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COLOMBIA

Nairo Quintana, el héroe del ciclismo en Colombia

Nairo Quintana, quien creció en un austero poblado en la cordillera, tiene la oportunidad de ser el primer campeón colombiano en la Tour de France.
EPA/JEAN-CHRISTOPHE BOTT

Nairo Quintana tuvo su primera bicicleta cuando tenía 15 años. Era roja y pesada —una vieja bici de montaña de gruesas llantas. Su padre, Luis, se la compró en una tienda de segunda mano por $70 dólares; fue un gasto monumental para su familia. Luis era un campesino discapacitado que cultivaba papas y tenía una tiendita junto a la carretera. Desde los seis años, Nairo ya ayudaba a su papá, cuya pelvis había sido aplastada en un accidente automovilístico en su niñez. Nairo repartía leche y cargaba cajas pesadas. Cuando Quintana iba a los mercados de los pueblos cercanos, Nairo a veces se levantaba a las 4 a.m. para ayudarle a su padre a hornear pan.

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Vivían en un pueblo llamado Combita, en lo alto de los Andes colombianos, en una fértil región conocida como Boyaca. Luis ahorró todo un año para comprar la bici de Nairo. La compró por gratitud, pero también por razones prácticas. El autobús para llegar a la escuela de Nairo, a 10 millas y 3,000 pies debajo de la cima de Combita, cobraba 25 centavos de ida y vuelta.

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De alguna forma, es un milagro que Nairo esté vivo. A la edad de dos años, se enfermó de una severa fiebre. Sus papas creyeron que alguien había tocado a una persona muerta, y, a su vez, había tocado a Nairo y por eso lo había infectado de alguna enfermedad. Durante todo un año, el niño tuvo diarrea, vomito y no podía dormir. Ningún doctor lo podía ayudar. Los Quintana visitaron Nuestra Señora de los Milagros, una iglesia con domo de oro en el centro de Boyaca, Tunja, y rezaron. Finalmente, llamaron a un curador que le dio a Quintana unas hierbas. Nairo se recuperó. Era un niño flaquito, con una afilada y angosta nariz, ojos cafés, y no para nada atlético. Odiaba la clase de educación física, pero ordeñaba las vacas de la familia, alimentaba a las gallinas. "Estaba feliz de haberle comprado la bici," dice su papá.

En ese primer día con su bici, Nairo regresó a casa de la tienda de caridad en Tunja —12 o 13 millas, en un camino desolado silencioso que cruzaba las verdes colinas donde los campesinos de papas araban la tierra con caballos. Era la tercera o cuarta vez que se había subido a una bicicleta. "Me caí muchas veces," dice. "Me salieron moretones. Había sangre en mis espinillas."

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Poco a poco, llegó al último tramo donde había pinos y árboles de eucalipto, y donde el último kilómetro era tan inclinado como los que hay en la Tour de France. Quintana recuerda pararse y pedalear con todo en el último pedazo para llegar a la modesta casa de adobe de sus papás, 10,000 pies sobre el nivel del mar. Llegaba a su casa, ventilado, cansado, y sudando. "Era muy feliz," dice su madre Eloísa, "y estaba orgullosa de él."

Imagínense cómo se siente ahora: Nairo Quintana, ahora con 25 años, con sus diminutos 1.67 m y 59 kilos, es probablemente el mejor escalador de colina en el ciclismo profesional. Y como muchos expertos dicen, él es el hombre a vencer en la Tour de France de este año, que arranca en Utrecht, en los Países Bajos, el 4 de julio, con una duración de tres semanas en donde habrá una empedrada ruta llena de colinas. "Quintana es mi favorito," dice Jonathan Vaughters, el manager del Equipo Cannondale-Garmin situado en Colorado. "Mucha gente dice que va a perder en los adoquines porque es un tipo pequeño y rebotará mucho. Pero él es muy relajado en la bici; sabe cómo usar su cuerpo para absorber los impactos. Y no tiene miedo. Cuando todo mundo esté en la competencia empujando, pedaleando y aferrándose al manubrio, él no se rinde."

Residentes de Combita, Colombia celebran la victoria de Nairo Quintana en el Giro d'Italia. EPA/LEONARDO MUNOZ.

Quintana no corrió la Tour de France el año pasado. Pero en su tour como novato en 2013, terminó segundo y deslumbró en la última etapa competitiva, que terminó cuesta arriba durante siete millas hasta una colina de esquí llamada Le Semnoz. Con un kilómetro por completar, Quintana estaba en el pelotón líder de tres ciclistas, junto con Joaquim Rodríguez y, con quien sería el ganador, Chris Froome.

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Froome se apresuró, tomando una ventaja de cinco yardas. Parecía que la carrera había acabado, pero entonces Quintana utilizó la última gota de gas que le quedaba en el tanque. Alcanzó a Froome, poco a poco, peleando, como un hombre subiendo una cuerda, y después siguió manejando; Froome solo sacudía la cabeza por el cansancio mientras el sudor se escurría de su nariz.

¿Quién era ese tipo? Tres meses antes, en una carrera en la campiña vasca de España, uno de los comentaristas, Steve Schlanger de Universal Sports, llamó a Quintana un loco que "había salido de la nada." Fue un comentario estúpido, y no solo porque tenía implicaciones, sin base, de que Quintana estaba dopado. Colombia tiene una larga y profunda conexión con el ciclismo. Ha presumido de su tour de múltiples etapas, el Vuelta de Colombia, desde 1951. En aquella época, cientos de miles llegaban para ver sufrir a los ciclistas en uno de los terrenos con más colinas en el mundo, a través de poblados remotos que nunca antes habían visto un auto.

El futbol ha sobrepasado al ciclismo como el deporte nacional de Colombia. Aún así, hoy en día en Bogotá, es fácil encontrar a hombres de mediana edad, que se ponen sentimentales cuando recuerdan cómo en 1985 el ciclista colombiano Lucho Herrera se estrelló en la segunda etapa de la Tour de France, para después continuar pedaleando y ganar la etapa con sangre escurriendo de su cara. En 1987, Herrera conquistó la Vuelta de España, que es, junto con la Tour de France y el Giro d'Italia, una de las tres carreras de ciclismo más grandes del mundo.

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Pero la era de oro del ciclismo colombiano se ha ido, y los recuerdos van de la mano con el dolor. Desde 1960, una larga guerra civil entre el grupo guerrillero izquierdista de las FARC (uno de los cárteles de droga más grandes del mundo) y el gobierno colombiano junto con fuerzas paramilitares, ha ocasionado descontento civil y estancamiento económico. Los problemas de Colombia llegaron su punto más alto a finales de los 80 y principios de los 90, con el surgimiento de narcotraficante Pablo Escobar. Aún había poco dinero para financiar los equipos de ciclismo, pero los ciclistas colombianos se convirtieron casi invisibles en el circuito europeo.

Pero entonces en el 2010 Quintana emergió, dando el remojón en Francia, donde ganó el Tour de L'Avenir, una carrera sub-23 cuyos ganadores han dominado 12 veces la Tour de France. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, recibió al ciclista en el palacio de Bogotá. Le prometió a Quintana darle una nueva casa y le puso una medalla sobre su cuello antes de que una multitud de helicópteros de tv y motocicletas policiacas rodearan la casa del ciclista en Boyaca, a dos horas del noereste de Bogotá.

La victoria llegó en un momento maravilloso para Colombia. Santos había comenzado a negociar un acuerdo de paz con las FARC, y para muchos colombianos Quintana era un símbolo de la nueva esperanza. "Lo vimos," dice Ana Vivas, la vocera de la Federación Colombiana de Ciclismo, "como un fénix levantándose de las cenizas."

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En 2013, la victoria de Quintana en la etapa de Semnoz sucedió el 20 de julio, el mismo día de la Independencia de Colombia, y Alfredo Castro, el comentarista de Caracol Radio, dejó a un lado toda censura al término de la carrera. "Dejen que retumbe el gozo y dejen a mi país reventar de felicidad," dijo antes de hablar directamente con Quintana. "Toda América se pone a tus pies. El mundo está a tus pies. París te espera —¡los Champs-Elysees! Has venido desde los campos de Boyaca hasta los Champs-Elysees. Gracias hermano. Gracias, Nairo. Gracias, hijo de la tierra. Gracias, campesino. Gracias, Don Luis (el padre de Nairo) por darnos este hijo."

El año pasado, cuando Quintana ganó el Giro d'Italia y obtuvo el maillot rosa, las ventas de "ponchos" rosas se dispararon en Colombia. Y actualmente, mientras los mejores ciclistas del mundo llegan a Utrecht, Colombia está en problemas y en un momento crítico.

En los últimos 30 meses, las FARC y el gobierno colombiano han mantenido pláticas de paz en la Havana, esperando construir una Colombia posguerra donde el tráfico de drogas cese y las FARC deje las armas y comparta el poder político.

Una resolución parecía estar cerca el pasado diciembre, cuando las FARC prometieron mantener un cese al fuego unilateral, pero en abril las guerrillas rompieron la promesa y atacaron al ejercito colombiano en un pueblo remoto llamado La Esperanza al oeste de Colombia, matando a 10 soldados.

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El presidente Santos respondió ordenando un asalto aéreo, encendiendo la guerra desde entonces. Las FARC se encuentran en una campaña para sabotear el petróleo de Colombia y la infraestructura eléctrica, y el 29 de junio, rebeldes bombardearon los ductos de Tansandino en el sur colombiano, causando que más de 10 mil barriles de crudo se derramaran en los ríos y riachuelos, y dejando a 150 mil colombianos sin agua.

Un titular reciente en la página de Foreign Policy decía, "Los acuerdos de paz de Colombia están al filo del fracaso." Pero la esperanza muere al último. "Estamos trabajando para construir una nueva Colombia," dijo Santos para VICE Sports, vía email. "Estamos trabajando para empezar un nuevo capítulo en nuestra historia. Si Nairo ganara la Tour de France sería un gran triunfo y una gran celebración para nosotros. ¿Qué podría ser un mejor símbolo de nuestro futuro esperanzador que tener a un atleta colombiano en lo más alto del podio de la competición de ciclismo más prestigiosa del mundo?

Quintana with Colombian president Juan Manuel Santos. EPA/Maurico Dueñas Castañeda.

Ahora Nairo ahora corre para Movistar, un equipo español con el nombre de su patrocinador: una compañía de celulares con sede en Madrid. Gana al menos $1 millón al año y reside medio tiempo en Mónaco. Aún así, lleva una vida muy simple. Nunca habitó la lujosa casa que Santos le dio, optando, en su lugar, por una serie de apartamentos austeros en Tunja, y sus amigos dicen que su única posesión lujosa es una Toyota 4x4. No patrocina a ningún producto en Colombia y solo ha utilizado su fama una vez —en 2013, cuando apoyó a los campesinos de Colombia durante una huelga nacional, presionando a un aferrado Santos para que los ayudara. "Cuando llevas un costal de papas al mercado, te pones a llorar," le dijo a los reporteros. " Ni siquiera ganas suficiente para pagar el transporte. Mi familia perdió parte de nuestras tierras hace años, así que tuvimos que dejar el negocio de la papa."

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El padre de Quintana todavía lo deja ordeñar las vacas cuando regresa a Combita. Ha tenido la misma novia por nueve años, una vecina llamada Paola Hernández. Comenzaron a salir cuando él tenía 16 años y ella 13, actualmente Hernández maneja las finanzas de Quintana y frecuentemente lo escolta en su 4x4 mientras entrena, asegurándose que su bebé, Mariana, tenga puesto el cinturón de seguridad. Se rumora que Hernández detesta a los medios. "Odia que digan que su familia era pobre," dijo recientemente Sandra Rojas, una vecina de la infancia. "Se enoja muchísimo."

En mayo de 2014, comencé a trabajar en este reportaje, por un momento pareció que el acceso sería restringido. "Por el momento no dará entrevistas," el oficial de prensa de Movistar escribió. De repente me pareció claro que nadie había entrevistado a Quintana por un largo período. Al semanario premier de Colombia, La Semana, le cerraron las puertas al intentarlo, y el periodista español Carlos Zumer dice que cuando publicó su libro electrónico, Nairo, el año pasado, Quintana se desapareció —y no cumplió su promesa de dar una entrevista— cuando se enteró que Zumer ganaría obtendría regalías. ("¡Un libro para hacer dinero!", Zumer dice, recordando su rechazo. "Inaceptable".)

Sin embargo, a finales de 2014, Quintana recapacitó y se sentó en una larga charla con El Tejedor de Progreso, una casa editora de una compañía de cemento y grava. Contestó las preguntas del entrevistador con una dulzura exagerada:

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P: ¿Hay algún platillo de Boyaca que te guste mucho?

R: Todo lo que incluye pollo de campo porque es un animal que tine un gran sabor.

P: ¿Cuál sería tu mensaje para tus compatriotas?

R: Quiero que reciban un mensaje muy especial de Nairo. Que tengan una feliz Navidad y un próspero año nuevo lleno de paz y felicidad.

En febrero, el publicista de Quintana de Movistar, Juan Pablo Molinero, estaba de buenas por teléfono. "Solo dime," me dijo cuando le llamé. "¿Qué deseas?"

Lo que mis editores querían era un vistazo del idilio de Quintana en Boyaca. ¿Mo podría mostrar su ganado y sus gallinas y el largo camino que recorría todas las mañanas para ir a la escuela cuando echaba carreritas con los conductores de los autobuses? Y, ¿podría Molinero convencer a Quintero, de una forma u otra, de realizar algo de publicidad?

No, no pudo. A Quintana no le importó. Solamente ignoró los emails de su publicista, ordenándole a Molinero que me mandara una pequeña advertencia: "Tengo miedo de viajar a Tunja y que después de 15 minutos de entrevista me diga que es todo."

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Vi a Quintana unos días después en los campeonatos nacionales de Colombia, que tomaron lugar en la segunda ciudad más importante del país, Medellín. Nos cruzamos en el lobby de nuestro hotel justo antes de la carrera, mientras él salía del elevador haciendo un caballito con una bici blanca, con el nombre NAIRO QUINTANA en la barra del manubrio. Sin decir nada, salió disparado con total concentración; era un soldado yendo a la guerra.

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En el autobús de Movistar hasta la línea de salida, Quintana era el comediante, se paraba y presumía su trasero como demostrando porqué a las mujeres aman a los ciclistas flacos. Pero cuando la conversación se cambiaba a estrategia de carrera, su gesto era serio. "Si hay ocho ciclistas en un pelotón despegado," dijo, "tenemos que mandar a uno solo adelante. Tenemos que atacar sabiamente."

Su voz era sorprendentemente profunda, rasposa y me di cuenta de que él había sido serio con la vida desde hace mucho tiempo —como cuando era niño y atendía el puesto de dulces, y, después, a los 15 cuando compitió por primera vez en una bici barata de $150, en ropa de calle, contra a niños vestidos completamente con kits de licra. Y aún así era bueno, recuerda un antiguo entrenador, Luis Fernando Saldarriaga. "No ganaba pero terminaba en segundo o cuarto," dice Saldarriaga. "Tenía la fuerza, y también la paz mental, a pesar de haber sido criado en el campo con cero distracciones. Y sabía justo cuándo atacar. Era parte de su instinto."

Antes de cumplir 16, Quintana llegó a un equipo local, Boyaca es para vivirla, quien iba de puerta en puerta para reunir fondos. Después, cuando viajó a Francia para el Tour de l'Avenir en 2010, fue presuntamente objeto de insultos raciales. "Era el primer año que los colombianos estaban de regreso en Europa," dice Ignacio Vélez, un empresario colombiano que coordinó el viaje, "y el equipo francés fue muy agresivo." Llamaron al moreno Quintana un "puto indio," dice Vélez. "Era el primer tour de Nairo, pero no le importó. Él estaba confiado, y una noche vino a mi hotel, y de forma tímida me dijo, 'Coach, soy yo quien ganará el Tour de l'Avenir."

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Quintana ha estado cerca de morir dos veces. Una vez cuando tenía 16 años estuvo inconsciente cuando un auto lo atropelló de camino a la escuela. Cuando tenía 18 fue golpeado por un taxi en Tujna. Estuvo en coma por cinco días mientras su familia fue a la iglesia Nuestra Señora de los Milagros a rezar. Después de cada accidente, volvió al entrenamiento tan pronto como podía.

En los campeonatos nacionales, después de que Quintana bajara del autobús y se subiera a su bici, eran tantos los admiradores que apenas podía pedalear. Los oficiales de policía tenían que sostenerlo de los hombros para que no se fuera a caer.

La carrera misma fue una misión de sacrificio. El hermano menor de Quintana, Dayer —de 22 y también ciclista de Movistar— lideró la mayoría de la ruta de 117 millas, dejando a Quintana en la parte trasera, liderando el pelotón, bloqueándolo para facilitar la primera gran victoria de Dayer. Cerca de 10 kilómetros de la meta, Nairo chocó. Cuando chocó de nuevo a unos cuantos metros de llegar, se lastimó su codo. No terminó, y apareció en público solo una vez después de la carrera. Estuvo en el pasillo del autobús estacionado y se dirigió hacia el chofer, de forma que su vendaje fue visible por un momento a través de las ventanas. Las multitudes gritaban, "¡Nairo, Nairo, Nairo!" Firmó unas cuantas playeras coladas a través de una abertura en la ventana. En los próximos tres días, regresó a Boyaca, a 450 millas de las puntas de los Andes.

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Quintana en la Tour de France de 2013. EPA/Mauricio Dueñas Castañeda.

Fui a Boyaca esa semana y viajé primero a Combita. Los papás de Quintana ya no tienen el puesto, pero viven al lado, en la misma casa de adobe, ahora un poco más grande. Cuando llegué, su papá Luis subió a una Chevrolet Sprint con seis personas a bordo. "No puedo hablar ahora," gritó. "Voy a llevar a esta mujer al hospital."

Era un hombre bajo, con cabello canosos, cara curtida por el clima, y vestía un poncho gris y botas de caucho, una facha que olía a machismo en el campo de Boyaca. Me explicó que su trabajo actual era transportar a gente a Tunja por 40 centavos. "Tengo prisa," dijo. Pero estaba sonriendo y pudo evitar hablar de su hijo. "Lo criamos con disciplina. Cuando empezó a practicar deportes, lo obligábamos a hacer su rutina de entrenamiento. No lo dejábamos salir en la noche."

"¿Alguna vez se escapó? Pregunté.

"Nunca, ni una sola vez," dijo su madre Eloísa. "Nairo siempre obedeció. Era un niño bueno." Ella se sentó en el asiento frontal, vestida con un pantalón marrón para ir a la iglesia. Su voz era muy bajita, casi murmuraba.

Después de que el carro se fue, me quedé en la tienda que había sido expandida gracias a las victorias de Nairo. Un letrero rosa les da la bienvenida a los visitantes a "La casa de Nairo Quintana", con un dibujo de Nairo pelando una papa, cuya piel parece ondulada se parece al trofeo en forma de espiral del Giro d'Italia. En el estacionamiento, debajo de un refugio, los visitantes pueden comprar varios recuerdos de Quintana —llaveros, y figuritas de mulas con canastas que dicen "Nairo".

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Era un día soleado, y la manager actual de la tienda, Sandra Rojas, estaba sentada afuera, saludando a los vecinos, cargando cubetas de leche fresca que después Rojas vendería a un distribuidor. "Nairo todavía juega como un niño chiquito," dice Roja. "La última vez que vino a casa, nos disparó con una pistola de agua."

La amiga de Rojas, Lucila Hernández, nos visitó y recordó a Quintana como un tipo divertido. "En el puesto de la fruta," dijo, "si le tocaba una naranja mala, te la aventaba. Pero después te daba otra naranja gratis. Recuerdo cuando él y Paola comenzaron," añadió Hernández, refiriéndose a la novia de Quintana, quien es también la prima de Hernández. "A veces hablaban en la parada del autobús hasta por una hora. Después se la pasaban escondiéndose detrás de las paredes. Se abrazaban y besaban. Era todo un romance."

El apartamento de Quintana está sobre una calle residencial junto a un centro comercial en Tujna, con una población de 180 mil. Me pasé los siguientes días caminando por las calles, apreciando las iglesias coloniales y el vasto centro donde una estatua del libertador de Colombia, Simón Bolívar, se erige sola entre las palomas. A la distancia se ven la verdes colinas, y en los pasillos los vendedores te ofrecen DVDs y "almojábanas", frituras hechas de harina de maíz y queso.

Finalmente, logré una cita con Quintana. El plan consistía en verlo afuera de su apartamento una mañana a las 8, y después seguirlo con un carro mientras él estaba en una sesión ligera de entrenamiento. Esperé en la banqueta con una de sus parejas de entrenamiento, llamado Néstor García, y también policía de Tunja quien tiene la tarea de escoltar a Quintana. ("Si no voy, los mirones se detiene en el camino y el tráfico se empieza a formar a su alrededor.")

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Quintana llegó a las 8:30, con zapatos rosas para bici. Se rió de los chistes que le conté en mi español cortado e insistió que nos tomáramos una foto. Después se fue, tan ligero como el agua que corre en las colinas de la carretera 55.

Cuando llegamos a la cafetería sobre la carretera, los dos ciclistas tomaron café, y Quintana me dijo que me sentara con ellos. En cuanto a la huelga de los campesinos me dijo, "En mi familia todos son campesinos, yo también, y en una huelga como esta, donde el ejército y la policía están involucrados para combatirlos, siempre hay conflictos con las familias: Mucha gente del ejército también son hijos de los campesinos. Mi hermano está en el ejército, sabes."

Habló de su padre con gran admiración. "Mi padre tuvo un accidente de auto cuando tenía siete años" me dijo. "Se rompió las piernas y la pelvis, y tuvo muchas cirugías después. Fue todo un reto hacer su trabajo, pero nada los detuvo. Solía decirnos, 'Ustedes niños son jóvenes. ¿Por qué se cansan? ¿Por qué no hacen las cosas bien? Mírenme. Estoy cojo. Mi cuerpo está arruinado, y sigo trabajando.' Ha sido un ejemplo toda mi vida."

Le pregunté si se sentía diferente de otros ciclistas, siendo colombiano de descendencia indígena. "No," me respondió. "No me siento diferente en el pelotón o en el ciclismo. En todo el mundo, soy respetado por lo que he hecho. A donde quiera que voy, me siento como una persona normal, ni más, ni menos, y en Mónaco hay más gente de otras partes que de ahí mismo."

"Estoy perdiendo mi identidad como campesino de Boyaca. Lo sé; estoy viajando en todo el mundo. Pero no he olvidado el campo. Tengo ganado aquí y cuando termine con el ciclismo competitivo regresaré a mis raíces. Esta es mi región. De aquí soy y es donde quiero estar."

Unos días después, regresé a Combita. El papá de Nairo estaba en Tunja, pero su madre estaba ahí, cargando una cubeta vacía. Dijo que no tenía mucho tiempo. Las bacas necesitaban ser ordeñadas. "Pero responderé tus preguntas," dijo. Estaba parada sin moverse y esperó a que yo hablara. Me di cuenta que yo estaba interrumpiendo, así que leí desesperadamente de mi libreta.

"¿En qué año el bancó tomó sus tierras?"

"Por ahí del 2002."

"¿Cuántas cirugías tuvo su marido?"

"Unas 15, creo."

"¿Tiene fotos cuando Nairo era niño?"

"No, todas se las robaron los carpinteros que renovaron la casa."

Con cada pregunta y respuesta, me sentí cada vez más incómodo. Entendí porqué Quintana evade los medios, y me di cuenta que lagunas historias no pueden ser reducidas a hechos. Me fui.

Unos días después, mientras estaba a bordo de un auto, rebasé a Quintana en la carretera 55. Nos acercamos a él al bajar una colina y abrí la ventana y le grité su nombre: "¡Nairo!"

Quintana me sonrió al reconocerme. Después nos bajamos más adelante. Miré por el espejo cómo bajaba por la colina y después comenzaba a escalar. Se veía ligero pedaleando, y pequeño, aún así su cuerpo era poderoso. Se paró para pedalear y subió la próxima colina con facilidad, como si fuera nada, como si pudiera conquistar el mundo.