Le pedí a una adolescente que me vistiera durante un fin de semana
Todas las fotos por Enrique Villaluenga 

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Moda

Le pedí a una adolescente que me vistiera durante un fin de semana

Y me di cuenta de que realmente siempre visto como una adolescente.

Isabel Gigorro tiene exactamente diez años menos que yo. La conocí en la fiesta de mi 26 cumpleaños y en cuanto la vi entrar por la puerta sentí, como diría ella, un crush. Me dieron ganas de darle un like en la vida real, de decirle lo mucho que molaba. También me hizo sentir muy mayor: quizá la madurez no es otra cosa que empezar a admirar a gente mucho más pequeña que tú.


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Aquella noche Isabel cantó ante unas veinte personas el "Puro teatro" de la banda sonora de Mujeres al borde de un ataque de nervios y me contó que compaginaba cuarto de la ESO con rodajes y grabaciones porque además de estudiante es actriz.

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Y empecé a comprobar que si era tan especial por fuera era porque también lo es por dentro. Que sus estilismos son un fiel reflejo de su personalidad. Magnéticos, brillantes, con muchos colores.

Un día le pregunté sus referentes. Le dije que qué le gustaba, que qué le inspiraba. Y su respuesta en forma de lista me hizo comprender muchas cosas sobre su estilo: "Me gusta Cher que es un icono, Janis Joplin, La Lupe, el Romancero Gitano y el Poema del cante jondo de Lorca, todo Almodóvar, Los Tarantos (esto tuve que googlearlo para saber qué era), La niña de los peines, La Zowi, Margarita Xirgú, Sorolla, los colores del parchís, Etta James, Alicia Keys, las Spice Girls, María Escoté, Palomo Spain, Nathy Peluso… si lo mezclas todo, sale Isabel". Y vaya que si sale Isabel.

Isabel tiene 17 años y estudia primero de Bachillerato

Isa ha venido mucho a casa después de la noche en que cumplí 26, y a veces me planteo si con los años perderá frescura y ganará vergüenza. Ojalá no, pero recuerdo que yo con su edad llevaba pantalones de colores, un septum, media cabeza rapada y el pelo naranja. Ahora tengo un look predeterminado para cada día de la semana, hace tiempo que me quité el septum y hace más tiempo aún que me dejé crecer el pelo.

Yo e Isabel en una tienda de segunda mano

Pero para recuperar a mi yo adolescente aunque sea por unas horas le pido que me haga de estilista durante un fin de semana. Acepta el reto y me da un consejo: "Córtate las uñas porque voy a ponerte unos zapatos que te van a doler si llevas la del dedo gordo un poco larga".

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Empezamos el experimento yéndonos de compras. Isa siempre dice el precio de la ropa que lleva, y el precio de la ropa que lleva siempre es tan jodidamente irrisorio que me hace sentir idiota. Tiene pantalones que cuestan menos que una caña en mi barrio y recorre mercadillos y tiendas de segunda mano en busca de ropa que el resto compramos de primera por el triple.

A diferencia de lo que me ocurre a mí, Isabel no siente la necesidad de usar marcas para sentir que sus estilismos tienen sentido. "La verdad es que me da igual si las zapatillas que llevo son las que dicen las revistas que se llevan o no", me cuenta. Me miro los pies. Llevo unas deportivas de 180 euros que me quedan infinitamente peor de lo que le sientan a ella sus sandalias con calcetines.

Aunque no hizo falta comprar nada más que unas medias, Isabel me hizo probarme sudaderas de táctel

Solo compramos unas medias para completar los tres estilismos que le he pedido que me prepare para el sábado y el domingo. Aun así, me hace probarme unas cuantas sudaderas de táctel que me retrotraen a esos años en los que vestirme con colores que no fueran blanco negro, rojo o gris no suponía para mí un trauma.

Los referentes de Isa van del flamenco de La Niña de los Peines a La Zowi

Al salir de la tienda, de camino a casa, le digo a Isa que, con su edad (me siento tan vieja al decir eso de "con tu edad") también le daba mucha importancia a la ropa. Que elegía cada día con esmero la carcasa con la que me presentaba ante el mundo y que no me daba vergüenza sino todo lo contrario usar prendas llamativas.

"Tienes cosas guays, pero nunca las usas", me responde Isabel mientras investiga en mi armario. Y me dice que a ella no le va a pasar eso de vestir como viste todo el mundo con los años, que siempre va a tratar de expresarse con su ropa. Y la creo, porque no puedo equiparar a alguien que tiene a Visconti y a Lorca como referencia con 17 años con mi yo-adolescente-pre-15-M.

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Algunas de las prendas que Isabel sacó de su maleta

Revisado mi armario, Isabel abre la maleta vaquera de las Super Nenas que se ha traído. Me dice que es su maleta favorita porque le recuerda viajar a su pueblo, Sotillo, en Ávila, siendo pequeña. Me empieza a enseñar todo, prenda por prenda. Pienso en cómo va a conseguir encajar ese crisol estilístico y cromático en tan solo tres looks. En tan solo un fin de semana.

Estilismo número 1

Isabel y yo el sábado, con el primero de los looks que me hizo

Para el primer estilismo, Isabel me sugiere que me ponga unos pantalones que encuentra en mi armario y que solo me he puesto una vez en público. Mi prima Marta me dijo que parecía que estaba en sexto de primaria la única vez que los lucí y desde entonces solo los he usado como pijama.

Detalle del cinturón vintage que me prestó

Los combina con un top naranja (un color que nunca uso) y con un cinturón dorado. Y me gusta mucho. Ella se pone unas mallas con un estampado de billetes que también usa como pijama a veces según me cuenta y un gorro rosa con plátanos que me recuerda a Tyler The Creator pero que seguramente cueste la mitad de la mitad de la mitad que cualquier prenda de Odd Future.

Yo comprobando que el rosa y el rojo podían combinarse, al contrario de lo que me habían contado

Para completar el look me hace un eye liner rosa encima de la raya negra que ya llevo, me dice que me pinte los labios y nos echamos a la calle. Para mi sorpresa, en ningún momento a lo largo del día me siento fuera de lugar. No siento que lleve un estilismo que no concuerde con mi edad o con lo que estéticamente se espera de ella. No me siento disfrazada. Chúpate esa, Marta.

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Estilismo número 2

Isabel y yo el domingo en la frutería de Saïd

Para arrojar luz sobre el asunto, sobre mi crush con Isabel en general y con su estilo en particular, consulto con Iñaki Domínguez, antropólogo y autor de Sociología del Moderneo. Le pregunto por qué cada vez más adultos tomamos como referencia estética a los adolescentes. Yo, al menos, no hago más que hacer capturas de pantalla de peña de mi feed que están más cerca de los primeros 20, que me quedan ya lejos, que de los 30, que se me acercan peligrosamente.

Para el domingo, Isabel eligió esta camiseta de las Ashleys

"Los límites entre edad adulta y la adolescencia están más difuminados que nunca", me responde Iñaki. "La vieja oposición entre adultos formales y adolescentes alocados ha dejado de existir como tal. La cultura en la que vivimos los adultos millennials es, en realidad, una cultura teenager. Esto se debe a un cúmulo de razones: la vida social ‘líquida’ de la que habla Zygmunt Bauman, la precariedad laboral y sentimental… el consumo de identidades, como puede ser la identidad hipster, entre otras, prevalece todavía entre personas de edades más avanzadas", concluye.

Estilismo número 3

El domingo por la tarde Isabel me hizo un look de camiseta de fútbol y tacones

Tiene sentido que la modernidad líquida enunciada por el viejo Zygmunt sea la culpable de que me sienta no solo cómoda sino atractiva con un estilismo escogido por alguien diez años menor que yo. Quizá sea que los estilismos de Isabel no distan tantos de los míos o de los que me gustaría llevar a mí.

Y quizá esto también explique que firmas de lujo como Vuitton, Balenciaga o Vetements coqueteen con la estética de un grupo demográfico que aún no tiene el poder adquisitivo suficiente como para consumir sus productos: los teenagers.

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Isabel decía que íbamos andando 'rollo Kardashian' cuando nos sacaron esta foto

El joven diseñador Antonio Sicilia considera que "la media de personas que aún sigue disfrutando la vida teeneager ha aumentado en tantos años que quizás la estrategia de las marcas sea crear un producto de adulto pero con mucha expresión e identificación individual que echamos de menos de nuestro "yo" pasado". Ya sea por imperativo social, porque el mercado me exige ser eternamente joven o por pura nostalgia, el caso es que este experimento me está gustando.

Que Isabel sepa combinar colores aparentemente irreconciliables y camisetas de fútbol con tacones tiene mucho que ver. Le digo que si lo ha aprendido en algún sitio. "Qué va. No leo revistas de moda, pero veo la ropa y ya sé con qué quiero combinarla. Me fijo en el cine, en la música…", responde.

Detalle de los pendientes de glitter que usé durante el domingo

El domingo por la mañana me pongo el segundo look y salgo a comprar con él. Vuelvo a casa y le cuento que esta vez sí que he notado que la gente me miraba mucho. "Te miraban igual que siempre, solo que ibas más pendiente de si te miraban o no", me dice. Tiene razón. En realidad me he sentido muy bien, como si estuviera en un video de Damed Squad, con el chándal rosa y la camiseta de las Ashleys que ha elegido para mí.

"Yo para ir al instituto tampoco me lo curro mucho. Sigo teniendo mi estilo pero no me apetece levantarme todos los días media hora antes para arreglarme, la verdad", me confiesa. Y hablamos de la ropa que llevaba la noche en que nos conocimos, cuando cantó "Puro teatro": una camiseta vaquera y una coleta muy alta. Una de mis amigas le dijo que parecía un dibujo animado y también hablamos de eso al recordarlo: de qué siente cuando la gente le "dice cosas" por su estilo. Es tajante al respecto: "me da completamente igual".

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Cuando mi novio viene a casa me dice que en realidad no le sorprende verme así vestida. Que le gusta, pero que si nos cruzáramos con sus padres le daría vergüenza. El pudor no existiría si no existieran ojos en los que reflejarnos.

Yo e Isabel en mi cuarto, haciendo fitting

Laura, mi compañera de piso, también me dice que "si voy a salir así" cuando me ve con el tercero de los estilismos que me ha preparado Isa. Lucho conmigo misma para no ofenderme y me echo de nuevo a la calle pensando en otra de las cosas que me ha contado el autor de Sociología del moderneo: que los adultos de hoy vestimos como teenagers porque nuestra juventud se alarga casi obligatoriamente hasta límites insospechados.

Así que quizá mi experimento no es tal y por eso me siento completamente yo con los looks de Isa: ya visto como una teenager, solo que Isabel mola mucho más como teenager que yo, que hasta hace poco pensaba que que te molara La Zowi y La Niña de los Peines era incompatible.

"En pocos años nos encontraremos con un nuevo fenómeno en la historia de la humanidad: el anciano guay. Se trataría de personas que incluso en la tercera edad tienen como prioridad aparecer como especiales ante los demás. Por primera vez contaremos con ancianos hipster, rapper, heavies, punkies", me cuenta el antropólogo Iñaki Domínguez.

Paseo por mi barrio gentrificado del centro de Madrid el domingo, justo después de despedirme de Isabel y lo imagino lleno de ancianos guays. De gente que alarga esa maravillosa etapa vital que es la adolescencia hasta el infinito. Miro a un lado y a otro de la calle y me doy cuenta de que no hace falta imaginarlo: ya es así. Y yo empiezo a ser uno de ellos.

Mi generación quiere formar parte de la de Isabel. Quiere tener la edad de Isabel para siempre. Y quizá por eso -además, claro está, de porque ella mola muy fuerte- ninguno de los estilismos que creó para mí me hizo sentir extraña. Visto todo el rato como una teenager. Isabel solo sacó la mejor versión de la teenager que hay en mí.