Cuando el infierno se congele

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El número del botadero

Cuando el infierno se congele

Los tildaron de payasos, pero hicieron historia: así fue como un grupo de militares jamaiquinos se tomó los Olímpicos de Invierno en 1988.

Esta historia hace parte de la edición de junio de VICE.

Dudley Stokes y Michael White en la competencia de bobsled de dos personas en los Olímpicos de Calgary, 1988. Foto por Jean-Paul Maeder (cortesía del Comité International Olympique).

"Montar en trineo es poesía en movimiento."
—DEVON HARRIS

No vi Cool Runnings (1993) cuando era pequeño y pasó una buena parte de mi corta vida adulta antes de que decidiera darle una mirada. La película de Walt Disney está basada en hechos reales, pero quienes estuvieron ahí creen que no más del 1 % de lo que sucede en el filme sucedió en la vida real. No obstante, cuando le confesé a Devon Harris, uno de los verdaderos protagonistas de esta historia, que no había visto la película, distinguí sus ojos abrirse en la imagen pixelada de Skype y, medio sonriente y medio serio, me dijo: "¡¿Qué sucede contigo?!".

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Porque lo que importa de esa película no es la historia, sino el mensaje que deja.

Escribo este artículo pensando en la gente que no vio Cool Runnings y no ha escuchado sobre el primer equipo olímpico de bobsled de Jamaica. A diferencia de la película, todo lo aquí contado es verdad. Esta es la historia según la vieron los asistentes a los Juegos Olímpicos de Invierno de 1988 en Calgary, como la reportaron los medios (desde el periódico The Gleaner en Jamaica hasta The New York Times y ESPN años después), como me la contaron a mí, como la escribieron en sus libros y como la recuerdan sus protagonistas.

No empieza por el momento que escribiré a continuación, aunque sin duda es de los más emocionantes del relato. Creo que es un buen inicio:

—Listo —dijo Chris Stokes.

—Listo —dijo Michael Brown.

—Listo —dijo Devon Harris, ajustando unas gafas de protección oscuras sobre sus ojos.

—Listo —dijo Dudley Stokes, el piloto y capitán del equipo.

Después de un momento, Dudley gritaba "¡arriba!" y sin más el equipo empezaba a correr, llevando el trineo con ellos. No es un lema tan romántico como el que se ve en la película, pero es lo más práctico en la realidad [1]. Corrieron sobre la nieve tan rápido como pudieron. Las piernas se movían con la rapidez de los dedos de una secretaria al teclear.Sus trajes y su trineo y su piel negra contrastaban con el fondo blanco. De uno en uno, según se ve en las grabaciones de ese día, el equipo de Jamaica se montó al trineo y sus miembros se enrollaron como erizos asustados en su interior. La velocidad aumentó. Ni los golpes ocasionales contra las paredes del tobogán de hielo podían detenerlos. Los cascos amarillos, lo único que se podía ver de los deportistas, permanecían quietos como cuatro pomos de robusta madera. La pista era suya. La recorrían tan veloces y peligrosos como una bala.

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Tomaron la novena curva, un arco que giraba un total de 270 grados. El trineo iba arriba y abajo, arriba y abajo. En un punto empezaron a ir más arriba de lo que debían. La curva llegaba a su fin y ellos, en lugar de bajar, seguían avanzando sobre el borde. Iban demasiado rápido, iban demasiado alto. Iban a chocar.

***

Los jamaiquinos atrajeron a más de 40.000 espectadores a un evento al que usualmente no van más de 5.000, según lo reportó ESPN. Foto por Jean-Paul Maeder (cortesía del Comité International Olympique).

Si los jamaiquinos son tan buenos atletas y les va tan bien en los Juegos Olímpicos de verano, ¿qué les impide serlo en los de invierno?

Esta fue la pregunta que empezó todo. El empresario George Fitch, empleado por el gobierno norteamericano en la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, se la formuló a un amigo, el coronel Ken Barnes de la Fuerza de Defensa jamaiquina, un día de junio de 1987 en Kingston. Se especula que hubo tragos involucrados en la charla. Al día siguiente se celebró el derbi anual de carretillas en la cordillera de la isla, en el que un grupo de personas empuja un carrito colorido lo más fuerte que puede para luego montarse a él y conducirlo por una pista colina abajo hasta la meta. Cuando lo presenció, Fitch no tardó mucho en unir los puntos de las carretillas al bobsled, ese deporte en el que un grupo de personas empuja un trineo colorido lo más fuerte que puede para luego montarse a él y conducirlo por una pista colina abajo hasta la meta.

Según se lo relató a ESPN UK, Fitch intentó acercarse a algunos de los atletas jamaiquinos que se preparaban para los juegos de Seúl, sólo para que todos rechazaran su oferta por miedo a lastimarse. Se acercó luego a las ligas de atletismo, sin suerte. Incluso puso posters y avisos en los periódicos de la ciudad para una convocatoria abierta, pero la respuesta no fue la que él esperaba. Su último recurso fue una institución que había funcionado bastante bien para reclutar deportistas en Europa: el ejército. Y por suerte conocía a la persona ideal ahí.

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—¿Qué tipo de atletas necesitas, exactamente? —le preguntó el coronel Barnes, según está registrado en el libro Cool Runnings and Beyond, de Christian Stokes.

—El inicio es bastante importante en este deporte —dijo Fitch—. Qué tan rápido puedas empujar el trineo. Tengo entendido que los buenos corredores son buena materia prima para los pushers [2] en el bobsled.

El coronel volteó a mirar al mayor George Taylor, que estaba familiarizado con los atletas de la tropa:

—¿A quién tenemos así?

—Bueno —respondió el mayor—, tenemos a Michael White, nuestro campeón de cien metros. Es rápido, aunque no muy fuerte. Y tenemos a Devon Harris, que corre los ochocientos metros. Es fuerte, aunque no muy rápido.

—Envíelos a los dos —dijo el coronel Barnes, quien se volvió de nuevo hacia Fitch—. ¿Qué más?

—El conductor es muy importante. Tiene que ser un líder, ser valiente, con buenas habilidades atléticas y excelente coordinación ojo-mano.

—Envíe al capitán Stokes —dijo el coronel, sin molestarse en mirar al mayor. Bajo órdenes militares, tres cuartas partes del equipo ya estaban listas.

Por orden de sus superiores el capitán Dudley Stokes, que en ese entonces tenía un bigote amplio que parecía sacado de una película de policías de los años setenta, terminó asistiendo a la convocatoria para integrar el equipo de bobsled de Jamaica en el Estadio Nacional, en Kingston. Esto fue en el mes de septiembre de 1987. Aparte de algunos atletas, llegaron pescadores e incluso vendedores ambulantes de la capital. Fitch les dio a los que se presentaron un resumen del deporte antes de apagar las luces y mostrar con un proyector videos de gente que lo practicaba alrededor del mundo, entre ellos una cinta de choques en trineo, espectaculares como aterradores, con la música de Top Gun sonando al fondo —posiblemente "Danger Zone", aunque esto no lo pude comprobar—. Al terminar la proyección, Dudley dice que sólo unas doce personas quedaban en la sala.

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Una de ellas era Freddie Powell. Llegó a las pruebas en una scooter en la que dijo haber recorrido más de 60 kilómetros para poder asistir a la convocatoria. Era un hombre barbado con la actitud y la jerga estereotípica del jamaiquino, esa persona relajada y algo perezosa, la clase de sujeto para la que se inventó el control remoto. Sin embargo, era un joven con talento, y así lo notaron los asesores que la Federación de Bobsled de Estados Unidos había enviado para asistir en las pruebas físicas.

Al finalizar los tres días de pruebas, el primer equipo de bobsled de Jamaica fue conformado por el conductor Dudley Stokes ("Era estoico. Si estábamos todos hablando, él no sería el primero en hacer un chiste") y los pushers Devon Harris ("Bastante ambicioso, siempre quería aprender más sobre el deporte. De hecho, quería ser el conductor"), Michael Brown ("Tiene un gran sentido del humor, es algo reservado") y Freddie Powell ("Pensaba a toda hora cómo le podía sacar beneficio a las cosas; en el 88 se veía a sí mismo como un cantante de reggae y siempre buscaba gente que lo patrocinara, esperaba ser descubierto. Llevaba un micrófono, pero lo raro es que cada vez tenía la oportunidad de cantar, cantaba A whiter shade of pale, ¡que no es para nada una canción de reggae!"). También ingresaron Samuel Clayton, un ingeniero de la Corporación Ferroviaria de Jamaica que se retiraría del equipo tiempo después por motivos personales, y Caswell Allen.

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El entrenamiento transcurrió desde septiembre de 1987 hasta febrero del año siguiente, días antes de los juegos. Bajo el tutelaje del antiguo campeón nacional, el estadounidense Howard Siler (también con la colaboración de Pat Brown, que era uno de los entrenadores del equipo de Estados Unidos), los jamaiquinos tuvieron dos tipos de entrenamiento: el que podían realizar en Jamaica, levantando pesas, practicando su sprint y empujando carros de esqueleto metálico con peso encima para emular los trineos que usarían en las verdaderas competencias; y los que realizaron en el exterior, particularmente en Calgary, Canadá, donde se celebrarían los siguientes Olímpicos de Invierno, y la ciudad de Igls, en Austria, donde practicaron en trineos reales bajo la sombra de los Alpes. "No hubo ningún congelador, ninguna bañera, no había que empujar carros de juguetes", me contó Chris Stokes (ya lo introduciremos propiamente más adelante) para desmentir las exageraciones de la película.

Congeladores y bañeras hubieran sido más baratos para George Fitch. El empresario gastó alrededor de USD $55.000 , sacados de su propio bolsillo, para financiar el entrenamiento y la participación del equipo en el mundial de bobsled en St. Moritz, Suiza, que era requisito para clasificar en los Olímpicos.

Durante este periodo los medios empezaron a captar la atención de un equipo caribeño que se lanzaba contra los mejores del mundo en un deporte que aprendieron en seis meses. Se interesaron más cuando en los Olímpicos el equipo de hockey de Estados Unidos fue eliminado temprano en la competencia y los noticieros necesitaron llenar tiempo con otras historias del evento. Los miembros del equipo fueron bombardeados por llamadas, cartas y propuestas para aparecer en televisión. Aparecieron titulares como "NO JOKERS ON THIS TEAM" ( The New York Times) y "THE JAMAICANS ARRIVE HOBBIN AND A BOBBIN" ( The L. A. Times), y frases como "los jamaiquinos no deberían estar en trineos, sino en la playa" y "no me creo lo que dicen de tener derecho a estar en el mismo escenario, al mismo tiempo, que los mejores del mundo". No es de extrañar que cuando llegó la competencia, en vez de ver a deportistas comprometidos, el Comité Olímpico sólo pensó en un grupo de bufones que podían poner en vergüenza la competencia; no los tomaron en serio. Ya llegaremos a eso.

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Nunca conocí a Fitch, no tuve la oportunidad de hablar con él antes de su muerte en diciembre de 2014, pero considerando todo el dinero que invirtió estoy casi seguro de que cada día cruzaba los dedos, tocaba madera y rogaba al cielo que esto que los medios debatían si era una locura o un chiste diera resultado.

***

Los jamaiquinos en la parte superior de la pista de Nagano, aplicando técnicas de entrenamiento mental para coordinar los tiempos de empuje. De esta foto en adelante: archivo particular (cortesía de la Federación de Bobsled de Jamaica).

Calgary suele ser un lugar frío, aunque ese año no tanto. Durante los Olímpicos de 1988 la ciudad llegó a temperaturas de hasta 17° C que impidieron la realización de algunos juegos de forma apropiada y forzaron su reprogramación. Tan atípico fue el clima que hasta se usó nieve artificial para suplir las demandas de algunos deportes.

Quizá eso explica el cálido recuerdo que dejó en todo el equipo el momento cuando, ante los ojos de 60.000 asistentes, enfocados por cámaras que llevarían su imagen a un estimado de 1.500 millones de televidentes, los jamaiquinos marcharon con sus chaquetas amarillas con rayas blancas, gorros verdes y pantalones negros por el estadio McMahon en la inauguración de los juegos [3]. Frente a ellos, una muchacha abrigada por un chal blanco y un gorro de piel llevaba un letrero que decía "JAMAICA". Dudley iba un poco más atrás, con una sonrisa tímida y cargando la bandera de su patria, la primera vez que hacía presencia en la historia de los Juegos Olímpicos de Invierno. "Un rugido tremendo" son las palabras que Dudley usa para describir los gritos en docenas de idiomas indistinguibles que se convertían en vibraciones en sus huesos con los que fueron recibidos: "La mejor bienvenida de mi vida".

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A diferencia de lo que muestra la película, los otros equipos no fueron hostiles con su contraparte caribeña [4] . Tampoco fueron amistosos. Hay que entender que los Olímpicos no son una competencia de un mes, sino una carrera de cuatro años. Cuatro años de entreno incesante, cuatro años de preparación. No hay tiempo para distraerse estando ya tan cerca del momento definitivo, menos con insultos infantiles o peleas en bares. "Todos están metidos en sus asuntos", escribió Dudley.

Fue más peligrosa la actitud del Comité Olímpico que, diez días antes del inicio de los juegos, quiso prohibirles participar a los ragamuffins [5] . Los consideraba un chiste a causa de todo el circo mediático detrás de ellos. De no haber sido porque el príncipe Alberto de Mónaco —luego conocido como el "Gran Al" dentro de la Villa Olímpica— y otras personas le aclararon al COI que los jamaiquinos habían cumplido todos los requisitos para participar, quizá los sureños no habrían tenido ni la oportunidad de pasear la bandera en la ceremonia de apertura. Una vez lo hicieron probaron que no eran un chiste. Hoy se arrepienten de no conocer Calgary como es debido, con su zoológico y sus parques y sus museos, por estar entrenando sin parar hasta las nueve de la noche, cuando se iban de forma religiosa a dormir. "La gente piensa en los jamaiquinos como animales de fiesta, pero en la noche ya estábamos todos en la cama", dice Devon.

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Todos menos Freddie, el cantante. Él no perdía la oportunidad de disfrutar la vida nocturna (y diurna) de Calgary, incluso si eso significaba faltar a los entrenamientos. Era sociable, era divertido, era el rostro de la delegación jamaiquina. Esa fue la única labor que parecía tomarse en serio. Nunca se veía a Freddie sin una bolsa llena de camisas del equipo para vender, y sí que las vendía. Era un sujeto tan popular que en mitad de los entrenamientos podía acercarse alguien a ellos y preguntarles:

—Hey, ¿son del equipo jamaiquino de bobsled?

Yeah.

—¿Conocen a Freddie?

Freddie nunca llegó a competir. Desde un principio había sido poco confiable: en los días del entrenamiento de los meses pasados, mientras los demás se ejercitaban en el frío, Freddie buscaba un radiador para calentarse. Al poco tiempo simplemente dejaron de contar con él para correr.

Mientras tanto los demás entrenaban duro. El plan original era participar con dos equipos en la competencia de trineo para dos personas. Ese plan se fue por la borda cuando Caswell Allen, el cuarto miembro del equipo, se lesionó en medio de un entrenamiento, lo que hizo que solo una pareja pudiera participar en el evento. El sábado 20 y el domingo 21 de febrero, Dudley Stokes y Michael Brown compitieron como pareja con su trineo negro. Fueron vitoreados por la multitud mientras corrían por la pista no con tanta maestría como pasión por un deporte que habían empezado a practicar hacía menos de un año. Hicieron historia como el primer equipo jamaiquino en participar en los Olímpicos de Invierno.

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No ganaron, claro. Quedaron en el puesto número 30 entre 41 competidores. Era más de lo que esperaban. Habían derrotado a más de diez equipos profesionales en su primer intento. Ansiosos por volver a sentir la velocidad y no queriendo hacer que el esfuerzo de los demás se fuera a la basura por la herida de Allen, convencieron a George Fitch de que los dejara participar en el evento de cuatro personas. El primer problema fue buscar un trineo, que la Federación Canadiense de Bobsled estaba dispuesto a venderles por CAD $25.000. El equipo terminó haciendo una fiesta en el club Orestes para recaudar el dinero, en la que sus miembros cantaron su canción de reggae "Hobbin & a Bobbin" y vendieron montañas de camisas que decían "Jamaican bobsled: the hottest thing on ice", una producto que ya les había servido para comprar la cena y pagar los hoteles en sus días de entrenamiento [6] .

Con sólo dos años de práctica para los Juegos Olímpicos de Lillehammer, Noruega, el equipo tuvo que aprovechar todo su tiempo para entrenar. Dudley Stokes corría con un carrito de supermercado para practicar su empuje.

Sólo quedaba buscar al cuarto miembro. La respuesta fue Chris Stokes, el hermano de Dudley, un joven atleta con ambiciones de ir a los Olímpicos de verano, que trabajaba en la Universidad de Idaho y que estaba por esos días en la ciudad, viendo a su hermano mayor competir. En una entrevista para The New York Times ese mismo año, Dudley había hablado de la posibilidad de que su hermano fuera un futuro atleta en el bobsled. El llamado al deporte llegaba más temprano de lo esperado. Cuando Chris iba a volver a Estados Unidos, Dudley le dijo:

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—¿Y por qué no te quedas unos cuantos días a intentar?

—¿A intentar qué? —le preguntó Chris. Dudley le contó entonces de su plan de convertirlo en el cuarto integrante.

—¿Cuento contigo? —fue todo lo que tuvo que preguntar Dudley al final. Chris no quería hacerlo, pero no podía defraudar a su hermano mayor. "No fue por el país, no fue por los Olímpicos, fue porque mi hermano había sido mi mayor apoyo en el deporte", dice Chris, cuando le pregunto por qué tomó la decisión. "Fue puro amor fraternal".

—Cuenta conmigo —respondió Chris. En un par de días ya tenía un permiso del Comité Olímpico para competir y le estaba cogiendo el tiro a un deporte que sólo había visto en televisión. En poco más de una semana estaría compitiendo. Sin importar la falta de preparación o de personal entrenado, los jamaiquinos estaban decididos a competir. Como me lo explica Devon hoy, simplemente querían correr.

***

El técnico de trineos Stuart Thorpe (con la mochila) supervisa el peso del trineo para cuatro personas. En Lillehammer, Jamaica fue descalificada en el evento de dos personas por sobrepeso en su trineo.

El equipo de bobsled de Jamaica es recordado, principalmente, por los eventos del domingo 28 de febrero de 1988. Una lástima, pero lo que la gente tiende a recordar es cuando todo sale mal. Un hombre supersticioso podría argumentar que los indicios estaban ahí, a plena vista, de que en ese segundo día de competencia las cosas iban a ser un completo desastre para los jamaiquinos. Estas serían sus pruebas:

EVIDENCIA A: después de desayunar y de camino al vehículo que los llevaría a la pista, Michael Brown se dio cuenta de que había dejado su casco en la habitación del hotel. Un pequeño incidente. Tuvo que correr de vuelta a recogerlo.

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EVIDENCIA B: mientras recorría la pista, como es costumbre del piloto, Dudley dio un paso en falso. Se resbaló, cayó con todo su peso contra el hielo y se esguinzó la clavícula en el lado izquierdo. Dolía con sólo mover el brazo. "Ya iban dos, eso no pasa a menudo", recuerda Devon. "Un sujeto llamado Roy, el fisioterapeuta del equipo británico, tenía un spray medicinal para eso; se lo aplicó a Dudley y dijo que ya estaba listo para competir".

EVIDENCIA C: en medio de la competencia, minutos antes de montarse en el trineo y mostrar de lo que eran capaces a las 40.000 personas que habían asistido al evento —en un deporte al que usualmente no asisten más de 5.000, pero no todos los días participa Jamaica—, George Fitch caminó enojado hasta la pista. En la línea de partida de la carrera más importante de la vida de Dudley Stokes, Fitch se acercó y le dijo: "Bueno, Howard Siler se fue esta mañana, se fue a casa"; aparentemente el entrenador tenía que volver a su trabajo como vendedor. La noticia fue un knock-out a la concentración de Dudley, lo dejó hecho nada en la lona preguntándose qué demonios acababa de pasar. Los demás miembros del equipo no se darían por enterados de esta conversación sino hasta años después.

En retrospectiva, es sospechoso. Tanto Devon como Dudley lo admiten, llaman al asunto "una receta para el desastre". La jornada anterior tampoco les había ido tan bien: en el primer heat (como se conoce a cada carrera) se rompió la barra de empuje del trineo que llevaba Dudley; en el segundo, Michael White no pudo acomodarse del todo, lo que les hizo perder algo de tiempo. Dudley repasó en la noche las cintas de esas carreras, ideando estrategias para hacerlo mejor.

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La mañana siguiente los recibió con un cielo despejado y un día soleado. Ese domingo el clima era lo más parecido al de casa, en una ciudad que conoce la nieve a fondo. Llenos de optimismo, salieron a competir.

Los tres jamaiquinos con los que conversé (Harris y los hermanos Stokes) sólo recuerdan un encuentro con equipos de otros países… y fue extraño. Antes de salir al cuarto y último heat, mientras el equipo estaba en la warmhouse (el lugar donde los deportistas se preparan), Devon estaba sentado, asimilando todo lo que lo rodeaba: las prisas de los equipos que salían a correr, los que entraban arrastrando sus equipos, los pilotos que se quedaban en silencio en un lugar alejado, visualizando en su mente la velocidad y las curvas de la pista con el mayor detalle; todo esto era nuevo para él. Y estaba sentado ahí cuando un sujeto de Alemania Oriental —"creo que era Wolfgang Hoppe, no estoy segro; Wolfgang Hoppe es de los mejores en el bobsled mundial, el Pelé o el Michael Jordan del deporte"— deja de hacer lo que estaba haciendo, mete la mano en su maleta, le sonríe y sin decir una palabra le entrega un pin de Alemania Oriental. Azul y dorado en su interior, con bordes de rayas. "¿Sabes cuál es la peor parte?", dice Devon al recordar ese momento, la única interacción significativa que tuvo con otros competidores, "No tengo idea de dónde está ese pin. En ese momento, no te das cuenta de lo significativo que es; pero fue significativo".

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No tuvo mucho tiempo para procesarlo. Había llegado la hora de correr.

—Listo —dijo Chris Stokes.

—Listo —dijo Michael Brown.

—Listo —dijo Devon Harris, ajustando unas gafas de protección oscuras sobre sus ojos.

—Listo —dijo Dudley Stokes, el capitán—. ¡Arriba! —gritó.

Se montaron en el trineo, guardaron las barras de empuje y en unos cuantos segundos ya estaban tomando la primera curva, ganando velocidad. El grito de la multitud tenía que volar cada vez más rápido para alcanzarlos. Si parpadeaban se los perdían al pasar.

Llegó entonces la curva 9, la curva Kreisel. Fueron demasiado alto cuando ya no había más hielo sobre el que avanzar. Se estrellaron a 115 kilómetros por hora, un choque espectacular. Se volcaron hacia el lado derecho y arrastraron el trineo durante 27 segundos a alta velocidad, por las rectas y cinco curvas más, con una nube de hielo pulverizado que se alzaba tras ellos. Sus cascos rasparon la pared de hielo gran parte del camino, doblados en un ángulo peligroso y dejando en algunos puntos un rastro de pintura roja que algunos confundieron con sangre. Sólo faltó que echaran chispas para hacerlo más cinematográfico.

Miedo. Eso fue lo primero que sintieron. Ellos y los presentes.

De a uno empezaron a levantarse y respiraron tranquilos sabiendo que sus compañeros estaban bien (George Fitch, que corría hacia la pista temiendo lo peor, hizo lo mismo). El miedo se convirtió entonces en vergüenza. Se apoderó de ellos, apretó sus corazones con el peso de los millones de ojos que habían visto su fracaso en vivo y en televisión. Entonces de a poco, casi distante pero en crescendo, empezaron a oír a la multitud que los rodeaba. Gritaban, celebraban, vitoreaban.

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Los seguían animando a ellos.

Y es entonces, en este momento, cuando aparece una diferencia crucial entre la realidad y la película. La gente tiende a creer que la historia real es menos heroica que la fantasía, pero yo opino lo contrario. Es así de simple:

FANTASÍA: en Cool Runnings , el equipo carga su trineo hasta la línea de meta en el clímax de la película. Un trineo de bobsled para cuatro personas pesa como mínimo 210 kilos, según la regulación internacional. No digo que sea imposible cargarlo para cuatro atletas, pero sería pedirles mucho considerando que están cansados y lastimados, que acababan de arrastrarse por la nieve.

REALIDAD: se requirió mucho coraje para recorrer la pista junto al trineo que arrastraban los auxiliares con la frente en alto, como lo hicieron ellos; saludando y sonriendo a la multitud como lo hacía Devon, dando la mano a las docenas de personas que extendían las suyas como lo hizo Dudley. En su interior se flagelaban a sí mismos una y otra vez. Por fuera, se mostraban orgullosos y agradecidos.

Sin importar el apoyo del público, el sabor de la derrota los seguía acompañando. Los hermanos Stokes fueron llevados en una ambulancia para ser atendidos por heridas menores. Los otros dos se resguardaron de la humillación en el hotel. Había una rueda de prensa después del evento a la que Devon tenía que asistir. Fue la única aparición pública a la que Devon se ha negado a ir. No podía darle la cara al mundo después de lo que había pasado.

La cosa es que vergüenza no es lo mismo a resignación. Al poco tiempo esa emoción se convirtió en determinación. Se sentían afortunados de estar ahí y querían tener la oportunidad de demostrar que ahí era donde tenían que estar.

***

Dudley Stokes, Watts, Chris Stokes, Wayne Thomas y Jerome Lewis. Este es el equipo que llegaría a ganarles a las delegaciones de Estados Unidos y Rusia, su mejor resultado hasta el momento, en los juegos de Lillehammer, 1994.

En los años siguientes el equipo de bobsled de Jamaica pasó de ser una novedad meritoria de estampillas postales a convertirse en un verdadero competidor en el deporte. El país aprendió la lección de su propia historia: no hay que rendirse. En los juegos de Lillehammer de 1994, en la categoría de trineo para cuatro personas —conformado por los ya veteranos Dudley y Chris, además de Winston Watts y Wayne Thomas—, el país terminó en decimocuarto lugar, venciendo a competidores que podrían considerarse mejor preparados como Estados Unidos, Rusia y Suecia. Los viejos rostros, que siguieron compitiendo por algunos años más después de Calgary, fueron reemplazados por nuevos personajes, mucho más jóvenes. Devon y Dudley son ahora hombres de familia y oradores motivacionales. Chris, el joven que entró en el último minuto al juego y que tenía sus dudas sobre el bobsled, es ahora el presidente de la Federación de Bobsled de Jamaica.

Jamaica sigue siendo la misma. Todavía no llega el día en el que nieve en la isla. Sin embargo, cada cuatro años hacen su mejor esfuerzo por clasificar a los Olímpicos de Invierno. Cuando clasificaron para los juegos de Sochi en 2014 lo celebraron por lo alto, luego de diez años sin haber participado. Quedaron de penúltimos.

Algún día quizá ganen el oro. Hasta entonces su presentación es más que espectáculo: es inspiración. Aunque si hablamos de espectáculo, para Devon no habrá nada como aquellas Olimpiadas del 88: "Las otras fueron competencias en las que tuvimos buenos desempeños. No fue nada sorprendente, emocionante, solo bueno. No nos estrellamos, no terminamos de últimos, pero no fuimos espectaculares. Sin embargo, en Calgary, cuando empujamos ese trineo… ¡eso sí que fue espectacular!".


[1] El eslogan "Feel the rythm, feel the rhyme!" ("¡Siente el ritmo, siente la rima!") que aparece en Cool Runnings no es práctico para el deporte. Devon Harris lo intentó una vez en una competencia, en 1997. Fue un desastre. "Estaba en un trineo de dos personas, durante el proceso de clasificar para los Olímpicos de 1998. Ni siquiera estaba compitiendo, era una prueba. Como no era una carrera seria, lo dije y salté al trineo. Pero tienes que entender que este es un deporte bastante intenso; hay la misma intensidad y agresividad al inicio de una competencia de bobsled como en un partido de fútbol. Así que si dices algo como eso antes de empezar, le quita toda la agresividad al asunto; cuando terminé pensé, '¡vaya, esa fue una carrera desperdiciada!'".

[2] Empujadores, los encargados de poner la mayor parte de la fuerza y velocidad en el empuje del trineo al inicio de la competencia.

[3] Ese día George Fitch cambió el gorro verde por un sombrero de vaquero blanco. Como si necesitara distinguirse más, siendo el único blanco en el equipo.

[4] Hay que decir, para dar mérito donde es debido, que las naciones tropicales de Fiji, Guam, Guatemala, las Islas Vírgenes y las Antillas Neerlandesas también hicieron su debut en los Olímpicos de 1988.

[5] Expresión coloquial jamaiquina con la que se tilda a los habitantes de los guetos del país.

[6] Luego de recoger varios testimonios, parece que la idea de las camisas vino de George Fitch, aunque el eslogan fue cortesía de Devo, quien dice que la idea le llegó mientras entrenaban en Canadá. Todas las mañanas salía a la pista y ahí, en una valla, veía la imagen de una pulidora de hielo con la frase "the hottest thing on ice". Devon presionó al equipo para que hicieran las camisas con esa frase y luego la esposa de Fitch, Patricia, las diseñó.