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Los rebeldes de Libia

Viajando con los adolescentes rebeldes de Libia

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CORRIDA POR LA LIBERTAD

Viajando con los revolucionarios adolescentes de Libia

Por Shane Smith
Fotos por Tim Freccia

Shane a bordo de un antiguo crucero convertido en ferry revolucionario de camino a Misrata.  La primera vez que fui a Libia, en 2010, me arrestaron a los dos días de haber llegado. Al filmar un documental para VICE, me detuvieron por grabar donde las autoridades consideraban que no debía hacerlo, y comenzó asi la inerminable ronda de preguntas, gritos empátics, gestos de incredulidad ante mis recmlamos de inocencia y, por supuesto, las implicaciones de que yo era un espía. Cuando finalmente me liberaron, juré que nunca refresaría a la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista, su nombre oficial. Pero esa promesa fue roca con prontitud, y me encontré de vuelta en el país casi exactamente un año después, en medio de una caótica y violenta revolución. En muy pocas ocasiones se tiene la oportunidad de vivir la historia, experimentar una revolución de primera mano en toda su horrenda gloria. Y es horrenda. Comunicaciones esporá- dicas y desordenadas, infraestructura dañada y derrumbándose en medio del movimiento, electricidad intermitente, comidas con poca frecuencia, el retumbante y grave sonido de la artillería lejana y el agudo ruido del fuego de ametralladora cercano aseguran una dosis constante de adrenalina. En su mejor punto, es un caos organizado y, en su peor estado, un caos anárquico. Observar la lucha por la libertad contra uno de los dictadores más tiránicos de la historia reciente tiene que ser uno de los momentos más inspiradores de mi vida. No muchas personas vieron venir la Primavera Árabe. Pasé muchísimo tiempo en el Medio Oriente y hubiera apostado grandes sumas de dinero a que un levantamiento generalizado nunca hubiera sucedido en la región, así que, cuando la rebelión hizo erupción a principios del año en Túnez y Egipto, seguía dudando de que pudiera esparcirse a Libia. Gaddafi tenía demasiado poder, control y dinero como para que la gente pudiera desafiarlo. Mientras escribo esto, las fuerzas rebeldes han entrado a Trípoli e invadieron el cuartel de Gaddafi. Andan cazando al coronel para que pueda ser juzgado por crímenes de lesa humanidad o para ofrecerle un camino seguro hacia el exilio. Mi segundo viaje a Libia fueron dos semanas de viajar de la frontera egipcia hacia Bengasi y, después, al frente, a las líneas en Misrata, uniéndome a distintos grupos rebeldes en el camino. Me sorprendió lo jóvenes que eran muchos de ellos. Apenas habían salido de la pubertad, y, peleando con cualquier cosa que encontraran —un tipo traía un arpón— mostraron tanto heroísmo y valentía que normalmente terminaba con los ojos llorosos cuando hablaba con ellos. Un rebelde con el que hablé acababa de salir del hospital esa misma noche —a pesar de haber perdido una pierna— para regresar de inmediato al frente. Una ONG le ofreció un vuelo a Alemania y una prótesis, pero, en lugar de eso, se escapó del hospital para regresar con sus camaradas. Más adelante, conocí a otro grupo que acababa de regresar del frente entre Trípoli y Misrata. La mayoría eran adolescentes de Bengasi. Había 68 que habían llegado juntos. Para cuando los alcanzamos, ya sólo quedaban 35. A pesar del alto número de víctimas, seguían optimistas. Pero la gran pregunta que pesaba sobre todas las acciones era: ¿por qué están peleando?” Todos a los que le pregunté —banqueros, tenderos, estudiantes, albañiles, ingenieros petroleros y ex seguidores de Gaddafi— ofrecían la misma respuesta: respuesta: “Libertad”. Era como el final de Braveheart cada vez que un rebelde me veía a los ojos y lo decía. Un chico de 16 años me dijo: “Voy a morir para que otros respiren aire libre”. Algo muy serio para un adolescente, en especial cuando la mayoría de los rebeldes no conoció un sistema político fuera del gaddafismo. Arriesgar tu vida por la libertad es una cosa, pero arriesgarte por el concepto de libertad es algo completamente distinto. No estaban peleando por la ley sharia ni para convertirse en mártires. Y no estaban peleando por el islam ni contra Occidente. Estaban tratando de derrocar a un hombre que, en las últimas cuatro décadas, patrocinó a casi todas las organizaciones terroristas del planeta. Un hombre responsable de hacer explotar aviones, la bomba de Lockerbie, el vuelo UTA 722; ordenó, además, múltiples asesinatos, robar la mayoría del petróleo y, por ende, la riqueza del país para él y su familia, convirtiendo a Libia en un estado policial y paria internacional. Los jóvenes estuvieron dando sus vidas para librar a su país de este malvado dictador y así, simplemente, “poder ser como todos”.” Casi todos los edificios quitaron las banderas tricolores de Gaddafi para mostrar apoyo a la revolución. En muchos casos, las banderas de Francia, los primeros en abastecer a los rebeldes de armas; Qatar, que apoyó financieramente y con gas; Alemania, que participó con los ataques de la OTAN, y Estados Unidos ondeaban en el aire. Cuando pregunté por qué estaba en alto la bandera estadounidense —recuerden que este es el país donde probablemente hubo más propaganda antiestadounidense en los últimos cuarenta años—, me contestaron que Estados Unidos era libertad. Cuando finalmente llegamos a Misrata, estaba rodeada de las tropas de Gaddafi y sólo era accesible por mar. Lentamente, llegamos al frente, deteniéndonos periódicamente para platicar con los rebeldes. Conocí a un chico de quince años que preparaba un camión de misiles Grad para un enfrentamiento. Muy emocionado, me dijo que si le podía pedir nuevas armas a Obama y a Clinton para poder derrotar a Gaddafi y cumplir así su sueño de jugar con Miami Heat o los Mavericks de Dallas. Mientras hablábamos, caí en cuenta de todo lo que había cambiado en un período tan corto: esta era una Libia distinta de la que había conocido el año pasado, un país completamente nuevo. Ver esta clase de valentía y convicción de cerca te hace darte cuenta de que cualquier cosa es posible y de que, de hecho, podemos cambiar nuestro futuro. Podemos escribir nuestra propia historia. De hecho, tenemos que hacerlo.
Muchos de los que lucharon por la libertad apenas iban saliendo de la pubertad.
En la relativa seguridad de la capital rebelde de Bengasi, no pudimos evitar darnos cuenta de que las tropas le ponían mucho más esfuerzo a los uniformes que sus compañeros en el frente.
Un rebelde en el frente que nos pidió que le dijéramos a Gaddafi que iban por él. 
Después de perder una pierna, este tipo se escapó del hospital para regresar a la pelea. Les aseguro que no se quieren meter con él ni con su arpón.
“ “Lindo” no se suele utilizar para describir a jóvenes árabes que usan balas como joyería, pero Abdul Salam Faituri, aquí fotografiado, es lindo. 
Nuestra escolta de 11 años de edad, quien nos guió por las tétricas calles de Misrata.