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El Flop: ¿Celebrar 50 años con esto?

Los actores principales del Super Bowl 50 no estuvieron a la altura de las expectativas.
Foto: Ezra Shaw/Getty Images

El Super Bowl 50 nos dejó un amargo sabor de boca. Nos habíamos echo a la idea de que los 50 años del futbol americano serían memorables, tanto en el campo de juego, como en el tan esperado espectáculo de medio tiempo (que para muchos es lo más importante). A menos que te hayas pasado el "finde" en una isla remota, lejos de toda civilización, sabes que no fue así.

Todo parecía marchar a la perfección: el coro de las fuerzas armadas cantaba armoniosamente "America, the Beautiful" para después darle paso a Lady Gaga quien, de manera emotiva, entonaría el himno nacional de los Estados Unidos. Los aviones caza pondrían la cereza en el pastel de este "mini show" gringo por excelencia al sobrevolar el Levi's Stadium y dejar su característica estela blanca sobre el cielo de la bahía de San Francisco. Steph Curry golpeaba el tambor "Keep pounding" de las Panteras como vaticinando una batalla de vida o muerte ante los ojos del mundo. Hasta aquí todo bien.

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El primer cuarto del partido tuvo sus momentos emocionantes. La captura de Cam Newton a manos de Von Miller y el touchdown ocasionado por esta acción —no sucedía algo así desde hace 22 en el magno evento— nos hizo creer que el resto de los minutos se disputarían de la misma forma. El hecho de que Denver, el menos favorito, estuviera dominando al mejor equipo de la NFL —es decir, el mejor antes del Súper Tazón— nos abría la posibilidad de ver a un equipo de Carolina obligado a sacar la casta y jugar al nivel de las expectativas. Pero nos quedamos en el "hubiera".

Foto por Spc. Brandon C. Dyer

Esto no podría ser más cierto para las Panteras de Carolina, y sí, específicamente para su quarterback Cam Newton. Las segundas oportunidades no existen en las finales, eso es mentira, es un discurso perdedor disfrazado de humildad. Te la juegas para ser recordado como el campeón o terminas en el olvido.

La noche del domingo, a "SuperCam" se le olvidó todo esto. Nos dimos cuenta que en realidad es de carne y hueso. O tal vez se le infló de más —no sería el primero, ni el último atleta en padecer este mal— y sus actuaciones a lo largo de la temporada no fueron más que un espejismo sumado a una serie de factores a su favor.

Al joven Newton —26 años y con todo un futuro por delante— le salió cara la inexperiencia. No es lo mismo disputar una final de campeonato a nivel colegial que jugar un Super Bowl. Su ansiedad y nerviosismo afloraron a la ofensiva donde Newton falló pases "de trámite", lanzando por encima de sus receptores, y mostró una versión paupérrima de sus habilidades para correr con el balón. Las pocas ocasiones que los vimos correr por el campo, generó desequilibrio en la defensiva de los Broncos. ¿Por qué demonios no repetiste la fórmula Cam? A este equipo le falto "coacheo" y a Ron Rivera carácter. Esta vez no hubo bailecito "dab".

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Y si Cam Newton estuvo irreconocible, Peyton Manning no se quedó atrás. Sabíamos que este podía ser el último rodeo del bronco mayor y que sus actuaciones eran cada vez menos espectaculares y efectivas. Esperaba ver a un Manning liberado, disfrutando su último partido y con las ganas de sacarse la espinita de su récord negativo en Super Bowls —1-3 antes de enfrentar a Carolina—. Es cierto, conectó pases importantes, pero fueron escasos, y si no hubiera sido por la majestuosa defensiva y los equipos especiales de Denver, tal vez estaríamos hablando de un campeón con garras y colmillos en lugar de espuelas y crines.

De todas formas, Manning obtuvo su segundo anillo y es más que seguro que formará parte del Salón de la Fama de la NFL. Supongo que no importa mucho la forma en que se gana, sino el resultado final.

El Super Bowl 50, la kriptonita de "SuperCam". Foto por Kevin C. Cox

Con una primera mitad tan desabrida, les aseguro que más de uno se la pasó contando los minutos para el espectáculo de medio tiempo. Y a lo mejor el fracaso del mismo se dio por culpa de nuestra insatisfacción al ver un juego que arrancó con tantos bombos y platillos pero que terminó cebándose. Esperamos ansiosos para que Coldplay y compañía, o mejor dicho, Beyoncé y compañía, nos quitaran el aburrimiento de la cara y reavivaran el poco optimismo que nos quedaba. Proyectamos nuestro entusiasmo y esperanza sobre los encargados del mini concierto anual más visto a nivel mundial, pero nos fallaron.

Chris Martin cantaba en cuclillas mientras una hola de pubertos corría enloquecida detrás de él para colocarse alrededor del escenario. Acto seguido, el vocalista de la banda inglesa entonaba sus éxitos rodeado de un escenario colorido, tal vez lo mejor del show, hasta que se apareció Bruno Mars (¿otra vez?) con su séquito de bailarines para irrumpir en el escenario y robarse unos cuantos minutos. Nada del otro mundo. Es más, me pareció una burda imitación de los movimientos del "Rey del Pop".

Entonces, con un estruendo y escoltada por sus bailarinas, apareció Beyoncé (sí, una vez más) para animar un poco el ambiente. Pero de nuevo, fue una participación de las que nos tiene acostumbrados. Mucho ruido y pocas nueces.

Y ni hablar de la conclusión del partido. Si la primera parte nos pareció no estar a la altura de un espectáculo de esta magnitud, el complemento generó miles de excusas en los televidentes, "Nos tenemos que ir, ya es tarde", o "Mañana nos toca trabajar." Nuestros cuerpos ya no daban tregua por la cantidad de comida y cervezas que consumimos. ¿EL MVP del partido? Mañana nos enteramos.

Así es como nos fuimos a casa —o despedimos a los invitados para aquellos que la hicieron de anfitriones— con el grito atorado en la garganta y con la esperanza de que el próximo año el Super Bowl nos entregue la dosis de emoción y drama que nos merecemos. Hasta entonces.