Stagecoach es el festival más pinche gringo que hay

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Música

Stagecoach es el festival más pinche gringo que hay

Esta como convención anual de rednecks puede hacerte sentir incómodx sobre Estados Unidos. Pero te va a hacer amar el country.

Es domingo en la tarde en Stagecoach, el festival de country de California (que sucede en el mismo sitio que Coachella, pero el último fin de semana de abril), y estoy parada bajo un dosel de bola de fuego lleno de cuerpos sudorosos, ataviados con la bandera de Estados Unidos y cantando "Humble" de Kendrick mientras un par de banderas de Trump y Blue Lives Matter [la respuesta por parte de grupos pro-policía al movimiento Black Lives Matters] se ondean arriba de mí en la última luz del sol.

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Escucho más rap que country en las casas de campaña. Gran parte es del tipo previsible que cabe esperar de niños blancos sordos de los suburbios —"Palmdale," "California Love" (mucho Juvenile)—, sonando desde dentro de las precarias construcciones que tienen strippers poles dentro. Y que son bastantes. También se escucha una sana dosis de rap más gourmet por ahí: Kendrick, Migos, Drake.

Stagecoach es todo lo que esperarías que fuera pero también es lo contrario. Hay camisetas que dicen "LGBT: Liberty Guns Beer Trump" y hay sombreros de vaquero adornados con cuernos de diablo todos chafas y triángulos rayados de arco iris. Hablo con un chico en el área de campamento que sólo trae puestas unas chaparreras de cuero (sin pantalones), con un arnés en el pecho, y unos minutos más tarde, tropiezo con otro vaquero con una camiseta de Bernie Sanders que dice "Kill Em All".

"¿Matar a quien?" pregunto confundida.

"¡A los terroristas!" grita, apuntando al tarro de Bernie.

Si Coachella se sintió, a raíz de las elecciones, casi un poco demasiado como de costumbre —aunque ¿qué otra opción había?— Stagecoach es donde este nuevo tiempo surreal en el que vivimos levanta su cabeza más truhán, deliberadamente sin sentido. Es, fundamentalmente, la puerta de carga y descarga de la identidad estadounidense millennial. Pero tampoco es muy diferente de Coachella. Hay un montón de morriza pavonéandose: sólo es cuestión de cambiar a la élite de Los Ángeles y el misticismo de moda producido en serie, por los republicanos de Orange County y ropa con la bandera de Estados Unidos impresa.

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En Coachella, tienes el éxtasis del techno inclusivo de la carpa Yuma; en Stagecoach, esa energía se convierte en el "todo se vale" de una cantina western. Donde Gucci Mane subió a Migos a presidir un mar embelesado de puños y glowsticks en el Sahara, el inmortal Willie Nelson incitaría a la gente una semana después de su cumpleaños 84, a reposar encima de pacas de paja mientras Neil Young salía al escenario a hacer un último solo de armónica. También conocí a un montón de gente en ambos festivales que no sabían mucho sobre música: se fueron de fiesta. Al final, todos vienen en busca de algún tipo de arrebato, pasar el rato con amigos y escuchar buenas rolas.

Cuando hablamos de Coachella y Stagecoach, en realidad no estamos hablando de los festivales como tal, producciones bien engrasadas, de gran envergadura, con bandas y los controles de seguridad y Ferris todo en el punto. Estos festivales y sus organizadores saben exactamente lo que quieren ser y, a su crédito (y como el Fyre Festival la semana pasada dejó más que clarísimo a todos), lo hacen increíblemente bien.

Cuando hablamos de Coachella y Stagecoach y cualquier otro festival de música importante, estamos hablando de las personas que asisten —una especie de ficha estenográfica para puntos culturales de referencia, rachas de tres días en las que varias facciones de jóvenes surgen para mostrarse como esas flores que les dicen cadáver, pero de la cultura juvenil: hermosas, raras y asquerosas.

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Stagecoach no es diferente del resto de los festivales en ese sentido. Más allá de los asistentes intolerantes, también puede ser un lugar increíblemente divertido. Puede hacerte sentir incómodx acerca de los Estados Unidos, pero te va a hacer amar la música country, los boogies, la barbacoa y un sentido profundamente norteamericano de lo que es hacer comunidad. No van a encontrar mucho de la autoconciencia como de horno de microondas de Instagram en este rollo. Para bien o para mal, Stagecoach no fue más que 40, 000 personas queriendo pasar un buen rato.

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