"Siento que has muerto para mí": Cómo es ser un chico trans en México

FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

"Siento que has muerto para mí": Cómo es ser un chico trans en México

Al nacer me impusieron expectativas según mis genitales. Durante años todos me trataron como una niña, pero fui descubriendo que no me sentía como tal.

Ilustración por el autor.

"Siento que has muerto para mí", fue lo que me dijo mi padre cuando le conté que soy un chico trans.

Me despegué del nombre que me dieron al nacer y escogí el que llevo ahora: Damián. Tengo 18 años. Soy un chico trans, lo que significa que al nacer me impusieron expectativas según mis genitales. Durante años todos me trataron como una niña, pero fui descubriendo que no me sentía como tal.

A los seis años quería cortarme el cabello como mis hermanos, lloraba cuando me ponían vestidos y me enojaba cuando mis padres, familiares o extraños, me decían "linda". En realidad no entendía por qué actuaba así, simplemente lo hacía, había una incomodidad dentro de mí y la demostraba.

Publicidad

Años después logré descubrir que era una expresión de inconformidad a mi género asignado al nacer.

Por lo general, cuando vemos la excusa de "representación" en la media sobre personas trans, se nos muestra un actor cisgénero (una persona a la que su género y sexo corresponden) maquillado, con peluca y vestido, o una mujer que finalmente revela que tiene un pene y ¡oh, qué calidad tan fina de comedia! Si así hay tantos conceptos erróneos e ignorancia de la sociedad hacia las mujeres transgénero, ¿dónde quedamos los hombres trans?

Normalmente quedamos invisibilizados y tachados de "simples lesbianas", pero ni siquiera eso es así.

La identidad de género y la orientación sexual no están relacionados. La orientación sexual es la atracción, por ejemplo, si te gustan los hombres, mujeres, ambos o ninguno. La identidad de género es con qué género te identificas, ya sea que te sientas mujer, hombre o incluso otro género fuera de los binarios. Nadie te puede definir más que tú mismo.

La sociedad nos ha hecho creer que si eres mujer te deben gustar los hombres y viceversa, pero eso no es cierto.

A los siete años no me preocupaba por si me gustaban los chicos o las chicas, yo quería verme como el niño que yo me sentía. A esa edad, cuando al fin me cortaron el cabello corto como yo quería, no pude haber estado más feliz. Mi mamá se enojó muchísimo cuando me vio, ya que mi papá me hizo el favor de llevarme a escondidas.

Publicidad

Después, cuando en los restaurantes me comenzaron a preguntar :"¿Y el jovencito qué va a ordenar?", no podía ocultar lo seguro y cómodo que estaba conmigo mismo. Cuando en lugar de obligarme a usar vestidos, diademas, ropa rosada, me dejaron usar la ropa que yo quería, andar en pantalones, camisas y tenis, se notaba lo libre que me sentía.

A mi padre no le molestaba esto pues le parecía que le quedaba bien a mi personalidad sencilla, pensó que tan sólo era una etapa y se me pasaría, por eso no le dio mucha importancia. Pero a mi madre le enfadaba cada una de estas cosas que a mí me hacían feliz. Le frustraba que no me interesara por arreglarme "femeninamente". Hacía todo lo posible por meterme en faldas y zapatitos de tacón.

Muchos creen que a nosotros de chicos, o nos descuidaron, o nos obligaron a crecer así. "Dejaste a la niña jugar con carritos y por eso se va a hacer machorra", o "Si dejas que tu hijo se vista de niña se va a confundir", pero están equivocados en eso también.

Por más que mi madre trató de ponerme vestidos, insistir en que dejara mi cabello largo de nuevo, comprarme bolsas y maquillaje, a pesar de todos sus intentos desesperados, nunca iba a cambiar mi identidad de varón.

Al empezar la pubertad, entre los 11 y 12 años, mi voz se volvió aguda y me causaba tanta disforia que dejé de hablar. Escuchar mi voz o mi risa tan femenina me hacía llorar cuando nadie veía. Me empezó a crecer el pecho y me causaba tanto pánico y ansiedad, que tomé medidas muy riesgosas para tratar de ocultarlo, desde vendarme con gasas, hasta intentar aplanarlo vendándome en cinta gris sin importarme el daño que le causara a mi cuerpo, pues el dolor emocional era más grande que el físico.

Publicidad

Nunca supe a quién contarle, me sentía roto, raro, no entendía por qué sólo yo sufría tanto al respecto. Mientras mis compañeras en la secundaria querían siempre verse bonitas, yo me ocultaba en suéteres enormes, jorobándome, callado, con miedo, tímido. No encajaba ni con las chicas ni con los chicos. Me sentí incomprendido por mucho tiempo y poco a poco me empezaba a odiar a mí mismo por no poder ser cómo los demás.

Con el tiempo, descubrí en internet y conseguí a escondidas unos binders, que son unas fajas que aplanan el pecho y están hechos específicamente para chicos trans. Empecé a usarlos con sus debidas precauciones, como no dejártelo al dormir, no traerlo puesto más de ocho horas o no hacer ejercicio con él. Mi autoestima estaba tan baja y era tan inseguro de mi cuerpo que aun así me ocultaba en capas de ropa por más calor que hiciera, si no, me sentía expuesto. Incluso dejé de acompañar a mi familia y amigos a playas y albercas con tal de evitar usar cualquier traje de baño, llorando en casa esperando a que todos llegaran y me contaran lo bien que la pasaron.

Quisiera que todos entendieran lo que es perder años de tu vida sin siquiera poder tomar un baño en el que no llores por ver tu cuerpo y saber que la única manera de cambiarlo sea a través de un proceso médico y de cirugías.

No fue fácil aceptarlo. ¿Cómo creen que iba a quererme a mí mismo, si lo que toda la gente dice sobre nosotros es que somos unos enfermos mentales, degenerados o monstruos? Empecé a creerme todo eso aun antes de poder "salir del clóset". No tenía a quién decirle, ni siquiera algo en qué creer. ¿Mencioné que mi papá es judío? Ni su Dios me quería. Mis padres estaban divorciados, pero le temía a ambos y a las ideologías de cada uno. Escuchaba día a día la casual homofobia y transfobia de mis amigos a través de "chistes", llamándose "gays" entre ellos como un insulto, o las muchachas que decían sentirse como hombres simplemente por tener un gusto estereotípico como el futbol o las películas de acción.

Publicidad

Me sentía solo

Poco a poco comencé a entrar en una depresión que consistía en un miedo al rechazo de mis padres, familia y amigos. En mi mente no se concebía la idea de alguna vez encontrar a alguien que me amara sin que le importase mi identidad, creía que si alguien de mi salón se enteraba me podían golpear, para mí ya no había futuro, ni siquiera me pensé capaz de terminar la preparatoria vivo, ya sea porque alguien me matara o yo mismo me quitara la vida.

Aproveché una ventaja de mi generación: el internet se volvió mi única ayuda. Decidí informarme, educarme, leer más y escuchar las experiencias de otros chicos. Iba creciendo entre una comunidad de personas que se comunicaban a través de un monitor, en YouTube hay muchas personas que comparten su transición y vida, ver que al menos había una persona como yo y que me comprendía, me hizo dejar de sentirme tan solo.

A los 16 años, después de ver que había personas alrededor del mundo que pasaron por lo mismo, al enterarme que había maneras de seguir adelante, saber que había personas como yo que eran felices, me preparé para enfrentarme a todo y vivir mi propia vida. Una vida en la que me fuera honesto a mí mismo, como un chico, con un nombre diferente, sin ocultarme en mi ropa, sin miedo a los prejuicios, no la vida que querían mis padres o la sociedad. Me propuse a mí mismo intentar todo lo que pudiera antes de darme por vencido, así que regané algo de confianza en mí mismo, y aunque me fue difícil, finalmente le dije a mis padres.

Publicidad

A mi padre le costó mucho, es triste, pero jamás olvidaré las palabras que salieron de su boca: "Siento que has muerto para mí".

No tuve el valor de decírselo de frente, sabía que lloraría y no quería verlo, le escribí una carta que le pedí que leyera a solas. Estuve unos cuatro o cinco días sin escuchar respuesta y me llené de ansiedad y frustración, hasta que un día me pidió que habláramos en la cocina. Ambos llorábamos y él me dijo que no sabía qué hacer, que sentía miedo por lo que fuera a ser de mi vida.

Sus ideas religiosas hicieron que nos separáramos mucho, dejé de asistir a la congregación y agarré un repudio por todos los escritos que nos tachan de "pecadores que necesitan corregir su estilo de vida". Por años me dijo que las personas, tanto homosexuales como transgénero, "atentaban contra la naturaleza biológica" y que si me hacía una cirugía estaría "mutilando mi cuerpo", que "Dios quería que me aceptara tal y como él me había hecho". Pero justo así como ese Dios rechazó, yo rechacé igualmente a todos los dioses. Fue un largo periodo en el que mi padre pasó una etapa de luto, no podía aceptar que su hija primogénita fuera a crecer como un chico.

Por otro lado, mi mamá, aunque le molestara por dentro, básicamente respondió con un: "Te tardaste un chingo en decirlo". No hubo cartas, no hubo lágrimas. Se lo dije una mañana antes de mi primera clase en la escuela y le confesé que quería que me llevara con una psicóloga que me ayudara con los problemas emocionales que me había guardado y me guiara en mi transición.

Publicidad

Incluso después de eso, pasaron meses en los que la comunicación era incómoda y no se tocaba el tema, hasta que después de seguir insistiendo, mi madre agarró la onda y me empezó a llevar con una psicóloga que al tiempo me daría luz verde para comenzar mi tratamiento hormonal.

Mientras esto ocurría, comencé a contarle a mis amigos más cercanos y a mi familia, de los cuales, la mayoría fueron muy respetuosos desde un principio y me apoyaron usando los pronombres correctos y el nombre que elegí, pero también sufrí discriminación escolar. La preparatoria a la que iba tiene ese reglamento en el que "falda para mujeres, pantalón para hombres". Yo siempre llevé pantalón, hasta que el guardia de seguridad comenzó a acosarme y amenazarme con que no me iba a dejar entrar a la escuela si no traía la falda.

Era un estudiante responsable y de buen promedio, nunca causé problemas y me llevaba bien con mis maestros, pero por el simple hecho de traer pantalón, ese guardia me detestaba.

Llegó el día en que me mandó a la dirección y tuve que explicarle al director que estaba empezando mi transición, que no era un simple capricho y que si quería pruebas podría citar a mi mamá y traer una carta de mi psicóloga, incluso le enfrenté pues no podía negarme educación sólo por llevar pantalón en lugar de falda.

El director era un ignorante ante el tema, pero trató de negociarlo conmigo porque temía a la posibilidad de una demanda. Dijo que me iba a permitir usar el pantalón siempre y cuando no usara los baños ni saliera de mi salón, que no dejara que los demás alumnos me vieran, porque aparentemente yo era una abominación de la que no quería que se enteraran. No tenía ganas de volver el asunto más grande de lo que ya era, así que acepté.

Publicidad

Seguí sus reglas durante el último año de preparatoria, dejé de desayunar para que así no me dieran ganas de ir al baño, y dejé de comer en la escuela para evitar salir del salón.

Ya podrán imaginar las maravillas que eso le hizo a mi cuerpo.

Cuando estuve por iniciar mi tratamiento hormonal, me hicieron los exámenes para determinar mis niveles y estado de salud, ahí fue que descubrimos que tenía anemia y estaba muy bajo de peso. Tardamos un par de meses en curarla, con inyecciones de hierro en suero vía intravenosa y todas esas cosas divertidas.

Hay un periodo durante las primeras etapas de transición que llamamos "sándwich": la gente se confunde por cómo te ves y no sabe determinar si eres chico o chica. Por un lado es gracioso, pero por otro puede ser muy peligroso. No sabía a qué baño entrar, en el de mujeres me comenzaron a gritar y tenía miedo que me hicieran daño en el de hombres. Nunca les dije a todos mis compañeros y maestros, pues honestamente temía por mi seguridad. No sabía si la gente me iba a tomar en serio y presentarme era muy incómodo. De hecho me tomé un tiempo después de terminar la preparatoria para poder empezar la universidad sin tener este problema, quería hacerme una cirugía para remover mi pecho y cambiar mi nombre y género legalmente para que nadie me cuestionara en la escuela.

Después de todo este circo y maroma, al fin, ¡al fin! Después de años, después de tanto, aquí estoy. Llevo meses en terapia hormonal, me hice la mastectomía y cada vez me siento más confiado y feliz de quien soy.

Publicidad

Suena a cliché decir que "todo mejora", pero sí lo hace, hay que permitirnos vivirlo.

Actualmente tengo una pareja que me ha acompañado y brindando apoyo emocional, ha estado a mi lado y ser trans no ha sido un impedimento para que él me ame. Me respeta y me quiere por mi manera de pensar, de ser, sin importar por lo que haya o no entre mis piernas.

Mis padres poco a poco han llegado a términos y me aceptan, dejando de lado sus ideas conservadoras y aprendiendo a quererme como su hijo. Incluso mi papá adoptó una ideología más liberal y me recuerda cada que puede que mi felicidad es primero, y que efectivamente me siente más feliz desde que empecé a transicionar. Mi madre, a la que más le molestaba en un principio, fue la que más apoyo me ha dado, buscó contactarse con una buena psicóloga, doctores que entienden, e incluso el mismo cirujano que me operó, es un amigo de ella que me atendió con mucho respeto.

Los amigos que se quedaron conmigo me apoyan y me cuidan, me escuchan y son de mente muy abierta, saben por lo que he vivido y me entienden.

Soy parte toda una comunidad que ayuda y busca el bien de las minorías.

De pasar a tener miedo, aunque fue un proceso largo y trabajoso, porque no es algo de un día para otro, ahora, cada cambio por el que paso me parece un logro, día a día estoy más orgulloso, y quisiera que todo el que pase por algo parecido, logre un día estarlo también de sí mismo.

Yo creí no ser nadie, pero ahora comparto esto y no podría estar más agradecido. Por mi edad, sé que aún habrá gente que me cuestione y juzgue, pero ninguno de ellos pasó por todo esto. Estoy feliz de a dónde he llegado y estoy seguro que hay más esperando para cada uno de nosotros.

Nada es para siempre, tengan esperanzas y levántense cuando puedan, sus voces importan.