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La nube negra que nos une

Los medios colombianos me dan miedo

La cobertura sobre la captura de Paola Salgado por ser presuntamente guerrillera, me hace preguntarme: ¿hasta cuándo nos vamos a prestar a que nuestras vidas sean una novela de buenos y malos?

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Una de las cosas que aprendí en mi fugaz paso por la facultad de publicidad fue que la comunicación nunca es 100% efectiva. El emisor del mensaje nunca está totalmente seguro de si se comprendió en su totalidad lo que quiso decir, y esto pasa porque la capacidad del emisor para "decodificar" el mensaje esta mediada por su cultura, por su educación y por las millones de distintas formas de entender el mundo que conviven en el planeta tierra. Por tanto exigir a un medio de comunicación que relate la realidad o que sea totalmente imparcial es profundamente inocente. Los medios están atravesados por ideologías, por intereses económicos y políticos, se rigen por programas establecidos desde centros de poder y cuentan las historias a su acomodo. Esto nos deja en una encrucijada muy molesta: si no podemos exigirles verdad, ¿entonces qué nos queda?

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La respuesta es: diversidad y ética de trabajo. Elementos ausentes en los medios colombianos esta semana, a la hora de informar sobre Paola Salgado Piedrahita, una abogada activista por los derechos de las mujeres que está siendo judicializada junto con otros 14 ciudadanos en un afán mediático por encontrar a los culpables de los petardos activados hace una semana en la ciudad de Bogotá.

La guerra, como lo tuvieron muy claro los señores Nazis, no sólo se libra en los campos de batalla, también se combate desde los periódicos, la televisión, Internet y la radio. Y no se ejerce solo con la fuerza, por el contrario, lo bélico también pone en marcha mecanismos mucho más sutiles que no dejan por ello de ser violentos e intimidantes. Uno de ellos es el miedo. En un lenguaje pausado y hasta condescendiente, los medios de comunicación nos dicen que pueden destruirnos la vida, ponernos en la picota pública y hacernos ver como lo que ellos quieran que nos veamos.

La chica que puso el pie para trabar la puerta de Transmilenio, el caso de "usted no sabe quién soy yo" y muchos otros por el estilo no generan la maniquea percepción de la denuncia ciudadana cuando en realidad sólo son mecanismos de control ideológico. Acusar a los ciudadanos sin profundizar en las raíces del problema es volver al vecino un enemigo porque sí, en un país en donde estos comportamientos están arraigados y vinculados con el clasismo y el egoísmo estructural. Señalar con el dedo y exhibir a los ciudadanos como presas de cañón trae tan funestas consecuencias, que hoy en Bogotá se debate si fueron los medios los causantes del suicidio del bombero Diego Castro. En vez de acusar, ¿por qué no exigimos investigaciones? En vez de volver a la paisa grosera un objeto sexual, ¿por qué no exigimos que la Policía la trate como a cualquier otro ciudadano?

Asumamos, sin embargo, que estos casos son solo productos de la ingenuidad e "inocencia" de la denuncia ciudadana viralizada. ¿Pero qué pasa cuando estas "denuncias" apresuradas se hacen acusando a ciudadanos de terrorismo y poniendo en peligro sus vidas y las de sus familias?

Si hay pruebas sólidas en contra de ella y los otros implicados, si se respeta el debido proceso y se llega a la conclusión de que son culpables, lo más lógico es que sufran las penas que la ley haya designado para esos delitos (el caso es bien raro, teniendo en cuenta que el ELN, agrupación a la que las autoridades dicen que pertenecen los detenidos, negó que hagan parte de sus filas). Sin embargo, juzgar sin pruebas, revisando el Facebook de Paola Salgado para encontrar conexiones con la subversión y recurriendo a clichés anti comunistas al mejor estilo de Richard Nixon, como lo hizo el periódico El Tiempo el 8 de julio en su edición de internet, no sólo es truculento y mal intencionado, sino un acto terrorista en contra de una ciudadana colombiana. Si esto no nos pone a pensar como sociedad en conjunto, entonces pensemos como individuos: ¿se imagina usted que a dicho periódico se le diera por revisar su Facebook o su Instagram y sacar conclusiones a la ligera?

Estoy seguro que yo sería un terrorista comunista por querer ver la obra sobre la vida de Camilo Torres que por estos días se presenta en el teatro La Candelaria (valga la cuña) o un incitador a la muerte de Donald Trump por haber colgado, hace ya algunos meses "Matando Gueros" de Brujería, o un anarquista anti-capitalista por estar de acuerdo con el NO en Grecia. No podemos permitir que medios como esos, en manos de poderosos grupos económicos y con innegables intereses e ideológicos, sean los que decidan sobre nuestros intereses y nuestras preocupaciones haciendo copy paste con lo que les conviene y convirtiéndonos en enemigos unos de otros sin una investigación mínimamente ética.

No podemos dejar que nos conviertan en la novelita del día donde unos son la gente bien y otros somos los malos del paseo. No nos prestemos para esta guerra contra nosotros mismos.