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De nîmes

Antes de tuviéramos jeans a la cadera, entubados, skinny, bordados, stretch, con resina, con loción, acampanados u holgados, sólo existía la tela que hoy conocemos como mezclilla.

Un granjero presume sus confiables blue jeans en Pie Town, Nuevo México, 1940. Foto, cortesía de Russell Lee/Library of Congress.

Antes de tuviéramos jeans a la cadera, entubados, skinny, bordados, stretch, con resina, con loción, acampanados u holgados, sólo existía la tela que hoy conocemos como mezclilla. Es muy probable que el nombre de jeans se derive de Gênes (Génova, en francés) en referencia a la ciudad italiana donde los marineros usaban telas de algodón, lino y lana en una amplia variedad de estilos y colores.

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Los jeans actuales están hechos de mezclilla más pesada hecha cien por ciento de algodón, con una mezcla con hilos verticales pintados de índigo e hilos horizontales de color natural, lo que resulta en una superficie azul con blanco y un reverso mucho más pálido. Aunque el término denim (mezclilla, en inglés), encuentra su origen de la ciudad francesa de Nîmes, es muy probable que esta tela se produjera primero en Inglaterra.

Trabajadores en la plantación Alexander, en Arkansas, recogen algodón en 1935. Foto, cortesía de Ben Shahn/Library of Congress.

Una vez que Estados Unidos se independizó del gobierno británico, los colonizadores dejaron de importar mezclilla europea y comenzaron a producir la propia con algodón estadunidense que recogían los esclavos del sur y que se hilaba, teñía y tejía en el norte. La Revolución Industrial estuvo fuertemente impulsada por el comercio textil, y fue una de las principales razones para que la esclavitud continuara. Cuando el proceso se mecanizó con la aparición de la desmontadora de algodón en 1793, los precios, ya de por si subsidiados por la mano de obra esclavizada, cayeron dramáticamente. Los productos baratos elevaron la demanda, y así comenzó un círculo vicioso. En el periodo entre la invención de la desmotadora y la Guerra Civil, la población de esclavos en Estados Unidos se disparó de 700 mil a cuatro millones.

Después de la Guerra de Secesión, compañías como Carhartt, Eloesser-Heynemann y OshKosh comenzaron a fabricar overoles para mineros, ferrocarrileros y empleados de fábricas. Un inmigrante bávaro llamado Levi Strauss se instaló en San Francisco donde vendía telas y ropa de trabajo. Jacob Davis, un sastre emprendedor de Reno, compraba la mezclilla de Strauss para hacer pantalones y les agregaba remaches metálicos para evitar que las costuras se rompieran. Davis envió dos muestras de sus pantalones remachados a Strauss, y juntos patentaron su invento. Poco tiempo después, Davis se unió a Strauss en San Francisco para supervisar la producción de una nueva fábrica. En 1890, Strauss asignó el número de serie 501 a sus “overoles a la cintura” de mezclilla remachada. Así nació lo que después se convertiría en la prenda más vendida en la historia de la humanidad: los Levi’s 501.

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La fábrica Cone Mills en Carolina del Norte ha sido la fuente de tela para los Levi’s 501 durante casi un siglo. Hoy también distribuyen material para marcas locales de jeans de alta costura como Raleigh Denim y 3x1; además de una reedición de los 501 que se vende en J. Crew.

Al principio, eran ropa del proletariado, pero las personas adineradas en el este de EU pronto se aventuraron en busca de esa autenticidad de vaquero rudo. En 1928, una escritora de Vogue regresó a Nueva York con una fotografía de ella en un rancho de Wyoming: “vestida con unos pantalones de mezclilla… y una sonrisa que no se podía encontrar en toda la isla de Manhattan”. En junio de 1935, la revista publicó un artículo titulado: “Ropa de hombre”, quizá una de las primeras notas de moda para instruir a los lectores sobre el arte de la mezclilla: “Lo que ella hace es correr a la tienda del rancho y pedir un par de blue jeans, los cuales, en secreto, sumerge en una tina llena de agua durante la noche (entre más se lavan un par de jeans, mayor es su valor, en especial si se encojen hasta el punto exacto). Otra innovación que también ocurre a media noche, y sin duda a puertas cerradas, es el desgarre intencional aquí y allá en la parte trasera de los jeans”.

Por esa época, los jeans eran un suvenir nostálgico de esa frontera del oeste cada vez más pequeña y cerrada. Para los años treinta, el búfalo estaba casi extinto, la gran mayoría de indios norteamericanos vivían en reservas, y los granjeros occidentales se habían dividido y bardeado sus vastas tierras. Los Levi’s no se conseguían al este del Mississippi, lo que los convertía una marca totalmente californiana. Para el resto del país, no importaba si los vaqueros de verdad usaban blue jeans, bastaba con que estrellas como John Wayne, Will Rogers, Gene Autry y William S. Hart lo hicieran.

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En el sur, conforme la aparcería comenzaba a morir, los jeans adoptaron una nueva serie de connotaciones. Un artículo de moda de 1941 en la revista Life titulado “Doris Lee trae el estilo negro sureño”, se incluían los bocetos de la artista Maira Kalmanesque que presentaban a mujeres afroamericanas con halter tops, turbantes y faldas de colores, yuxtapuestas a fotografías de mujeres blancas con atuendos similares. El texto decía: “[Maira] reporta que estos negros de Carolina del Sur, más primitivos que en cualquier otro lugar, tienen un gusto por el color, una ‘rareza proporcional’ y gran ingenio, en especial al momento de adaptar ropa usada”. Un par de imágenes incluían: “overoles deslavados… adaptados como blue jeans pescadores”. El artículo sugiere que, igual que el blues, el estilo de los blue jeans fue adaptado, o más bien robado, de los afroamericanos. No sorprende que los jeans hayan tardado décadas en entrar a la moda negra. Los negros del sur no tenían ningún interés en usar prendas que se remontaban a una historia de explotación, represión y violencia.

Cuando los motociclistas y beatniks adoptaron los jeans, las compañías de mezclilla trataron de limpiar su imagen anunciando sus jeans con jóvenes pulcros y elegantes. Foto, cortesía de Levi Strauss & Co.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los militares estadunidenses usaban sus jeans en el extranjero en sus días de descanso, lo que les dio ese atractivo de democracia occidental. Después de eso, el atractivo internacional de los jeans siguió en aumento. Por ejemplo, las autoridades en Alemania del Este se sorprendieron al ver que muchas de las personas que participaron en las revueltas de trabajadores en 1953 traían puestos “pantalones vaqueros”. Los jeans representaron esa misma rebeldía en los años de la posguerra en Estados Unidos. Pero las marcas no estaban listas para asociar sus productos con delincuentes antiautoritarios como aquel Marlon Brando con jeans 501 en El Salvaje (The Wild One). En lugar de eso, veían este cambio semiótico como algo preocupante, una separación de los vaqueros honestos que aparecían en los carteles de las películas. El Salvaje estaba, después de todo, basada en una manifestación violenta real de motociclistas en California. Los periódicos se aseguraban de mencionar cuando los criminales usaban pantalones de mezclilla, y las escuelas comenzaron a prohibirlos. En lugar de explotar esa imagen de chico malo y aceptar lo que pudo haber sido una increíble campaña publicitaria, los fabricantes de mezclilla intentaron diluir el concepto con eslóganes que promovieran su uso entre los estudiantes, como “Clean Jeans for Teens” y “Jeans: Right for School”. Incluso formaron una organización llamada Consejo de la Mezclilla donde hacían concursos de belleza como “la reina de los blue jeans” y vestían a los primeros voluntarios de los Peace Corps de JFK. Pero todo fue en vano.

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Para finales de los sesenta, actores como Steve McQueen, Paul Newman y Dennis Hopper ardían en la pantalla en películas como Cold Hand Luke y Easy Rider, mientras la contracultura era asimilada por las masas, y los adolescentes se convirtieron en un mercado con un importante poder adquisitivo. “El consumismo masivo, junto con la estandarización que lo acompañaba, podía reconciliarse con el rampante individualismo. Ese fue uno de los trucos más inteligentes ejecutados por la civilización occidental”, escribió el historiador Niall Ferguson, en su libro Civilization: The West and the Rest (2011).

El par más viejo de jeans Levi's 501 del que se tenga registro, cerca de 1890. Este pantalón fue encontrado en una mina en el Desierto de Mojave. La siguiente línea del tiempo ilustra la transformación de los 501, desde finales del siglo XIX hasta 1978. Foto, cortesíade Levi Strauss & Co.

El punto de vista de Ferguson era evidente a escala internacional, como un enigma sociológico de la época de la Guerra Fría: los jeans, como una prenda para el proletariado, barata y accesible, eran paradójicamente, el máximo símbolo de la cultura capitalista en la Unión Soviética. Ferguson lo resume así: “Quizá el más grande misterio de toda la Guerra Fría es por qué el paraíso de los trabajadores no lograron producir un buen par de jeans”.

En 1972, Life hizo énfasis en el resultado que esta tendencia marcó. “Los rusos, sensibles a la moda, pueden ser perdonados por ver a los blue jeans como una conspiración internacional capitalista”, reportó la revista. Un par de Levi’s de contrabando se vendían a 90 dólares en el mercado negro ruso, y los turistas estadunidenses financiaban sus vacaciones en Europa vendiendo los pantalones que les sobraban. Los oficiales soviéticos incluso acuñaron el término “crímenes de jeans” para describir “las violaciones a la ley motivadas por el deseo de usar cualquier medio para obtener artículos hechos de mezclilla”.

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Para los setenta, los jeans comenzaron a entrar en el círculo de la alta costura. Y los cortes tenían que ser perfectos. Diseñadores norteamericanos como Ralph Lauren, Oscar de la Renta, Geoffrey Beene y Calvin Klein transformaron los jeans en un objeto de consumo con estatus y pronto vieron los frutos de esta hábil estrategia. Klein en particular entendió el potencial sexual de un trasero apretado en un par de jeans todavía más apretados. Después de que su primer intento por comercializar la mezclilla fracasara en 1976, ajustó el corte: levantó el tiro en la entrepierna para enfatizar “el paquete” y jaló la costura trasera para acentuar el trasero. Tres años más tarde, Klein tenía 20 por ciento del mercado de pantalones de diseñador.

En 1980, la polémica campaña publicitaria en impresos y televisión de Calvin Klein mostraba a Brooke Shields, quien entonces tenía 15 años, con el slogan ¿Quieres saber qué hay entre mis Calvins y yo? Klein pronto transformó 25 millones de dólares en 180. Esto fue antes de que la mezclilla elástica inundara el mercado, así que estos jeans no eran sólo inusualmente altos en la cintura y apretados, también eran gruesos e incómodos: tan apretados y rígidos que las mujeres tenían que acostarse y usar pinzas para subirse el cierre. Por más que fueran complicados y hasta dolorosos, estos modelos mostraron que los jeans podían ser más que sólo ropa.

Si un corte sexy definió los setenta y principios de los ochenta, la siguiente fase en la cultura de la mezclilla era el acabado, lo cual se lograba con piedras, cloro, ácido, tijeras y broches de seguridad. El look comenzó en las calles pero pronto, diseñadores como Vivienne Westwood y Dolce & Gabbana llevaron la mezclilla inspirada en el punk a las pasarelas. En 1988, la nueva editora en jefe de Vogue, Anna Wintour, puso a una modelo con jeans Guess deslavados en su primera portada.

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Para mediados de los noventa, la mezclilla le pertenecía a la alta costura. Tom Ford decoraba jeans con cuentas y plumas, para Gucci. Rotos y ligeramente holgados, colgaban de las caderas de sus modelos y se vendían por más de tres mil dólares. “Antes de llegar a las tiendas, el primer cargamento se agota por adelantado”, reportaba el New York Times. “Winona Ryder, y Mariah Carey ordenaron las faldas; Gwyneth Paltrow y Cate Blanchett, los jeans. Lil’ Kim, Janet Jackson y Madonna ambos”.

Diesel fue la primera marca en llevar la mezclilla de diseñador italiana a los consumidores suburbanos en Estados Unidos. La marca abrió el camino para los pantalones acampanados y los bigotes (esas arrugas que se extienden desde el cierre) con precios de más de cien dólares. Seven for All Mankind, Habitual, Citizens of Humanity, Paper Denim & Cloth, True Religion, Chip & Pepper, Earl, Yanük, Frankie B., y muchos más siguieron sus pasos con fibras elásticas, para crear esos jeans a la cadera que dejaban ver las tangas.

Y ahora, en medio de la gran recesión, volvemos al principio, con la reciente demanda de una “herencia” nostálgica, jeans reminiscentes de esa vida difícil del industrialismo durante la Gran Depresión: camisas de trabajo y overoles toscos y rudos. Igual que sus precursores de los años veinte y treinta, estos jeans parecen poseer una triste nostalgia de un país pasado (pero esta vez, quizá con un mejor corte). Hemos entrado en la época de la moda de Dorothea Lange: vestidos con chamarras de lana, increíbles camisas de franela y resistentes botas de campo, un estilo digno de la depresión económica de pies a cabeza.

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Aunque quizá parezca que no ha cambiado mucho con los años, se han hecho varias alteraciones al corte más emblemático de Levi’s con el paso de la historia, incluyendo variaciones en el largo de las piernas y la altura de la cintura. Foto, cortesía de Levi Strauss & Co.

El look está catalogado en revistas como Free & Easy de Japón, que es donde buena parte de la herencia antes mencionada de mezclilla se origina. En los setenta y ochenta, las eficientes fábricas estadunidenses perfeccionaban grandes cantidades de productos baratos. Los japoneses tomaron otro rumbo; diseñadores exclusivos empezaron a trabajar con telares antiguos e hilos menos consistentes. Las prendas resultantes tienen ese “doblado” (un acabado tejido y sin desgastar el borde del material) tan anhelado por los amantes de la mezclilla en todo el mundo. Estas prendas se desgastan con más personalidad que la mezclilla deslavada de las décadas recientes. Una nueva generación de blogueros documenta obsesivamente la desintegración de sus jeans, con extensos catálogos de marcas, edades, lavadas y usos.

La gran mayoría de estadunidenses no puede pagar un par de jeans hechos a la medida, con telas especializadas y recubiertas de resinas, por más seductores y especiales que sean. La mayoría compra sus jeans en lugares como Walmart, donde un paquete con dos pantalones vale unos 22 dólares. Ajustados a la inflación, eso es lo mismo que la escritora de Vogue pagó por un par de jeans en 1928. Por supuesto, estos jeans baratos también se pagan con creces con los empleos locales que se pierden. Cotton Incorporated reporta que sólo el uno por ciento de los jeans disponibles en Estados Unidos se hacen ahí. Para 2009, la mayoría de las fábricas de mezclilla habían cerrado, para mudarse a lugares como México, China y Bangladesh.

Quizá un país de norteamericanos desempleados con pantalones de once dólares sea el distópico futuro de Estados Unidos. El locutor y comentarista conservador, Glenn Beck, abordó el problema el año pasado con su propia línea de jeans hechos en Estados Unidos (129.99 dólares cada uno) con una campaña publicitaria llena de patriotismo, después de sentir indignación ante los anuncios de Levi’s, que según él alababan las “revoluciones y el progresismo”. Beck no es el único cliente de Levi’s en mezclar sus valores personales con la marca de sus jeans, pero no importa qué tan nostálgicos seamos con nuestra mezclilla, ya no es una cuestión netamente americana.

El mercado estadunidense para los blue jeans está en el suelo; Latinoamérica y Asia deciden el futuro de la mezclilla. Sin embargo, todavía existe una pequeña y saludable cadena de producción de mezclilla de diseñador en Los Ángeles, y uno de los primeros proveedores de Levi’s, Cone Denim, todavía produce prendas en Carolina del Norte, donde fabricantes de pequeña escala como Raleigh Denim venden sus productos. Quizá una de estas iniciativas podrá convertirse en una economía de escala y hacer que lo “Made in USA” sea accesible para las masas una vez más. O quizá los blue jeans simplemente pasen a la historia como la más grande contribución norteamericana al clóset global. Hasta que llegue ese momento, siguen aquí. Deslavados, desgarrados y estirados. Pero todavía aquí.

¿Interesados en unirse a la celebración del 140 aniversario del Levi's 501? Miles de personas alrededor del mundo ya lo hacen: comparte tu look #501 y se parte de la galería a nivel mundial de Levi's en Levi501.com