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La paradoja del Zócalo: Policía reprime en nombre de la libertad

Con fuerza fría, la Policía Federal desalojó a maestros disidentes de la Plaza de la Constitución antes del primer grito de independencia de Enrique Peña Nieto.

Fotos por Alejandro Mendoza.

¿No pudo haber ocurrido de otra manera?

Después de semanas y semanas de marchas, tomas, plantones y “empujones” entre maestros y las autoridades de la Ciudad de México, este viernes el conflicto entre el magisterio y la agenda de reforma de Los Pinos llegó a un clímax.

A las 4:15 de la tarde, como lo habían advertido desde temprano, elementos de la Policía Federal entraron al Zócalo de la ciudad y barrieron el plantón de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de Educación, CNTE. Todo en nombre de la celebración de la Independencia de México, una lucha armada que se suponía nos libraría de la opresión.

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Fue una operación de fuerza fría, con violencia de parte de granaderos y de encapuchados, y sobre todo, con un ambiente de tensión, miedo y tristeza entre los capitalinos que se encontraban en el Centro Histórico, a dos días de la celebración del Grito de Independencia.

“Vamos a hacer lo que tengamos que hacer”, anunció Manuel Mondragón y Kalb, Comisionado Nacional de Seguridad de la Secretaría de Gobernación, horas antes. Y así fue, aunque la batalla empezó con una inquietante calma.

Minutos antes de las 4PM —el ultimátum del gobierno para desalojar la plancha del Zócalo— Eduardo Sánchez, vocero de seguridad de la Secretaría de Gobernación, salió al aire en Milenio TV para anunciar con una voz de amabilidad que todo iba bien, que los maestros de la Sección 22 de la CNTE de Oaxaca se retiraban de la zona sin problemas. Y por unos minutos, parecía que no iba haber ningún pedo.

Luego, a las 4:15 entró la tira. Para eso entonces, muchos de los aproximadamente 900 maestros que quedaban en el Zócalo ya habían dejado el plantón y se juntaban sobre la calle de 20 de Noviembre. Ahí es donde empezaron los primeros enfrentamientos.

EMPIEZA LA BATALLA

Reporteros de VICE México llegaron a la zona por Eje Central unos minutos antes de que se cumpliera el ultimátum a los maestros. Las calles estaban silenciosas y vacías. Acercarse más al Zócalo no fue fácil. En cada calle había un muro de granaderos dejando salir a la gente; sólo salir. A las personas que intentaban entrar se les decía: “Ya no hay acceso; esta es zona de riesgo”.

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En un local de instrumentos de música sobre la calle Bolívar, un locatario que prefirió no dar su nombre, dijo que las manifestaciones de los maestros han afectado sus ventas, pero aún así, dio su apoyo a la CNTE en el movimiento contra la Reforma Educativa del gobierno priísta de Peña Nieto.

“Pues hacen mucho desmadre”, dijo el señor, sobre los manifestantes. “Pero están protestando por sus derechos y pues a mi local no le han hecho nada. A veces me toca ver cuando se pelean, y está muy mal, no es parejo. Esa no es manera de tratar a la gente. Además estos son profesores”.

En la calle 5 de Mayo, se encontró un segundo bloqueo. Esta vez impenetrable. Atrás del muro de granaderos había un enorme cardumen con escudos y cascos. Frente a este grupo, varias personas enojadas intentaban convencer a los granaderos de dejar los escudos y unirse a la lucha de los maestros.

"Es un error si pretenden golpear a una sola persona”, decía uno. “Esa gente lucha por nuestros hijos, por los suyos y por los nuestros, por los de todos los mexicanos […] Piensa antes de usar tu macana. Sé que tienen que seguir órdenes pero también tienen derecho a decidir, cuando les dicen que hagan algo inmoral […] Pueden dejar sus escudos y sus toletes y ya […] El pueblo también estaría para defenderlos a ustedes”.

Atrás de quienes gritaban, varias personas con lágrimas escurriendo veían el humo del Zócalo a lo lejos. Le preguntamos a una señora por qué lloraba y si necesitaba algo.

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“No. Es sólo la impotencia. Son los únicos que se atreven a levantar la voz en este país, y mira”.

“Yo también soy profesora”, continuó. “Enseño en una primaria de Iztapalapa, y me siento impotente porque no puedo hacer nada por mis compañeros. Además hay mucha prensa amarillista. Por ejemplo oímos a unos estúpidos que decían ‘Están bien armados con palos’, por Dios, ¿cómo pueden decir semejante cosa? Además si lo hacen aquí en el centro de la ciudad lo van a hacer en todas partes, son puras pendejadas”.

A una cuadra del Zócalo, en una barricada de los maestros, empezó un choque: frente a nosotros los maestros, atrás los granaderos. Se escuchaban explosiones de diferentes lados, varias fogatas de conos y lonas en fuego, algunos grupos pequeños de gente con cubrebocas corrían con lacas y palos. Del Zócalo, sólo se veía el humo.

En la barricada, un maestro expresó con burla: “Estamos esperando a esos putos, pero na’ más no llegan”.

LOS “ENCAPSULADOS”

Por las cinco de la tarde, imágenes escalofriantes emergieron desde Eje Central. Ahí, entre las calles de 16 de Septiembre y Venustiano Carranza, se veía cómo elementos policiales con escudos y macanas acorralaban a un centenar de personas en momentos de pleno terror. Maestros se arrodillaban y subían las manos en signo de sumisión. Estaban atrapados.

Las imágenes recordaban enfrentamientos en la historia de otros países donde gente atrapada de esta manera termina desaparecida o fusilada. El viernes, este grupo de personas incluyó a los dirigentes de la Sección 22 de la CNTE, como el maestro Rubén Núñez, quien a una hora antes, explicaba en las televisoras que los maestros no buscaban enfrentarse con violencia a las autoridades.

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A estas personas, según los medios, luego los dejaron salir del acorralamiento.

Mientras la PF empezaba a limpiar el Zócalo, encapuchados —algunos identificados como anarquistas— tiraban piedras y bombas molotov hacia las filas de elementos que avanzaban fuera de la plaza sobre las calles principales del Centro Histórico. Enfrentándose con ellos, tanquetas azules tipo militar de la Policía Federal dispararon agua de alta presión hacia los manifestantes, varios de ellos con tubos y palos.

Desde arriba, helicópteros de la policía lanzaban bombas de gas lacrimógeno. El miedo y el caos eran palpables.

AHORA, LA FIESTA

Sobre una calle tranquila, encontramos a un joven con un vaso rojo de plástico lleno de chupe. “¿Cómo ves todo este desmadre?”, le preguntamos.

“Ya era hora”, dijo. “Yo tengo un bar ahí en el Zócalo y ya llevan meses echándome a perder el negocio. Destruyeron el Centro. Pinches güevones que no trabajan ni 20 horas a la semana y nada más vienen a hacer desmadres y a afectar a los que sí trabajamos”.

Era claro que estaba en otro rol. “¿Estás a favor de que los saquen?”, le preguntamos. “Por su puesto. Ya estuvo bueno”.

“¿Aunque sea con bombas de gas?”

“Nah, ¿cuáles? Son puros fuegos pirotécnicos”.

Dejamos al chavo con el vasito de fiesta y seguimos caminando hacia una salida del desmadre.

Todo acabó en menos de un par de horas, una operación exitosa, por decirlo así, desde la perspectiva del gobierno peñista. Al final, la cifra fue de 45 heridos, según la policía del Distrito Federal, y al menos 20 personas detenidas.

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Sin que terminaran de extinguirse las fogatas improvisadas sobre el Zócalo, Los Pinos ya invitaban a los medios al Grito de Independencia. Milenio TV mandó a uno de sus locutores amaestrados a la Plaza de la Constitución para darle un toque “en vivo” a su cobertura. En el segundo plano de sus transmisiones, maestros y civiles en general abucheaban y gritaban al micrófono “¡Gobierno represor!” y arruinaban la toma al reportero.

Antes de salir del último bloqueo, en Eje Central, nos encontramos a otra persona en la banqueta. Nos vio con las cámaras y se nos acercó.

“Yo soy maestro, vengo de Oaxaca”, dijo Marco Ramírez. “Llegué hace una semana. Las manifestaciones habían estado bien; habían sido pacíficas, eso no se vale. Además, ¿qué nosotros no somos mexicanos, no tenemos derecho a dar el grito?”

Por la tarde, los maestros se reagruparon en el Monumento de la Revolución. Parece que Peña Nieto dará su primer Grito en el Palacio Nacional después de todo. Pero los maestros no parecen rendirse.

“Ahorita nos vamos a replegar. Cada quién se va a ir por su cuenta pero vamos a regresar. Vamos a volver al Zócalo después del Grito. Esto no se ha acabado”.

Esta nota fue elaborada por José Luis Martínez, Alejandro Mendoza, Mauricio Castillo y Daniel Hernández.