolakeh, una investigadora, tres días después de que Yardolo fuera dada de alta en marzo. "Para esa época era muy difícil", insistió, recordando un brote que llegó a su pico en Liberia, durante los meses de agosto y septiembre de 2014.

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En julio de ese año, cuando el Gobierno puso una alerta de emergencia para unir esfuerzos en torno al ébola, Kolakeh, una enfermera profesional, se hizo voluntaria. Esa mujer de 40 años comenzó el entrenamiento para tratar el virus con un grupo de cinco personas. Después se unió a un grupo de 14 voluntarios, que incluían investigadores, conductores, enfermeros e higienistas, divididos en dos equipos. Trabajaban en turnos de 24 horas, de 8:00 a.m. a 8:00 a.m., para cubrir de forma completa la ciudad, registrar casos y llevarlos al hospital.

Conocí a Kolakeh y a los miembros del equipo en una mañana de sábado en marzo de este año, en una habitación del Centro Médico John F. Kennedy de Monrovia. Los investigadores tenían mapas, horarios y listas de contacto que eran monitoreadas constantemente. Kolakeh salía indemne de 21 días de cuarentena luego de entrar a un centro de tratamiento sin el equipo apropiado. Estaba vestida con una camiseta, unos pantalones manchados con cloro y un sombrero gris. Después de esta reunión iba a pasar sus ocho horas de turno en llamadas que reportaran supuestos pacientes contagiados en el sector 1 de Monrovia, que incluye uno de los barrios más habitados de la ciudad.

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No obstante, cuando Kolakeh empezó, las investigaciones de los casos estaban menos organizadas. Ella y sus compañeros de equipo respondían llamadas de toda la ciudad y el país, durante una época en la que los reportes de supuestos contagios eran constantes y las sirenas de las ambulancias llenaban el espacio de Monrovia.

Cuando le pregunté qué tan cansada estaba durante el pico del brote, trabajando 24 horas seguidas (tal vez más allá de las 8:00 a.m.), ella me respondió de forma directa, a la mejor usanza de los liberianos: "Mucho, pero ¿qué podía hacer? Era por el bien de mi gente, una forma de trabajar por mi país".

Las investigaciones de los casos, así como el trazado de los contactos, requieren inmensos esfuerzos para localizar y monitorear toda la gente que tuvo contacto con un paciente de ébola. Este tipo de respuestas son fundamentales para contener de forma integral la enfermedad.

Cuando la intensidad del brote disminuye, el proceso se vuelve más fácil, pero el trazado es esencial en esa carrera hacia los cero casos. Liberia empezó a ver una caída en los casos desde octubre, con un descenso constante desde los inicios de este año. Brennan me explicó que, a estas alturas, la respuesta al ébola cambió a una fase en la que el trabajo de examen epidemiológico es el foco.

"En enero habíamos reducido los incidentes a un margen aproximado de entre 100 a 150 casos semanales, pero ese tipo de intervenciones generales no son suficientes para acabar con el brote", me dijo. "La última fase, un campo de trabajo detallado sobre la lógica de la epidemia, podríamos implementarla cuando alcanzáramos números más bajos; de esta forma podríamos ir encontrando cada caso, yendo a los pueblos, encontrando a cada persona que esté enferma y a cada uno de sus contactos".

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Hasta sentados en su local de expedición, el cansancio de los últimos varios meses era todavía visible en los rostros del equipo, mientras esperaban llamadas. Cuando Kolakeh me guiaba por el plano del Sector 1, recibió una llamada de SOS Children's Village, una clínica a cargo de una organización benéfica internacional, que le informó que una mujer con síntomas parecidos a los del ébola (vómito, diarrea y fatiga) fue abandonada en la entrada.

El equipo rápidamente se puso en acción, agarrando sus maletas y poniendo a andar un carro y una ambulancia para llegar al sitio. Allá, la mujer enferma, tendida en el cemento, se negó a subirse a la ambulancia y a ir a una unidad de tratamiento del ébola: el estigma y el miedo alrededor del virus, que llegan incluso con sólo tener que ir a la clínica por un examen, siguen vivos en las mentes de muchos liberianos. Kolakeh y un trabajador social pasaron un tiempo tratando de extraerle más información personal a la mujer, pero ella se negó a darles los contactos y los detalles de los miembros de su familia.

Por casualidad el conductor del carro reconoció a la mujer, que era de su barrio, y llamó a los miembros de la comunidad. Ellos consiguieron el teléfono de su hermana. Kolakeh cogió de inmediato el celular y empezó el largo proceso de recopilación para hacer una lista definitiva de todo aquel que hubiera podido tener contacto con la mujer. Una vez terminaron, los rastreadores que trabajaban con Kolakeh intentarían seguir a los individuos durante 21 días, hasta que superaran el lapso de incubación del ébola sin mostrar ningún síntoma.

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Eventualmente, después de media hora de discusión, Kolakeh pudo convencer a la mujer de que se montara en la ambulancia que la llevaría al hospital ELWA 3, el centro de tratamiento de ébola más grande del mundo. Con una capacidad de 250 camas, las instalaciones parecían casi vacías.

Como muchos de los casos sospechosos que Kolakeh y sus colegas habían llevado a examinar en los últimos días, la mujer del SOS Children's Village dio negativo. Enfermedades como la malaria y el cólera son comunes en la región y presentan síntomas parecidos a los del ébola en estadios tempranos. Mientras el virus mantenga el control sobre los países vecinos, los investigadores deben mantenerse vigilantes, respondiendo llamadas, y los equipos de sepelio deben seguir haciendo entierros seguros, hasta que las tres naciones lleguen al punto de cero infecciones por ébola.

Kolakeh investiga un caso sospechoso en el hospital de niños de Monrovia.

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Después de que dejé a Kolakeh, Liberia disfrutó de una racha de 15 días sin un nuevo caso de ébola. Pero el 20 de marzo, tras sólo 6 de los 21 días del periodo de incubación, una mujer de 44 años diopositivo en un hospital de Monrovia. Aunque fue un gran paso hacia atrás para el país, los trabajadores de la salud pública pudieron contener la enfermedad y transportar a la paciente de manera segura al ELWA 3. Ni una sola persona que entró en contacto con la paciente mostró señales de enfermedad.

La mujer murió el 27 de marzo, pero seis semanas después, Liberia alcanzó el hito que había estado buscando por un año. El 9 de mayo el país se mantuvo 42 días sin incidencia de la enfermedad. El país estaba oficialmente libre de ébola y el brote había desaparecido.

Mientras la OMS decía que estaba seguro de que en el país se había interrumpido la transmisión, enfatizaba en el hecho de que en Guinea y Sierra Leona se seguían reportando brotes de ébola, en las fronteras. "El Gobierno es completamente consciente de la necesidad de permanecer alerta y tiene la experiencia, la capacidad y el apoyo de aliados internacionales para hacerlo", concluía.

Tras un poco más de dos meses desde entonces, ambos (Guinea y Sierra Leona) siguieron reportando nuevos casos de la enfermedad. En junio, los países detectaron 20 infecciones semanales en promedio.

Brennan dijo que aunque hubo grandes cambios comportamentales en las comunidades que vivieron una transmisión continua, se necesitaba mucho trabajo para superar los obstáculos de resistencia y consciencia.

"Si todas esas comunidades cambiaron su comportamiento de un día a otro, nosotros le daremos fin a este brote en 21 días", explicó Brennan, y añadió que esperaba ver la fluctuación pero, sobre todo, una fuerte tendencia hacia abajo en el número de casos. Y aunque dijo que la OMS está segura de que África Occidental llegará a tener cero casos, enfatizó en la necesidad de un trabajo detallado y casi perfecto en estos "últimos kilómetros" del brote.

"El fin del brote de ébola necesita un nivel de excelencia programática que es inusual en casi todos los programas humanitarios", dijo. "Debemos encontrar cada caso; debemos encontrar cada contacto".

Sólo unos días después, el 20 de junio, un mes y tres semanas después de que el brote en Liberia fue dado por terminado, Nyenswah anunció que el cadáver de un joven de 17 años dio positivo. Le hicieron un entierro seguro y las casas cercanas al condado de Margibi fueron puestas en cuarentena. De repente los equipos de salud de la comunidad tenían más de 100 contactos a quienes seguir.