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Formula 1

El GP de Estados Unidos: el afortunado Frankenstein de Austin

El llamado Circuito de las Américas corre su sexta edición y quedan ya nada más tres carreras para desatar este nudo de campeonato.
Larry D. Moore CC BY-SA 3.0/Wikimedia Commons

Circuito nuevo, relativamente. Este año es la quinta vez que se corre el Gran Premio de los Estados Unidos en el así llamado, "Circuito de las Américas". Y, como la historia es corta, el repaso es rápido: victoria inaugural en 2012 a cargo de un mercurial Lewis Hamilton aún sobre uno de los ya acostumbrados bodrios de McLaren. Es el ocaso del difusor soplado, esa caja de Pandora que el genio sin fin de Adrian Newey había puesto bajo el imbatible RB7 del año anterior. Es el cénit del reinado de Baby Shumi y el último año de Hamilton en la incubadora de Woking. Vuelta 42 y Lewis rema una y otra vez para acercarse a Vettel. Lo alcanza a oler, casi a tocar, pero el Red Bull todavía es, como el año pasado y el siguiente, inalcanzable. Llegan al complejo de curvas 6,7 y 8. Y, frente a ellos, como un trailer de doble semi remolque en una carretera libre, está el HTR de Narain Karthikeyan. Piloto y escudería que, afortunadamente, han sido devorados por el olvido. No hay más que una línea de carrera, Karthikeyan no tiene para dónde hacerse. Vettel se da cuenta y levanta el acelerador una, dos, tres décimas de milímetro. Pierde momento, pierde flow, en la mitad de las "eses" americanas. En la cámara a bordo del McLaren parece que, aun antes de que eso suceda, Hamilton ya lo presintió y ha comenzado a exprimir lo último del McLaren. Fracciones de segundo después vendrán la recta, el DRS abierto… el liderato de la carrera y, ya luego, la victoria. Al año siguiente ganará Vettel y luego, dos años consecutivos, Hamilton, ya bordo de una de las aplanadoras de Mercedes-Benz.

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Pero el reduccionismo y la caricatura no borran sino que subrayan la larga historia del Gran Premio de los Estados Unidos. Varios y variados han sido los circuitos que lo han albergado. Y, bien visto, cada uno puede funcionar como una suerte de radiografía del momento histórico en el que se encuentra el mundial. Cada circuito cabe leerse como una nota al pie de las pretensiones, vicios y virtudes de la categoría en determinados momentos. A fines de los cincuenta, Sebring: cuando le Fórmula aún arrastraba el aura de ser menos un deporte o espectáculo que la necedad de unos millonarios de correr automóviles un domingo por la tarde. Pero también está el legendario Watkins Glenn; y las calles de Las Vegas, Detroit, Dallas y Phoenix, en una época en que la Fórmula 1 ya empezaba a relamerse los bigotes con su inherente condición, poco explotada hasta entonces, de entretenimiento. Casi diez años después del último Gran Premio en suelo estadounidense vino la voraz y torpe idea del GP en Indianápolis, en el 2000. La propuesta de circuito fue tan forzada como aburrida. Imaginarse el brief para su trazado, más o menos debió haber sido: mantengan lo tradicional del circuito, usando parte del óvalo; al mismo tiempo, hagan una serie de curvas tan insípidas como trabadas para que el público contemple los autos durante más tiempo. No por nada, el único Gran Premio memorable de esa época en esa aberración de circuito es el del Michelingate. Luego de varias fallas en las llantas de la marca francesa debido a las altas velocidades que alcanzaban en la curva previa a la recta, Michelin recomendó a los equipos que calzaba que redujeran la velocidad en ese tramo. Propuesta tan idiota como responsable. El día de la carrera, en forma de protesta, ya que la FIA no escuchó las recomendaciones de los equipos que llevaban neumáticos Michelin para reducir la velocidad, después de la vuelta de formación, estos entraron a pits. Sólo corrieron: Ferrari, que calzaban unas Bridgestone a la medida, Jordan y Minardi. Ganó Schumacher. La gente abucheó y arrojó objetos a la pista.

A diferencia de Indianápolis, el circuito de Austin no es ni aburrido ni laxo. Al contrario, Hermann Tilke, el diseñador de circuitos de cabecera de la Fórmula 1, supo hacer un afortunado Frankenstein que abreva un poco en las míticas "eses" de Suzuka, en Maggots-Becketts de Silverstone y en la brutal curva ocho del Istanbul Park. Y, sobre todo la insigne primera y demencial curva: una suerte de cruza entre la afamada Eau Rouge de Spa y la Castrol Edge del Red Bull Ring. Frenada en ascendencia, el apex un punto ciego y una vuelta tras otra, una línea diferente para atacar la curva y no perder una posición de carrera.

Es el segundo Gran Premio en el estado de Texas. El otro, el de Dallas, lo ganó el papá de Nico Rosberg. Hace varias carreras que estamos en el último tercio del mundial, quedarán sólo tres carreras después de Austin y, cuando el gran circo comience a desplazarse al sur, a la Ciudad de México primero y luego a Sao Paulo, el campeonato estará más cerca o más lejos de las manos de Nico, quien, hasta ahora, lleva nueve victorias en la temporada.