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Cultură

Llevo defraudando a Hacienda desde que empecé a trabajar

Hablamos con un empresario autónomo, accionista de una SICAV, para que nos explique cómo ha hecho del dinero negro su forma de vida.

Foto por el autor

Pablo -nombre ficticio por razones obvias- tiene entre 30 y 40 años y es empresario autónomo. También es accionista de una SICAV y trabaja "con clientes de todas las partes de España", incluidas grandes empresas. "No puedo permitirme el lujo de que digas más", me advierte con cierta ironía dado el sustantivo que utiliza. Lujo no falta: Pablo me ha invitado a comer en un palacete. Vive "de puta madre" -aunque más adelante me confesará lo contrario- y curra "entre diez y once horas al día". Empezó a defraudar en el momento que empezó a cotizar: "Lo heredé de mi padre, que llevaba haciéndolo así toda la vida". Nuestra comida tiene lugar una semana antes de las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo, y Pablo va a votar a UPyD: "No debería decirte esto porque seremos tan pocos que eso me identifica más que cualquier otro dato". El sentido del humor le ayuda a sobrellevar la carga de "saber que un día, antes o después", la Agencia Tributaria le descubrirá y tendrá "que declararlo todo y pagar, aunque mucho habrá prescrito".

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Pero ese momento no ha llegado. Pedimos filete poco hecho y pimientos rellenos, botella de tinto y entrantes. "Si tuviese otra vez 18 años no empezaría así. Lo haría legalmente. Ahora, también te digo que no sería capaz de vivir como vivo con 1.500 euros al mes". Ahora gana "unos 6.000 euros". ¿Y el valor de su participación en la SICAV (Sociedad de Inversión de Capital Variable)? "Eso prefiero no decírtelo, pero la cifra tiene cinco ceros". Empezamos a comer y apenas interrumpo a Pablo en tres ocasiones. Más que una mesa, esto es una mezcla de masterclass perversa y diván de reflejos freudianos. "Lo primero es no llamar la atención. Por supuesto que un capricho te puedes permitir: tengo una buena moto pero mi coche es una mierda, vivo de alquiler y no tengo propiedades a mi nombre".

The game… is the game: "La idea es cobrar todo lo que pueda en B. Y se me está complicado últimamente porque trabajo con grandes compañías y en ese caso es imposible, tengo que facturarlo todo". Pablo levanta la mirada del plato y me mira: "Esa vieja leyenda del cruce de datos automático con los grandes superordenadores de la Agencia Tributaria… es mentira". ¿Y cómo es entonces? ¿Qué sucede en realidad? "Directamente yo no presento declaraciones. Eso sí que salta en un ordenador, así que todos los trimestres me ponen una multa. Además tengo gente dada de alta en mi empresa que tiene que hacer declaraciones todos los meses, y a fin de año, así que me ponen una multa de 137 euros. Así llevo más de 10 años". Otro truco: "En la declaración de fin de año siempre declaro más o menos lo mismo, y que me salga a pagar".

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Pablo está "intentando cambiar el chip". ¿Por qué? "Mi mujer lo sabe y me dice que soy gilipollas y que estoy loco. Vive intranquila y yo también: tengo crisis de ansiedad por la cantidad de trabajo y la responsabilidad que tengo. Cualquiera que lo oiga pensará: un puto defraudador me va a decir a mí que vive en una situación incómoda: pues mira, es un modo de vida que he elegido, pero me ha venido dado. Terminé la carrera y me puse a trabajar con mi viejo, y empezó a pagarme en dinero B. Yo veía que él trabajaba así y de pronto un día me di cuenta de que estaba haciendo lo mismo". Para este empresario, la clave es "el nivel de vida" y la "generación de riqueza". Eso y el "tiempo que se pierde estando al día y con todo" en regla: "Sostengo puestos de trabajo con lo que ingreso. Además, si declarase todo lo que gano, teniendo que pagar mi casa y el coche, ganaría 1.500 euros al mes. Lo siento, pero por ese dinero no creo puestos de trabajo ni me arriesgo a currar de lo que curro. Mejor me dedico a vivir y me pongo a trabajar de camarero o fontanero, sin responsabilidades".

Una trampa clásica para esquivar a la policía de Montoro es el camuflaje. Lo mejor, pasar desapercibido: "Nunca defraudes más de 120.000 euros al año. Es la clave. Te arriesgas a una multa que va de la cantidad al doble o al triple de lo que has defraudado, además de pagar lo defraudado en los últimos cuatro años. Lo que canta es hacer una vida que no corresponda con tus ingresos, como comprarte un coche o una casa que no vayan acordes con tu nivel de vida".

Le pregunto cómo lleva la presión. "No me drogo, si es lo que preguntas. En el fondo estoy sometido a la presión de que me pongan una multa, nada más. Pero no vayas a pensar que esto es una ingeniería complicadísima. Como estás viendo, es muy chabacano, la técnica el avestruz: yo, hasta que no me pillen, no pienso regularizar ni un puto duro".

Pablo sigue con su clase exprés de vida y trabajo en B: "Ingreso unos 3.000 euros regulares. A eso le sumo otros 2.000 o 3.000 de media al mes en B. Lo que tiendo a ahorrar es lo que tengo en A, y gasto lo que tengo en B. Me lo pulo en el día a día". Vive con su cash: "Me lo gasto en comidas, viajes, hoteles…". "Luego están los clientes con negocios arriesgados", que "suelen tener dinero en B", lo que hace la tarea "más sencilla, más natural". Con el resto siempre es igual: "Lo que se le dice es: te cobro 3.000 euros o te cobro 4.000 más IVA. Algún cliente habré perdido, y alguno, de hecho, me ha mirado sorprendido. Les decimos: si usted quiere una factura, se la hacemos".

Antes de despedirnos le pregunto si cree que defraudar es un síntoma de país atrasado. "Te digo tres cosas y nos vamos. Lo primero, que existe tecnología de sobra para gravar el dinero en efectivo. Lo segundo, que me parece brutal, por extraño que te suene, que en España no se crucen los datos. Y lo tercero, que aquí el que no defrauda es porque no puede: hay gente que no lo hace pero son la excepción que confirma la regla, el resto cobra una nómina y no pueden cobrar en B… si pudiesen, lo harían."