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Cultură

Irvine Welsh no se arrepiente de haber elegido la vida

Al escritor escocés le gusta crear momentos culturales, no solamente buenos libros o películas.

Retrato de Irvine Welsh, por Rankin.

Claro que hubo pioneros; aquellos que llegaron primero. Keith Richards. Thomas De Quincey. Zammo. Pero en realidad fue Trainspotting lo que dio una vista panorámica al público británico (y al de todo el mundo) a las drogas duras. Danny Boyle hizo tan buen trabajo al adaptar la novela de Irvine Welsh a la pantalla grande, que la película definió a una generación. Desafortunadamente llegó en un momento en el que los británicos no sabían mucho de drogas; eso explica que me haya pasado mi adolescencia intentando convencer a mi mamá de que un poco de hachís no me provocaría una sobredosis ni evitaría darme cuenta de que mi bebé está muerto.

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Otra adaptación cinematográfica de un libro de Irvine Welsh se estrenó en Gran Bretaña este mes: Filth, una película de Jon S. Baird con James McAvoy como protagonista (quien seguramente bebió media botella de whisky cada noche para entrar en el personaje).

La adaptación que Baird hace del trabajo de Welsh es diferente a la de Boyle —la producción es más plana, más cinematográfica, con un tono hiperrealista— pero Filth es el género de película que te sacudirá durante mucho tiempo.

“James [McAvoy] me envió la foto de un tipo vestido como el personaje principal, Bruce Robertson, para Halloween”, declaró Welsh cuando le llamé por teléfono, unos días antes de esta entrevista. “Con los dedos en el aire, cervezas y el abrigo y todo eso. Me gusta crear esos momentos culturales, y no solamente un buen libro o una buena película que las personas verán y terminarán por olvidar”.

Actualmente Irvine Welsh vive y trabaja en Chicago. Orgullosamente escocés, autor de seis célebres novelas, cuatro colecciones de relatos (que comprenden al insuperable Acid House, 1994) y una serie de guiones, se muestra encantado con el éxito de Filth en la pantalla grande, y más que feliz de compartir con nosotros lo que piensa de Savile, la heroína y la independencia de Escocia.

VICE: Usted nunca se presenta como autor. ¿Cree que es por eso que su trabajo llega a un público tan amplio?
Irvine Welsh: Los escritores pueden acumular muchos conocimientos. Si escuchas constantemente a los clásicos, intentarás escribir cosas que lleguen a su altura, pero jamás será tan bueno. Pero si estás más comprometido socialmente, más activo, que salgas, te veas con amigos, tomes el transporte colectivo… Todo eso es importante.

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Supongo que usted todavía hace eso.
Sí, pero ahora en Chicago. Es importante también salir con cagapalos, personas interesantes, más que con personas que se sientan “cómodas”. Cuando uno envejece va cada vez más hacia la comodidad, pero hay algo en mí que se revela contra esta noción de confort.

Vi Candyman en Halloween; se rodó en Chicago…
¡Me gusta mucho esa película! Se filmó en Cabrini Green, que luego fue demolido. Era uno de los grandes barrios negros del norte de Chicago. La segregación racial dentro de esta ciudad se persigue, demolieron todo y desplazaron a todas las familias al sur. Odio la polarización étnica en Estados Unidos. Uno no la puede ver. Por donde vivo es un barrio de blancos. Y Chicago es una de las ciudades más multiétnicas del país, pero no lo es realmente; se trata de zonas de diferentes etnias pegaditas. Hay un gran mapa en internet que muestra EU según las etnias que conforman al país. Si miras Chicago, verás un hoyo enorme. Probablemente Sudáfrica durante el apartheid estaba menos dividida que lo que está Chicago.

Usted siempre ha sido un escritor político. Skagboys muestra la adicción a la heroína como una consecuencia de la decadencia industrial al norte del Reino Unido. ¿Es un fenómeno que a usted mismo le haya tocado observar?
Sí. No hay trabajo, acceso a la educación ni oportunidad de hacer una carrera, ninguna actividad deportiva o de esparcimiento, ¿qué queda más allá de la droga? La droga gana por default.

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Las personas tienen necesidad de intensidad…
Sí, tienen necesidad de intensidad, eso es lo que les aporta la droga, pero también de toda esa cultura alrededor de la droga, y del teatro en torno a eso. De lo que no nos damos cuenta es de que, por ejemplo, el lugar de trabajo es de alguna forma un teatro: hay proyectos a terminar, los compañeros con los que uno se relaciona, las promociones y sanciones, los noviazgos… Un lugar de trabajo es una multitud de relatos. Y si no los vives en el trabajo, los vives en la calle, en la economía subterránea: en la mierda, las pandillas, las armas, la policía.

Eso comienza como un niño que juega con sus amigos, y que no tiene nada más en qué gastar sus energías. Eso se encuentra directamente en la economía subterránea y en el pandillerismo: se convierte en un plan de vida bien trazado.

Y la pornografía —que es un elemento importante dentro de su obra—, pienso en Porno y Filth, ¿cómo entra esto en sus libros?
Otra vez: eso viene de un sentimiento de alienación y de la necesidad de intensidad. El consumismo moderno creó esta especie de zoológico extraño para circunscribirnos, pero dentro del cual no podemos permanecer. Nos transformamos como en un oso polar dentro de un zoológico que nada en círculos. Está evidentemente perturbado, porque no está en su entorno natural, y con nosotros es igual. Todos buscamos schadenfreude —la pornografía, hay mucha humillación—. Es lo mismo con disque concursos de talento, como X-Factor y todas las emisiones de esa calaña, y también con el asedio en internet: todo eso forma parte de una cultura que se perdió en el camino, que ya no sabe en dónde está.

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Alguien por ahí dijo que usted basó su personaje pedófilo necrofílico, Freddy Royle (que aparece en “Lorraine va a Livingston” un relato publicado en 1996), en [el presentador pedófilo echado de la BBC] Jimmy Savile. ¿Es verdad?
Sí, escuché las historias sobre Savile que contaban los empleados de hospitales, y yo no los había tomado en serio. Todo el mundo piensa que Savile era raro y un poco afectado. Recuerdo que mi padre veía Top of the Pops y decía: “Hay algo que le patina a ese tipo”. Y yo decía: “Sí, pero dices eso de todos los que tienen el cabello largo y que se visten raro”. Pero él insistía: “No, es más que eso”. Muchas personas parecían notar algo. Yo pensaba que sólo era un británico excéntrico, como hay muchos. Alan McGee habla de su encuentro con Savile, en su autobiografía, y él evoca el sentimiento de extrañeza que él le inspiró.

¿Quién lo inspiró para el personaje de Freddy?
Había escuchado todos esos rumores que decían que Savile era necrófilo y un trastornado sexual. Creí que se trataba de rumores infundados. Pero los rumores son siempre interesantes, así que creé a Freddy a partir de los rumores que yo escuchaba sobre Savile, pero yo no los creía. Ahora sí creo, evidentemente. Pero ya que soy escritor, no me inquietaba saber si estos eran verdaderos o falsos. Lo que me fascinaba era esa parte muy positiva y dulzona. Eso de que él fuera un presentador de televisión.

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La escena final de

Trainspotting

. Obviamente es un espoiler.

¿Usted cree que ciertas personas nacen malas?
Creo que las personas pueden nacer con una falta de empatía, con algunas diferencias mentales. Pero en general, pienso que son eventos, traumatismos que hacen que alguien se convierta en malo. Nacer en circunstancias desfavorables, ser golpeado, no tener reparos morales… En la edad adulta, nos dicen: “Escucha, ya eres adulto, esperamos que hagas buenas elecciones”. Creo que es justo.

Escribí el prólogo de una nueva edición de Naranja mecánica, de Anthony Burgess. Kubrick basó la película en la versión gringa del libro, que omite el último capítulo, el cual era muy británico, muy pragmático. Así que la versión gringa es más maniquea: existe el bien y existe el mal.

Sí. ¿Cree que personajes como Begbie de Trainspotting resuenen más entre el público de ahora que, digamos, Mark o Spud? ¿Piensa que la amenaza está cambiando? ¿Que en lugar de rechazados sociales como en los noventa ahora hay agitadores y grupos de protesta violentos?
Creo sobre todo que hay mucha apatía. Los chicos de ahora se quedan en la casa, sobre el sillón, a jugar videojuegos y ver la televisión. Es el hijo de alguien. Puede ser que haya dejado la escuela, o que se haya graduado pero que no encuentre trabajo. Puede tener 30 años y es invisible porque, contrariamente a Mark y Spud, no tienen vida social. Los chicos visibles, que recorrían las calles e iban de pub en pub han desaparecido.

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Muchos de los pubs en Leith cerraron. Uno ya no ve pubs con gente mayor. Ya no se pueden permitir ir al pub, y ahora se quedan sentados en sus casas, van al supermercado, y regresan a beber a sus casas porque es más barato.

¿Está a favor de la independencia de Escocia?
Pienso que es parte integral de la oposición a treinta años de neoliberalismo. Reino Unido, ese estado hegemónico e imperialista, no está en posición de responder a las aspiraciones de Escocia, que quisiera ser un estado socialdemócrata del norte. Entonces todo parte de ahí, el fin del imperio británico, el declive industrial, todas esas cosas que han mantenido unidas a estas naciones que constituyen Gran Bretaña.

El fin del estado providencial, el fin de los servicios de salud públicos daría como resultado la radicalización de la cruz de St George. El Partido Nacional Británico y el Partido de Independencia del Reino Unido son resultados de esta lucha. Políticamente ha habido una tendencia a la derecha. Pero la ceremonia de los olímpicos de Danny Boyle dio a saber otra cosa: la defensa de una Inglaterra ambiciosa y multicultural.

¿Por qué se mudó a Chicago?
Por razones familiares, realmente. Mi mujer es de acá; habíamos vivido en Londres y Dublín. Siempre teníamos un pie en Chicago, y regresábamos seguido. Tengo más trabajo acá, en Estados Unidos, que en Leith.

¿Todavía es capaz de escribir sobre temas que le interesaban antes?
Verás, tengo un departamento en Miami y la criminalidad ahí es muy alta. La historia de mi siguiente libro, que saldrá en mayo, sucede en Miami. Los dos narradores son estadounidenses. Miami me inspira más que Chicago. [Chicago] es una ciudad vieja, con muchas tradiciones, mientras que Miami es una ciudad de inmigrantes, y eso hace que mi voz sea tan pertinente como la de cualquiera que viene y baja de un barco. Es realmente diferente de todos los entornos a los que he ido, es tropical, es una ciudad muy loca.

¿Se ha arrepentido de haber elegido la vida? ¿No extraña la época en la que se emborrachaba como si  no hubiera mañana?
Cada cosa en su momento. Si me daba una raya de coca hace quince años, decía: “Voy a salir y a hacer una pendejada”. Ahora si me ofrecieran diría: “Verga, no voy a poder dormir si me la doy, y mañana me voy a sentir muy mal”. Ya ni siquiera soy un gran bebedor. Pasé mucho tiempo bebiendo y consumiendo drogas; era casi como una defensa contra estar sobrio. Cuando uno envejece, uno empieza a pensar de la siguiente manera: “No me quedan muchos días como para perder dos”. Pero en términos de escritura, esos años de formación serán siempre los más interesantes para mí. Aquellos años me formatearon por el resto de mi vida.