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Sexo

No puedo dejar de cagar

Todo empezó durante mi segundo año de preparatoria, yo sospecho que tuvo que ver con mi decisión de tener sexo anal con mi novio de ese entonces, a quién lo llamaré Jay.

Foto vía Flickr, usuario Elvert Barnes.

En pasados años he estado sintiendo incontrolables ganas de cagar. Sé lo que estás pensando: TODOS CAGAN. Pero nadie caga tanto como yo. No lo puedo controlar, cuando tengo que cagar, TENGO que cagar.

Todo empezó durante mi segundo año de preparatoria, yo sospecho que tuvo que ver con mi decisión de tener sexo anal con mi novio de ese entonces, a quién lo llamaré Jay.

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Hubo mucho jugueteo durante un tiempo, pero nunca tuvimos sexo. Yo no estaba lista para tener relaciones sexuales, además, las pastillas anticonceptivas eran muy caras y yo era alérgica al látex.  Una noche de cachondeo con Jay, me vi con ganas de querer más…¿qué tal probar pero por otro lugar?

Entre bromas y seriedad me contó que el sexo anal abre el intestino y funciona como limpieza intestinal, acelerando el metabolismo e incluso ayuda a perder peso.

“Y además te gustan las nalgadas,” me dijo.

Debo mencionar que si lo haces correctamente y con cuidado –usando lubricante y sin hacerlo tan fuerte– el sexo anal no causa incontinencia.  Pero yo no me he hecho un chequeo con un doctor para saber si mi problema de cagar se deriva por mis relaciones sexuales anales de preparatoria –quizás no he ido al doctor porque no he encontrado la manera de decirle lo que sucedió y porque cada vez que voy es para un chequeo de asuntos “femeninos”.

Todo lo que sé es que justo después de que Jay y yo empezamos hacer el amor por un lugar muy poco placentero, empecé constantemente a pedirle a mi maestra que me dejara ir al baño. Para un estudiante normal, aguantarse las ganas de ir al baño no era un reto pero desafortunadamente mi sistema digestivo no era el de un estudiante de 16 años de edad.

Madame Richards,” lo dije en mi mejor intento de francés. “¿Puedo usar le toilette?”

Cuando regresé al salón, la Sra. Richards miraba el reloj y se veía enojada.

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“¡Siete minutos! Hablaremos después de clase.” me dijo.

Después de que el último estudiante salió del salón, ella cerró la puerta y me dijo que estaba preocupada por mí.

“¿Por qué?”estúpidamente respondí.

“Por la manera en que interrumpes la clase a cada rato. ¿Esperas que te crea que vas al baño a la misma hora cada día?”

“Pues sí, eso es lo que hace la gente.”

No me dejaba salir del salón y seguía acusándome de que me salía de clases para verme con mi “noviecito”, hasta que finalmente le grite:

“¡Tuve que cagar!”

“Excusez-moi?!

“Sí, tenía que cagar.” Y me veía confundida mientras más le explicaba.

Después de graduarme de la preparatoria, mi novio y yo terminamos nuestra relación, pero las relaciones sexuales que tuve después no mejoraron mi sistema digestivo. Solo supe como mentir mejor.

En restaurantes, iba al baño después de las entradas y antes del platillo fuerte y antes del postre. Mis compañeros de cena me aconsejaban no tomar tantos líquidos, y yo respondía que tenía problemas con mi hidratación. Después de la clase de yoga salía corriendo para ser la primera en usar el baño. Mis maestros me aconsejaron aprender a respirar profundo y yo les decía que tenía prisa y tenía que irme. Mi jefe me preguntaba si me podía esperar hasta mi hora de comida para usar el baño, yo le mentía y le decía que tomé un refresco en camino al trabajo y tenía que ir al baño de emergencia. Mi madre me aconsejó grupos de apoyo en bulimia, yo le echaba la culpa a un malestar estomacal y decía que era la comida mexicana que comí.

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Cuando cumplí 20 años pude haber publicado un libro lleno de anécdotas y experiencias de mi vida en el baño. Aprendí como salirme de cualquier situación, cambiar el tema y evitar ser interrogada. Las únicas ocasiones donde no funcionaban mis mentiras eran en citas con chicos.

Recuerdo una cita en particular. Estábamos sentados en una mesa con velas entre nosotros y sus ojos brillaron con ese brillo que dice “esto sí está funcionando”. Y cuando eso sucedió, fue horrible. Yo había comido solo mitad de mi sopa y ya sentía el rugido en mi estomago. Pensé rápido, saqué mi iPhone y fingí una llamada.

“¡Tengo que tomar esta llamada!” le dije.

En camino al baño, me di cuenta que sería una pesadilla seguir saliendo en citas y tener que inventarme estas mentiras.

Dos meses después él me preguntó si yo estaba vomitando mis comidas. Le dije que no y culpé a mi “rápido metabolismo” y ahora él ya se acostumbró a mis hábitos. Empecé por mantener la puerta abierta para que viera que estaba cagando y no vomitando (eso nos hace una relación seria, ¿no?) Me gusta pensar que él aceptó mi incontinencia como la manera que otros aceptan las fallas en su pareja.

Un día de estos le diré la verdad a mi doctor.