Mi mejor amiga me violó cuando era niña
Ilustración Laura Vela.

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Mi mejor amiga me violó cuando era niña

Este texto es un intento de disminuir un nerviosismo que ha estado latente en mi mente. Se siente liberador, como cuando uno le abre la puerta a una fuerza que la ha estado empujando desde afuera con presión.

Conocí a Carlos por medio de Messenger en el año 2008. Mi amiga Laura me había hablado bastante de él, hasta el punto de decirme que era su mejor amigo y que lo consideraba, definitivamente, la pareja perfecta para mí. Lo acepté, no sin llenarme de un montón de expectativas que finalmente se cumplieron. Como Laura lo había dicho, parecía que estábamos hechos el uno para el otro: él era la encarnación de todo lo que alguna vez había soñado de una pareja desde cuando era niña, y parecía que mis deseos de amor juvenil se iban cumpliendo poco a poco.

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Estuvimos a punto de conocernos unas cuantas veces pero, de repente, por una historia demasiado larga de crisis familiar, él tuvo que irse a vivir a Manchester, Inglaterra. Nuestro noviazgo ocurrió a distancia: hablábamos por Messenger cada vez que podíamos y nos enviábamos fotos. Un día él me comentó sobre una teoría extraña de intercambio de almas y me dijo que intentaría aplicarla a través de Laura (mi mejor amiga) para que pudiéramos estar juntos a nivel físico. La idea me pareció muy extraña. Sin embargo, yo no confiaba mucho en mí misma, así que seguí la corriente: un buen día Laura y Carlos cambiaron de cuerpo. Al principio, la cosa se limitó a ciertas ocasiones, pero después comenzó a ser algo permanente. Las primeras semanas estuve asustada y confundida sin saber qué creer. Les hice preguntas sobre el proceso, pero siempre había respuestas para todas ellas. La confianza que les tenía me llevó a concluir que Laura era un ángel y no un diablo, como sugería un lado retorcido de mi cerebro.

Desde el comienzo dije que no quería darme ningún beso con Carlos en el cuerpo de Laura, pero sucedió. Con el tiempo me quedé sin argumentos para evitarlo y solo cedí ante la presión. Un día nos estábamos besando, encerrados en el cuarto de una amiga, y Carlos me tocó por primera vez: nadie, nunca, me había tocado los senos. Me sorprendí al instante pero no supe cómo reaccionar. No hice nada, solo quería que él fuera feliz. El episodio se acabó ahí porque tuvimos que salir del cuarto de mi amiga pero esa circunstancia no impidió que volviera a suceder unas cuantas ocasiones más, así que un día decidí decirle que no me gustaba eso.

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Un día él me comentó sobre una teoría extraña de intercambio de almas y me dijo que intentaría aplicarla a través de Laura (mi mejor amiga) para que pudiéramos estar juntos a nivel físico.

Paró por un tiempo. Volvió a suceder. Me rendí. Sentía que no tenía derecho a reclamar algo que disfrutaba durante el momento, así luego me causara un sabor amargo. El nivel de caricias aumentó hasta llevarme a tener mi primera relación sexual con una mujer, idea que me perturbaba todo el tiempo porque no era lo que quería para mí. Lo conversé algunas veces con Carlos y él me hablaba de cómo quisiera estar conmigo con su cuerpo de hombre. De todas las veces que tuvimos sexo, nunca "lo" toqué. No me atraía en lo más mínimo.

Recuerdo sentirme incómoda. Con miedo. No entendía por qué tenía que ocurrirme esta situación tan peculiar. Me causaba tristeza pensarlo pero al mismo tiempo me castigaba a mí misma, porque pensaba que estaba siendo poco empática, nada agradecida. Cada vez que intentaba analizar el escenario me sentía como una persona atroz: después de todo, cualquier alternativa (que no fueran las explicaciones que recibía constantemente) sonaban torcidas, enfermas y descabelladas. Pensar en cuál podía ser el origen de la situación en la que estaba me daba náuseas, me ponía nerviosa, me llenaba de ansiedad. No sé qué fuerza extraña sometía a mi mente a creer que no tenía escapatoria de la situación, que no tenía voz ante ella y que solo debía someterme a complacer a mi novio. Ahora no entiendo cómo confié en opiniones externas y no en mí misma y mis instintos.

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Durante esos días negros mi mamá encontró una carta bastante íntima, escrita a mano, que Carlos me había dado y que de cierta forma revelaba que habíamos tenido relaciones sexuales. Ella me cuestionó. Yo lo negué. Después lo admití por miedo: pensé que me llevaría al ginecólogo y que él, mágicamente, iba a notar que yo había estado mintiendo. Mi madre me torturó por semanas: me llevó al ginecólogo a hacerme un Papanicolau "porque si iba a hacer cosas de grandes, tenía que vivir las consecuencias", dijo. Fue terriblemente doloroso para mí. Cada vez que estaba sola con ella, me recordaba lo irresponsable que había sido y lo malo que era el sexo a mi edad. Empecé a temer a mi madre y me juré a mí misma no confiarle este tipo de temas.

A esta altura de la historia ya resulta obvio deducir que Laura se había inventado a Carlos a través de una cuenta falsa de correo electrónico: por eso no había cabos sueltos cuando ellos se transmutaban el uno con el otro. Por eso él la había escogido a ella para que se acostara conmigo: ella creó un artilugio virtual con el fin macabro de meterse debajo de mis pantalones.

Pasaron ocho meses de relación y Laura se enamoró de otra mujer, así que decidió matar su invento. Días antes de que él llegara a Ecuador, me llegó la noticia de que había muerto. Me sentía desahuciada. Le conté a mis padres sobre su muerte y la historia les pareció muy extraña.

Comenzaron a investigar y averiguar sobre Carlos y descubrieron que su identidad no existía: revisaron mis conversaciones de Messenger y se dieron cuenta de que mi mejor amiga me había estado engañando todo este tiempo para estar conmigo, así que procedieron a hablar con ella todos los días, llenándola de preguntas sobre Carlos y su muerte, hasta que Laura no pudo seguir mintiendo y confesó socarronamente que ella se lo había inventado.

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Cuando mis padres le preguntaron por qué lo había hecho, ella respondió que yo era una persona muy trastornada e infeliz y que solo le quería darle un poco de felicidad a mi vida. Lo sé porque mis padres me dieron las grabaciones de las conversaciones que tuvieron con ella, como medida extrema que aliviaba mi incredulidad.

Mis padres les contaron todo a los de ella, les mostraron las pruebas y les exigieron que la cambiaran de colegio. Pero no solo acabó ahí, sino que un día, de sorpresa, me llevaron a la casa de Laura. Yo no sabía qué era lo que estaba ocurriendo. Entré a su hogar y la encontré a ella sentada en la sala de su casa junto a sus padres. Los míos se sentaron también y me pidieron que me sentara. Ahí Laura, seguida por sus dos papás, me confesó que ella había inventado a Carlos y me pidió perdón.

Yo permanecí callada. Toda la reunión en silencio.

A esta altura de la historia ya resulta obvio deducir que Laura se había inventado a Carlos a través de una cuenta falsa de correo electrónico.

Los siguientes meses entré en una terrible depresión y no pude acudir a ninguna de mis amigas, pues me había alejado de ellas para estar con Carlos. De todas formas, no quería encontrármelas y que me preguntaran insistentemente por Laura. Estaba sola. Tenía, a diario, pesadillas que se demoraron años en desaparecer. Laura me daba mucho miedo, solo pensar en ella me hacía temblar. Me daba terror el solo hecho de pensar en verla.

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Para salir de mi depresión me metí a clases de yoga, patinaje artístico y canto: esos eran los momentos más tranquilos de mi día, me daban sosiego, me impedían tener recuerdos atroces. Quería borrar todos esos pensamientos pero no sabía cómo, así que confié en el paso del tiempo, que ayudó a que ese momento se volviera algo secundario en mi vida. Aunque me afectaba, lo tenía en mi mente en ciertas ocasiones y las pesadillas me acechaban de vez en cuando. Ya no lloraba y podía dedicarme a hacer otras cosas y a tener una vida normal y corriente.

Pensé que la etapa había terminado hasta que tuve un novio. Seguía siendo menor de edad y las palabras de mi madre todavía retumbaban en mi cabeza, así que ni siquiera me permitía hablar de sexo con él. No era algo que quería, no era algo que considerara "adecuado". Después de un año, mi novio se desesperó y me expuso tanto su preocupación como los deseos no correspondidos que sentía a cada rato por culpa de esta situación. Yo no sabía qué hacer. Al mismo tiempo, él tenía una mejor amiga bastante abierta en ese tipo de temas. Yo sentí celos de ella y de lo que podían compartir juntos, así que accedí a que comenzáramos una vida sexual más activa.

En tres años de relación tuvimos momentos íntimos, pero nunca hicimos el amor con propiedad. Estábamos esperando a que yo estuviera lista pero eso nunca pasó. Para este tiempo, muchas de mis amigas ya habían tenido relaciones sexuales y les parecía muy extraño que yo, en tres años seguidos, no las hubiera experimentado. Incluso me tenían un apodo: "la asexual"

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Después tuve otro enamorado. Ya era más grande, así que me sentía más presionada y ya no podía alargar tanto ese chiste de "aún no me siento lista". Después de un año de estar juntos, decidí que no podía ser tan rara y que debía tener sexo por primera vez. Y así fue como dejé de ser virgen y descubrí que, años atrás, el ginecólogo no hubiera tenido cómo decirle a mi madre que no lo era. Después de un tiempo mi relación terminó.

Ahora estoy con otra persona con la que tengo muchos problemas por mi falta de líbido. Esto llegó hasta el punto en que mi novio investigó terapias psicomágicas de Jodorowsky para "curarme". No sé si están familiarizados con la psicomagia, pero en varias ocasiones las terapias suelen ser muy extrañas: tanto, que terminé pasando huevos por todo mi cuerpo, lanzándolos a una foto de Laura, poniéndome miel en los labios, y en los labios de mi vagina, para finalizar después con una meditación. La parte más complicada fue que también tuve que recoger todos los elementos que formaron parte de mi acto psicomágico y guardarlos en una funda. Hice esto durante tres días y después tuve que enterrar la funda apestosa en un lugar lleno de árboles.

Para este tiempo, muchas de mis amigas ya habían tenido relaciones sexuales y les parecía muy extraño que yo, en tres años seguidos, no las hubiera experimentado. Incluso me tenían un apodo: 'la asexual'

Aunque la idea me pareció bastante excéntrica y loca, la hice de igual forma, porque estoy dispuesta a hacer cualquier proceso que me dé confianza en mí misma, perdón y sanación. No he sentido nada nuevo desde que hice la terapia psicomágica. Al día de hoy no sé si la hice mal o si este tipo de ejercicios son un placebo. Aún así, respeto mucho a las personas que optan por estos tratamientos y consideran que tienen efectos curativos.

En los siguientes 4 o 5 años volví a ver a Laura en unas cuantas ocasiones hasta que se cambió a la misma universidad en la que yo estoy. Esto fue hace un par de años. Al comienzo, fue bastante fuerte para mí, pero después me adapté a verla ocasionalmente, caminando por los pasillos. Nunca más hemos vuelto a hablar. Es como si no nos conociéramos. Cuando nos vemos, cada una desvía la mirada y pienso que es mejor, porque no quiero hablar con ella nunca más. No escribí esto para que ella lo lea, sino para mí, para todas las personas que de alguna forma se pueden identificar con mis vivencias.

Durante mucho tiempo de mi vida he pensado que no soy normal gracias a estas experiencias. Ahora creo que estoy en un proceso de aceptación, donde entiendo que debe haber muchas mujeres que han vivido casos parecidos al mío y que les han ocurrido las mismas cosas. No quiero pensar en mí como un problema, quiero dejar de concebir mi sexualidad como algo disonante y conflictivo. Si yo no deseo tener sexo, está bien: debo confiar en mis instintos y en lo que quiero. Después de todo, sé que no soy la única en mi especie y que esta vez, quiero valorarme a mí y hacerme feliz antes que a los demás.

Este texto es un intento de disminuir un nerviosismo que ha estado latente en mi mente. Se siente liberador, como cuando uno le abre la puerta a una fuerza que la ha estado empujando con presión. Pienso que ha sido sumamente importante para mi proceso de sanación.

Me ha obligado a hacerle frente en vez de ignorarlo: a entender que las cosas ocurren para que hagas algo al respecto. Cualquier situación la puedes transformar en una ofrenda al mundo. Espero que este artículo pueda generar pensamientos, reflexiones y cambios de perspectiva, especialmente para las personas que han estado envueltas en escenarios parecidos. Es muy difícil entender que las experiencias y etiquetas realmente no dictan quién eres y que no eres víctima de los sucesos, sino que son oportunidades para crear nuevos discursos, mensajes y experiencias.