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verano

El infierno de ir de vacaciones al pueblo de tu pareja

Ese momento en el que descubres que quizás tu pareja debería dejar de serlo.
Imagen vía usuario de Flickr Turol Jones, un artista de cojones/ CC BY 2.0

Cuando cierras un contrato sentimental con una persona —lo que la gente llama “emparejarse”, “salir con alguien” o lo que los más cretinos se atreven a llamar “tener un compañero”— lo que realmente estarás haciendo será comprometerte con una gran comunidad de personas que, muy a menudo, resultará que te importan una mierda.

Tenemos a los amigos de la pareja, esos que quedan los fines de semana para jugar al Catán y hacer cócteles extravagantes sacados de un libro llamado Cócteles extravagantes; está también ese séquito de parejas constituidas por amigos de tu pareja y luego también esas de peña emparejada que es amiga de la pareja del amigo de tu pareja (¿se me entiende?), esa clase de peña que tienen un cuadro de una foto en blanco y negro de Manhattan colgado en el comedor, gente totalmente distinta a ti. Finalmente, claro está, tienes a los familiares de tu pareja, gente totalmente desconocida y ajena a ti que ahora se supone que forma parte, no solo de tu vida, sino de tu propia familia: tendrás que asistir a cumpleaños, cenas de Nochebuena y, si se muere alguno, tendrás que ir al funeral y fingir que la pérdida te duele.

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De entre todos los terribles panoramas a los que te tendrás que someter y en los que tendrás que lidiar con los familiares y amigos del ser con el que casi dos veces por semana ejecutas complicadas maniobras sexuales para intentar lograr orgasmos casi simultáneos, hay uno de especialmente tremebundo: el pueblo.

Cuando tienes que pasar unos días de verano en ese pueblo de tu pareja que está en mitad de la NADA, donde nació o donde pasaba las vacaciones de verano. A él le hace mucha ilusión porque ahí descubrió todas esas calles y plazas desde los ojos de un niño pero tú, a tus 30 años, miras esas calles y plazas y solo ves un pueblo desolado en el que la pirámide de población es un triángulo invertido. Eso no es un pueblo, es una colmena en llamas en la que solo quedan las abejas más viejas y cansadas, esas que no pueden volar, las que prefieren evitar cualquier esfuerzo y arder.

EL TIEMPO

El tema con esto es que si decidís desplazaros hacia el pueblo de la pareja, lo haréis con la intención de permanecer ahí unos cuantos días, no durante la cantidad de tiempo recomendada e ideal (un par de horas), y este es el principal problema. El dolor no es el problema, el problema es la duración de este dolor. Cuando uno viaja, espera pasarse fuera por lo menos una cantidad de tiempo superior a la que se le dedica al desplazamiento hacia ese lugar vacacional. Muchas personas consideran estúpido pasarse un par de días en Los Angeles, pues pasarías casi más tiempo volando desde España que experimentando esa ciudad.

Con lo del pueblo de la pareja pasa todo lo contrario: lo ideal sería tener más tiempo de desplazamiento que de permanencia. Pero no podrá ser, esa gente (tu pareja) pretenderá quedarse unos cuantos días por ahí y presentarte a sus colegas del pueblo. En fin, tendrás que asumir que estarás tirando a la basura cinco días de tus vacaciones anuales.

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LA FAMILIA

Se supone que una persona de éxito es aquella que logra independizarse cuanto antes, aquella que consigue vivir sin la ayuda de sus progenitores. ¿Qué sentido tiene entonces invertir parte del poco tiempo libre que te queda en pasarlo con la familia de otra persona? Esa familia compuesta por unas personas que, cuando cortes con tu pareja actual, nunca más vas a volver a ver ni a preocuparte por ellos. Hipocresía, excesivos buenos modales, reír falsamente, quedar bien, todo esto, ya sabes de qué va porque lo haces cada día.

LOS RECUERDOS Y LA RECREACIÓN

Tendrás que prepararte muy fuertemente para soportar el tour al que serás sometido. Recorrer ese pueblo como si fuera el museo de la vida de tu pareja. Esa esquina donde antes había una tienda de juguetes; el banco de la plaza donde se fumaba los porros; esa farola del primer beso, ese parking donde hizo un trío con un par de señores mayores. A veces hay cosas que no necesitamos saber…

Con todo esto, tu fiancé intentará revivir ciertas experiencias y te llevará a esos bares en los que “se pillaba la taja” de pequeño. La visita al pueblo se convertirá en una teatralización del pasado, en una forma de sobrevivir a la culpabilidad de haber abandonado a la familia en este lugar inhóspito.


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LOS AMIGOS DEL PUEBLO

Te hizo gracia, hasta cierto punto, cuando tu pareja te contó eso de que cuando tenían 10 años unos colegas suyos tiraron unos gatos desde un tejado. “Estallaban como confeti”, decía. Tú pensaste que eran cosas de niños, esa maldad intrínseca que tienen, ese flirteo con el horror que todo ser que crece debe experimentar.

Aun así, cuando ahora los ves acercándose con sus sombreros fedora baratos y esas camisas del Pull & Bear comprados en su visita a la "ciudad" (Teruel), te entra pánico. “Bien, estos son los chicos de los gatos”, piensas.

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Intentarás adaptarte pero te costará mucho, porque tendrás un terrible prejuicio; ese que te hace pensar que la gente de ciudad es superior, en todos los sentidos, a la gente de pueblo. Evidentemente este análisis no es real pero no podrás evitar pensar esto cada vez que una de sus colegas te diga que “se ha comprado un tocadiscos portátil porque ahora el vinilo está volviendo”.

LAS COSTUMBRES RARAS

Siguen lanzando gatos desde el tejado.

EL AISLAMIENTO

Te sentirás más lejos que nunca de tu pareja, no solo porque, directamente, te ignorará por completo cuando estés con sus colegas sino porque no entenderás que la persona a la que amas se haya criado en un entorno así, rodeada de costumbres extrañas e incomprensibles. De algún modo, ese individuo ha logrado ocultar su propia naturaleza y ahora empiezas a atisbar de dónde sale esa terrible manía suya de mandar mails sin asunto o comer carne picada cruda. Todo eso que ahora te horroriza está dentro de tu amante, incrustado en sus huesos. A lo lejos —bueno, puede que no demasiado lejos— ya divisas una ruptura definitiva.

EL APEGO

No logras entenderlo pero toda esta gente —tu pareja, sus amigos, su familia, incluso las macostas que sobreviven en este pueblo— sienten un gran apego hacia este sitio. No es especialmente bonito ni nada de su cultura es destacable, ni tan siquiera curioso, pero ahí está ese amor extraño que uno siente hacia el sitio que lo vio nacer. Tú no lo entiendes, no puedes empatizar con estos sentimientos, y cuando tu pareja llore durante la última jornada, la de la despedida y la vuelta a casa, será extraño fingir cierta tristeza cuando lo único que estarás sintiendo será una tremenda e infinita felicidad.

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