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Cultură

¡DETENTE, CASCANTE! #4 – Marionetas en la cuerda

Al habla con Javierito, juguetero capaz de ahuyentar cabezas rapadas con una jirafa de goma.

Javierito, que se ha quedado sin pelo y por lo tanto está calvo, lleva las riendas –opera los mandos– de una juguetería enana escondida en un pasadizo comercial subterráneo en el centro de Madrid; la juguetería se llama "Yuguettos" y se la puso hace quince años, con las mejores intenciones, un hermano que tiene que me tengo que callar su nombre. El hermano de Javierito es un actor español de posibles, apartado ya de la luz de los focos, que paseó patillas y gesto de galán juvenil por las pantallas de las Mejores Salas de los años 80 y 90 del siglo pasado español. "Sigue guapo todavía", dice Javierito, "muchas personas me confunden con él por la calle porque hace años que no sale por la tele y me ven a mí hecho polvo caminando y se piensan q-q-que soy mi hermano que se ha dejado llevar".

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Javierito es algo tartamudo y a menudo se arrastra por la corriente de las pasiones. Aparte, variadas gentes de columna y tertulia comentan que sufre una "leve discapacidad cognitiva". Le miro a los ojos como hacen los hombres que traen La Verdad y le confieso que no tengo la impresión de estar cara a cara con un deficiente mental. "Son cho-cho-chorradas", dice Javierito. "Yo tengo estudios, ¿puede acaso un completo subnormal, un subnormal clínico… sacarse la carrera de periodismo?" Uno de los tubos fluorescentes del techo de la tienda parpadea. Encima del mostrador hay un catálogo viejo de la cadena comercial "Media-Markt" en el que –gracias a letras negras de alto cuerpo sobre fondo rojo– se puede leer con claridad el eslogan "Yo no soy tonto". "Es una broma que hago", dice Javierito, "utilizo este anuncio para quitar hierro al asunto".

En la fachada de "Yuguettos", bordeando puerta y escaparate, hay dibujadas –con pulso y trazo de mono contento– una serie de figuras representando arpías, quimeras, centauros, pulpos, mantícoras, grandes calamares y sirenas de polvo y escayola. "Los dibujos los hizo Susana, mi novia de cu-cu-cu-cuando abrimos la tienda", dice Javierito, "tenía un don para las artes; hablo de ella en pasado porque lo dejamos, pero pienso que sigue viva". Clavada en la puerta resiste una pequeña escultura de hierro pintada de blanco prima hermana del inmortal corderito de los detergentes de la marca "Norit". "Esto lo hice yo", dice Javierito, "casi nadie se fija".

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"Yuguettos" es la única tienda que permanece abierta en todo el pasadizo comercial. "Han ido cayendo como moscas", dice Javierito, "yo no cierro porque mi tienda no está para g-g-ganar dinero, mi tienda está para que pase yo un poco el rato". Junto a la entrada del pasadizo, a pie de calle, hay un bar minúsculo –terraza en verano– y un kiosko de prensa. Emilio el kioskero es el mejor amigo de Javierito. "Es como un hijo", comenta Emilio sin especificar para quién. Emilio el kioskero lleva una bufanda del Atlético de Madrid por lo del partido del otro día y se parece bastante al anciano con bigote de la película Cocoon. "Emilio y mi hermano son mis únicos amigos", dice Javierito, "a Emilio le veo a diario y a mi hermano le veo en Navidad y el resto del año hablamos por el ch-ch-chat de Gmail que te guarda las conversaciones y luego las puedes repasar cuando estás solo y no tienes con quién hablar".

"En la tienda tengo de todo", dice Javierito, "desde muñecas de trapo hasta Giochi Preziosi, maquinitas y de todo". Hace seis años quiso lanzar una línea con sus propios muñecos hechos a mano. "Intenté c-c-construir unas muñecas tipo Barriguitas usando unos hierros que tenía por casa pero no me salieron bien, no daban buena espina y hacían llorar a los niños; me interesa trabajar el hierro: da mucha satisfacción". Las cabezas de todos los muñecos están giradas hacia la salida. "Son como huerfanitos suplicando ser adoptados, a veces me da p-p-pena venderlos; claro que tengo mis preferidos: la pareja otoñal de abuelos hechos de lana, el papagayo Pierrot que canta música, Clint el vaquero valiente, la colección de simpáticos payasines en plástico duro, el bebé negro que trae p-p-pelo de negro de verdad así como hacia arriba…" Javierito acciona el mecanismo del papagayo Pierrot y a través del pico del artefacto suena una versión ronca del "Ay del Chiquirritín" que parece producida por Giorgio Moroder. Me llama la atención una caja larga que asoma tras la torre del ordenador. "Muy bien visto", dice Javierito, "se trata de una réplica del fusil Dragunov, el SVD, no está a la venta, es un rifle para francotiradores… en muchos aspectos me veo a mí m-m-mismo como un francotirador". El fluorescente del techo vuelve a parpadear. "Tuve una época de gustarme las armas", dice Javierito. "Las metáforas que mejor me calzan para decírmelas son la del francotirador y la del p-p-prisionero; soy las dos cosas, hay mucho prisionero en mí, soy un auténtico prisionero", dice Javierito, "un prisionero del amor". "L'amour!", grita Emilio el kioskero desde fuera.

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A Javierito le gustan los chistes, la sinceridad y el coñac Napoleón. "¡No soporto que me mientan!". Le gusta escuchar a lo lejos el verbeneo de las tragaperras del bar, le gusta ver a las ballenas por la tele, le gusta echarse siestas de las largas protegido por el sol en el chalet que mantiene su familia por la zona de Morata de Tajuña. "Estupenda zona". Javierito tiene cuarenta y nueve años, vive con sus padres en un piso a dos minutos andando de "Yuguettos" y ha perdido el contacto con todos sus conocidos y amigos del pasado. "Por dentro sigo siendo un ch-ch-chaval", dice Javierito, "cuando digo por dentro me refiero a mi espíritu; p-p-por dentro en realidad tengo una hernia, las vértebras como jardines colgantes, el hígado hecho cabello de ángel y me callo el resto que no he venido aquí a dar p-p-pena". Javierito se percibe a sí mismo como la diana definitiva para los arqueros emboscados en los ojos de la gente. Unos ojos a los que no hay que mirar. "Noto que me fichan por la calle, me ven raro porque ando así como encorvado, c-c-con estas gafas, esta ropa, mi p-p-poco pelo…  luego está lo de que me parezco a un actor, mi hermano… me fichan de arriba a abajo, no sé, t-t-todo me da miedo, todo me afecta: el calor, el frío, los ruidos fuertes, la posibilidad de una mano negra, los valencianos, la subida de los precios, que me hable un desconocido".

En el arado triste de sus tardes Javierito piensa en su exnovia Susana y recuerda lo bien que se lo pasaban juntos. "Ese tremendo Aguinaldo del Espíritu que supone que te devuelvan la mirada con deseo", dice Javierito, "ese Aguinaldo yo te puedo asegurar que hace una vida que no lo siento".

"Yuguettos" cae cerquísima de una universidad católica privada y esto facilita un cierto bullicio juvenil entre semana durante algunos meses del año. Los jóvenes revolotean alrededor del bar y del kiosko y Javierito los contempla desde la distancia. "A la tasca no puedo entrar por lo mío, hay que tener cabeza". Acostumbra a mirarles los culos a las universitarias en los fondos repletos de espejos biselados del bar, que se intuyen desde la tienda. "¡Más bonitos de ver que las termas de Caracalla!", apostilla Emilio el kioskero. "Hablo a veces c-c-con ellas, a veces llueve y se refugian en el pasadizo éste y les digo algo", dice Javierito, "les digo que si quieren pasar a jugar con el escaléxtric, es… como un código, procuro ser discreto, entiendo que no estoy en la whiskería, pero algo hay que hacer, ¿no?, a una que me gustaba más de lo normal le regalé unas dalias que me las tiró a la cara, imagínate; es complicado, hay que mantener las formas de c-c-caballero sin perder de vista ni un segundo el hecho universal de que son todas ellas unas guarras". El galanteo machirulo de Javierito y su filosofía de halcón peregrino me pillan del todo por sorpresa; opto por preguntarle si esta actitud suya con las mujeres no implica que le surjan dudas de vez en cuando. "Jamás", responde, "si el sol dudase un solo momento… se apagaría".

El mes pasado, Javierito le salvó el pellejo al portero de la finca que hay justo encima de la gruta que da cobijo a "Yuguettos". El portero estaba recibiendo una paliza en el interior de su garita de parte de tres "cabezas rapadas" a los que Nuestro Héroe logró asustar y poner en fuga blandiendo una jirafa de goma bajo la luz de la luna. "Eran unos jóvenes al estilo de los de Fuerza Nueva", recuerda Javierito, "c-c-creo que querían matar a Tommy por su condición de homosexual". No es la primera vez que esta afinidad magdaleniense –remota, de línea de sangre– entre Javierito y sus juguetes, resuelve algún entuerto en la comunidad. En el noventa y ocho ayudó a una mujer rumana a dar a luz en plena calle utilizando un frisbee como única herramienta; hace cuatro veranos recuperó de una alcantarilla el anillo de bodas del kioskero sirviéndose de una Mano Loca seminueva; en dos mil tres rescató a unos vecinos de un ascensor bloqueado con una comba de saltar que traía los agarres pintados de rosa palo. En medio de una de nuestras conversaciones frena un carrito de niño que se le ha escapado a una madre calle abajo lanzando un cococrash desmontado contra el paso de las ruedas a menos de un metro del tráfico y –por tanto– de la muerte. La madre está desconsolada. "No me he dado ni cuenta", llora. Emilio trata de calmarla sujetando sus hombros. "Los juguetes p-p-pueden ser nuestros amigos", dice Javierito. La madre le suelta una hostia que lo deja bailando.