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Μodă

Psychic Chic: un día con Genesis P-Orridge

De tiendas con Genesis P-Orridge.

Le compramos a Genesis esta capa negra en un mercadillo de Brooklyn. Tiene planes de decorar la espalda con un parche de motorista.

Como editora de moda de la edición norteamericana de esta revista, con mucha frecuencia tengo que acarrear pesadas bolsas llenas de ropa a lo ancho y largo de Nueva York y hojear catálogos de prendas que Nathan Barley no usaría ni como soga para ahorcarse de la barra de un armario. En consecuencia, cuando tengo tiempo para ir de compras por mi cuenta a veces me siento como si estuviera trabajando. Ir de tiendas con amigas también es difícil, porque no entienden que ya he rebuscado docenas de veces en todo lo que hay en los estantes. Prefiero no vagar por el SoHo durante ocho horas mientras a mi lado los turistas caminan con los mismos zapatos que yo he tenido que comprar.

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Genesis siempre se llevará el primer premio en nuestros corazones.

Hace un mes la situación me llevó a pensar: si pudiera irme de trapitos con alguna persona concreta, ¿quién sería? Por una vez, ¿lo disfrutaría? Unas semanas más tarde, una amiga me llamó para preguntarme si quería ayudarla a elegir un vestido nuevo y le confesé mi dilema. Por alguna razón, la conversación derivó en Genesis P-Orridge, más concretamente en aquella vez que le dijo a Ian Svenonius que podía hacerle parecer como ella por sólo 50 dólares. Una vez colgamos, abrí mi laptop, googleé hasta encontrar información de contacto con su agente de publicidad y escribí un email preguntando si le apetecería a Gen emprender conmigo un zafarrancho de tiendas a cargo de

Vice. Algo más tarde me entró el pánico. Le había pedido a la pandrógina persona con dientes de oro que fundó Throbbing Gristle y Psychick TV que fuera mi coleguita durante un día entero comprando mierda que no necesitábamos. ¿Se mosquearía y me echaría un maleficio con una cruz psíquica? Por fortuna, el suspense no duró mucho. Al día siguiente recibí un email de Genesis: la idea le atraía mucho. Nos estuvimos intercambiando emails durante toda la semana, y ella me avisó de que había dejado de intentar parecer a la moda después de que le diagnosticaran diabetes (consecuencia de haber contraído un parásito durante una visita a su querido Nepal). Pero necesitaba que le hicieran unos parches motoras y quizá podría comprar un nuevo par de botas, así que concretamos la fecha.

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Genesis con su cojín favorito.

Días después llamé a su puerta. Se abrió y allí estaba ella, con su melena rubia oxigenada, chaleco tejano, camiseta negra, vaqueros lavados a la piedra y zapatillas deportivas Supra. Al principio las cosas fueron un poco incómodas (probablemente tuvieran algo que ver el fotógrafo, los dos cámaras y el productor que vinieron conmigo), pero intentamos charlar con desenfado mientras nos enseñaba sus apreciados chalecos de motora. Esperando al ascensor pude notar que estaba incómoda, pero no perdió la cortesía ni un momento. La auténtica prueba a su tolerancia sería el trayecto hasta un mercadillo en Brooklyn. Hice algunos intentos de entablar conversación. Le pregunté por su edificio, en su mayor parte ocupado, según pude ver, por judíos hasídicos. Genesis me dijo que todos los niños le tenían miedo, y que al principio, cuando se mudó allí, la gente era más agradable porque creían que era una mujer "real". Detecté un poso de tristeza en su voz y no pude evitar fijarme en la gente, que no nos quitaba la vista de encima mientras salíamos del edificio y nos acomodábamos en la furgoneta que habíamos alquilado.

Intentamos regatear con el dueño de esta cabeza de oso, pero no hubo manera. El tío no se apeaba de los 350 dólares que pedía y no dejaba de decir, "¡Pero mirad lo guapo que es!" Menudo gilipollas.

De camino a Brooklyn le pregunté de manera casual por un tatuaje suyo que mostraba un guante de cuero con una enfermera encima. Me dijo que era un homenaje a su fallecida esposa, Lady Jaye, que trabajó tanto de enfermera como de dominatrix. La sensación de incomodidad dentro del vehículo aumentó como una bola de nieve cayendo por una ladera a medida que Genesis nos contaba la historia del funeral de Lady Jaye, en concreto el pasaje en el que describió su cremación a bordo de una barca a la deriva en el río Bagmati. "Fue una hermosa despedida", se me ocurrió decir; muy posiblemente, la cosa más tonta que haya soltado en mi vida. Genesis ignoró mi comentario y siguió desgranando los dolorosos recuerdos que mis inocentes preguntas le habían devuelto a la mente. Con buen pie habíamos empezado. Mientras aparcábamos cerca del mercadillo de Fort Greene, poco a poco empecé a sentir como si Genesis fuera una de las mejores amigas de mi madre en vez de alguien que llegó a crucificarse en directo como parte de una de sus performances. Caminamos por el lugar, rebuscando entre noveluchas eróticas de los años 60 y unas medallas de tela de escuela primaria que, por alguna razón, parecieron interesarle. Entonces vio una cabeza de oso. Gen (ahora ya me siento lo bastante cómoda como para abreviar su nombre) la quería para una exposición que tenía en perspectiva. Regateamos con el gilipollas con pinta de leñador que vendía la cabeza, pero el tío no aflojó. En su lugar nos decidimos por una capa de terciopelo al estilo Liberace y varios ejemplares de los años 70 de Penthouse. Felices con nuestros tesoros, decidimos celebrarlo con un poco de champán.

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Brindamos por ti, Gen.

Conseguimos una mesa en un restaurante italiano cercano y pedimos dos botellas de espuma y burbujas. Todos, por fin, empezamos a relajarnos. Escuché a Gen recordando cosas de su pasado. Estaba su padre, que conducía motocicletas en el ejército británico; un hombre que nunca aprobó su estilo de vida. Las últimas palabras que le dirigió a Gen fueron, "Me decepcionas". Luego estaba su madre, que falleció el año pasado. Ella le aceptaba un poco mejor, aunque no fuera exactamente un apoyo: en los últimos 30 años sólo contactó con Gen una vez. Nuestra conversación dio un extraño giro cuando habló de su devoción por la santería. Gen es una olorisha, una sacerdotisa oficial de esa religión. Se explayó acerca de varios rituales y después me explicó el significado de la muñeca de tamaño natural que mi abuela tuvo años atrás sentada en su apartamento. Yo siempre me había hecho preguntas sobre esa cosa que tanto miedo me daba. Estaba adornada con joyas caras, y un día, misteriosamente, la enterró con toda su ropa. Por lo que parece, mi dulce abuelita también practicaba la santería. El entierro fue una ofrenda a una deidad llamada Oshun, afectuosamente conocida como "la puta perfumada". Era la deidad que Gen y Jaye veneraban. Habían pasado cuatro horas desde que nos encontramos en su apartamento y lo que ahora teníamos eran buenas vibraciones y unas cuantas revistas de desnudos. Si no nos poníamos en marcha no íbamos a tener tiempo de ir a todas las tiendas que queríamos, así que pagamos la cuenta y nos dirigimos a Greenpoint para encargar unos parches motoras en una extraña tienda de complementos deportivos.

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Jimmy Webb, de Trash and Vaudeville, ayuda a Genesis a decidirse por un nuevo par de botas de motorista. Tendríais que haber visto lo emocionado que estaba por arrodillarse a sus pies.

Un grupo de puertorriqueños se nos quedó mirando de arriba a abajo cuando entramos en la tienda. Gen les hizo caso omiso, por supuesto, y mencionó de forma casual que eran conocidos como los Lost Boys, una banda que había visto con frecuencia en Ridgewood, Queens, donde residió con Lady Jaye hasta que, tras su fallecimiento, se mudó a Manhattan. Mientras curioseaba por la tienda, Gen nos contó que una vez tuvo una 1979 BSA y que solía alternar con el capítulo de los Hell's Angels en Manchester, su ciudad natal. Su rama en Nueva York estaba fuera del alcance de Gen, ya que tiempo atrás Jaye estuvo saliendo con un Angel; sin embargo, a sus 61 años, a Gen le apetece subirse de nuevo a una moto. Le eché un vistazo a su orden de pedido: quería una cantidad enorme de parches rectangulares en colores rojo y negro que dijeran FUCK 'EM ALL.

Estaba empezando a oscurecer y nos dirigimos a Trash and Vaudeville, nuestra última parada nos gustara o no ya que Gen tenía que estar en su casa a las 9. Jimmy Webb, cabeza visible de la tienda y viejo amigo de Gen, nos recibió amistosamente. Rebuscó entre las estanterías y eligió unas ropas que cotejó por encima de Gen. "¿No tiene el rostro más hermoso que hayas visto?", me preguntó. Luego, cuando Gen le dijo que le asomaba parte del culo por los pantalones, Jimmy se encogió de hombros y gritó, "¡Si hubiera sabido que ibas a venir no me habría puesto ropa interior!" Sólo puedo hacer cábalas sobre a qué se estaba refiriendo, pero como se nos estaba acabando el tiempo le compré a Gen unas botas y la llevamos en la furgoneta hasta su casa.

Genesis y Annette tras un día de trapitos por la ciudad.

Antes de despedirnos invité a Gen a ir al cine la noche siguiente. Me quedé sin habla cuando aceptó.

Sin un equipo de filmación siguiendo nuestros pasos, el ambiente de la noche del domingo fue mucho más íntimo y amistoso. Empezamos la tarde en Employees Only, donde Gen se tomó tres fraise sauvages mientras yo enterraba la cara en pan para intentar contener mi entusiasmo. Hablamos sobre nuestros perros y sobre el asesino en serie que recientemente había estado aterrorizando Long Island, y me dijo que mi enmarañado peinado le parecía "muy chic". Terminamos nuestra comida y nos fuimos a ver la película. Se quedó dormida nada más acabar los títulos de crédito y roncó durante toda la proyección. Me pareció muy dulce. Ya era un poco tarde cuando acabó la película y Gen estaba obviamente dispuesta a irse a su casa a dormir. Cuando salíamos dijo que la película había "estado bien". En esos últimos minutos que estuve con ella me di cuenta de que por fin había bajado la guardia y se lo estaba pasando bien. Me dio las gracias por sacarla de casa y me dijo que no tardara en volver a llamarla. De camino a casa pensé, "¿De verdad ahora soy amiga de Genesis P-Orridge?" Fue una sensación increíble.