La tecnología sexual del futuro que pretende penetrar en tu dormitorio
Illustration by Eleanor Doughty

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La tecnología sexual del futuro que pretende penetrar en tu dormitorio

Desde vibradores completamente personalizados hasta cascos bioelectrónicos, los juguetes sexuales inteligentes están al alza. Pero, ¿el placer personal implica necesariamente una mejor salud?

El placer es algo personal, en primer lugar porque tiene que serlo y también porque las mujeres científicas continúan enfrentándose a una demoledora discriminación independientemente de su área de investigación. Y en lo que respecta a la salud sexual, los grandes descubrimientos son escasos y muy espaciados en el tiempo: por ejemplo, a pesar de la creciente documentación de los riesgos que conllevan para la salud, los anticonceptivos no se han reformulado realmente desde los años sesenta y el esperadísimo lanzamiento en 2015 de Addyi, una píldora capaz de solucionar la disfunción sexual femenina, fue decepcionante porque solo funcionó para el diez por ciento de las mujeres que la probaron.

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Está claro que la emancipación sexual todavía no ha sido liberada de las paredes del dormitorio. A pesar de sus raíces en la misoginia científica ―después de todo el vibrador fue desarrollado en el siglo XIX para curar a las mujeres que padecían histeria―, toda una serie de nuevos aparatos han conseguido que la gente vuelva con esperanza la vista hacia la tecnología sexual (o sextech, como también se la conoce) como respuesta a las carencias sistémicas que existen en lo relativo a la salud sexual. Parece que la historia está completando su ciclo: mientras que la década de 1960 vio cómo el vibrador se alejaba del ámbito médico y se desconectaba de la ciencia, el mercado de consumo actual está empezando a ver unidos el placer y la salud en la búsqueda del bienestar. Sin embargo, lo que llamamos "sextech" está más ligada a la lucrativa industria de los juguetes sexuales ―que facturó casi 14.000 millones de euros el año pasado― que a las instituciones científicas y gran parte de su promesa está ligada a la idea de que el placer personal mejora la salud.

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Actualmente, más gente que nunca antes comprende que la capacidad de las mujeres para saber qué les excita y por qué es un paso fundamental para desarrollar una perspectiva saludable de su vida sexual. Así que tiene mucho sentido que busquemos experiencias masturbatorias más personalizadas que el consabido falo sustitutorio. Esta es la fuerza impulsora que hay tras la popularidad de dispositivos como el Crescendo, el primer vibrador totalmente personalizable de la historia, que ha recaudado 1,8 millones de euros en aportaciones hasta la fecha y ha enviado más de 1.000 pre-pedidos después de una exitosa ronda de financiación mediante crowdfunding.

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Diseñado para satisfacer las complejidades inherentes a la excitación sexual femenina, este vibrador puede personalizarse con precisión. Está equipado con seis motores y posee la capacidad de doblarse hasta adquirir cualquier forma que resulte favorable. La app que lo acompaña permite a las usuarias controlar cada motor de forma individual, recuerda comportamientos favoritos, proporciona patrones de vibración preconfigurados y responde a la música que usamos para dar ambiente.

"Nos inspiramos en el concepto de la tecnología diseñada para los humanos, en lugar de que los humanos tengan que adaptar su comportamiento a la tecnología", explica Stephanie Alys, cofundadora de Mysteryvibe, los creadores de Crescendo. "Los seres humanos no solo somos únicos en términos de nuestro tamaño y configuración genética, sino también en términos de lo que nos gusta. Lo que nos excita puede ser diferente de lo que excita a otra persona".

El producto más emblemático de Mysteryvibe es el Crescendo, un juguete sexual personalizable. Foto cortesía de Mysteryvibe

Pero a pesar de que la tecnología sexual promete mejorar la vida de las consumidoras, la realidad es que los estudios oficiales revisados por especialistas siguen siendo cruciales para reformular la política y la educación. Fundada por la Dra. Nicole Prause, Liberos Center es una de las pocas instituciones de investigación centradas en el sexo que existen en Estados Unidos. Gran parte de su trabajo se centra en investigar la relación entre la psicología, la fisiología y el sexo, poniendo énfasis en los datos constatables que con tanta frecuencia faltan en la sextech.

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Liberos debe enfrentarse a un clima particularmente desfavorable: el gobierno norteamericano es famoso por su actitud recelosa ante los contenidos de carácter sexual. El material sexual está prohibido en los ordenadores financiados por el gobierno, afirma Prause, lo que dificulta enormemente que los investigadores, por ejemplo, utilicen porno para someter a prueba a los sujetos que formen parte de un estudio sobre la excitación sexual. También añade que los organismos del Congreso buscan activamente retirar la financiación de cualquier investigación que se centre en ese tema. Por eso cuatro estudios que recientemente ya habían recibido financiación fueron reevaluados debido a su contenido sexual.

"La gente afirma tener determinados tipos de experiencias todo el tiempo", indica Prause. "Pero suelen ser malos observadores de su propio comportamiento y no ven el comportamiento de nadie más que el suyo. En realidad carecen de una perspectiva externa, por eso creo que es importante adoptar un enfoque tanto psicológico como desde el punto de vista del laboratorio. Por ejemplo, en la ciencia no se ha verificado que el orgasmo se produzca en realidad, así que hemos estado desarrollando una forma objetiva de medirlo y de medir los efectos de la estimulación clitoriana para saber cómo capturar mejor las contracciones que se producen durante el orgasmo".

Para que las mujeres sean capaces de practicar el sexo y enfrentarse al consentimiento como iguales es necesario que sean conocedoras del placer femenino

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Liberos también está investigando el efecto de la estimulación magnética transcraneal (EMT) y la estimulación de corriente directa (ECD) sobre la respuesta sexual. Ambos son tratamientos no invasivos, lo que significa que cualquiera que busque una cura para una baja libido no necesita utilizar nada más que un casco. La EMT posee el potencial de crear cambios a largo plazo en el impulso sexual de las personas; la técnica, que utiliza un generador de campo magnético para producir pequeñas corrientes eléctricas en el cerebro, ya ha sido empleada para tratar el dolor neuropático y casos persistentes de trastornos depresivos graves. La ECD, por su parte, utiliza un casco para enviar una carga eléctrica de baja intensidad, estimulando las zonas del cerebro donde se dispara la actividad de la vista o el tacto ante una excitación sexual.

Si el hecho de emplear las señales eléctricas del cerebro para controlar el resto del cuerpo suena como una fantasía distópica, la realidad es que estos tratamientos médicos no están tan lejos de emplearse. Las empresas bioelectrónicas están ahora respaldadas por entidades como Glaxosmithkline y Alphabet, la empresa matriz de Google, y ya se han establecido aplicaciones similares para la hipertensión y la apnea del sueño, mientras que afecciones crónicas como el asma, la diabetes y la artritis están en el punto de mira de futuros desarrollos.

Según la Dra. Karen E. Adams, profesora clínica de Obstetricia y Ginecología en la Universidad de Salud y Ciencia de Oregón, entre un 40 y un 50 por ciento de las mujeres experimenta diversos grados de disfunción sexual. La eficacia de la medicación dirigida a los neurotransmisores, como los ISRS que se emplean para tratar la depresión y la ansiedad, puede fluctuar dependiendo de la composición única de la persona que los emplea.

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Si se combina con la complicación que supone sintetizar la etérea nebulosa que es el deseo (y la falta del mismo), no es de extrañar que el Addyi, un antidepresivo fallido que se eligió por su inesperado efecto en los niveles de serotonina en los ratones hembra, fuera todo un fracaso. Diversos estudios no específicamente centrados en el sexo han demostrado que la estimulación eléctrica puede adaptarse mejor al siempre cambiante paisaje cerebral que la medicación, que interactúa con su química. Para el 90 por ciento de mujeres para quienes el Addyi supuso una amarga decepción, los tratamientos bioelectrónicos podrían ofrecer pronto una solución alternativa para la baja respuesta sexual.

"Ofreciendo a las mujeres información sobre sus cuerpos para que decidan qué quieren hacer con ella permitimos un mayor empoderamiento femenino", afirma Prause. "Y permitiendo que las mujeres decidan ante qué aspectos del sexo quieren ser más reactivas, estamos otorgando más control a la gente y no precisamente con afirmaciones propias de un charlatán. Realmente contamos con buenos razonamientos científicos que creemos que van a funcionar, que van a marcar la diferencia".

Sin embargo, los florecientes éxitos en este campo solo se limitan al entorno social en los que se producen. Trabas sociopolíticas aparte, el dinero sigue siendo un importante impedimento para los desarrolladores, ya que la naturaleza controvertida de la investigación sobre el sexo hace que los inversores se abstengan de respaldar nuevos proyectos a pesar del interés de los consumidores. Tanto si buscan financiación gubernamental como inversiones "formales", tanto las start-ups de sexo como los laboratorios se ven a menudo forzados a recurrir al crowdfunding para recaudar dinero para sus desarrollos.

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"No sorprende en absoluto que los productos tecnológicos orientados a las mujeres funcionen tan bien en los sitios de crowdfunding; se trata de soluciones para los problemas de la mitad de la población, ignorados por una industria dominada por hombres en la que los empresarios masculinos tienen un 86 por ciento más de posibilidades de recibir financiación de inversores que las mujeres", afirma Katy Young, analista conductual en la empresa de investigación Canvas8. "Pero el público potencial existe claramente. Por ejemplo, el Livia, un dispositivo que actúa sobre el sistema nervioso para acabar los dolores menstruales, recaudó casi 1 millón de euros en Indiegogo".

Los obsoletos programas de educación sexual, que hacen hincapié en la procreación y normalizan la sexualidad masculina heterosexual sin tratar el desarrollo sexual femenino, son la clave para que exista esta visión social tan poco saludable del sexo. Reconociendo que el cambio no puede proceder únicamente del desarrollo de nuevos dispositivos, Unbound, un servicio de suscripción para juguetes sexuales de lujo que tiene su sede en Nueva York, se ha unido a la app "sexperta en campus universitarios" Tabù para proporcionar tanto educación sexual como herramientas de masturbación asequibles a universidades de todo Estados Unidos.

"Hay ahora mismo un debate nacional en torno al consentimiento, que es cien por cien necesario y súper importante", afirma Polly Rodriguez, CEO y cofundadora de Unbound. "Pero para que las mujeres sean capaces de practicar el sexo y enfrentarse al consentimiento como iguales es necesario que sean conocedoras del placer femenino. Deberían comprender sus propios cuerpos para que cuando tengan relaciones sexuales con otras personas sepan qué es lo que les hace sentir bien, sepan cómo comunicarlo y no se sientan incómodas con ello".

Es tentador sucumbir a la idea de que la tecnología resulta liberadora, de que la cada vez mayor presencia de dispositivos inteligentes en nuestra vida nos ayudará a tener hábitos más saludables y a comprendernos mejor a nosotros mismos, o que la disponibilidad de tecnología aprobada por la medicina será una panacea en el intrincadamente tenso paisaje de la disfunción sexual femenina, que está determinada tanto por la sociedad como por la biología y es tanto una cuestión cultural como psicológica.

Pero la sextech está todavía lejos de cambiar el paradigma actual. Su éxito dependerá no solo del dinero de las consumidoras sino también de las políticas gubernamentales y la actitud del público general. A un nivel de compromiso tan íntimo como este, la tecnología solo será positiva si la gente se siente libre de usarla.