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La mecca del café en Sudamérica está recuperándose

"Colombia es más que guerra y drogas", un joven me dice en mi visita a la plantación de café de su abuelo. Tomando en cuenta esto, multitudes de turistas han estado visitando , lo cual es una gran noticia para los productores de café de Colombia .
All photos by the author.

Don Elias toma la vida tranquilo. A los casi 70 años de edad, la mayor parte de su vida laboral la pasó en los campos de café de Quindío —una región andina increíblemente bella— primero con su padre, y luego, durante las dos décadas pasadas, con su propia plantación de cuatro hectáreas. Cerca de 300 kilómetros al oeste de Bogotá, esta "Zona Cafetera" listada en el Patrimonio Mundial de la UNESCO es responsable de producir el 50% de la producción anual de Colombia, 696,000 toneladas métricas, y estoy justo en medio de ella.

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Caminé 45 minutos desde Salento, un pueblo colonial y rural de 7,000 habitantes, popular entre los vacacionistas colombianos y gringos. El camino terroso estaba flanqueado en ambos lados por campos frondosos y vegetación salvaje. Flores exóticas como heliconias naranjas brotaban por entre las hojas de bananos; colibríes, irradiando tonos verdes de color, revoloteaban erráticamente de una a otra flor. Supe que estaba llegando a mi destino cuando los pastizales para vacas abrieron su paso a filas y filas de café –laderas repletas más allá de la vista–. Los bosques nubosos andinos se alzaban justo por encima del valle por donde caminaba: Las nubes con movimientos lentos se quedan por debajo del horizonte, a veces oscureciendo la visión, pero también ofreciendo una cualidad etérea al paisaje.

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Don Elias, productor de café . Todas las fotos son del autor.

El camino se expande y la granja de Don Elias alcanza a verse. El hombre sonríe ampliamente, y me da la bienvenida con su suave español.

"Bienvenida, por favor," extiende una mano curtida e inclina la cabeza, su sombrero vaquero blanco oscurece sus ojos negros por un momento. Tomo el asiento que me ofrece en su pórtico, y disfrutamos la calma de los alrededores; Elias ya tiene una taza de café en la mano. Sería un error, sin embargo, pasar por alto la industrialidad de las plantaciones aquí. Situada perfectamente entre las alturas óptimas entre 1,350 y 1,950 metres, el centro cafetalero de Colombia produce la mayor cantidad de café Arabica a nivel global, y sus granos son considerados ampliamente como de la mejor calidad del mundo.

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La demanda por sus granos tostados permanece a la alza –orgánicos y recolectados a mano, perfectamente empaquetados en una envoltura de aluminio brillante, arrebatados con avidez de los estantes del supermercado–. Pero mientras que la mayoría de nosotros somos endemoniadamente especiales sobre la manera en que preparamos nuestra taza de café, ¿cuántos de nosotros sabemos cómo se cultiva el café, o incluso cómo se ve una baya de café? Los productores de café colombiano de Quindío están contando con que la respuesta sea, "eh, no muchos."

Algo que también esperan –más iluso– es la paz.

Se espera que abril de 2016 marque el fin de cinco décadas de conflicto relacionado con las drogas entre el gobierno colombiano y los rebeldes marxistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, conocidas como las FARC.

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Granos de café creciendo de plantación de Don Elias.

Las apuestas son altas, con 260,000 muertos, 6.6 millones de personas desplazadas y 45,000 desaparecidos desde que el conflicto se desató. "Si logramos paz, sería el fin de las guerrillas en Colombia y por tanto en América Latina," dijo el presidente colombiano Juan Manuel Santos el mes pasado, en las negociaciones en Cuba.

Para las casi 600,000 familias colombianas que producen nuestro café, esto podría significar un mejor acceso a un mercado más lucrativo aún: los turistas.

Las FARC empezaron como un grupo guerrillero en 1964, pero se convirtieron en una organización terrorista dependiente del narcotráfico y secuestro. Se sumaron a la combinación inestable de la rivalidad de grupos paramilitares y la corrupción del gobierno generalizado, creando una situación de seguridad que pone a Colombia fuera de rango para los viajeros. Desde 1996 a 2005, en promedio, alguien era secuestrado cada ocho horas.

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Sólo necesitas ver Escobar: Paradise Lost, sobre el conocido capo Pablo Escobar, quien hizo miles de millones traficando cocaína en los Estados Unidos, para tener una idea de lo trastornadas que quedaron las partes del país. Nada era demasiado lujoso para el narcotraficante, denominado el séptimo hombre más rico del mundo por Forbes en 1989. Su patio de juegos, la ciudad de Medellín, todavía tiene hipopótamos africanos residentes de cuando Escobar decidió importarlos para su zoológico personal.

Pero el conflicto se ha suspendido desde que empezaron las negociaciones en 2012. Increíblemente, los turistas esperaron muy poco para viajar. No tienen miedo. Debido a que la mayoría de los agricultores colombianos viven en granjas de cinco acres o menos, los productores empezaron a diversificarse, ofreciendo alojamiento y tours por las plantaciones. Don Elias refleja que ahora la vida es tranquila, el negocio está bien. Hay una esperanza de que continúe siendo así –que nuevas oportunidades sigan abriéndose mientras la esperanza florece por todo el país–.

De hecho, sigo esperando junto al Señor Elias por mi turno para ver su plantación. Seis turistas, de Canadá y Australia, están haciendo el recorrido, y ha habido un flujo de amantes del café todo el día, me dicen.

Le pregunto si me va a mostrar la plantación él mismo. Elias ríe maliciosamente. "Ya estoy viejo. Ahora me relajo y los jóvenes hacen el trabajo."

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Carlos, nieto de Elias .

Justo en ese momento, vestido casualmente con ropa deportiva negra con rayas blancas y verdes, un hombre joven de veintitantos se acerca a nosotros. Recargado en un barandal frente a mí, se presenta con aplomo como Carlos, el nieto de Elias y mi guía turístico. Explica que durante los próximos 40 minutos, voy a ver cada etapa del proceso del café, desde el brote hasta su elaboración. Luego, mostrando una sonrisa juvenil, me hace señas para que lo siga.

Elias se queda sentado, moviéndose sólo para levantar su taza y llevarla a sus labios, y sonríe irónicamente. El retiro definitivamente le sienta bien.

Seguí a Carlos y estoy sumergida en la selva. Todo alrededor son árboles de frutas exóticas, por encima, por debajo y mezclándose con las 8,000 plantas de café. Esto no es pura estética.

"Todo tiene un propósito aquí para cultivar el mejor café que podamos," dice Carlos.

"Los platanares proporcionan sombra para proteger el café de la luz directa del sol, y sus troncos retienen el agua que libera hacia el suelo cuando está seco."

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Freshly roasted coffee is ground with a hand-crank grinder.

Señala más ejemplos de la genialidad de la naturaleza.

Los aguacates caídos añaden nutrientes a la composta; la yuca ayuda a extender las raíces para crecer; y el olor a naranjas y piñas alejan a los insectos del café.

Mientras caminamos, el ruido constante de la lluvia comienza a golpear las hojas a nuestro alrededor. Sin titubear, Carlos continúa su tour. "No necesitamos químicos," dice, señalando una pequeña línea de arbustos. "Estas son plantas de chile. Molemos el chile, lo mezclamos con agua y rociamos las plantas de café, como un pesticida natural." Estoy impresionada. (Igual que otros visitantes. Después, escuché a un canadiense murmurando consigo mismo por qué no se le ocurrió eso para su propio jardín.)

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Seguimos caminando. Con las plantas de café por encima de la altura de nuestras cabezas, necesito empujar las ramas largas, cargadas con frutas del tamaño de una aceituna, la mayoría verde todavía, para pasar.

"Aquí tenemos Arabica y Colombiana. Producen el mismo sabor e intensidad, pero su color es diferente. La Colombiana se vuelve amarilla; la Arabica, roja." Carlos toma una rama para que pueda ver algunas de las bayas haciéndose rojas. "Cultivamos las dos, porque la Arabica ayuda al crecimiento de la Colombiana."

Las plantas de café producen durante cinco años, dos veces al año, de Marzo a Mayo y de Septiembre a Noviembre. Se traen trabajadores extra a esta granja para ayudar a producir aproximadamente cuatro toneladas al año –70% para exportar–.

Es una operación pequeña, pero Carlos se siente afortunado.

"Hace diez años, los turistas decían que tenían miedo de Colombia. Pero el año pasado, tuvimos 2 millones de turistas solamente en Salento. Y este año, ya tuvimos casi un millón. No sé por qué, pero estamos animados y les damos la bienvenida."

"Además," Carlos añade, "es hermoso. Fui criado toda mi vida aquí." Mira orgulloso el terreno de su familia.

Con las etapas de crecimiento explicadas, nos apresuramos a regresar a la granja, la lluvia es ahora torrencial, golpeando las delicadas flores blancas de café, desprendiendo un ligero aroma a jazmín, de sus tallos.

Hablando por encima del golpeteo del aguacero, Carlos muestra la maquinaria manual usada para procesar el café recolectado. Primero, una máquina para descascarar remueve los granos de la pulpa de la baya –los granos recién pelados están lisos y color verde pálido–. Caen en un tanque y se fermentan durante 24 horas.

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Después, se extienden para secarse bajo un laminado de plástico por días o hasta un mes, dependendiendo del clima.

Luego, el café se tuesta en sartenes planas en grupos pequeños. "No agua, no aceite, nada," Carlos me dice en staccato. Entre más tuesten el grano, más oscuro y fuerte será el sabor, pero sorprendentemente, contendrá menos cafeína. "Todo mundo siempre espera que sea al revés," Carlos se queja.

Un par de giros de la moledora manual y el fragante polvo oscuro como el chocolate está listo.

"No quieres azúcar o leche, ¿verdad?" otro empleado me pregunta. Siento que la respuesta correcta es "no," y me ofrecen mi taza de café del final de mi recorrido, libre "distracciones" de sabor.

Estoy animada, no sólo por el sabor deliciosamente uniforme de mi bebida, sino por toda mi experiencia de Colombia.

Se espera que un acuerdo de paz se firme dentro de semanas, pero la gente que conocí no esperan a que la tinta esté sobre el papel.

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Han tomado la iniciativa. Han reconocido que el apetito creciente de aprender cómo, con conocimientos tradicionales y sin químicos, nuestro café logra pasar de una granja a una taza.

Para los turistas dispuestos a comprometerse con los productores de su bebida favorita, 2016 ofrece la oportunidad de ver de primera mano que Colombia ha cambiado.

Como Carlos me dice: "Colombia es más que guerra y drogas."

Ahora puede celebrarse por lo que crea, más que ser condenada solo por su encabezados.