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Fotos por Hans-Maximo Musielik.

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La solidaridad ciudadana en la primera noche después del terremoto en la CDMX

Son amas de casa, albañiles, oficinistas, estudiantes, comerciantes, profesores, empresarios, médicos, desempleados.

Minutos después del sismo que devastó decenas de edificios en la Ciudad México y que provocó —hasta el momento— cerca de 100 fallecidos en la capital, miles de personas acudieron a brindar su ayuda a las zonas afectadas. El objetivo principal: rescatar a gente con vida de entre los escombros.

Los voluntarios, provenientes de todos los puntos de la ciudad e incluso buena parte del Estado de México y otras entidades, han cubierto uno a uno los puntos en donde se requiere auxilio. No hay zona de desastre que no este cubierta por cientos de ellos.

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Son amas de casa, albañiles, oficinistas, estudiantes, comerciantes, profesores, empresarios, médicos, desempleados. Hay de todas las profesiones y de todos los niveles socioeconómicos. Aquí no hay distinciones. El terremoto también colapsó las diferencias entre unos y otros.

¿Por qué están aquí? Por amor a su país. Por ayudar a sus hermanos mexicanos. Por altruismo. Porque hay que hacer algo. Porque ni modo de quedarnos con los brazos cruzados. Porque es mala onda no apoyar. Porque hoy por ellos, mañana por nosotros. Porque no vamos a dejar a los afectados solos. Porque vamos a salir de ésta. Porque somos más grandes que esta tragedia.

Cargan, organizan, distribuyen, gritan, callan, aplauden, caminan, corren, asisten, animan, contribuyen, socorren, protegen, descansan, trabajan, duermen, despiertan, lloran, ríen, festejan. Todo con la esperanza de que el siguiente cuerpo que salga de entre las toneladas de concreto aún respire.

Éstas son algunas de sus historias.

Aline Torres vive cerca del aeropuerto, llegó sola al derrumbe que se registro sobre Viaducto casi esquina con Monterrey. Tiene 29 años, porta un casco, un chaleco que la identifica como brigadista y el polvo cubre buena parte de su ropa. Lleva más de ocho horas participando en las labores de apoyo a los afectados.

—¿Tienes algún tipo de preparación en remoción de escombros?

—No, pero tengo voluntad y amor por este país. Pongo mis manos para lo que se necesite y me indiquen.

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—¿Qué es lo más fuerte que te ha tocado en estas horas?

—La desesperación de saber que hay gente aún con vida abajo de los edificios que se cayeron. Pero hace cinco minutos logramos rescatar a alguien y eso motiva.

Cuando rescataron a la persona de la que habla Aline, cintos de brazos se levantaron y aplaudieron con la satisfacción de haberle ganado, entre todos, una batalla a la muerte.

Jaqueline tiene 53 años y vive en el sur de la ciudad. Llegó por la noche a la esquina de Álvaro Obregón y Valladolid en el coche de su esposo con dos ollas de café y varias charolas de pan dulce. La acompañan su hija de 25 años y su sobrino de 14. Recorre de un lado a otro uno de los lugares más devastados por el sismo ofreciendo lo que trae.

"Yo creo que una bebida caliente y un pancito relaja a los rescatistas y también les da más fuerza para seguir. Es mi forma de ayudar. Perdí gente muy valiosa en el sismo del 85 y eso me motivó a venir".

Dainiz es estudiante. Tiene 25 años y llegó desde San Juan de Aragón hasta la esquina de Medellín y San Luis Potosí, donde las labores de rescate se mantienen desde hace horas. Ademas de los víveres que trajo, reparte cubre bocas entre los voluntarios, soldados, policías y periodistas que antes de que llegara se cubrían del polvo con sus playeras.

"Me animé a venir después de ver cómo estaba sufriendo la gente. Me puse en sus zapatos y yo quisiera que si algo así me pasara, también me ayudaran", dice mientras un perro labrador usado para labores de rescate ladra, señal de que ha sido encontrado un cuerpo. Los cuerpos de auxilio piden silencio para identificar posibles sollozos de ayuda.

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La oscuridad de la noche estorba a las personas que pretenden acercar los víveres a aquellos que los necesitan. Las luces de los autos y las lámparas de mano poco ayudan para organizar los cientos de productos que han llegado. El alumbrado público es deficiente, pero a pesar de ello los trabajos ciudadanos no se detienen.

En otro punto pasa todo lo contrario. Potentes luces que necesitan una planta de luz para funcionar, alumbran de manera perfecta a los que desde hace horas cargan una pala o un pico, esperando a que el Ejército Mexicano les de luz verde para ir quitando el cascajo regado por la calle. Algunos acusan a los militares de no hacer lo suficiente para encontrar personas vivas y se quejan por no ser tomados en cuenta. Están ansiosos por ayudar.

Iván estudia la universidad. Viven el norte del Estado de México. Publicó una historia en Instagram sobre lo sucedido y pidió a sus vecinos que llevaran acopio par que él fuera a entregarlo. De inmediato la ayuda llegó.

Ahora, lo acompañan 10 de sus vecinos y Negruras, su perrita rottweiler que obedece todas sus órdenes. Es la mascota de la brigada vecinal. Otros voluntarios la acarician cuando pasa a su lado.

"Estábamos jugando frontón en el barrio y de pronto dijimos por qué no vamos a apoyar a la gente de las colonias que sufrieron daños por el terremoto y así fue como llegamos aquí. Vamos seguir por ayudando otro rato, recorriendo otras zonas".

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Vladimir llegó de la misma colonia Roma para compartir con sus vecinos que los necesiten. Acaba de entregar dos botiquines armados con gasas, vendas y equipo de curación. Otros vecinos se los dieron y él los llevó hasta ese punto.

"Todos somos solidarios aquí en las colonias y en la calles aledañas", dice al mismo tiempo que sale de la zona afectada un camión de bomberos entre aplausos.

Diego tiene 12 años. Acompaña a su papá a entregar agua a los voluntarios y a las brigadas médicas que se han formado. Se para en la puerta de la combi y ofrece el líquido a cualquier persona que pase.

Gustavo, padre de Diego, manejó desde Tlalnepantla, Estado de México, para ofrecer 500 litros de agua a aquel que lo necesite. No esperó a que sus vecinos se los donara. La ayuda urgía y por eso fue a comprarlos a una tienda de autoservicio cerca de su domicilio.

"No queremos que la gente esté trabajando sin una gota de agua. Esto hacemos por humanidad y porque es apoyar con nuestro granito de arena, porque a pesar de tanto dolor esté terremoto no nos va a derrumbar".

La madrugada y las horas de trabajos hace estragos en los cuerpos de los voluntarios. Unos se sientan en la banqueta, dormitan. Otros los relevan. Otros parecen tan frescos como en el primer minuto en que llegaron. Algunos buscan sin éxito señal de internet en sus celulares para subir videos o comunicarse con sus familiares.

La mayoría se ven cansados, cada vez les pesan más los botes rellenos de concreto que pasan de mano en mano. Cada vez los golpes de las palas y los picos sobre los escombros causan más fatiga. Pero en pocas horas han aprendido a trabajar en equipo y respetar sus propios reglas. Se respetan, se apoyan y hasta se han organizado en turnos para estar siempre alertas, saben que su labor puede salvar vidas. Al amanecer llegarán más.

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