Adiós al pasado: Una crónica del 25 aniversario de  'El Circo' de La Maldita

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Música

Adiós al pasado: Una crónica del 25 aniversario de 'El Circo' de La Maldita

Veinticinco veces malditos.

Todas las fotos fueron tomadas por Daniel Patlán para Noisey 

El segundo tiempo del concierto comenzó con "Pachuco". Cuando sonaron los primeros acordes yo estaba formado en la barra VIP esperando un vodka con agua mineral. Si esto hubiera sucedido hace veinticinco años, habría salido corriendo. Pero los años me han vuelto lento. Cuando llegué había rucos, rucos de mi edad saltando con sus hijos en los hombros. Otros, sí, aunque no lo crean, saltaban junto a sus hijos. Yo no saltaba: valoro mucho cuando me regalan un vodka. Pero estaba emocionado. Veinticinco veces había celebrado el fin de año desde la primera vez que escuché esa rola. Veinticinco veces, y había sobrevivido. Contra todos los pronósticos.

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Hace veinticinco años yo vivía en la calle 25 de la colonia Ignacio Zaragoza. Hace una peseta de años no había probado ninguna droga. Cursaba el segundo año de secundaria. O el primero. No fueron sólo los primeros acordes de ese disco. Fue la primera frase, fue el coro. La rabia que contenía aquella frase.  Mi padre no era pachuco. Algo hacía que ni el Piraña, ni el Tacua, ni el Geris, ni yo nos contuviéramos. No había otro ritmo posible. "Pachuco" era una rola que nos incitaba a golpearnos en el aire, a brincar.

Yo tenía una playera  con el rostro de Tin Tan y una frase que decía: Ya llegó su pachucote. No cuestionaba mucho y me enrolé fácil en esa nostalgia de un barrio que yo no había conocido. El Geris y el Piraña llevaban siempre botas de casquillo, el Tacua unos zapatos de suela delgadita y yo unos tenis Nike de suela café. Cada quien pateaba al otro como podía. Y había que aguantar candela.

Hace mucho no me acordaba del Tacua ni del Piraña. Hace años no veo al Geris. Y yo brinqué y bailé, pero con ellos. Otra vez, con nuestro uniforme gris con verde de la secundaria 69. Hace veinticinco años no veo al que una vez fue mi mejor amigo, el Piraña.

Juanga llegó dos veces. La primera cuando sonaron los acordes de "Ya lo pasado pasado". Antes de esta rola Roco, en su papel de Tlatoani, de vocero del barrio y los desprotegidos, invitó al público a hacerse una limpia.

Como un brujo que dirige una masa para conducirla a un mismo fin, se sacudía, poniendo el ejemplo. Y decía adiós al pasado. Una limpia para quedar como hoja blanca, pulcra. Para recordarnos que por más chido que esté el pasado, no hay nada mejor que el presente.

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Cuando el Triciclo Circus Band terminó de tocar yo todavía no pasaba al concierto. Me terminé como tres jiters de mota. Sentía algo de nervios. No veía a Luz por ninguna parte. Muchos hombres de mi edad sin pelo, con mucha grasa. Una mano de Luz descansó en mi hombro. Estaba salvado. Y no sólo eso, tenía tragos gratis. A veces tengo más suerte de la que merezco. Me quitaron un jiter a la entrada, cuando me revisaron, pero ya había fumado tanto afuera que no importó.

En el medio tiempo fui por más vodka. En el Carrusel hay un caballo pintado de Cocodrilo: esos taxis cincuenteros que nos causan una inexplicable nostalgia. Pues nunca los vimos en vivo, ni le hicimos la parada a uno.

El Circo fue festejado con glamour de circo chilango. "Solín" con esos acordes que recuerdan a la música gitana. Con esa nostalgia implícita por un personaje citadino que decide construirse un personaje mágico para escapar de la prostitución y la joda de todos los días.

Cirqueros, fuego, malabares por todos lados. Una de la rola más encendidas, llenas de un caló chilango que sigue funcionando hasta hoy. Ninguno de los presentes permitió que los años y el sobrepeso los venciera, todos saltaron, como adolescentes rabiosos.

"Kumbala" fue anunciada por una rubia que se trepó a un trapo que colgaba del techo de la carpa. La letra nunca la he comprendido del todo. No la letra. La forma en que reacciona la banda. Como si fuera una rola que habla de un amor profundo entre dos amantes: yo sólo escucho una historia de cachondeo y de veneración a un salón de baile que ya no existe.

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Eso sí, la rola invita a repegarse, al cachondeo, a moverse para lo oscurito y llegar a donde aparte de oscurito, está mojado.

A la entrada fue una amiga que hace mucho no veía la que me agarró a besos. A la salida fue otra. "Pinche negro, nomás volteo y te veo besando gente", me dijo Luz.

La rola que fue la cúspide del concierto fue "Un poco de sangre". El piso palpitaba como si se tratara de un corazón agitado. Y todos la cantamos sin equivocarnos una sola vez. Era un coro parejo que había ensayado en los conciertos masivos de Ciudad Universitaria. Hoy no hubo que dar un kilo de arroz o frijol.

La Carpa Astros no cierra enseguida, no es como esos lugares que en cuanto acaba el concierto te corren. Aquí te puedes quedar un rato más a beber y a escuchar música en vivo. Festejaron su primer año dando conciertos, y celebrando otros eventos, como peleas de MMA. En sólo un año se han vuelto referente. Larga vida a ellos.

El Circo fue un disco que dibujó en acordes la ciudad de los noventa. Con personajes que estaban en peligro de extinción, con otros tan recurrentes y repetitivos, como la Güera de los tacos o el provinciano que pasea por la ciudad, el músico callejero que se ha vuelto entrañable para todos los de la cuadra. Hasta los intelectuales, por cierto omitieron la bomba de Monsiváis en Mare.

Hace veinticinco años que la rabia se iba encendiendo. A algunos ya se les apagó, pero vinieron a recordar que una vez estuvo prendida. Yo pido que esa rabia, esas ganas de saltar no se me acaben nunca.

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Acá abajo dejamos más fotos: