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hora de cambiar las reglas

Estamos todos un poco hartos de los tiros libres, ¿no?

Los tiros libres son una lacra estética en un juego espectacular, pero no parece haber mucho que hacer para solucionar esta pequeña imperfección del baloncesto.

El tiro libre es una cosa bastante miserable. Si las normas del baloncesto en teoría se han hecho para favorecer el espectáculo, es un fallo inexplicable que, más de 40 veces por partido, un jugador se ponga frente a una línea a 4,60 metros del aro y lance un tiro sin oposición. Rivales y compañeros salen de la zona, unos segundos de relajación, y hala, a ejecutar un ejercicio más parecido al bowling o a los dardos que al baloncesto. Es complicado, sin embargo, encontrar una solución lógica para este problema. ¿Qué más se puede hacer para castigar a un jugador cuando éste agarra a un rival que intenta tirar?

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Si una regla lleva suficiente tiempo aplicándose, está condenada a que alguien se aproveche de ella de una forma u otra. En el caso del tiro libre, estamos llegando a un punto en el que las normas no logran servir al propósito para el que se crearon. Nunca lo han logrado enteramente (¿cuántas veces ha detenido a los defensores la posibilidad de que el rival tire dos veces sin oposición para conseguir solo un punto en cada intento?), pero recientemente el uso reiterado de la táctica antideportiva del "hack-a-alguien" (especialmente famosa en el caso de Shaquille O'Neal, pero también usada con otros jugadores como Dwight Howard) ha iniciado un debate alrededor de una posible reformulación de las reglas. La cara de circunstancias de DeAndre Jordan tras fallar su séptimo tiro libre consecutivo después de ser sistemáticamente apaleado bajo el aro es suficientemente conmovedora como para forzar un cambio.

El debate en sí mismo es sencillo y en absoluto nuevo: si las faltas existen para ayudar al equipo que ataca a anotar, y si las faltas cometidas sobre los malos anotadores de tiros libres logran exactamente lo contrario, entonces el equipo ofensivo debería poder recibir la siguiente posesión con 24 segundos más cada vez que alguien recibe una falta sin balón como se hace en FIBA con las faltas antideportivas. Se dice de Adam Silver que es un hombre de ideas iluminadas, así que es probable que las reglas de la NBA sufran algún cambio con respecto a los tiros libres próximamente. El festival de pedradas de DeAndre Jordan y su actitud quejumbrosa se podrían acabar pronto.

Esto suele acabar mal para todo el mundo… menos para el equipo rival. Imagen de Chris Humphreys-USA TODAY

Repasar la evolución de las reglas a lo largo del tiempo es muy interesante. Gregg Popovich, un técnico bastante dado a llevar las normas al límite, justifica su uso del "hack-a-alguien" diciendo que los tiros libres "son parte del juego". A pesar de todo, incluso él muestra ciertos (ciertos, tampoco nos pasemos) escrúpulos al respecto: "Si el rival tiene a gente que no sabe tirar tiros libres, lo normal es que te aproveches de ello. El objetivo es ganar. ¿Que parece malo? ¿Que parece feo? Parece horrible". Esto quizás explique la fascinación que provoca Popovich, dado que revela que es tan pragmático como esteta. Pero essu pragmatismo, y no su gusto, lo que influye más sobre sus decisiones como entrenador. Este es el problema central de la elaboración de normas: la finalidad de aquellos que dirigen un deporte (esto es, intentar que éste sea lo más justo y atractivo tanto para el jugador como para el espectador) es muy distinta del objetivo de los técnicos y jugadores que acatan las mencionadas normas (que solo pretenden ganar de todas las maneras posibles). Lo que pueda ser vulnerado de forma legal será inevitablemente vulnerado de forma legal, sea ello estético o todo lo contrario.

El reflejo opuesto del "hack-a-alguien" está encarnado por James Harden, que caza faltas como un camaleón caza moscas. La diferencia crucial entre ambos es que puedes sentarte en tu porche con una cerveza y pasar un tiempo relativamente entretenido mirando al camaleón, pero Harden en sus buenas noches desde los 4,60 metros es algo bastante tedioso. No es que sepa algo que sus colegas de profesión no saben —que ir a la línea de tiros libres es una forma fácil de anotar—, sino que directamente su juego se basa en recibir golpes de todo tipo para seguidamente enchufar una ingente cantidad de tiros mientras sus compañeros y rivales se lo miran desde fuera de la pintura. Es una especie de anti-elegancia, como si Harden fuese una suerte de robot que aprendió a hacer el eurostep. Sí, es baloncesto de calidad, pero solo desde el punto de vista técnico.

El límite de faltas y el buen tino de los árbitros tragándose los silbatos si los partidos empiezan a convertirse en una sucesión de pausas significa que difícilmente hablaremos nunca de si debe hacerse algo con los jugadores que, como Harden, abusan de su tediosamente eficiente magia. Pero esto no implica que lo que hacen sea notablemente más atrayente que ver como los defensas abrazan una y otra vez a Andre Drummond para que éste tire mandarinas durante cinco minutos seguidos. Está claro que, se ejecuten bien o mal, los tiros libres son más aburridos que una sesión del Senado. Es el aspecto más lamentablemente necesario de un juego generalmente espectacular. Es el equivalente baloncestístico del papeleo: existe porque no hay más remedio, pero como más escaso sea, mejor.