LaBruce en el FICG: Un cuento de zombis, narcos, ángeles y turistas.

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LaBruce en el FICG: Un cuento de zombis, narcos, ángeles y turistas.

Fiestas, mariscos y chelas con el LaBruce.

Hace una semana, la ciudad ardía. Metafórica y literalmente. Tal vez los zombis debieron de haber sido interpretados como un signo: uno con la ropa desgarrada y el maquillaje escurriéndose en forma sudor a pleno sol seco extendía guías del Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) a los que se metían por la fachada de cristal del centro de convenciones, donde la industria, la prensa y los invitados especiales se paseaban entre proyecciones, charlas, cocteles restringidos en la terraza y un ambiente general de euforia mezclado con un cansancio indecible y mucha resaca sobrellevada apenas.

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Porque un festival no es nada sin sus fiestas. El FICG lo sabe y por eso no escatima en fuegos artificiales cuyas cenizas ensucian tragos y se impactan en las caras de los convidados, helicópteros a escala adornados con luces de neón sobrevolando la fila para obtener un plato de nachos con queso, juegos de luces sobre las paredes del edificio, vacío e inútil de la nueva Biblioteca Pública del Estado, silloncitos de polipiel blanca para el área VIP, y alcohol a discreción en barras eternamente sobredemandadas.

Debimos haberlo intuido todo. Otros dos zombis repartían volantes para una fiesta temática a la salida de la sala de cine subterránea de la Universidad de Guadalajara que organiza el festival, único reducto en esta santa ciudad arzobispal que proyectaría L.A. Zombie (2012), la película post apocalíptica tan llena de necrofilia, sodomías, felaciones y sangre falsa mezclada con toda clase de fluidos que sacó escandalizados a un puñado de buenas conciencias que afortunadamente dejaron sus butacas a la fiel y numerosa comunidad gay que se apeñuscaba en las orillas y los escalones.

Bruce LaBruce era la estrella. No del filme, que su etapa actoral quedó atrás desde Skin gang (1999), cuando hacía en pantalla todo lo que se le podría pedir a alguien más siendo director, que es el rol por el que el FICG lo trajo con toda pompa y circunstancia a recibir el primer Premio Maguey por su cine de culto, que consta de una filmografía de títulos entre los que se hallan No skin off my ass (1993), Hustler White (1996), The raspberry reich (2004) y Otto; or up with dead people (2008).

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Bruce se fue luego a cumplir la agenda nocturna del miércoles festivalesco: coctel de IMCINE aderezado con una golpiza al actor Tenoch Huerta por ponérsele necio (y ebrio) a los cadeneros, seguido de la fiesta de tema zombi a beneficio del ya citado Premio Maguey. Eso resultó en un desastre de proporciones mínimas en el que además de los bailarines en trusa y el cortejo de organizadores al rededor de Bruce, había solamente un círculo de cuatro tipos haciendo su mejor esfuerzo por divertirse, y una reportera haciendo su mejor esfuerzo por convencer de quedarse al fotógrafo típicamente tapatío y ligeramente homofóbico. Afortunadamente, los meseros pronto recogieron hasta las botellas medio llenas y empezaron a limpiar.

De todos modos, el día siguiente era muy tranquilo para Bruce y su ángel, sin más agenda que acompañar a Jes Benstock en la proyección de su documental The British Guide To Showing Off. Por ángel, me refiero al agente de relaciones públicas- anfitrión-niñera-sirviente que el Festival le asigna a sus invitados especiales.

LaBruce: Es mejor que handler, que es como les dicen en otros festivales.

VICE: ¿Handler? ¿Como la gente que se ocupa de la paquetería, eso de handling and shipment?

Exacto. Es que eso somos para los Festivales: un paquete para su programación.

También se les llama así a los que educan animales, los que se hacen cargo, por

ejemplo, de un león en el circo o de… no sé, un perro en una película.

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Como si los directores fueran unas bestias.

Bueno, a veces, podemos ser unas bestias.

Ángel suena mejor.

Sí, es más agradable.

Aprovechando el día libre, íbamos en busca de mariscos para comer, a pie por las calles de la zona de Chapultepec. Bruce estaba intrigado por la arquitectura sin ornamentos de las casas angulosas y cuadradas de la década de los cincuenta y sesenta, más que por los palacetes de hace un siglo, o que por el edificio avant garde de su hotel, hecho de concreto y vidrio hasta para formar el suelo del pasillo hacia el elevador, otra caja transparente. Aunque al principio parecía renuente, al final también las casas de Luis Barragán le hicieron cierta impresión y se colaron entre sus fotos de turista.

Instalados entre imágenes a gran escala de peces caribeños y con un par de micheladas de por medio, empezamos a hablar en serio. Me habló de su oscuro pasado ñoño como crítico-teórico-académico de cine y de su espíritu subversivo. Me explicó por qué la palabra "feminista" se ha convertido en casi un insulto, los motivos prácticos de usar un pseudónimo, y dijo algo sobre cómo en verdad no tiene excusa para no hablar español estando casado con un cubano. También charlamos sobre los tatuajes que forran sus brazos, por qué ya no lleva piercings y sus opiniones sobre el arte contemporáneo luego de visitar la feria Arco, aprovechando la reciente visita a Madrid con motivo de su exposición de fotografías en la galería La Fresh, de título Obscenity. Cabe decir que esta exposición tuvo tan buena difusión que antes de ser inaugurada ya había recibido un par de fallidas bombas molotov por parte de asociaciones católicas y fascistas recalcitrantes. Amén.

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Esa noche, hubo otra fiesta: la fiesta de prensa. La única de las oficiales en que no había zona VIP y las estrellas se codeaban con la plebe o mejor no iban. Bruce, recargado en una columna del porche de una casona antigua, iba con su ángel: "Creo que nos vamos a ir pronto. Dijo que se acababa este trago y ya", anticipaba con cierta resignación el joven metafóricamente alado. Pero Bruce se acabó ese whisky y el ángel todavía dio otras dos o tres vueltas a la barra.

Al día siguiente, Bruce se iba de vuelta a Berlín, donde estará preparando nuevos proyectos un par de meses todavía, intercalando la estadía con invitaciones a Reino Unido para presentar su libro, Bruce(x)ploitation, a Italia a otro festival de cine y varios países más que recitó como quien se ha resignado a tener la agenda hecha hasta el verano.

Al otro día, la ciudad ardió: Guadalajara quedó prácticamente sitiada, bloquedas sus salidas más importantes con camiones y tráilers incendiados simultáneamente en protesta contra el arresto de un par de capos. Los criminales sí que saben organizarse. Ningún zombi a la vista ya, sin embargo.

La oficina de relaciones públicas del Festival se desvivía porque los invitados no se enteraran. Bruce tenía que estar ya en el aeropuerto a la hora de los ataques, pero tal vez se vería el fuego y la humareda desde el aire. O se retrasaba el vuelo para dejar la pista libre a media docena de avionetas privadas, como le ocurrió y reportó la escritora Elvira García que había estado aquí un par de días para presentar su libro.

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¿Cómo saberlo? Y en todo caso, ¿qué importa? En la entrada más reciente de su columna Wondering… LaBruce se pregunta: ¿Por qué los mexicanos se largan a Estados Unidos?: "Supongo que […] se debe a sus problemas económicos, al alto índice de violencia de los cárteles de la droga […] y a la corrupción en la policía y en el gobierno".

Tal vez habría que considerar la propuesta de LaBruce sobre construir una muralla para proteger a nuestro país ante una masiva entrada de yanquis, ya que ellos se den cuenta de lo bien que se la puede pasar uno acá. Si y sólo si LaBruce queda de este lado del muro.

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