El llano, un sitio donde la pelota se mezcla entre la tierra, los madrazos y las cervezas
Foto: Contratiempo

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el inicio del futbol

El llano, un sitio donde la pelota se mezcla entre la tierra, los madrazos y las cervezas

Un recuerdo a los partidos en campos de tierra y piedra: el lugar donde se hacen los cracks y se forja el carácter de los futbolistas.

Calzado con unos tenis 'Manriquez', unas espinilleras de plástico color verde con borde de hule espuma en tonalidad hueso y una playera naranja marca 'Galgo', supuestamente de la selección de Holanda, llegaba aquel equipo llamado Curtidores. Lo hacía a un costado de la famosa cancha 7 de Ciudad Universitaria donde un servidor demostraba su calidad a la edad de nueve años. Esa mañana me marcaría por el resto de mis días.

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Yo bebía mi bebida hidratante y chupaba unas mitades de naranja mientras veía llegar al hombre. A su lado, llegaban varios compañeros más acompañados de sus esposas e hijos, uno de ellos, cargando una enorme hielera de cartón donde se asomaban unas 'caguamas' y unas tortas…. Uno imagina, para 'hidratarse' después del encuentro.

Aquel hombre con la playera '10' -vaya que lo recuerdo- de aquel que mueve al equipo técnica y tácticamente, manejaba una panza gloriosa, misma que no se hace solo con comer saludablemente. Pateaba la pelota con dificultad y corría con la misma lentitud que un 'crudo' en un desierto a las 12:00 pm. Extrañamente, el '10' en la espalda no significaba que fuera eso, un enganche, pues mi amigo en cuestión se ubicó en la lateral izquierda, a un costado de donde me encontraba descansando y listo para ver el juego junto a mis amiguitos de la edad.

La cancha era de tierra, muy ancha y muy larga, con algunas piedras, sobre todo en los laterales, un poco de pasto aplastado cerca de la media luna y las líneas de cal a medio ver, bastante mal pintadas. No habían redes en los arcos y los metales de las porterias se encontraban bastante oxidados. Vamos, nada que no se vea en un cancha del llano.

Nunca será sencillo disputar un partido ahí, pero bien lo dicen, el buen jugador se curte en el llano, crece con la tierra y se vuelve grande driblando piedras y patadas. Ahí adentro es la ley de la selva, sobrevive el mejor, el más capaz y el más inteligente. Un drible de más puede tener severas consecuencias y una derrota puede desencadenar la batalla campal más grande del planeta.

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Los más grandes futbolistas han nacido en esos lugares culturales. Maradona se curtió en Villa Fiorito, uno de los potreros más bravos de la Argentina, dicen que Ronaldinho dribló como pocos en los campos de lodo en la extrema pobreza que vivió de niño en una de las tantas favelas que hay en Brasil y que Alexis Sánchez gambeteaba descalzo en los destruídas canchas chilenas donde inició, sin tener dinero para poderse comprar unos zapatos.

Bienvenidos a Villa Fiorito, uno de los lugares más pobres de la Gran Buenos Aires, sitio donde creció Diego Armando Maradona. Foto: Credón

Aquella mañana de sábado, me percaté que en el llano se juega con el alma y con muchos güevos. Aquel personaje regordete es, sin temor a equivocarme, uno de los mejores laterales que he podido ver en vivo. No importaba su panza chelera que acumulaba unas 10 caguamas del viernes anterior, era dueño de una zurda privilegiada, corría más rápido que el más esbelto del equipo contrario y tenía un amor por la camiseta y un respeto por sus compañeros como nadie.

Faltando cinco algo así como cinco minutos para que acabara el juego, el partido estaba 1-1. Una falta en el borde del área, cargada hacia el lado derecho del arco, le daba al cuadro 'holandés' la posibilidad de hacer un disparo a portería, mandadito a hacer para un jugador de perfil izquierdo. Ahí fue el '10', colocó la pelota como pudo y golpeó el esférico; el balón se coló por la escuadra y se metió para dejar el marcador 2-1.

Perder en el llano es doloroso y en muchas ocasiones, peligroso. Así que además de sorprenderme por el partido en el campo de tierra y piedras, viví mi primer batalla campal.

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Una entreda digna de carnicero se dio en los albores del minuto 90. En el centro del campo, se hizo un remolino de tierra causado por la enorme tolvanera generada por 22 futbolistas que corrían a toda velocidad para encontrarse en un pared de puñetazos, patadas voladoras y empujones. En un abrir y cerrar de ojos, las bancas se habían vaciado y los familiares de uno y otro equipo corrían para encontrarse con su destino.

Las tradicionales batallas de pueblo contra pueblo en México, dos equipos vecinos unidos en la disputa de un balón. Foto: 1080 plus

Jamás me precaté cómo una caguama había llegado al lugar de la gresca, solo atiné a percibirlo cuando se escuchó el típico chillido que se da cuando se revienta una botella, la cual no se estrelló contra el suelo, sino contra la cabeza de mi amigo el '10'. Volaron piedras y golpes, muy buenos golpes. En el llano no se ve gente que huye, se ven personas valientes que le entran a todo.

La pelea habrá durado máximo un minuto, tiempo suficiente para que el campo se convirtiera en una mezcla de tierra cafe y tierra roja pintada por la sangre de la batalla. El auxilio de la policía de Ciudad Universitaria había llegado para separar y llevarse a los rijosos. Rápidamente llegaron los carros de los familiares para trasladar a los descalabrados, mientras que los hielos que sirvieron para enfriar las cervezas descansaban envueltos en servilletas y acomodados en los inflamados pómulos de los futbolistas.

Desde ese día me fue extraño e interesante este tipo de partidos y ligas. ¿Cuánto talento hay en estos partidos, y cuánto talento olvidado existió? De ahí mismo, entre el calor de un gol de último minuto, una finta o un quiebre, una atajada milagrosa o una pelea campal, cuántos de nuestros ídolos debieron haberse curtido ahí para luego dar el salto a campos como Wembley, Maracaná o el Estadio Azteca.

Años después, conformé fui creciendo y mi sueño de ser futbolista aumentó, me encontré con canchas de todo tipo. Jugaba desde el césped completamente verde, recién rgado y bien podado, hasta el campo sólido de tierra, en el que te tropiezas con las piedras y no ves la línea de salida, en la cual te enfrentas al rigor de un rival envalentonado, agresivo y fuerte y también tienes que lidiar con una porra rival que a la menor provocación es capaz de irte a literal, arrancar la cabeza.

El llano tiene esa mística y ese aroma. Esa clandestinidad de las grandes putizas donde todos corren y todos huyen. No debe existir un buen futbolista en el mundo que nunca haya jugado un partido en la tierra y que no haya brincado una patada malintencionada o visto a un crack que sí o sí, debería estar en Primera División hidratándose con Gatorade, y no con una cerveza Corona de litro.