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Cultură

Una visita a un burdel “coge todo lo que puedas” en Alemania

El burdel King George en Berlín abre a las 4PM de lunes a domingo, excepto en los días de Navidad. Por €99 (1,742 pesos) puedes quedarte hasta el amanecer bebiendo y cogiendo hasta que aguantes.

El burdel King George en Berlín abre a las 4PM de lunes a domingo, excepto en los días de Navidad. Por €99 (1,742 pesos) puedes quedarte hasta el amanecer, cuando pasan las personas que limpian las calles, y beber todo lo que quieras y tener todo el sexo que puedas con Klaudia, Katjia, Petronella, Alina, Barby y cualquiera de las otras 27 trabajadoras que estén posadas en los taburetes de tercipelo o en las cabinas de cuero bajo las numerosas luces rojas junto al bar.

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El King George es el primer burdel con tarifa única en Alemania. Es la respuesta de la industria del sexo a la recesión mundial. Hay cerca de seis de estos en Berlín. Los burdeles prefieren llamar a esta modalidad como todo incluido en lugar de tarifa única. Como dice la dueña: A fin de cuentas es sexo, no llamadas de larga distancia.

Alina se encarga de la puerta. Usa un vestido rosa de tubo. Cubre su cuerpo como si fuera un pan que cubre a una salchicha de hotdog. Cuando se levanta de su silla, el vestido se le sube hasta el culo hasta que ella lo vuelve a bajar con sus manos. Las demás chicas usan el mismo vestido pero en diferentes tonalidades de rosa. Es como el uniforme de la casa. El vestido se sube y se baja, dejando expuestas las nalgas y un poco de la entrepierna cuando las chicas deambulan por ahí en tacones de aguja que las hacen ver como esas casas construidas sobre pilotes que tienen los pescadores, las que no sobreviven a las tormentas o las fugas de petróleo. Todas fuman cigarros Marlboro o Chesterfield con advertencias escritas en cirílico. Además todo en el interior, desde la bebida que tienes en las manos hasta la silla en el que estás sentado, huele a algodón de azúcar.

Tan pronto les menciono que sólo estoy escribiendo una nota, sacan sus celulares y empiezan a comer pizza y a depilarse los pelos asilados que salen de la línea del bikini. Habrían hecho lo mismo si les hubiera dicho que soy gay, supongo.

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La distribución del edificio es un homenaje al pene mismo: una barra larga y estrecha que da hacia dos pequeñas redes de cuartos pequeños con camas fáciles de limpiar, regaderas y una iluminación nada apropiada para leer un libro. Suena europop desde unas bocinas diminutas escondidas en la parte más alta y oscura. Nunca he ido a un club nocturno en Dubái pero imagino que aparte de las pistas de baile con espejos, las copas de Swarowski y las reservaciones que cuestan para una mesa de 64 mil pesos, el DJ seguro tiene el mismo repertorio pésimo que tiene el King George.

"¿Te gusta la música?", le pregunto a Alina.

"¿Cuál música?", responde.

La mayoría de las mujeres vienen de Europa del este. Kaudia es de Austria y es algo así como una celebridad en Berlín. Los hombres ofrecen €200 (3,500 pesos) por pasar una hora con ella. Alina dice que es de Nápoles y que extraña su hogar y el mar. Pero tanto Alina como su acento y yo, sabemos que su hogar no está en Italia.

Probablemente sea de Rumania. Es lo mismo con las chicas que hablan español, Petronella y Barby. Lo aprendieron mientras crecían en Rumania cuando veían telenovelas en español y lo hablan porque es divertido, según ella. Además es divertido fingir que eres español, pero en Alemania, donde ser rumano es lo único que enfurece tanto a la gente como lo hace la pedofilia, también es sentido común.

Es evidente que mienten acerca de su edad. Alguien que se ve de 40 dice que tiene 30, y todas las treintonas dicen que tienen 19. Pero creo que eso sólo es un síntoma de la premisa deshonesta en la que se basan los burdeles. Las mujeres actúan como si los hombre fueran interesantes y deseables, y los hombres se convencen de que en verdad lo son.

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Lo hombres comienzan a llegar luego de que cierran las fábricas y las tiendas. Ellos también vienen uniformados con botas de casquillo, pantalones de trabajo marca Snicker’s y una playera gris por dentro para resaltar de la mejor manera posible la curva de su panza.

Erben conoce bien a su clientela. “Nosotras atendemos a los taxistas, los desempleados y en general a los hombres que no ganan más de €1,500 (26,000 pesos) al mes”.

Erben compró el King George hace más de seis años. Antes de eso era un club de striptease. Él creció en Alemania Oriental, donde su primera incursión en el trabajo más antiguo del mundo fue rentar departamentos por hora para un amigo de la familia. Cuando cayó el muro de Berlín, Erben se mudó a Baviera, en el sur, y después decidió regresar a Berlín. “Para una prostituta, lo más importante es la sonrisa, afirma Erben. No tienen que ser bonitas; de hecho a menudo es mejor que no lo sean. Lo que quieres es la clase de chica que aún pueda sacar algo de encanto después de estar sentada 12 horas sin nada que hacer”.

Erben da la impresión de una persona agradable y las chicas coinciden. Klaudia dice que él es muy amable. Que le presta dinero a las chicas. Que le compró una bolsa se mano que costó €300 (5,200 pesos). Pero eso es algo que las otras chicas no deben saber.

Pero, ¿también se las coge? “No”, asegura Erben. “En el momento en que lo haces, las dejas de respetar como tus empleadas. Además de que puede causar problemas entre las chicas”.

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¿Entonces a quién se coge? “Sí tengo novia, pero considerando mi negocio, es muy difícil encontrar a alguien que quiera formar una familia conmigo”.

Sin embargo, las chicas tienen familia. Klaudia tiene una hija de 17 años. La recoge cuando sale de trabajar por la noche y se van juntas a comer kebab. Klaudia también es enfermera. Gana bien en el burdel pero no en el mundo real. Como enfermera gana, al mes, €1300 (apenas para vivir en Berlín). En una buena noche en el King George gana €600. Le va bien como prostituta. En verano se va de vacaciones a Ibiza y en invierno a los Alpes.

Mucho del dinero que gano ni siquiera es por sexo. Los hombres sólo quieren platicar o compartir un poco de champaña conmigo, dice Klaudia. Con frecuencia tengo a tres aquí al mismo tiempo, sentados en el jacuzzi, riendo.

Esto no sólo se trata de sexo. Erben ya lo tiene todo resuelto. El cliente promedio de paga una tarifa fija se coge a 2.7 chicas. El resto del tiempo el cliente bebe en el bar, mete monedas en las máquinas de póker o hasta se acuesta a tomar una siesta en uno de las habitaciones, solo.

“Los burdeles tradicionales”, explica Erben, “son muy incómodos para muchos hombres. Te apresuran a entrar y a salir, e incluso algunos se ponen tan nerviosos que no pueden hacer lo que vienen a hacer. Aquí los clientes pueden sentirse como su fuera su propio bar y tienen tiempo para hablar con las chicas”.

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El King George abre los siete días de la semana, pero a las chicas sólo se les permite trabajar máximo cinco días a la semana. Para regenerarse, dice Erben, tanto física como mentalmente.

Una mujer puede llegar a tener sexo 20 veces en una noche. No puedo ni imaginarme (y creo que jamás podre) cómo puede alguien regenerarse mentalmente de algo así.

Las chicas se van y regresan. Katjia, de Hungría, tiene dos hijos y es una trabajadora social titulada que por ahora no encuentra trabajo, así que está de regreso en el King George por un tiempo.

¿Te gusta? “A veces, pero no mucho. Aunque no se supone que no tenga que gustarte tu trabajo”, dice ella.

Erban no tiene ningún problema a la hora de contratar chicas. Hay días en los que incluso hay fila afuera del lugar. “En otros burdeles es posible a que las chicas ni siquiera les alcance para pagar su taxi”, afirma él.

Hay más luces rojas dentro del King George que en todos lo semáforos de Alemania. En una mala noche, una chica sale con €100 (1,700 pesos). Por cada euro que gasta un cliente, la mujer gana 50 centavos. Los extras (como orales son condón, anales o besos) hacen que ella gane más. Como en Alemania la prostitución es legal, las chicas pagan impuestos por su trabajo y sus contribuciones se utilizan para construir escuelas, hospitales, puentes o botas para los soldados alemanes en Afganistán. Hydra, un organismo que lucha por los derechos de las prostitutas en Alemania, calcula que hay casi medio millón de trabajadoras sexuales en el país. Dos terceras partes no son alemanas. Klaudia, la austriaca, es el ejemplo más claro que tenemos. Tiene un tatuaje desteñido en su hombro. Fue el primer tatuaje que se hizo cuando era adolescente y dice: Amor.

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"Es absurdo", dice Klaudia.

"¿El amor?", le pregunto.

"No, el tatuaje nada más".

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