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Cultură

¡DETENTE, CASCANTE! #6 – Cada recuerdo más lejos

Tres diferencias entre un español y un hámster hacen tres diferencias de más.

Donde antes estaban el polideportivo enrejado y los bancos de madera con gente joven drogándose y conspirando en contra del orden establecido se confirma que "han puesto" unas Zonas Verdes, dos campos de fútbol-7 con gradas desmontables, una explanada para lo del golf, un restorán súper de mierda, dos bares no sé si de copas y, delimitando el tinglao, una pista de atletismo infinita con unas figuras corriendo por encima que no se sabe si vienen de serie con la superficie, como los coches del escaléxtric –nunca antes se había visto a tanta gente corriendo por aquí sin llevar un gitano detrás–, o si por el contrario son las mismas personas de siempre pero apretadas en disfraces de colores imposibles comprados en el Decathlon dos tallas por debajo de lo que manda La Ley con la intención de "motivarse a mejorar el aspecto y la salud". Estamos en pleno agosto, el cóndor pasa. "Ya venía haciendo falta una buena Zona de Recreo", dice una señora con la mirada perdida. Los derechos de explotación del Nuevo Complejo entregados a una empresa privada –a quién le importa– marcan que lo que antes era gratis ahora tenga un precio. Sesenta pavos si quieres jugar al fútbol con tus coleguis de la licenciatura de Comunicación Audiovisual, por ejemplo. "Un poco de verde siempre viene bien", comenta un vecino bastante calvo, "porque yo creo en Dios pero yo es que lo llamo Naturaleza, ¿sabes cómo te digo?"

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Lo que ayer fue polideportivo y sanedrines de rumanos y hoy es pista de atletismo y pobres gentes rebozándose en su –tan merecido, según ellos– Tiempo de Calidad, clava sus cimientos en el escenario que fue conocido, mucho más atrás en la historia, como el "Campo de las Calaveras": un cementerio proyectado en 1849 por el arquitecto Wenceslao Gaviña y clausurado en 1927 por vaya usted a saber quién, que aún en años de posguerra seguía siendo utilizado por los niños del barrio de entonces para jugar al fútbol zigzagueando entre picos de ataúdes asomando por la tierra y fémures de muerto castellano fuera de sitio. Hoy, los jóvenes que van a "echar una pachanga" a Vallehermoso ni se imaginan que el mismo suelo que pisan mientras le pegan sus patadas al balón fue testigo años allá de alguna que otra patada –de idéntica intensidad– a algún que otro cráneo humano bien libre de carne y ya suelto.

El panorama del Aquí y Ahora no puede ser peor:

Treintañeros de perillas recortadas defienden entre susurros la necesidad de redescubrir las próstatas como fuentes privadas de la eterna juventud con el gin tonic con pepino en un vaso en la mano. "Si a ti te gusta pues me parece perfecto: siempre que no perjudiques a nadie…" Treintañeros con sandalias que parecen sacados del anuncio de Brasador Findus, transportados directamente al sabor del Mediterráneo.

Familias enteras caminan cinco metros por encima de los cadáveres atravesando la pista de atletismo esquivando a los Muy Gordos Corredores con el fin de acceder al apartado de los bares, las sillas con el logo de Kas y los banquitos de piedra blanca con hormigas. Familias con unos niños feísimos que no paran de llorar triturando los bocatas de calamares dentro de sus bocas como gárgolas mascando granito. "Pues mucho ojo con olvidarte de separar las basuras, Agustín", le dice la madre al padre, "que si no reciclamos nos vamos todos al hoyo". Patatas fritas de bolsa, verduras en tartera, nueces, leche de soja, sobaos pasiegos marca "El Macho" (dieciséis de agosto de dos mil doce). "Hay que comprar productos ecológicos, Agustín, se lo debemos al Planeta". Aprovechando los espacios vacíos entre llanto y llanto de los críos para enchufarles las ambrosías por la garganta. "Lo ideal es hacer cinco comidas al día pero bien repartidas", dice la abuela, "esto lo saben hasta los chinos".

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Distintos bandos de jóvenes enjutos se enfrentan entre sí en los ridículos campos de fútbol-7 ante la presencia de sus novias de pendientes de aro apoyando los codos patrás en las gradas. "Lo más importante son los estiramientos y tener cuidao", dice uno de ellos, "lo último que queremos es hacernos daño". ¿Pensarán estas chicas, estas novias del todo entregadas a sus roles, en la posibilidad de cerrar casi por completo una de sus manos uña contra uña encima de un huevo sudao propiedad de Un Novio en los instantes de arrobamiento que –esperemos– estarán por llegar? "Fair play que no falte", apostilla otro chaval que va corriendo.

El camarero andaluz del bar de la entrada, uno de estos sevillanos con una gracia "que no se puede aguantar", sirve cervezas de pis de enfermo en vasos de plástico. "Marshando treh cañitah, ¡me lah difruten!" ¡Me las disfruten! Tres cervezas de mierda en vasos-de-plástico, ¡pero maricón!, ¿qué coño van a hacer con ellas?, ¿picárselas en la vena? "Esa morenita guapa… ¡toma tapita gratih!". ¿Es posible dar más asco?, ésta es mi pregunta. "¡No hay que privarse de nada, shiquilla!, pero eso sí… con moderasión". El camarero andaluz cuya sonrisa ausente de Vaca Mirando Pasar el Tren me empuja a soñar con disponer de un estilo un algo más lírico a razón de hacerle justicia a la magnitud de su asnería.

Señores con una mano apoyada en la barriga pinchando aceitunas en la terraza del restorán quejándose todo el rato (en este sector y no en otro espero ser admitido con el paso de los años) produciendo a través del solapamiento de las quejas una suerte de ruido blanco, un murmullo lejano como el sonido de las aspas de los helicópteros girando fuera de plano. Señores que exprimen todo el tiempo que pueden lejos de las Damas del Climaterio con las que conviven. Señores que se apoyan en su entorno de señores donde corta el bacalao el que le echa más cojones. Uno de ellos con el diario Marca hecho un turulo apoyado en la mesa a modo de cetro de poder hasta que le suena la sintonía de La Lambada en el móvil y se tiene que levantar para sacárselo del bolsillo levantándose las tripas con la otra mano.

El fin del mundo todas las tardes de junio a septiembre.

"No recuerdo un verano de más calor", dice una señora que viste una camiseta del Atlético de Madrid. El mes de agosto, unido a los espantos descritos en La Zona, vuelve impracticables estos riscos de la existencia. "Aquí no hay quien aguante, niño". Los vecinos no soportan estar, pero están. ¿Por qué no se vuelven a sus casas? ¿Por qué hacen lo que hacen? ¿A qué viene el paripé? Entiendo que existe un componente fuerte de ganas de sentirse parte de algo durante un rato largo, como el taxista que conduce todo el medio día de su turno escuchando "La Hora del Taxi" en bucle. "Los amigos de la zona de recreo". ¿Pero cómo puede salirles a cuenta? ¿Estar Mal es el nuevo Estar Bien? Y esas cosas que sueltan que las oye todo el mundo, no tengo boca pero debo gritar, ¿se creerán todas Sus Verdades? ¿Todo este código ético que parpadea según lo que mande la tele? No puede ser, ¿no? ¿Están ahí de verdad o son los muertos enterrados del siglo XIX que aprovechan este mes de vacaciones para salir a dar una vuelta? ¿Desaparecerán si dejamos de creer en ellos? Por amor de Dios: ¿no merece la pena intentarlo?

Mientras espero las respuestas a mis preguntas trato de calcular la cantidad de veces que tendré que cruzar por delante de la pista de atletismo hasta que llegue octubre con el corazón encogido y las ganas de vivir en pausa camino de la Academia de Tiro con Arco Tradicional, o del Chiquipark, o de una marisquería que me han recomendado, o tal vez de mi club de swingers preferido, muerto de miedo ante la posibilidad de que el esqueleto entero de un uranita con sandalias me salga de golpe de debajo de la tierra protegido por una nube de polvo empuñando la parrillita gris del Brasador Findus dispuesto a ofrecerme un Buen Pimiento Ecológico. Quién sabe si a cambio de mi alma.