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pesadillas del deporte

La peor pesadilla: las lesiones de la cascarita

¿Qué es lo peor que te puede pasar jugando fut con tus amigos?
Mike DiNovo - USA TODAY Sports

Mienten las gambetas propias: parecen más veloces de lo que son, más raudas. Desestabilizan más en la memoria que en la cancha. Aunque uno cree que está quebrando tobillos por lo preciso de la finta, la realidad es más desaliñada. Lo hace, probablemente porque el rival ha envejecido, igual que nosotros. Ya no es lo mismo hacer la bicicleta sobre una pelota estacionaria: ahora está el riesgo muy probable y muy latente de coordinar de menos, tocar la bocha, perder el piso y quebrar una clavícula o dislocar el codo. Mienten las gambetas por misericordia, por autoconservación, porque la verdad es intolerable: si supiéramos lo cerca que la cascarita nos lleva de la fractura. Y aún así.

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En la oficinista atleta, en el comprometido freelancero con el equipo, hay algo de orgullo en llegar al trabajo con muletas. Un desafío, un testimonio del sobreviviente que escapó a la fatalidad: "no sé ustedes, pero yo arriesgo el físico saliendo de este sitio". Nadie desea estar lesionado, y si el de sistemas llega con el brazo en cabestrillo y sonriente, es más por el carácter de ofrenda que tiene el hueso roto que por las ganas que tenga de pasar seis semanas en las gradas viendo a los demás imaginarse menos torpes, esquivando lesiones en la reta.

Del nutrido catálogo de terrores posibles, hay algunos que se manifiestan con mayor frecuencia; muchas, merced a la profusión de canchas de pasto sintético. Coinciden los fisiatras que la zona frágil —¿y será también la más rentable?— del cascarista es la rodilla. Articulación veleidosa y traicionera, es susceptible la rodilla a un giro excesivo, un desplante de más o una palanca cruel provocada por una barrida mal medida. Los ligamentos de la rodilla son, podríamos arriesgar, los protagonistas frágiles de la película: son ellos los que posibilitan esos cambios de ritmo, y al mismo tiempo son los que siempre están a punto de quebrarse. El tiempo, además, no les ayuda. Y para muestra podríamos encabalgar aquí una lista interminable; pongamos mejor un caso relevante por cómo parece funcionar como parteaguas: el de Radamel "Ah, claro, ¿y qué fue de él?" Falcao.

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Aunque para ser fiel al amateurismo, reparemos en la salud de la rodilla izquierda del mandatario boliviano, Evo Morales.

Otra zona más que tener en mente —o no hacerlo, dependiendo de la filosofía personal ante la competencia— cuando se aten las cintas en la próxima ocasión. El tobillo, pariente menor de la articulación protagonista, cubierto por la media, la bota, hasta alguna venda y calceta extra y aún así tan listo para el torzón, la pisada a medias. Los ligamentos del tobillo son propiedad igual de preciada y, más que todos, quizá el tendón de Aquiles, esa intransigencia hecha herida.

Quizá, como las historias de asesinos seriales, las fracturas compuestas, los codos dislocados, las descalabradas o los maxilares hundidos son ocurrencias raras y siniestras, apariciones nefastas de la mala fortuna. Un choque contra el marco, un intento de pisar el balón que termina con la muñeca apuntando hacia otro lado, no sucede siempre y cuando lo hacen, como el maniático que inyectaba cianuro a las pastillas, contamos lo cerca que estuvimos de ser nosotros el herido.

Por último, están las lesiones a granel, esas que no califican como pesadillas propiamente sino más bien como un susto repentino: los desgarres y tirones musculares. Esos no respetan investidura ni talento; se previenen con calistenia, hidratación correcta y buena condición fisicoatlética. Los tirones son, en esta película de terror de las lesiones casuales, menos la sierra eléctrica del maniaco y más bien la sombra que de pronto aparece en el espejo del baño. Si no, pregúntenle a ese atleta, Miguel Ángel Mancera

Las pesadillas del amateurismo no se limitan a los sueños de grandeza frustrados por la falta de condiciones o de suerte. Quizá las más constantes y las que propicien más historias de sobre mesa sean aquellas que vienen antecedidas por un sonido estridente, un tronido quizá, y un lamento como el grito de pánico en una noche oscura.