Conoce al Walter White de las malteadas en México

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Conoce al Walter White de las malteadas en México

Eugenio Palmeira hace helados y malteadas perfectos, casi con precisión científica. No es casualidad, pues además de heladero es químico.

"Ya nadie se acuerda por qué las malteadas se llaman así", me dice Eugenio Palmeiro cuando me da a probar el helado de malta. "Originalmente se hacían con malta, por eso se nombraron así". "Pero ahora, al menos en México, se hacen con helado y leche, ¿no?", le digo. "Sí", me contesta con resignación.

Eugenio Palmeiro es ya un personaje icónico de la colonia Roma, siempre saluda al que va pasando, ofrece pruebas de sus helados a todos, y vende las mejores malteadas de la Ciudad de México.

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Helados Palmeiro en la Ciudad de México.

"Tenemos helados para mascotas también", le dice a un chavo que va caminando con su perro en brazos mientras me platica que pasó su infancia en Cuba, de donde tiene muchos recuerdos que le hacen sonreír, en especial el del sabor de sus helados favoritos, los de la famosa heladería Coppelia. "Hace muchos años los helados ahí eran de crema de leche y eso los hacía muy ricos", me cuenta con nostalgia. "Ahora las cosas han cambiado, me han dicho que ya no es igual".

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Eugenio Palmeiro.

Él es un fabuloso heladero. Se encarga de preparar personalmente y desde cero todo lo que vende en su local con una precisión casi científica, tanto los helados como los concentrados que utiliza para sus legendarias malteadas. No es casualidad, pues de joven Eugenio estudió la carrera de química nuclear en San Petersburgo. Después obtuvo la maestría en ciencias químicas y luego se convirtió en biólogo molecular. Ejerció su profesión en tierras rusas hasta que, a raíz del accidente en Chernóbil, el programa en el que estaba trabajando fue suspendido y tuvo que volver a Cuba. A su regreso realizó investigaciones sobre el virus del papiloma humano, VIH y otras enfermedades a nivel genético, y en esa época conoció a una familia mexicana que lo invitó a visitar el país.

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Llegó a México en medio del turbulento clima político próximo a las elecciones presidenciales del 2000. Hizo un intento para trabajar en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, pero éste no prosperó y se fue a un laboratorio de análisis clínicos.

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En su tiempo libre se dedicaba a hacer helados porque aquí no había encontrado unos que le recordaran a los que tanto disfrutaba en La Habana. "Al final, no me acomodé como químico en Cuba ni en México, entonces empecé a hacer helados porque no me gustan como los preparan acá".

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Sus amplios conocimientos de química hicieron que fuera más fácil para él encontrar la receta del helado perfecto, y pronto se convirtió el Walter White de los antojos fríos en México. Al poco tiempo, cuando aún trabajaba en el laboratorio, comenzó a mover su producto en eventos pequeños y algunas ferias gastronómicas, hasta que, poco a poco, lo que empezó como un hobbie para saciar su nostalgia heladera, se convirtió en un trabajo de tiempo completo.

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Ahora Eugenio hace helados y malteadas tan adictivos como los cristales azules de Heisenberg, pero a diferencia de éste, él no tiene que esconderse. Puedes encontrarlo en el local 507 del mercado de Medellín en la colonia Roma y pedirle una muestra de su producto premium, el helado de natas. Pero cuidado, porque te vas a enganchar. Como bien dice él, quien los prueba, no los deja.

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Eugenio se considera un heladero que sabe de química, no tanto un químico que hace helados, pues cree que sus conocimientos a nivel molecular no son lo que le ha permitido lograr un producto de ese calibre, sino que simplemente le permiten acortar el camino. "No hace falta estudiar química para saber cuando algo sabe bien o no", dice. "Quien quiere hacer un producto de excelencia, tiene que utilizar ingredientes de la mejor calidad y mezclarlos en las proporciones adecuadas, lo cual logran a base de prueba y error".

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Las malteadas de Palmeiro también son supremas. Son de las pocas que aún se hacen como Dios manda, con malta y concentraciones de distintos sabores, además de que puedes agregarle una bola de helado para rematar la bomba calórica espesa, decadente y deliciosa, con esa nota ligeramente amarga cortesía de la leche malteada.

Cada sorbo vale la pena y el esfuerzo de esa caminata de una hora que necesitarás para bajar la panza.

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Si estás por el rumbo, ve por una prueba de esta droga fría. Si no, también. Además del helado de natas —el más pedido—, puedes probar el mantecado, cuya receta jamás revelará por ser un tesoro de la familia, el de caramelo, el de malta o el inusual, pero igualmente delicioso, helado de crema de mandarina. Te aseguro que vas a regresar más de una vez. Yo recomiendo la malteada de cereza con helado de galleta María. Aunque cuidado, la adicción es inminente. Eugenio sabe bien su negocio.

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